Me encuentro en un paraíso inventado, aquí todo está controlado y es en apariencia perfecto.
El centro comercial rebosa de luces y esperanza, todo huele a nuevo, el clima es ideal y en los espejos luce uno más delgado. La música invita a gastar sin control, todo es tan optimista “pague ahora y después, ya veremos” siento que mi cartera hierve y pesa, necesito deshacerme lo antes posible del exceso de efectivo. No hay estímulos que me distraigan de este trance hipnótico, los pasillos me van llevando (como rata en laboratorio) hacia el objeto que “aún no sé que necesito”, pero que dentro de unos segundos consideraré indispensable.
Escucho un chasquido en mis oídos y salgo del trance justo antes de pasar mi tarjeta por el dispositivo y endeudarme con lo innecesario. De pronto todo me parece de plástico, experimento náuseas, paso a los excusados donde el bombardeo continúa, porque allá en el recoveco donde intento orinar, una imagen me quiere vender un Best Seller. Salgo huyendo de ahí.
Camino a casa comienza de nuevo la hipnosis de aquellos que tienen el oficio de intentar venderme lo inimaginable, veo anuncios grandes y pequeños, luces, colores, tipografías variadas, imágenes alentadoras o amenazantes, todo dependerá si lo que me quieren vender es miedo o esperanza, me arden los ojos, no sé hacia dónde voltear sin recibir una orden: ¡Compra, ven, adquiérelo ya, no te lo pierdas, decídete ahora! Es confuso y agotador, me mareo.
Llego a mi lugar seguro y cierro la puerta, estoy sudando, me encuentro agitada y cansada, como quien ha logrado huir momentáneamente del apocalipsis, afortunadamente en casa hay silencio y calma, saludo a mis perros, me descalzo y me tiro en la cama donde comienzo a vagar por las redes sociales (grave error). Mientras mi dedo índice se ejercita haciendo correr hacia arriba la pantalla, observo imágenes en movimiento, aquí vamos de nuevo, los hipnotizadores han hallado la manera de colarse en mi casa, veo rostros y frases que buscan llamar mi atención, me piden que me detenga aquí y allá para verlos, para comprar lo que venden: sea belleza, optimismo, esperanza, éxito o reconocimiento. Algunas estrategias son tan amenazantes que me hacen dudar, el locutor me dice que, si no adquiero el producto para el estreñimiento que no padezco, moriré, me estremezco, esto me hace pensar si..quizá…debería…solo probar… pero logro de nuevo desenfocarme del trance.
Vivo en un océano de promesas, siento que habito una casa de espejos donde juegan con mi imagen, a veces parezco más grande, otras más pequeña, otras más gorda o más delgada, y todo eso tiene solución con un producto milagro. Pero ninguna de esas imágenes soy yo, es lo que quieren que crea de mí. Las necesidades quizá no son mías, me han sido implantadas.
La mercadotecnia es así, usa siempre un disfraz diferente, se pone cada vez más guapa, te convence de que, junto al auto nuevo que acabas de adquirir en cómodas mensualidades, has adquirido también lo intangible: prestigio y toneladas de felicidad.
Cuando estoy de humor, observo el circo y simplemente me río.
Cuando estoy susceptible, observo el circo y le doy una oportunidad, consumo, caigo de nuevo.
Pero cuando estoy en un mal momento, todo ese teatro se me antoja tan absurdo.
Viajamos en un círculo estúpido, veamos: el anuncio promete felicidad, pero al adquirir el producto comienza el miedo ¿y si me lo roban?, sin embargo mamá mercadotecnia tiene la solución, basta con adquirir un candado para que no te lo roben y ahora sí serás feliz, pero al adquirir el candado, comienza el miedo otra vez ¿y si se rompe el candado?, y de nuevo mami mercadotecnia aparece para ofrecerme una solución para evitar que el candado se rompa, y así, hasta que de pronto te encuentras en tu cuarto con la cama llena de objetos que huelen a nuevo pero que desde ya son basura: puras soluciones a problemas que no tenías.
Me encuentro en un sueño hipnagógico, voy girando en un espacio negro lleno de imágenes que cambian de tamaño y color, quieren convencerme con alucinaciones, promesas, órdenes, voces y ruido, me hundo en un agujero que me asfixia, push, push push. No-puedo-respirar.
Sí, soy esa que reniega del sistema pero que no puede escapar de él, porque no podría vivir sin papel de baño, y al salir por él, soy sometida a un bombardeo de luces y colores que braman por atención. Es tan invasivo.
Y me pregunto, ¿cuál es el punto? ¿ser controlados? ¿quedarse con todo nuestro dinero? ¿quién controla a esos bandidos que nos controlan? ¿o ellos también son víctimas sin darse cuenta? Me parece que sí, de lo contrario no tendrían esa urgencia neurótica por convencerme de voltear a verlos. También ellos quieren fama y reconocimiento.
¿Qué hemos hecho?, al parecer no hay escape, pero sí que se puede practicar la ecuanimidad, atravesar el centro comercial como Ulises, taponeando los oídos con cera para esquivar el canto de sirenas que nos llevará a la ruina, quizá es posible observar el circo sin participar en él, aún con todo, no deja de ser agotador, ¿será que en algún momento dejaremos descansar a nuestras mentes para POR FIN enfocarlas en otra cosa?
OPINIONES Y COMENTARIOS