En un rincón de la mazmorra más apestosa y oscura de la peor cárcel vista por el ojo del hombre en el imperio romano, Carcer Tullianum*, se encuentra un despojo humano hecho un rollo de heridas, mugre y sangre. Este solo puede expresar dolor, gemidos indescifrables y alucinaciones de locura. Pero este no es en realidad el inicio de esta historia que saco de mi propia imaginación, vestida de ficción y fantasía, pero con preguntas verdaderas de un testigo mudo de uno de los más grandes acontecimientos de la historia de este mundo.
Él es Amancio*, su nombre que al parecer sin mayor importancia le marcaría para vivir todo lo que debía. En un mundo más joven que el actual, donde las clases sociales eran aún mas importantes y tajantes que hoy en día, él nació en una cuna humilde pero privilegiada a la vez, era un ciudadano romano en pleno imperio. No importaba si era pobre, era hombre libre y, eso era un privilegio en aquellos tiempos.
Como tofo muchacho de la época aprendió a pelear, jugaba a gladiadores en las calles y se hirió un par de veces en esos juegos con espadas de madera, al llegar a la edad requerida y, como no estudió gran cosa, se enlistó a las legiones romanas para el control y conquista de nuevos territorios para el Cesar.
Así pues, Amancio, llego a las tierras en conquista, ejerciendo el poderío romano, que él pensaba que era casi un derecho divino. Estuvo en lo que hoy conocemos como Egipto y conoció esa bebida embriagante maravillosa y barata, la cerveza. Dio gracias a su dios “Baco” por tal milagro.
También estuvo en las compañías que conquistaron tierras aún más lejanas, destacándose por su valor y brutalidad en la batalla. Se relataban historias de su fiereza, de cómo había decapitado a varios enemigos con sus propias manos, etc.
Amancio, que nació en la pobreza, ahora tenía el salario equivalente a una docena de centuriones imperiales, de esos que están más allegados las elites del senado y el emperador romano. Vivía en una villa muy elegante con criados y esclavos propios como debía. Además, era reconocido como un héroe de batalla, casi idolatrado a la par de marte y júpiter, sus dioses principales.
Un día del mes de decembris* fue convocado por los generales para una misión de retención de un pueblo rebelde que estaba en tierras del este del desierto de Egipto. Este era un pueblo peculiar, una colonia romana, pero sostenía su propio gobierno, esto traía consigo algunas revueltas y eran muy diferentes a todos los demás pueblos conquistados, estos eran monoteístas, creían en un solo Dios todo poderoso, una idea algo ridícula para la época, debo agregar, síntoma de debilidad para los conquistadores, ¿Cómo podría ser posible que un solo Dios, pudiera darse abasto para todo y todos? Amancio pensó que era una idea ridícula, pero a pesar de su estatus de héroe, debía obedecer a los generales, y así se dirigió a las tierras de judea.
Al llegar, dio sus credenciales y ordenes al juez puesto por Roma, Pilatos. También fue a presentarse ante el rey de esas tierras, Herodes, donde bebió a su lado por toda una semana aprovechándose de su fama y de las ganas que tenía el supuesto regente de quedar bien con el recién llegado héroe de Roma al lugar.
Después de estos recibimientos, le fue entregado a Amancio una columna de dos docenas de soldados, para que ejerciera su oficio, el amedrentar, asustar e intimidar a la población local. Se paseaba en su templo con desdén, empujaba a los sacerdotes son imprudencia, diciendo con sus actos que no le importaba su Dios y que Roma era la única autoridad que en realidad existía.
Todo el pueblo judío le odiaba, pero le temía aún más, entre los revolucionarios Amancio tenía un precio por su cabeza, pero nadie se atrevía a hacerle algo, ni siquiera a acercársele sin permiso porque él era feroz, una vez, a un mercader le corto la mano simplemente porque no le dio algo que él le pidió. Hubo un hombre que quiso matarlo, lo sorprendió entrando a su tienda con un cuchillo y Amancio, desarmado y desnudo lo sometió. Lo entregó por misericordia o por morbosidad absoluta sabiendo el final de este hombre por el intento de homicidio a un héroe romano, muerte en la cruz, que era la forma más vil y dolorosa de ejecución romana de la época, el nombre del desdichado: Barrabas.
Empezaba el mes de martius*, como de costumbre Amancio de paseaba con sus soldados por yodos lados, según él, manteniendo el orden entre la población. Cuando vio a lo lejos una manifestación del pueblo, se acercó con su cuartel completo para reducir a los manifestantes, pero a llegar observó que simplemente estaban dándole la bienvenida a un sujeto peculiar, montado en un borrico. Le llamo la atención el júbilo que presenciaba, todos con hojas de palma saludaban y vitoreaban al recién llegado que tenía una expresión que irradiaba paz en su cara.
El evento habría sido olvidado si no fuera porque en poco tiempo, también este personaje, que parecía tan pacifico, le reportaron que desmantelo y tiro por todos lados a los cambistas y mercaderes que se colocaban en las puertas del templo, haciendo un gran escándalo. Desde entonces, con cautela, Amancio se dedicó a saber de este tipo y en ocasiones le seguía, escuchando sus predicas y puedo presenciar a lo lejos un par de cosas que no tenían ninguna explicación posible. Vio como después de hablarle a un paralitico que estaba siempre al lado de una fuente que en ocasiones vigilaba y a propósito se burlaba de él, se levantó y caminó. Uno de sus soldados, le comento que vio al hombre ponerle lodo a un ciego en los ojos y luego este pudo ver. Amancio esta perplejo ante esas muertas de poder sobrenatural, no entendía como un hombre sin linaje, siendo conquistado por el imperio podía tener tales poderes y todos se los atribuía a ese mediocre Dios de los judíos.
Se sorprendió cuando uno de sus colegas, un centurión, le contó que él tenía un criado que quería mucho y este cayó enfermo de gravedad, que al verse desesperado porque en realidad este criado era un hijo bastardo suyo, fue a ver a ese judío prodigioso. Que le pidió que sanara a su criado, pero él no podía ir a la casa del romano porque se lo prohibía su religión, entonces el centurión le dijo que, si él mandaba a que fuera sano, el creía que la enfermedad dejaría a su criado aún a la distancia. Y el muchacho sanó inmediatamente después de que este hombre dijo que lo sería.
Le sorprendió la noticia que dicho hombre había sido capturado por una supuesta sedición y traición al imperio romano. Según sus acusadores, un grupo de sacerdotes mañosos, este hombre se auto proclamo rey de los judíos. Fue convocado para que escoltara al prisionero desde el templo judío al palacio de gobierno donde seria castigado y juzgado por su superior, Pilatos.
Inclusive antes de estar a la presencia del gobernador Pilatos, los hombres de Amancio golpearon un poco al hombre y lo ridiculizaban, El héroe romano se sentía incomodo ante esto, no sabía porque, lo llevo a la presencia de su superior y pudo observar como el rostro de este hombre que antes lo había visto lleno de paz, estaba colmado de dolor.
No puso atención a la reunión hasta que Pilatos le ordeno llevar al prisionero ante el rey Herodes, que estaba en la ciudad por una festividad judía que se celebraba esa semana. Ya ante Herodes, presenció como se mofaban del pobre hombre, pidiéndole que hiciera algún turco de magia o milagro para entretener al rey.
Y como siempre ha sido, los políticos andas tirándose las responsabilidades de un lado a otro, este monigote de rey, al saber que los supuestos milagros se realizaron en Jerusalén, dictamino que era el gobernador romano el que debía juzgarlo, así que nuevamente mando a que azotaran al hombre y lo mando de regresó con Pilatos.
Esta vez, Amancio podía sentir en su espalda los azotes que le propinaban a ese hombre, no entendía por qué pero le importaba lo que sucediera con ese hombre que sabía que estaba siendo acusado injustamente.
Amancio se ocultó a llorar en un rincón cuando se enteró que el pueblo al que este hombre había ayudado, con los que había impartido enseñanzas de amor y paz, que los había alimentado; le pidieron a Pilato que fuera crucificado y que liberaran al tipo que quiso matarlo.
-Malditos judíos egoístas y estúpidos- decía Amancio en sus adentros, pero debía quedar al margen de todo, él es un héroe romano que solo debe cuidar los intereses del César en esas tierras conflictivas.
Él y sus soldados fueron los que llevaron este hombre a su cita con la muerte, en el camino, cada vez que el hombre caía por el peso de la cruz que llevaba consigo, Amancio también sufría, en silencio, lloraba sin razón aparente y, si alguno de sus soldados notaba algo él decía que estaba harto de esas misiones ridículas, haciéndose el duro. Cada minuto que ese hombre estaba en la cruz, el héroe romano sufría, sentía que era él quien estaba en ese lugar, esperando a morir lleno de dolor y sufrimiento.
Llegando a la hora novena, Amancio vio como este hombre fatigado y muy adolorido balbuceaba “Eli Eli Lama Sbactani*” y con mucho dolor, el hombre duro de Roma ordenó darle agua al condenado, pero sus soldados mórbidos, le dieron vinagre. Poco después el condenado volvió a hablar, “consumado es” entendió Amancio y después murió.
Por razones que nadie entendía, habían matado a un justo, y como si esto no fuera suficiente, los soldados fueron ordenados para velar la timaba del condenado, porque los sacerdotes que lo habían acusado no querían que robaran el cuerpo del hombre y lo convirtieran en una especia de símbolo o mártir.
Era ya la tercera noche cuyos soldados y Amancio estaban apostados alrededor de la tumba del hombre, todos estaban ya aburridos y se entretenían bebiendo o haciendo suertes y apuestas. Cuando la tierra empezó a estremecerse, casi todos los soldados salieron corriendo despavoridos, pidiendo ayuda a sus dioses, pero Amancio, no sé si por valiente o simplemente se congeló, se quedó inmóvil. Fue ahí donde presenció algo que le cambiaria la vida, con sus ojos que casi se salían de sus cuencas, pudo ver cómo se movía la piedra que tapaba la tumba de ese hombre, como salía una luz fulgurante, divina, de su interior. Al quedar destapada la tumba, vio salir como si nada, envuelto en luz al hombre que días antes había muerto en esa cruz.
Entonces comprendió que ese hombre no era simplemente bueno, él era realmente el hijo de Dios, de ese Dios todopoderoso que el menospreció, que él no creía, pero a pesar de ello podía verlo con sus ojos, que había vencido a la muerte. Algo que ningún de sus dioses había logrado. Este hombre lo vio, le dio una mirada llena de amor y paz, como diciéndole: “entiendo, no creías, pero ahora sí, yo soy y te quiero a ti conmigo”.
Cuando todo paso, no había nada, solo una armadura romana tirada en el lugar no estaba Amancio ni el hombre que salió de esa tumba. Después de un tiempo se supo que alguien estaba predicando la palabra de ese hombre en cercanías de Roma, y como todos sabemos a los seguidores de este hombre, fueron perseguidos por poner en riesgo es estatus quo de la civilización de esa época, como chivos expiatorios de todos los males que podían inventarse.
Amancio fue reportado y atrapado por un perseguidor muy famoso de los nuevos cristianos, un tal Paulo de Tarso. Fue entonces cuando Amancio fue culpado de los delitos y no fue ejecutado solo por su estado e héroe de batalla, en su lugar fue confinado de por vida a la pero cárcel construida por el imperio.
Amancio ahora desde la cárcel se dedica a hablar de aquel hombre que le cambio la vida, habla de cómo aun cuando tenía todo lo que podía querer, dinero, poder, gloria, mujeres, siempre su vida estaba vacía y como ahora a pesar de estar encerrado se sentía libre. Cambió la ida de muchos con su testimonio, sin muchas enseñanzas, pero con el amor de Dios por la humanidad, cambio almas relatando como aquel hombre no lo culpo por hacerle daño en su ejecución, más bien lo perdono y le dijo que todo debía ser así para que se cumpliera el plan hecho por Dios par la salvación de la humanidad.
Hoy en día, todos somos un poco como Amancio, somos hombres y mujeres que sin importar de dónde venimos, deseamos la felicidad y apostamos a ella con nuestro trabajo, esforzándonos siempre en tener lo que pensamos nos dará satisfacción. No es malo poseer cosas bonitas, pero cuando aún al tenerlas mantenemos un vacío en nuestra alma debemos preguntarnos que realmente puede llenar este.
Recordemos todos que, sin haber presenciado el más grande milagro en la historia del mundo, somos herederos de ese sacrificio, y por la sangre derramada en esa cruz, podemos llamarnos hijos de Dios.
Amancio*: Nombre romano que significa “el que ama a Dios”
Carcer Tullianum*: nombre de la cárcel romana “Cárcel Marmertina”
Decembris*: nombre para el mes de diciembre
Martis*: nombre para el mes de marzo
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