Era un día como cualquier otro, de esos en los que el sol se cuela entre las ramas de los árboles y el aire fresco invita a salir al campo. José y Laura, una pareja cuya complicidad era palpable en cada gesto, disfrutaban de un apacible picnic. José, un hombre romántico por naturaleza, siempre sorprendía a Laura con detalles como rosas frescas y gestos cariñosos. Ella, a su vez, respondía con una encantadora reciprocidad. Entre risas y charlas sin rumbo fijo, compartían su tiempo como si fuera lo más valioso del mundo.
El dialogo fluye dentro de ellos en ese parque que siempre se ven cuando quieren pasar el rato juntos, los dos tenían planes diferentes, por su parte, José tenía preparado un regalo de un collar que en algunas ocasiones mencionó que le gustaba, tal vez como comentario pero en ese momento él la quería complacer. Por otro lado, ella tenía planes completamente diferentes.
-Sabes, necesito tiempo para encontrarme -dijo Laura, rompiendo el silencio que había envuelto el ambiente-. He vivido muchos años felices contigo, José, y sé que cualquier otra mujer estaría encantada de tenerte a su lado. Pero nuestra relación ya no puede seguir así.
-¿Estás, estás bromeando? ¿Hice algo? Es porque nos hemos visto menos estos últimos días o ¿hay alguien más? Pero estábamos felices, yo…
Se notaba el nerviosismo creciente de José, alguna vez, hace un par de años pensó en cómo reaccionaría a este momento, pero ahora ya había pasado mucho tiempo.
-No es nada de eso, solo me he sentido sola y desamparada estos últimos días, he hablado con amigos y familia y me siento más acompañada con ellos que contigo, las cosas no iban tan bien entre nosotros, se mantenían algo tensas, estábamos alejados. Solo quisiera hacer más cosas que contigo no podría. Solo espero que lo entiendas.
Después de uno segundos de silencio penetrando, donde parecía que todo el parque se puso de acuerdo para crear ese ambiente, José se levanta y le da la espalda, su voz se hace un poco más gruesa, mucho más formal de lo que normalmente se escuchaba.
-Te escuchas muy decidida. Sabes, Te amo y yo hubiera querido quedarme contigo toda la vida, ninguna mujer me interesa más que tú. ¿Dime Laura estás segura de tu decisión?
-Yo también pensaba que Te amaba, pero creo que es lo mejor para nosotros.
– Está bien, tal como te respeto a ti, respeto tu decisión…
Mientras dice eso se guarda el collar que alguna vez le quiso regalar al amor de su vida, con el collar que pensaba hacer una promesa de vivir juntos el resto de sus
días, característico de un romántico como José, pero al mismo tiempo de alguien tan susceptible. Sus dientes se presionan entre ellos para seguir conservando la postura y menciona:
-Tú más que nadie sabe lo que es mejor para ti y si no estoy en esos planes está bien, te deseo lo mejor y rezaré por tu felicidad.
Ella se sorprende al escuchar sus palabras, jamás esperó escuchar unas palabra tan madura viniendo de él, aun así la decisión ya estaba tomada. Una sonrisa de satisfacción se formó en ella mientras menciona:
-Qué maduro eres, me alegra que terminemos esto en buenos términos. Sabes que cualquier cosa aún puedes contar conmigo. Adiós.
José se quedó sentado, inmóvil como una estatua, viendo cómo las gotas de lluvia comenzaban a caer del cielo oscuro. La comida que había preparado yacía olvidada a su lado, mientras su corazón se desgarraba en mil pedazos. La noche avanzaba, pero él permanecía estático, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento de dolor. Y cuando la primera lágrima escapó de sus ojos, supo que su mundo se había desmoronado por completo.
…
La cafetería «Lawrence’s Coffee» se erguía majestuosa en una esquina bulliciosa, su fachada de ladrillos rojos contrastaba con la suavidad del verde de los árboles que rodeaban su entrada. Al cruzar el umbral, el aroma embriagador del café recién molido envolvía a los visitantes en un abrazo cálido y acogedor.
El interior era espacioso y luminoso, inundado por la luz natural que se filtraba a través de los amplios ventanales. Grandes mesas de madera maciza ocupaban el centro del local, rodeadas de sillas cómodas donde los clientes se acomodaban para disfrutar de su café o conversar animadamente.
Los techos altos añadían una sensación de amplitud al ambiente, mientras que las enredaderas que trepaban por las paredes aportaban un toque de frescura y naturalidad. Pequeñas macetas colgaban del techo, albergando una variedad de plantas verdes que creaban una atmósfera relajante y rejuvenecedora.
En una esquina estratégica, un rincón más íntimo y apartado que le llamaban el rincón de los enamorados ofrecía un refugio tranquilo para aquellos que buscaban un momento de paz en medio del bullicio urbano. Una fuente de agua burbujeante añadía un toque de serenidad al ambiente, mientras que los rayos de sol se filtraban entre las hojas de los árboles cercanos, proyectando sombras danzantes sobre las mesas y el suelo pulido.
Al día siguiente de la tragedia de José el bullicio habitual de «Lawrence’s Coffee» era aún más intenso de lo normal. Una larga fila de clientes se extendía hasta la entrada, una vista poco común a esa hora del día. En la caja de recepción, Banesa,
una de las baristas se esforzaba por atender a todos los clientes, preparando bebidas con una destreza admirable mientras intentaba mantener la compostura frente al caos.
Lawrence, el gerente de la tienda, observaba la escena con ceño fruncido y clara molestia. Su temple sereno se veía desafiado por la situación inusual.
¿Por qué estás tú sola atendiendo? ¿Dónde está José? -inquirió, su voz cargada de frustración.
Lo siento, Lawrence. José está actuando de manera extraña hoy -respondió Banesa, con una mirada preocupada mientras señala hacía donde se encontraba este.
En una esquina de la cafetería, José se encontraba perdido en sus pensamientos, sirviendo café de manera mecánica en una taza que había rebalsado hace tiempo. Su aspecto desaliñado con una barba exageradamente grande, cómicamente imposible para su edad y complexión y su mirada perdida revelaban un hombre sumido en sus propios conflictos internos.
Lawrence ahora preocupado al ver la escena pregunta.
-Maldita sea, tiene el corazón roto. Creo que estamos en problemas. Dime, ¿les ha hecho café a algunas personas?
Sí, a esas -respondió Banesa, señalando a una montaña de clientes llorando en la esquina.
Diablos, eso es una mala señal. Recuerda que el café viene del corazón, de la esencia del barista. Y cada vez que hace café, se lleva un poco de esa esencia. Y si el que prepara el café está en ese estado anímico, así estarán las personas que lo beban. Solo observa.
Los clientes que estaban llorando en sus sillas ahora estaban gritando de dolor, pero de manera más exagerada. Algunos se revolvían en el suelo, dramatizando su sufrimiento.
Lawrence decidió tomar las riendas de la situación.
-Vaya, primero tenemos que quitar esta fila de clientes -declaró, concentrándose con una mirada intensa y adoptando una postura propia de un arte ninja-.
-¡Arte Ninja Barista!
Con un movimiento rápido y casi invisible para los demás, Lawrence actuó. Todos los clientes terminaron con una taza de café en la mano, pero tan rápido que ni siquiera se dieron cuenta de lo que había sucedido. De repente, todos los clientes felices comenzaron a salir de la tienda, dejándola vacía.
-¡Woow! -exclamó Banesa, asombrada-. ¿En dónde aprendiste eso?
-En tutoriales de Internet -respondió Lawrence con una sonrisa socarrona.
Lawrence y José están sentados en el rincón de los enamorados que también lo utilizaban como sala de regaños. Lawrence termina de hacerle una preparación de té de manzanilla y con gesto serio, se dirige a José:
-Verás, José, como te has podido percatar, tu rendimiento esta última semana ha estado un poco decadente. No haces limpieza, vienes tarde, las recetas no salen como deberían. Incluso, ¿se te quemó el agua? ¿Cómo es posible eso? Y encima, esa barba, ¿es real?
José, con la mirada perdida en el horizonte, responde:
-Sabes, Lawrence, a veces veo el camino que ella recorría cada vez que venía a verme, con la pequeña esperanza de que ella reconsidere lo que me dijo. Tal vez solo estaba confundida. -Sus ojos se empiezan a llenar de lágrimas-. ¿Qué hice de malo? ¿De verdad era un mal novio?
Lawrence suspira, quitándose los lentes y dejando de lado el té se sienta a su lado:
-Sabíamos lo mucho que la amabas, José. Es un dolor indescriptible y la sensación de culpabilidad a veces es inevitable. Créeme, será duro todo este proceso. Pero dale tiempo para sanar, mantén tu mente ocupada y pasa este trago amargo. ¿Te parece si te damos el cargo de limpieza para que no pierdas tus días de trabajo y tampoco te veas obligado a sonreírles a los clientes?
-Gracias, Lawrence. ¿También tengo que lavar el baño?
-También el baño.
-Bueno, creo que será lo mejor.
En todo este momento José no dejaba de ver el horizonte, este escucha a Lawrence más cerca de su oído con una voz que cada vez se agrava hasta llegar a su final.
-Tranquilo, esto lo procesarás solo, pero lo vivirás con tu familia y amigos. Pero cuando estés en lo más solitario de tu ser, ahí tendrás la verdadera batalla. No tienes más opción que ganar.
-¿A qué te refieres Lawrence?
José, confundido, preguntó, pero cuando voltea a su alrededor no encuentra nadie.
-¿Lawrence? ¿Desapareció? ¿Acaso fue mi imaginación?
-No lo fue, ponte a barrer -responde Lawrence desde la otra esquina de la habitación, con una sonrisa irónica.
La tarde se desliza lentamente en la cafetería, como si el tiempo se hubiera estirado en una rutina monótona. José barre con desgano, cada movimiento de la escoba parece arrastrar consigo un peso invisible que solo él puede sentir. Una pequeña hoja de árbol yace en el suelo, fuera de lugar, de un tipo de árbol que ni siquiera tenían cerca, una hoja de árbol similar a la que lo acompañó aquel día de su tragedia.
Justo en ese momento, irrumpe en escena Mynor, con su característica sonrisa pícara y su energía desbordante. Su presencia es como un rayo de sol en una tarde gris, aunque un tanto excéntrico y con un aire de confianza que roza lo arrogante.
-¿Qué pasa, manín? ¿Por qué esa cara de funeral? -pregunta Mynor, con un tono de voz que denota genuina preocupación, a pesar de su aparente ligereza.
José levanta la mirada, un destello de tristeza fugaz cruza por sus ojos antes de responder:
-Nada, Mynor. Solo terminé una relación larga y estoy tratando de procesarlo.
Mynor parece sorprendido, pero no por mucho tiempo. Rápidamente cambia su expresión a una de entusiasmo desbordante.
-¡Eso es genial, amigo! Ahora tienes la libertad de conquistar el mundo, sin ataduras.
Exclama Mynor, como si acabara de descubrir un tesoro escondido-. ¡Y vaya que tienes potencial! Solo necesitas un cambio de actitud y un poco de diversión.
José arquea una ceja, intrigado por las palabras de su amigo.
-¿A qué te refieres con un cambio de actitud? -pregunta, con cierta cautela en su voz.
Mynor le da una palmada en el hombro con jovialidad.
-¡Simple, amigo! Deja de preocuparte tanto y sal a disfrutar. Hoy en la noche te llevaré a un lugar que te hará olvidar todas tus penas.
José asiente, resignado pero curioso por ver a dónde lo llevará su excéntrico amigo.
-Está bien, Mynor. Me dejo llevar por tu locura esta vez.
Mynor asiente con la cabeza mientras se retira y observa algo inusual en el suelo, hace una expresión de curiosidad mientras dice:
-Que hace una hoja de árbol aquí, ni siquiera tenemos ese tipo de árbol por aquí.
-¡Verdad! –Menciona José con cierto reclamo.
…
La noche los envuelve en un antro vibrante y colorido, donde la música rebota en las paredes cual trampolín y el aire se carga de electricidad vibrante y juvenil. Al entrar, son recibidos por una explosión de luces neón que parpadean al ritmo de la música, creando un ambiente enérgico y frenético. La pista de baile está abarrotada de gente que se mueve al compás de la música, dejándose llevar por el ritmo y la emoción del momento.
El bullicio del lugar es ensordecedor, con risas, gritos de emoción y el constante murmullo de conversaciones animadas, que eran más gritos que conversación. En un rincón, un grupo de personas se divierte con bebidas en mano, brindando y riendo sin parar. Dos chicas se besan apasionadamente bajo la lluvia de cerveza, mientras los espectadores vitorean y aplauden.
En medio de todo este caos festivo, se encuentran Mynor y José, destacando entre la multitud con su energía contrastante. Mynor, radiante y emocionado, observa con fascinación el espectáculo que se desarrolla frente a sus ojos, mientras José, con una expresión estoica, parece sentirse un tanto fuera de lugar en medio de tanta algarabía.
-¡Anímate, José! ¡Esta noche promete ser épica! -exclama Mynor, contagiado por la emoción del momento.
-No sé, Mynor. Esto tal vez no es para mí -responde José, con un tono de desinterés evidente en su voz.
Mynor, sin perder su entusiasmo, se aproxima a una hermosa chica que pasa cerca de ellos, con la intención de entablar una conversación, haciendo el clásico gesto de tirar de las puntas del cuello de su chaqueta. Sin embargo, su intento de ligar es recibido con un gesto de desdén por parte de la chica, que lo ignora por completo.
-Así se ponen las chicas, solo es cuestión de ser persistente, mientras menos demuestran que quieren más quieren. -comenta Mynor con una sonrisa, aunque su ego parece haber recibido un golpe.
José, observando la escena con cierto escepticismo, responde con sarcasmo:
-Se nota que las traes locas, Mynor.
Justo en ese momento, una chica se acerca a José y comienza a coquetearle, invitándolo a bailar. José, algo indeciso, se ve empujado por Mynor, que lo anima a aceptar la invitación con entusiasmo.
-¡Claro que sí quiere! exclama Mynor, empujando a José hacia la pista de baile con una sonrisa traviesa.
Los dos van a la pista de baile que parecía tener un ambiente agradable, pero como si fuera una jugarreta del destino la música se vuelve lenta y suave. La chica lo toma suavemente de la cintura y lo acera hacía ella. José está perdido en su mundo recordando todas las veces que bailaron con la misma canción en la sala de su casa, una visión que parecía tan vivida como el momento presente.
-«¿Estás bien?» -La chica le pregunta, tratando de romper su ensimismamiento. Él asiente, tratando de forjar una sonrisa, pero sus pensamientos están lejos de la música y las luces parpadeantes. Una visión se cierne sobre él, un corazón destrozado en medio del desierto, y una sensación de dolor que se niega a desaparecer, con un dolor de cabeza que rozaba la migraña.
-«Entiendo, estás distraído, tranquilo, ahora estás conmigo «, la chica dice, tratando de reconectarlo con el presente. Sus ojos se encuentran, y por un instante, la chispa de vida vuelve a los ojos de José. Él le devuelve la sonrisa, intentando sumergirse en el momento presente mientras bailan juntos.
Por otro lado a Mynor se le acerca un chico, muy fuerte y musculoso, de una estatura envidiable y con una voz grave y coqueta. Este le sonríe y le dice:
“Hola Guapo, quieres Bailar”.
Mynor se le queda viendo y le hace una cara de desagrado y desdén.
“Me gusta cuando se ponen agresivos”. -Dice el joven musculoso con una sonrisa.
José y la chica estaban bailando alegremente cuando, de repente, ella lo jala hacia una habitación. José se deja llevar por el momento, emocionado por lo que podría suceder. Ella cierra la puerta con llave y comienza a desvestirse apasionadamente, pero José se detiene antes de que las cosas avancen demasiado.
«Tal vez no sea un buen momento», murmura José, rompiendo el hechizo del momento.
La chica se detiene y lo mira con curiosidad. -«Cariño, tienes el corazón roto… ¿Qué pasó?» Ella se viste de nuevo y comienzan a hablar, compartiendo risas y confidencias en la tranquilidad de la habitación. La atmósfera íntima se transforma en una conversación sincera y amena.
Después de un rato, la chica se levanta con una sonrisa triste.
-«Ya me tengo que ir», dice. «Pero sabes, eres una persona increíble y un chico muy lindo. Estoy segura de que la chica se perdió un gran partido contigo. Seguro encontrarás a alguien pronto».
José, sintiendo un atisbo de desesperación, le pregunta si quiere quedar otro día. Pero la chica, con una mezcla de sinceridad y determinación, responde: «Creo que lo mejor para los dos será que no lo hagamos. Pero te deseo suerte en todo»
La soledad envuelve a José mientras se recuesta en la cama, las sombras de la habitación parecen más densas, como si quisieran ahogarlo en su desesperación. El silencio absoluto se cierne sobre él, roto por el suave murmullo de un piano distante y un sonido blanco, una melodía que evoca recuerdos dolorosos. Abraza la almohada con fuerza, como si pudiera encontrar consuelo en su suavidad, pero solo logra sentir un vacío abrumador en su pecho. Una lágrima se desliza por su mejilla, una gota solitaria que simboliza la tristeza que lo consume desde adentro.
Finalmente, el cansancio y la desesperación lo arrastran hacia el reino de Morfeo, donde las fronteras entre la realidad y la fantasía se desdibujan. En su sueño, ella aparece de repente, como un ángel resplandeciente en la penumbra de su mente. El roce de sus labios contra los suyos es tan real que siente la calidez de su aliento, el suave roce de su piel. Por un instante, el mundo parece detenerse a su alrededor, y José se aferra a ese momento como un náufrago a la esperanza. Es solo por un segundo, pero en ese breve lapso de tiempo, siente la esperanza renacer en su corazón, la posibilidad de volver a verla, que todo vuelva a ser como antes, aunque sea en un sueño. Sin embargo, al despertar, la cruel realidad vuelve a golpearlo con fuerza, recordándole que ella ya no está aquí, que se ha ido. La tristeza de su ser sale en un suspiro leve que revela ese vacío en el cual está.
Por detrás José una silueta se asoma y le menciona:
-Vaya, ya despertaste. –Menciona Mynor con una voz que muestra como un peso se liberara de él.
José se levanta y pregunta cómo es que llegó a su cuarto si estaban en el bar de la noche anterior. Un hombre alto y musculoso hace acto de presencia, era el que saludó a Mynor la noche anterior y con una voz suave pero grave, habla:
-Cariño, estabas dormido en la habitación del bar pero no te lográbamos despertábamos para nada, pensábamos que estabas ebrio. ¿Cuántos días llevas sin dormir?
-Creo que tres días. Cada que duermo veo su rostro. Por cierto, quien eres. Pregunta José con genuina curiosidad.
-Un amigo. -Menciona Mynor rápidamente como queriendo que no se hagan tantas preguntas.
-Me llamo Max, un gusto conocerte José. Ten te preparé algo de comer para ti. Sabes, es normal no tener mucha hambre o sueño pero debes de cuidar tu cuerpo para que pueda afrontar esto de una mejor manera.
José agradece mientras recibe la comida y no suelta la vista de la comida intentando comer solo por no quedar mal con sus amigos.
Mynor lo nota, pero lastimosamente el tiempo ni el trabajo perdonan, este menciona:
-José dentro de un par de horas entramos a trabajar, Max te puede pasar a traer si no tienes ánimos de manejar, además me puedes llamar si necesitas algo.
Los dos proceden a retirarse dejando a José en su habitación, José no voltea a ver, simplemente sigue en lo suyo. Mientras se escucha al fondo a Mynor y a Max interactuar.
-Quien va a ir adelante… del auto, travieso. -Dice Max con su acento coqueto.
José solo sonríe levemente entendiendo la broma de Max mientras sigue comiendo. Y dice:
-Gracias.
…
El gimnasio era un espacio vasto y luminoso, lleno de máquinas relucientes y pesas brillantes que reflejaban la determinación de aquellos que se esforzaban en alcanzar sus metas físicas. El sonido constante de las pesas chocando y las máquinas en movimiento creaba una sinfonía de esfuerzo y dedicación. El ambiente estaba impregnado de una energía contagiosa, una mezcla de sudor y motivación que flotaba en el aire.
En medio de este entorno, se encontraba Gerardo, un joven musculoso y compañero y amigo barista de José, lleno de vitalidad que irradiaba confianza y seguridad en sí mismo. Sus músculos tensos y su rostro lleno de determinación reflejaban su dedicación al culto del cuerpo, y su sonrisa contagiosa iluminaba la habitación entera. Era el tipo de persona que siempre estaba listo para levantar el ánimo de los demás y llevarlos hacia adelante, incluso en los momentos más oscuros.
-Verás amigo mío, lo que estás sintiendo es muy normal, pero como hombres no podemos darnos el lujo de llorar, tal vez en la soledad de nuestra habitación, pero más allá créemelo, nadie quiere vernos así, no les interesa y hasta les incomoda. Por eso convierte toda esa tristeza en fuerza y energía. Has que la tristeza se vaya a los músculos y ponte fortachón.
Se pusieron a hacer varios ejercicios, José se dio cuenta de que algunos eran un poco ridículos, pero al final se sentía bastante bien hacer algo nuevo, mientras hacía ejercicio, las voces en su cabeza atenuaban un poco.
Estaba haciendo press de banca, el ejercicio clásico que siempre le había interesado. Comenzó levemente, con la meta de hacer once repeticiones. Gerardo lo apoyaba, y poco a poco José se acercaba a su objetivo. Aunque en un momento sintió que no podía más, Gerardo lo motivó para seguir adelante. José empezó a emocionarse y continuó, justo cuando estaba por la décima repetición sintió que ya no podía más, pero la inspiración de José motivó a todos a su alrededor, quienes lo apoyaron con gritos al unísono. José logró hacer las once repeticiones, y con deseos de superar sus límites, intentó una repetición adicional. Todos se quedaron en silencio mientras José completaba el último esfuerzo, y cuando lo logró, estallaron en gritos de victoria.
Al finalizar la press de banca, José estaba a punto de flaquear, pero Gerardo lo detuvo y le dijo:
-«Lo hiciste bien hoy, amigo. Ahora, vamos a la ducha». -José se sonroja y dice:
-Verás sé que estoy soltero pero en realidad no quisiera formar nada con nadie. Eres un buen amigo y te quie…
-Detente, las duchas son personales. -Dice Gerardo viendo a donde quería llegar José.
José se sumergía bajo la ducha caliente, donde el sonido de las gotas repiqueteando contra el suelo evocaba la lluvia que alguna vez compartió con Laura. Recordaba cómo se empapaban juntos, desafiando el frío con besos apasionados que se desvanecían con cada despedida. José se perdía en la imagen de Laura, hermosa bajo el manto de agua que los envolvía.
José apaga el agua de la ducha y, al girarse, divisa una silueta a través del vidrio traslúcido. Una figura fantasmal parece intentar abrir la puerta, sobrenatural y acechante. Con un grito de «Ocupado», José trata de ahuyentar al intruso, pero la silueta persiste. José abre la puerta con cautela, solo para encontrar el pasillo vacío. Decidido a investigar, se aventura afuera, solo para ser emboscado por una figura enmascarada que emerge de las sombras de las duchas, detrás de él.
El susto hace que José resbale, clamando por la ayuda de Gerardo. Rápido como un rayo, Gerardo acude en su auxilio, seguido por sus nuevos compañeros de gimnasio. José relata el ataque, pero al revisar las duchas, la figura ha desaparecido sin dejar rastro. Gerardo, con su característico humor, bromea sobre la audacia de atacar un lugar lleno de hombres musculosos.
…
En la quietud de la noche, José encuentra consuelo en la música, con lágrimas empañando el papel donde sus letras toman forma. Sus dedos acarician las cuerdas de la guitarra, buscando la melodía que alivie su alma herida. Sin embargo, el eco de sus notas se ve interrumpido por un sonido inquietante que rompe la paz de su hogar.
José se levanta de su asiento y avanza con precaución hacia la fuente del ruido, encontrando a un intruso devorando vorazmente su comida. Con una calma sobrenatural, la figura se vuelve hacia José, una máscara ahora adornando su cabeza mientras le acusa con una voz gutural.
-Es tu culpa
Un cuchillo vuela peligrosamente cerca de su cabeza, un gesto amenazante que congela a José en su lugar. Con el corazón latiendo muy rápido, José cierra la puerta de la cocina, mientras la cerradura retumba bajo los golpes desesperados del intruso. El pánico se apodera de él mientras busca ayuda, sus dedos temblorosos le son inútiles para llamar a alguien por el celular. La puerta se tambalea bajo los repetidos embates, y José corre por la casa en busca de una salida.
La oscuridad del pasillo parece cobrar vida mientras José se enfrenta a la presencia amenazante de la entidad enmascarada, ahora empuñando un machete que destila peligro en cada centímetro. El miedo se apodera de José, su corazón golpea con fuerza en su pecho mientras lucha por mantener la compostura frente a esta terrorífica realidad.
Con movimientos torpes y desesperados, José corre en busca de una salida, pero sus pies se enredan y cae al suelo, vulnerando su posición ante la oscura figura que lo acecha. El aliento agitado, José siente el peso de la entidad sobre él, el frío filo del machete amenazando su vida con cada respiración entrecortada, roza su mejilla y comienza a sangrar en un corte limpio pero leve.
Una voz conocida rompe el silencio cargado de tensión, y José levanta la mirada con esperanza, encontrando a Banesa, su compañera barista, mirándolo con preocupación. Con un grito de advertencia, José le insta a correr, a escapar del peligro inminente que se cierne sobre ellos.
Banesa, desconcertada, escudriña el pasillo en busca de la amenaza invisible, su expresión reflejando la seriedad del momento. Sin embargo, para sorpresa de José, la figura ominosa desaparece, dejando solo un cuchillo abandonado en el suelo como testigo silencioso de su presencia.
Con un gesto de asombro, Banesa recoge el cuchillo, dejando a un lado el pastelito que había traído para José, consciente de que la prioridad en ese momento era asegurar su bienestar. Con dulzura y comprensión, Banesa acompaña a José de regreso a su habitación, ofreciéndole consuelo y apoyo en medio de la confusión y el miedo que los rodea.
Mientras José descansa en su regazo, Banesa le ofrece palabras de aliento, recordándole que, aunque la tormenta pueda ser feroz, siempre habrá alguien dispuesto a estar a su lado, brindándole confort y compañía en los momentos más oscuros. Con la certeza de que no está solo, José se permite dejarse llevar por la calidez de la amistad, encontrando un resquicio de paz en medio del caos que lo rodea.
José se encuentra en un pequeño bote, remando a mano en medio del mar. Las aguas son tranquilas y cristalinas, y la serenidad de la noche se ve adornada por el manto estrellado. Sin embargo, su apacible viaje se ve perturbado por un profundo vértigo que se transforma gradualmente en terror. A lo lejos, divisando un bote distante, José observa una figura misteriosa que emerge de las aguas turbias y comienza a caminar sobre ellas, persiguiéndolo incansablemente. Esta figura enmascarada sostiene una guadaña, sumergiendo a José en un abismo de pavor. En un intento por escapar, José pierde el equilibrio y cae al océano, hundiéndose lentamente mientras las burbujas ascienden hacia la superficie, la imagen de sí mismo siendo un pequeño objeto en el mar inmenso. En medio de este escenario caótico, unos ojos gigantescos se abren repentinamente, observando intensamente a José desde las profundidades del mar.
La voz de Banesa lo despierta con un suave sacudón. «Despierta», le dice.
-José, despierta. Parece que estabas teniendo una pesadilla. Además, ya es hora de que desayunes. Toma, te preparé algo nutritivo, te hace falta.
Con un letargo inmenso, José responde:
-Gracias.
-José, dime, ¿cómo te hiciste este corte? –Comenta Banesa con una clara preocupación por su amigo.
-Ya te dije, una persona me ha estado acosando y anoche me intentó atacar. Me perseguía diciéndome «Tú tienes la culpa».
-José, solo tú estabas esa noche. Yo te vi correr hacia mí y caerte, luego estabas gritando como si estuviera alguien ahí. José, tenemos que ir a terapia. Esto ya no es normal.
-Tengo miedo Banesa… de eso, de mí, de una soledad muy densa que nubla mis sentidos y corta mi alma hasta dejarla mal herida.
Banesa toma sus manos y las junta, diciéndole:
-Tranquilo, no estás solo…
José la mira directamente a los ojos y ve cómo ella le devuelve la mirada con una sonrisa tenue y leve que parece devolverle la vida y la luz. La suave sonrisa que ella le regala parece iluminar su camino en medio de la oscuridad que lo envuelve.
…
El día transcurrió de manera mucho más llevadera para José, quien se sintió revitalizado y más activo. Su café tenía un sabor renovado, la tienda lucía impecable gracias a su esfuerzo extra en la limpieza. Al enterarse de que era el cumpleaños de Mynor, se unió con entusiasmo para adornar el lugar de forma minimalista pero encantadora. Todos se reunieron alrededor de la mesa por la noche para celebrar el cumpleaños. Banesa, Gerardo y Lawrence se sumaron a la diversión decorando y compartiendo risas.
-«¡Nada como celebrar un cumpleaños por la noche!», exclamó Gerardo, y bromeó sobre la necesidad de entrenar en el gimnasio. -«José, quiero que hagas 50 lagartijas ahora mismo, ¡yo haré 51, vamos!» Desafiante, ambos se lanzaron al suelo para cumplir con el reto. Mientras tanto, Banesa los observaba con una sonrisa asombrada y mucho más tranquila.
Sentados alrededor de la mesa estaban el cumpleañero, Mynor, junto a Max, un nuevo amigo que se había unido a la celebración. Lawrence, intrigado, se dirigió a Max:
-«Y tú, ¿quién eres?»
-«Encantado, soy Max, un buen amigo de Mynor», respondió con cortesía.
«Un placer, Max. ¿Te gustaría un café?». Responde Lawrence con la misma cordialidad.
-Shhh Cállense.
Dice Banesa instando a todos a guardar silencio mientras esperan la llegada de Mynor, y con las luces apagadas, aguardan expectantes a que él aparezca en la puerta para soltar un grito unísono de:
-¡SORPRESA!
La expresión radiante de Mynor irradia gratitud hacia sus amigos mientras observa la decoración, aunque con un toque de sarcasmo, como era típico de él, bromea diciendo que no se lo esperaba. Una vez sentados, disfrutan del pastel y entablan conversaciones animadas, compartiendo risas y anécdotas de sus días juntos. El ambiente está impregnado de alegría y camaradería, con la música de fondo y el cálido resplandor de las velas creando una atmósfera acogedora. Sin embargo, en la penumbra del rincón más alejado de la habitación, una figura se desliza entre las sombras que se cuelan por la ventana, apenas perceptible pero suficiente para sembrar una semilla de intriga en el aire festivo.
El humo se expande velozmente, envolviendo el ambiente en una neblina ominosa, mientras las luces titilan intermitentemente, añadiendo un aura de misterio al lugar. A través de la puerta0020de vidrio, la figura enmascarada se hace presente, su presencia siniestra anunciada por el tintineo de su cuchillo contra el cristal de la puerta. Un silencio tenso cae sobre la habitación mientras todos dirigen su mirada hacia la entrada.
-«¿Lo ven todos, verdad? Sabía que no estaba imaginando cosas», murmura José, buscando confirmación en las miradas de los presentes.
Ante la situación, Lawrence, siempre diligente como líder de equipo, se adelanta con calma y cortesía, ofreciendo una explicación cortés pero firme.
– Caballero, lamentamos no poderlo atender pero está cerrado pero si quiere una rebanada se la podemos regalar.
Sin embargo, antes de que puedan reaccionar, las luces parpadean una vez más, revelando que la figura enmascarada ha logrado infiltrarse en la tienda. Con determinación, Lawrence se defiende con una espátula de pastel, instando a los demás a correr, excepto a José. Gerardo, no dispuesto a dejar pasar la oportunidad de luchar, se enfrenta valientemente al enigmático intruso. Sin embargo, un golpe certero lo envía tambaleándose lejos. Lawrence, consciente de la gravedad de la situación, dirige a José con palabras de aliento, señalando que enfrentar al intruso es la única manera de derrotarlo.
José se prepara para el enfrentamiento, y Lawrence se aparta para permitir que la figura enmascarada persiga a José. Sin embargo, cuando el intruso se acerca, el corazón de José comienza a latir con fuerza, sintiendo una opresión en el pecho. En un impulso de pánico, corre hacia la única salida disponible, una puerta del baño. Atraviesa la puerta con determinación, pero al salir del otro lado se encuentra en un bosque oscuro y ominoso. Esta vez, no hay dudas: la realidad de su pesadilla se manifiesta frente a sus ojos.
Corre desesperadamente a través del bosque, su respiración entrecortada y el sonido de sus pasos resonando en la oscuridad. Finalmente, llega a un claro y se detiene, enfrentando a la figura enmascarada que lo persigue implacablemente.
El enmascarado se detiene frente a José, soltando su cuchillo y comenzando a golpearlo brutalmente. Los puños y las patadas caen sobre José, quien lucha por mantenerse firme frente al ataque despiadado, sintiendo cada golpe como un recordatorio implacable de su vulnerabilidad en medio de la oscuridad del bosque.
Cada golpe del enmascarado viene acompañado de la misma frase perturbadora: «Es tu culpa… tu culpa… es tu culpa…» José se defiende como puede, resistiendo el asalto físico mientras su mente lucha contra las acusaciones implacables.
-«No, estás equivocado, no es mi culpa», -murmura José entre dientes mientras detiene el puño del enmascarado con una mano temblorosa. Con determinación, gira el momento a su favor y contraataca con un puñetazo directo a la cara de la entidad, un acto de valentía alimentado por los recuerdos de los momentos felices compartidos con sus amigos y familia.
Cada golpe que José asesta está impregnado de la fuerza de esos recuerdos, dándole la determinación necesaria para resistir y luchar. Con cada impacto, se aferra a la esperanza y la fortaleza que le brindaron sus seres queridos en momentos difíciles. Finalmente, con un último esfuerzo, José propina un golpe decisivo que hace que la entidad caiga al suelo.
Cuando la máscara se desliza de su rostro, revela la verdad: el enmascarado no es otro que José mismo. La realización lo golpea como un rayo, dejándolo atónito mientras se enfrenta a su propia oscuridad interna.
Una versión desolada de José, con ojeras profundas, los ojos enrojecidos de lágrimas derramadas, los labios agrietados y el cabello en desorden, se postra en el suelo llorando desesperadamente, golpeándolo con frustración mientras repite en un susurro cargado de dolor: «Todo esto es tu culpa, tu culpa… Tu maldita culpa…»
José lo observa con comprensión, dejando caer sus brazos y acercándose lentamente. «Tranquilo, nada de esto es tu culpa. Y te traigo una mejor noticia: no estás solo. Aquí estoy yo, y aquí están todos los demás. Te perdono.»
La entidad, conmovida, se aferra a José en un abrazo, buscando refugio en su ser. Se encoge, sus lágrimas se mezclan con las de José, y entre sollozos le agradece antes de desvanecerse en un resplandor de estrellas centelleantes. En las manos de José queda un collar, un pequeño tesoro que alguna vez estaba destinado a su amada. José recoge el collar con una sonrisa tenue y lo arroja al lago cercano, observando cómo se hunde en las profundidades.
Observa el panorama mientras se pregunta en voz alta: «Ahora… ¿cómo salgo de aquí?»
…
En el baño, se escucha cómo José sale y se encuentra con todos sus amigos esperándolo afuera. Banesa corre para abrazarlo, Gerardo le da un golpecito en el hombro como gesto de saludo, Mynor y Max lo felicitan por haber enfrentado a esa bestia, y finalmente, Lawrence se acerca para hablar con él.
-«Felicidades José, lograste derrotarlo. ¿Sabes? Lo que enfrentaste fue lo que algunos llaman una ‘tulpa’, una manifestación física creada por la mente humana, una especie de proyección de nuestras emociones y miedos más profundos. Es raro que alguien pueda darle forma con tanta fuerza, pero tú lo lograste. Al final del día, todos tenemos nuestros demonios internos, y enfrentarlos es parte del camino hacia la superación personal».
Mynor interrumpe, visiblemente molesto.- «¿De verdad vas a decir que la culpa de que una entidad sobrenatural nos atacara fue de José? ¡Vamos, ven aquí! Te voy a enseñar…»
José sale corriendo de manera carismática, y Mynor lo sigue, bromeando con que está molesto. Todos comparten una risa al ver la escena, pero en su interior, José solo puede decir
-«Gracias».
…
José se encontraba barriendo el local tranquilamente cuando, en un destello de lo que parecía ser casualidad o destino, divisó a la que alguna vez fue su más grande amor, acompañada de alguien más. Una sorpresa fugaz lo invadió al verla tan feliz, tan radiante como siempre. Su corazón, ahora tranquilo y sereno, apenas dio un salto. Antes de que cualquier sentimiento negativo pudiera arraigarse en él, una mano cálida se posó en su hombro. Era su Tulpa, esa manifestación de sus
emociones más profundas, recordándole que había superado el dolor. La tulpa levanta el cuchillo pero José le menciona que no, mientras los dos se ríen. Al fondo, sus amigos lo observaban, ofreciendo su apoyo silencioso. Con una sonrisa de paz, José decidió dejar ir cualquier atisbo de dolor y volver a su trabajo, rodeado del amor y la compañía de sus amigos.
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