HACER FILOSOFIA

Este libro no nació solo de lecturas, preguntas o ideas. Nació, sobre todo, de los vínculos. De las personas que me sostuvieron, me escucharon y me enseñaron a mirar el mundo con ojos más abiertos.

A vos, mi amor, gracias por escucharme incluso cuando mis pensamientos se volvían laberintos. Por tu paciencia infinita, por tu compañía serena, por ser testigo y refugio en cada palabra que intentaba convertirse en verdad. Este libro también es tuyo, porque fue escrito entre tus silencios atentos y tus gestos que me devolvían calma.

A mi mamá, que sin saberlo me dio la primera clave de este viaje: el amor por el saber. Vos me enseñaste que aprender es una forma de amar la vida, de abrazarla con preguntas. Gracias por tu ejemplo, por tu dulzura tenaz, por sembrar en mí la semilla de la curiosidad.

A quienes me cruzaron con preguntas, con dudas, con historias. A quienes alguna vez me dijeron: “yo también me lo pregunto”, les dedico estas páginas. Porque filosofar no es otra cosa que animarse a sentir, a pensar y a no conformarse.

Gracias por estar.

Prólogo

«Una invitación a detenerse»

Filosofar no es un ejercicio reservado a sabios griegos ni a aulas universitarias. Filosofar es, en su forma más pura, animarse a pensar distinto. Es detener el curso automático de los días y preguntarse por qué sentimos lo que sentimos, por qué elegimos lo que elegimos, por qué repetimos lo que nos daña. Hacer filosofía es abrir una brecha en la rutina para que entre la luz.

En este mundo acelerado, donde las respuestas se buscan en tutoriales y se venden certezas en cápsulas, detenerse a pensar puede parecer inútil. Pero la filosofía es, precisamente, el arte de no conformarse con lo evidente. No es una acumulación de teorías muertas, sino una forma viva de resistencia. Como decía Sócrates, “una vida sin examen no merece ser vivida”. ¿Y cuántas vidas se gastan sin jamás ser cuestionadas?

Este manuscrito nace de esa necesidad profunda: invitar a quien lo lea a detenerse, a incomodarse, a atravesar el espejo y mirar más allá. Es un acto de libertad en sí mismo. Porque el que piensa, el que se pregunta, el que filosofa… empieza a ser libre.

1: Hablar sabiendo

Pensar antes de decir

Hay algo profundamente humano en preguntarnos por el sentido de la vida, del amor, del sufrimiento. No basta con vivir, queremos entender. La filosofía nace ahí: en la necesidad de hablar sabiendo. Pero ¿qué significa realmente «saber» cuando hablamos? ¿Y qué tiene que ver eso con hacer filosofía?

En una sociedad que premia la inmediatez, muchas veces confundimos información con sabiduría. Sabemos datos, opinamos con rapidez, compartimos frases sueltas en redes, y sin embargo, rara vez nos detenemos a pensar el porqué de lo que decimos. Hacer filosofía es justamente lo contrario: es la pausa, la duda, el silencio antes de emitir una afirmación. Es, como decía Sócrates, reconocer nuestra propia ignorancia como el primer paso hacia el conocimiento.

“Solo sé que no sé nada”. Esta frase atribuida a Sócrates no es una muestra de resignación, sino una invitación al pensamiento. En tiempos donde todos parecen saberlo todo, declarar la ignorancia es un acto de valentía. Porque implica estar dispuesto a mirar más allá de lo evidente, a desafiar certezas, incluso a contradecirnos.

Gabriel Rolón dice que «el saber que cura no es el que responde, sino el que pregunta» (Rolón, 2012). Hacer filosofía, entonces, no se trata de tener todas las respuestas, sino de animarse a las preguntas correctas. A esas que incomodan, que abren caminos, que nos cambian.

Desde Aristóteles hasta Nietzsche, la filosofía ha sido una herramienta para vivir mejor, no solo un campo académico. Aristóteles sostenía que todos los hombres desean por naturaleza saber (Aristóteles, Metafísica, Libro I). Ese deseo nos impulsa desde que nacemos: queremos entender el mundo, nuestro lugar en él, el porqué del amor, del miedo, del dolor, del deseo. Pero el saber filosófico no es funcional: no busca producir, sino comprender.

Filosofar es, también, un acto de libertad. Es elegir no repetir discursos heredados sin revisarlos. Es tener la valentía de pensar por uno mismo, incluso si eso nos deja solos o nos enfrenta con el entorno. Nietzsche lo sabía bien cuando escribió que “la convicción es un enemigo de la verdad más peligroso que la mentira” (Nietzsche, 2004, p. 50). Hacer filosofía es, en cierto modo, vivir incómodos, pero auténticos.

¿Y cómo se hace filosofía en la vida diaria? No hace falta encerrarse con libros en una torre de marfil. Basta con escuchar sin prejuicios, con preguntarse antes de responder, con no dar por sentadas las propias creencias. Cuando alguien nos cuenta un problema, cuando debatimos una idea, cuando nos cuestionamos si estamos viviendo la vida que queremos, ahí estamos filosofando.

Porque pensar con profundidad es un acto de amor a la verdad, al otro, a uno mismo y ese amor nos exige algo más que repetir frases hechas: nos pide compromiso con lo que decimos y con lo que callamos.

Hablar es, probablemente, uno de los actos más cotidianos que realizamos, pero no siempre es un acto consciente. En la vida diaria, decimos muchas cosas sin pensarlas, opinamos sin saber o afirmamos sin fundamento, sin embargo, la filosofía, desde sus inicios, nos invita a detenernos antes de hablar, a preguntarnos si estamos en lo cierto.

Cuando Sócrates se enfrentaba a sus conciudadanos, no lo hacía para humillarlos, sino para despertarles esa inquietud: ¿sabemos de lo que hablamos o simplemente repetimos lo que otros dicen? Sócrates no buscaba dar respuestas, sino enseñar a preguntar y eso sigue siendo profundamente necesario en nuestra época, donde la velocidad de la opinión suele ganarle a la profundidad del pensamiento. Lo que intento decir es que para filosofar diariamente es fundamental saber qué preguntas hacernos a nosotros mismos.

Recuerdo una discusión que tuve en una reunión de amigos. Hablábamos sobre educación, sobre lo que deberían enseñar en las escuelas. Yo opinaba con vehemencia, como si fuera una experta cuando en realidad solo era una apasionada por la educación. En cierto punto me sentí un poco insegura de mis respuestas porque no tenía fuentes realmente confiables, sostenía los comentarios que escuchaba en mis entornos. Me sentí expuesta, no porque no tuviera una opinión, sino porque me di cuenta de que hablaba desde el prejuicio, no desde el conocimiento. Entonces entendí que no siempre hay que callar para ser sabia, pero sí hay que pensar antes de hablar.

Platón entendía que el conocimiento debía ir acompañado de la virtud. No alcanza con saber mucho, hay que saber cuándo y cómo decirlo. Porque las palabras, como los actos, tienen consecuencias. Una palabra mal dicha puede herir, manipular, cerrar caminos. Una palabra bien pensada, en cambio, puede abrir un mundo.

Algunos autores han hablado de esto como cuando escuchamos:

> “Solo sé que no sé nada.”

— Sócrates (atribuido por Platón, Apología)

Esta frase no es una declaración de ignorancia pasiva, sino una actitud de apertura y humildad. Hablar sabiendo implica, paradójicamente, aceptar lo que no sabemos.

> “La filosofía comienza en el asombro.”

— Platón, Teeteto

El asombro es el primer paso para no hablar desde la costumbre. Nos permite mirar las cosas como si fuera la primera vez, cuestionarlas, desarmarlas y volver a pensarlas.

> “El sabio no dice todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice.”

— Aristóteles (atribuido)

Este equilibrio es esencial: pensar antes de hablar no es reprimir la palabra, sino dignificarla.

Durante años pensé que tener una opinión fuerte era signo de inteligencia. Con el tiempo entendí que la verdadera sabiduría no está en imponer ideas, sino en saber cuándo callar, cuándo preguntar, y cuándo decir con respeto algo que uno realmente ha pensado. En mi profesión, en mis vínculos, incluso conmigo misma, aprendí que el silencio también puede ser una forma de pensar en voz alta.

Hablar sabiendo es un acto de amor al otro, porque no lo invadimos con lo primero que se nos cruza. Al lenguaje, porque lo cuidamos. A la verdad, porque no nos conformamos con repetir, sino que buscamos comprender.

Filosofar, entonces, es también aprender a hablar de otro modo. No con superioridad, sino con profundidad. No con certezas, sino con preguntas. Porque el verdadero pensamiento no nace de tener razón, sino de buscar sentido.

Platón. (1992). Diálogos: Apología de Sócrates, Fedón, Critón (L. Gil, Trad.). Editorial Gredos. (Obra original escrita c. 399 a. C.)
Platón. (1994). Teeteto (F. García Yagüe, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original escrita c. 369 a. C.)
Aristóteles. (2008). Ética a Nicómaco (M. A. González, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original escrita c. 350 a. C.)

2: El amor

Un fuego que da vida, y a veces, quema

Hablar del amor es tan antiguo como la filosofía misma. Lo hacemos desde siempre, en canciones, en poemas, en discusiones con amigos. Pero, ¿cuánto pensamos el amor? ¿Cuánto lo analizamos sin edulcorarlo ni demonizarlo? La filosofía puede ser incómoda, pero también liberadora, porque no nos dice qué sentir, sino que nos invita a entender cómo sentimos.

Amar no es solo querer, sino exponerse. Cuando amamos nos hacemos vulnerables, confiamos, entregamos partes de nosotros mismos con la esperanza de que sean bien recibidas. Platón, en El Banquete, describe el amor como la búsqueda de la otra mitad, como ese impulso que nos lleva a completarnos en el otro. Pero también señala que el amor nos mueve porque nos falta algo. Amamos desde el deseo, desde la carencia.

Schopenhauer, por su parte, nos baja del idealismo platónico: para él, el amor es una ilusión necesaria, una estratagema de la voluntad de vivir para perpetuar la especie. Detrás de los grandes gestos románticos, dice, hay un impulso biológico inconsciente. ¿Es cruel pensarlo así? Tal vez. Pero también es una forma de desmontar la idealización y observar el amor en sus aspectos más crudos, más humanos.

Y sin embargo, no dejamos de amar. Porque amar, incluso con miedo, sigue siendo la mejor apuesta. Como dijo Gabriel Rolón, “el amor no nos salva del dolor, pero sin amor todo dolor es más insoportable” (Rolón, 2012). Esa frase resume el nudo central: el amor no es garantía de felicidad, pero sin él, la vida se vuelve árida.

> “Cada uno de nosotros es mitad de un ser humano completo y está siempre buscando su otra mitad.”

— Platón, El Banquete

El amor nace de la sensación de falta. Amamos porque deseamos, y deseamos porque nos sentimos incompletos. El riesgo es creer que el otro viene a completarnos en lugar de acompañarnos.

> “El amor es una ilusión creada por la voluntad para asegurar la reproducción.”

— Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación

Una visión dura, pero necesaria. Schopenhauer nos empuja a ver que el amor no siempre es noble o espiritual. A veces es deseo, impulso, necesidad.

> “El amor no nos salva del dolor, pero sin amor todo dolor es más insoportable.”

— Gabriel Rolón, Encuentros (el lado B del amor)

Una frase que baja el amor a la tierra: no como redención, sino como compañía. Amar no es no sufrir, es tener con quién sufrir.

Amé con miedo, con entusiasmo, con furia. Amé desde la ilusión y desde la decepción. Y en todos los casos, el amor me enseñó algo. Me vi reflejada en mis vínculos, comprendí mis límites y mis deseos. También sufrí. Y es en ese sufrimiento donde entendí que el amor no siempre se trata de finales felices, sino de procesos reales. A veces, amar es saber soltar. Otras, es quedarse a pesar del temor. Pero siempre, amar es elegir con el corazón, incluso cuando duele.

El amor es un riesgo necesario. Una apuesta ciega, pero vital. Es la forma más bella de exponernos al dolor y, al mismo tiempo, a la posibilidad de ser cuidados. No existe el amor sin miedo, sin dudas, sin contradicciones. Pero tampoco existe sin belleza, sin ternura, sin deseo de permanencia.

Filosofar sobre el amor no es encerrarlo en definiciones, sino aprender a habitarlo con conciencia. Saber que amar no es poseer, ni controlar, ni salvar al otro. Amar, desde la filosofía, es abrirse al misterio de lo que no se puede dominar. Es aprender a perder, a ceder, a crecer, es finalmente, la forma más humana de hacernos presentes en la vida del otro.

Platón. (2002). El Banquete (M. Valdés, Trad.). Editorial Gredos. (Obra original escrita c. 385–370 a. C.)
Schopenhauer, A. (2014). El mundo como voluntad y representación (P. Meneses, Trad.). Alianza Editorial. (Obra 
original publicada en 1819)
Rolón, G. (2012). Encuentros (el lado B del amor). Editorial Planeta.

3: El miedo

Esa voz que tiembla antes de hablar

Tan presente como el amor. Nos visita en la noche, en la toma de decisiones, en los cambios importantes y en los más pequeños. Lo sentimos cuando estamos por decir una verdad, cuando nos enfrentamos a lo desconocido, cuando tememos perder a quien amamos o incluso a nosotros mismos. En apariencia, el miedo nos debilita, pero en realidad nos revela: muestra con precisión quirúrgica aquello que más valoramos.

Sócrates, antes de beber la cicuta, no temía morir porque, para él, la vida sin examen no valía la pena ser vivida. Ese tipo de valentía no es ausencia de miedo, sino su transformación. El sabio no deja de sentir miedo, pero ha aprendido a caminar con él, sin permitir que lo domine.

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, distingue entre valentía y temeridad. Ser valiente no es no tener miedo, sino actuar con prudencia pese a él. El cobarde se paraliza, el temerario se lanza sin pensar. El justo medio —la valentía— es virtud, porque no niega el miedo, lo integra.

Schopenhauer, por su parte, nos recuerda que el sufrimiento es inherente a la existencia. El miedo, entonces, no es anomalía sino compañía. Lo importante es no permitir que se convierta en tirano. Cuando el miedo se vuelve patrón, deja de ser advertencia y se transforma en cárcel.

Vivimos en una época que valora la seguridad por encima de todo. Queremos certezas, garantías, planes. Pero la vida, como la filosofía, es una aventura. Y todo lo que vale la pena —amar, elegir, cambiar— requiere atravesar miedos. La pregunta no es si tenemos miedo, sino qué hacemos con él.

> “Una vida sin examen no merece ser vivida.”

— Sócrates (según Platón, Apología)

Esta frase que mencioné en un principio, encierra una de las formas más altas de coraje: enfrentarse al miedo de conocerse, de pensarse, de cuestionar lo que uno es y lo que se ha vuelto. Temer vivir sin conciencia es una forma sabia de miedo.

> “El valiente es aquel que teme lo que debe temerse, pero lo enfrenta con razón.”

— Aristóteles, Ética a Nicómaco

Aquí se aclara que el miedo no es debilidad. La virtud radica en regularlo. No todo miedo es cobarde. Hay miedos que nos protegen y otros que nos paralizan. Saber distinguirlos es una muestra de sabiduría.

> “Toda vida humana está atravesada por el sufrimiento. El miedo es su anticipo.”

— Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación

Schopenhauer ve al miedo como una consecuencia directa de nuestra voluntad de vivir. El miedo nos anticipa el dolor, pero también nos hace reflexionar sobre lo que deseamos conservar.

Durante años temí fracasar. El miedo me hacía dudar de mí, postergar decisiones, mantenerme en zonas seguras aunque estériles. Hasta que un día, enfrenté mi temor más profundo: dejar de vivir según lo que otros esperaban de mí. Fue entonces cuando supe que el miedo no desaparece, pero sí puede correrse de lugar. No lo eliminé, lo llevé conmigo. Y eso fue suficiente para avanzar.

El miedo no es enemigo del pensamiento, sino su catalizador. Nos obliga a detenernos, a sentir el abismo, a pensarnos con más cuidado. Pero también nos desafía. Porque vivir con miedo es inevitable, pero vivir paralizados por él es una elección.

Filosofar es también aprender a dialogar con los miedos: no para callarlos, sino para escucharlos con juicio. Es entender que tener miedo es humano, pero no pensar por miedo es renunciar a la libertad.

Y si algo enseña la filosofía es que la libertad siempre vale más que la seguridad.

Platón. (1992). Diálogos: Apología de Sócrates, Fedón, Critón (L. Gil, Trad.). Editorial Gredos. (Obra original escrita c. 399 a. C.)
Aristóteles. (2008). Ética a Nicómaco (M. A. González, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original escrita c. 350 a. C.)
Schopenhauer, A. (2014). El mundo como voluntad y representación (P. Meneses, Trad.). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1819)

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