Ay Rita, si supieras quien esta en mis pensamientos 24×7…
—»Ah, el pibe ese de seguridad»— te escucharía decir – “Es un pendejo!”–
Al día siguiente, los ánimos eran clásicos de un viernes previo al finde largo. Las 9 horas de la jornada pasaron sin sobresaltos; para Dana fue un día más, con el escritorio lleno de facturas y carpetas de informes pendientes para enviar a alguna sucursal. Yo, en cambio, ansiaba la hora de salida.
Eran casi las 18:00, nuestra rutina de siempre, todos cambiados esperando que el reloj del registro marque la hora exacta; la de la libertad.
Lo admito, mi cerebro funciona distinto. Enreda las cosas y necesita un “¿por qué?” en todo, es algo que no logro controlar. Como si darle un sentido a lo que duele fuera la única forma de cerrar capítulos. -¿Será?- Me pregunté. O tal vez solo sea otra forma de castigarme.
Tenía ese mensaje que había quedado como “borrador” todo el día en las notas del celular. Lo había escrito, releído, editado, dudado. A las 17:59 lo copié, lo pegué, y envié.
Leon sintió vibrar su teléfono, lo observe a lo lejos, hace tiempo que no me atrevia a estar cerca; por un segundo pensó no sacarlo del bolsillo. Las 18:00 en el fichero. Uno a uno, los compañeros posaban el dedo en el lector y desaparecían por la puerta como si no hubieran trabajado nueve horas juntos.
Él registró su salida y decidió revisar esa notificación. Se quedó paralizado en el umbral de la puerta y leyó:
«Sé que estamos alejados y ya casi no hablamos, pero necesito darle un cierre a esta situación, lo reconozco; voy a casa de Rita, te veo ahí, si estás de acuerdo.»
El mensaje era de Emilia. Y de inmediato, en su mente, se materializó la imagen de ella, quitándose el casco, dejando caer su larga cabellera, con ese tono rojizo que le recordaba a un atardecer de verano, deslizándose hasta donde la espalda pierde su nombre… hasta rozar la gloria.
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