Enya. Capítulo 4. Zairen

Alerta: Incursión no reconocida en la Zona Norte. Identificación no verificada.

El mensaje emergente en el campo visual de Lohen lo hizo detenerse en seco.

El límite del Velo había sido atravesado por alguien que no era miembro de las patrullas de reconocimiento de la UEG.

Paralizado por una información extraordinaria, mantenía la mirada fija en un punto invisible frente a él.

Una sola línea de datos bastaba para desequilibrar años de control.

—¿Va todo bien, Lohen? —preguntó una mujer de porte elegante, que había quedado unos pasos por delante tras su parada repentina.

—Tengo que volver al despacho.

Ella, silenciosa, observó cómo Lohen se alejaba con paso firme en dirección contraria.

Finalmente, retomó el paso por el pasillo inmaculado de la sede central de la UEG, aunque una pequeña alerta —instintiva, casi imperceptible— se había encendido en su interior. Lohen no solía desviarse sin motivo.

—Amatista, por favor, introduce en mi mesa los datos de las últimas incursiones del Velo en la Zona Norte. Dame el último registro y el usuario —ordenó Lohen bruscamente al irrumpir en su despacho.

Una voz dulce y serena, con un ápice de sensualidad, obedeció sin rodeos:

—Recopilatorio de accesos aprobados: último registro hace 4 minutos. Identificación no procesada.

—Dime cuál precedió a esa.

Lohen miraba ansioso los datos que su IA personal le arrojaba en una pantalla proyectada.

—Incursión en el año 3010. El motivo fue la expedición y registro de datos y muestras biológicas. Se cerró el acceso hasta nueva orden, ya que no se sustrajo material relevante.

Lohen frunció el ceño.

Observó un momento los datos de la proyección y finalmente se atrevió a preguntar:

—¿Motivo de la permisión del acceso? ¿Ha fallado la linde de seguridad?

—Ningún fallo detectado, Lohen. Acceso permitido por coincidencia genética.

El sudor resbalaba sutilmente por sus sienes.

Se sentó en un sillón que tenía justo detrás, y aun con los datos frente a él, no le hizo falta mirar más.

No era una coincidencia.

Y si lo era… no importaba.

El equilibrio acababa de fracturarse.

           *     *    *     *     *

El aire cambió.

No de forma drástica, pero sí lo suficiente como para que Enya lo sintiera al respirar. Era más denso, más fresco, más real.

Si tuviera que ponerle un color, sería el verde.

La luz era preciosa. Se colaba entre las ramas de los extraños e inmensos árboles que crecían desordenados de forma osada, sin pedir permiso. También era su bosque.

Podía oír el leve zumbido de insectos y el canto de aves que no sonaban como siempre.

Todo era hermosamente más salvaje.

Todo, parecía pertenecer a un mundo perdido en el tiempo, olvidado y abandonado a una suerte maravillosa:

la de no haber convivido con lo artificial.

Avanzaba despacio, como quien pasea por una galería de arte y se deja atrapar por cada detalle sin necesidad de entenderlo del todo. Sumergida en aquel entorno, había olvidado por un momento el fragmento, aún guardado en su bolsillo y al que se aferraba de forma inconsciente, temiendo que al soltarlo todo aquel lugar se desvaneciera.

Niva la seguía con la felicidad plasmada en su vuelo: se posaba en cada rama, en cada arbusto, como quien saluda a viejos amigos.

Enya se adentraba más y más por un camino pequeño que la llevó a un claro del bosque.

El chasquido de una rama y el paso rápido de una criatura que parecía una especie de ardilla, la sacó del trance que le había provocado aquel lugar.

Reparó de pronto en que había atravesado un límite prohibido por la UEG. Se suponía que allí no había nada, solo desolación y muerte, pero, aquello estaba muy vivo, podía sentirlo en cada célula de su piel.

De repente su instinto la avisó.

Se detuvo. No por miedo, sino por respeto.

Miró hacia atrás. No sabía cuánta distancia había recorrido.

Su pulso comenzó a acelerarse y en su cabeza surgieron preguntas angustiosas: ¿Y si no podía volver a cruzar de vuelta? ¿Y si el aire era tóxico y lo estaba respirando como si nada? ¿Y si dentro de esta zona habitaban seres extraños o peor, peligrosos? …

Decidió dar la vuelta y salir de aquel lugar cuanto antes. Sentía que había visto una verdad que siempre les habían negado y que a ella no le pertenecía saber. Era una responsabilidad con la que no estaba dispuesta a cargar.

Aunque ya era tarde.

Se giró dispuesta a salir de aquel claro y regresar a su vida, a su Thalys, a su laboratorio, con todo lo que tenía que hacer, con lo fácil que habría sido no ver nada… se dijo para restarle importancia a un acto que sabía que podría tener graves consecuencias…

Sintió la necesidad de huir de allí y hacer como si nada hubiera pasado. Pero, a unos metros de ella, en medio del camino que la llevaría de vuelta, una figura alta la observaba inquietante con unos ojos verdes con pinceladas de ámbar.

La miraba con una mezcla entre asombro y curiosidad, quizá un ápice de rechazo, pero no hizo nada, ni pronunció palabra alguna.

Enya lo miraba a una distancia prudente, totalmente paralizada y con el corazón a punto de colapsar.

La respiración se le congeló.

Todo a su alrededor dejó de existir… esos ojos, solo los había visto una vez.

Era él.

“¿ De verdad era él? “

El niño del recuerdo…

— Zairen— exhaló su nombre mientras palidecía ante él. De repente un pitido sordo la sacó de cuajo de ese encuentro y su brazalete transcribió un mensaje de alerta.

“Incursión registrada. Identidad no vinculada. Acceso permitido por firma residual. Notificación enviada.”

En el rostro de Enya podía leerse un terror desmesurado mientras leía el mensaje que arrojaba su dispositivo. Colocó la mano sobre el brazalete, y este dejó de emitir aquel pitido seco y persistente. Tenía que regresar. Ya.

Cuando volvió a levantar la mirada para salir de allí, él ya no estaba. Deseaba saber más, hablarle, preguntarle muchas cosas, pero no lo buscó.

Echó a correr para cruzar de nuevo el velo hacia el lado donde siempre debía haber permanecido.

Las ramas de los árboles arañaban su larga melena, le rasgaron la chaqueta de lino, casi parecían suplicarle que no se fuera.

Sin detenerse, atravesó junto con Niva la frontera invisible y se refugiaron en el bosque que conocían. Una vez en su “mundo”, activó a Nómada y voló veloz en dirección al mercado.

Necesitaba camuflarse, perderse entre la gente. Ganar tiempo y asimilar todo lo que había vivido.

Si en la UEG sabían que era ella quien había atravesado el límite, ya deberían haberla notificado. Quizá una detención o un aviso con un mensaje formal.

No, la transcripción que su brazalete había producido, no era una alerta de la UEG, aquello venía de un sistema externo. Un sistema que llevaba dormido mucho tiempo.

Descendió hasta la entrada del mercado e, inconscientemente, se integró entre la multitud con un disimulo casi instintivo.

El mercado —conocido oficialmente como Nodo Kaleido— era una joya del ocio: un recinto vibrante, repleto de estímulos sensoriales y experiencias diseñadas para maravillar.

Estaba formado por múltiples galerías y sectores, cada uno dedicado a diferentes actividades y servicios.

En la zona de interacción inmersiva, podían participar solo los usuarios acreditados y previamente aprobados por la red de selección: un sistema que filtraba perfiles y determinaba quién era apto y quién no, según sus patrones de conducta.

A cada paso, mensajes emergentes brotaban de los dispositivos personales, revelando pensamientos, emociones o estados de ánimo. Los hologramas acompañaban a las personas como un accesorio más, variando en color, forma e intensidad según lo que cada uno quisiera transmitir.

Era, en esencia, una red social vivida desde dentro.

La zona de restauración se alzaba sobre un nivel superior del Nodo Kaleido, desde donde se desplegaban unas vistas espectaculares de Thalys.

Allí, cada establecimiento era una experiencia en sí misma. Destacaban los restaurantes históricos, capaces de transportar a sus comensales a épocas perdidas: el esplendor de Roma, un rincón del Kioto ancestral o un salón parisino del siglo XIX.

Según el día o la estación del año, recreaban con precisión escenas del pasado y ofrecían platos tradicionales elaborados con ingredientes que ya no existían en los mercados convencionales… y mucho menos en el RSI.

A Enya le gustaba frecuentarlos, aunque no lo hacía muy a menudo.

Pasó de largo la galería de repuestos, con la mirada fija en la siguiente, que la llevaría al llamado Núcleo Alternativo 3.

Allí no solo se encontraba el establecimiento de Asha: había locales donde podían encontrarse productos artesanales, materiales poco comunes, ingredientes naturales y raros que los propios comerciantes cultivaban en sus hogares; talleres de tejidos orgánicos y convencionales, tiendas dedicadas a los objetos antiguos y únicos, donde podían encontrarse verdaderas reliquias que habían sido olvidadas tras generaciones y donadas o empeñadas allí.

En definitiva, un rincón dentro de la distopía que pocos frecuentaban, pero que quienes lo hacían consideraban un lugar donde aún se conservaba la verdadera esencia de lo humano.

Enya se desplazaba deprisa, con el aliento entrecortado y sumergida en las preguntas que iba a hacerle a Asha, cuando una voz la sacó de golpe de su ensimismamiento:

—Eh, Eny, ¿no vas a arreglarla?

Se detuvo en seco, buscando con la mirada a quien le había hablado.

¿Arreglar? ¿El qué? ¿La zona del velo?

¿Alguien la había visto cruzar?

Un calor repentino le subió por las mejillas… hasta que reparó en un chico joven, con el pelo enmarañado y de colores estridentes, que tenía la mirada clavada en el roto de su chaqueta.

Enya exhaló, aliviada, el aire que había contenido y se acercó a él mientras se despojaba de su prenda.

—La he rasgado un poco. Tenía pensado pasarme después, Elio. ¿Puedes arreglarla?

Terció la chaqueta raída sobre los brazos del chico con un gesto rápido y algo de impaciencia.

—¿Acaso lo dudas? —le contestó, arqueando una ceja—. No sé a dónde vas con tanta prisa, pero si quieres, pásate cuando termines lo que sea que tengas que hacer… y estará lista.

—Eres el mejor —dijo Enya, mientras se alejaba.

Niva parecía no querer marcharse de allí. Revoloteaba insistente sobre Elio.

—Eh, vamos, vete —Elio se quejaba, agitando la mano como si espantara una mosca

— Vamos Niva, tenemos cosas que hacer.— Enya la llamaba sin girarse, con la seguridad de que su pequeña compañera, la seguiría.

Finalmente, Niva dejó atrás a Elio y ambas continuaron su camino.

La Sala de las Memorias no estaba demasiado concurrida aquel día.

“Mejor”, se dijo Enya mientras buscaba a Asha.

La encontró finalmente al fondo de la sala, sentada en uno de los sillones, disfrutando tal vez de algún momento del pasado de alguien.

Se sentó a su lado y decidió no molestarla; esperaría hasta que finalizara su sesión. En ese tiempo, aprovechó para repasar qué preguntas iba a formular exactamente.

No quería confesar que había atravesado el Velo. Al fin y al cabo, no la conocía. Y aunque Asha le transmitía una confianza extraña, no quería arriesgarse a darle demasiada información.

Por fin, los ojos de Asha se abrieron. Con una sonrisa dulce y una mirada que ni siquiera necesitó girarse, saludó a Enya:

—Querida, qué alegría verte de nuevo por aquí. ¿Qué necesitas hoy?

—Pues, verás… —titubeó—. Me gustaría saber si tienes acceso a las personas que dejan sus recuerdos de forma anónima —dijo, al final, de forma directa y rotunda.

Asha la miró seria, con el ceño fruncido de forma inconsciente.

—¿Qué te preocupa exactamente, Enya?— preguntó mientras se levantaba lentamente del sillón.

—Como te dije en nuestra última conversación — prosiguió— , muchos dejan aquí mucho más que recuerdos. Y los que los reciben —como tú— no los reciben por casualidad. Ese recuerdo, pequeña… alguien lo dejó para que tú lo vieras. Nadie más. Ni siquiera yo.

Al menos, no completo.

Y ese alguien, posiblemente, ni siquiera supiera de tu existencia.

Esto es lo maravilloso de este tipo de memorias, querida:

son recuerdos que eligen a quién mostrarse por motivos que desconocemos.

—¿Quieres decir que nadie más puede verlo?

Enya, intentaba entender cómo funcionaba aquel sistema de recuerdos “inteligentes” que decidían por si mismos quien era digno de verlos y quien no.

— No exactamente. Cualquiera puede ver cualquier recuerdo siempre y cuando, esté ubicado en los archivos públicos.

La zona de memorias personales y ancestrales, en cambio, está restringida a usuarios privados: familias que almacenan momentos para que sus descendientes los conserven, como una biblioteca familiar y emocional que va creciendo con cada generación. Imagina lo emocionante que puede ser presenciar cómo se conocieron tus abuelos, el nacimiento de uno de tus padres, o un día perfecto celebrando algún acontecimiento familiar. Es maravilloso, ¿no crees?

— Pero yo no accedí a un recuerdo familiar, ¿no?— intervino Enya. — Mi familia no ha dejado nunca recuerdos aquí.

—Cierto, querida. El recuerdo que tu viste está archivado con los recuerdos públicos y los recuerdos públicos, son los que están al alcance de todos. Pero, lo extraordinario de esta sección, Enya, es cómo se muestran esos recuerdos según la persona que los ve… — Asha le ofreció el asiento que acaba de dejar libre.— Yo puedo ver el mismo recuerdo que tú, pero, nunca podré ver lo que tú puedes ver dentro de él. Por eso, sé que te pertenece, porque, esa persona, está intentando contarte una historia a través de él y sólo tú puedes ir destapando las piezas hasta que, una vez las tengas todas, puedas construir el puzle de la verdad de Zairen.

Su nombre retumbó en sus oídos. Le sonaba distinto a través de la voz de Asha. Tragó saliva, su mirada se endureció y su corazón comenzó a latir más deprisa.

Asha la observaba con una chispa de complicidad. Parecía saber una verdad a medias que deseaba con todas sus fuerzas que alguien —Enya— terminara de desvelar.

Enya, se acomodó por segunda vez en aquel sillón, deseando volver a encontrarse con él.

Ahora sabía que era real, lo había visto en aquel bosque.

Cerró los ojos y dejó que los recuerdos entraran en ella…

La tierra húmeda de un sendero del bosque, acogía cálidamente los pasos de aquel niño hacia un lugar concreto.

Una grieta, una cueva entre rocas llenas de un extraño musgo.

Sus ojos de nuevo…

El niño que duerme en una estancia oscura y metálica.

Se despierta y avanza hacia ella, saca de su chaqueta el fragmento con una forma diferente, como si no hubiera pasado el tiempo por él.

La voz del niño resonó violentamente en su cabeza;

—Recupera la llave.

Abrió los ojos bruscamente.

El fragmento. Estaba dentro del bolsillo de su chaqueta. La chaqueta que había dejado un rato antes en el taller de Elio.

Se levantó de un salto del sillón.

— Tengo que irme Asha.

— ¿Qué has visto, niña?— preguntó Asha sorprendida al verla marcharse así.

— ¡Volveré en cuanto lo averigüe!— le respondió Enya ya desde la entrada.

Corrió por la galería esquivando a los pocos que accedían a aquel rincón del Nodo Kaleido. No era un lugar que todo el mundo supiera apreciar y entender.

Llegó finalmente con aliento en un puño al taller de Elio, que la esperaba impaciente en la puerta.

— Creí que ya no venías.

— Sí, perdón… — Enya hablaba con dificultad, intentado recuperar el aliento tras su carrera.— Me he entretenido un poco… ¿has podido arreglarla?

— ¡Claro que si!— Dijo indignado el chico. Entró y descolgó la prenda de Enya perfectamente remendada.

— Toma. Me debes una cena en el restaurante de Arché. La semana que viene, ponen carta y recreación del siglo XIX. Me fascina la moda de esa época.

Enya lo escuchaba a medias.

Registró el bolsillo de inmediato.

Nada.

—¿ Me estás escuchando? ¡¿Qué buscas?!.

— Elio… —dijo con una calma tensa— , ¿ has cogido algo que había dentro de mi bolsillo?

— ¿Por quien me tomas?— replicó él molesto. — No te he robado nada. Además en tu bolsillo no había nada salvo una estúpida piedra rara. La saqué para poder trabajar mejor.

— ¿Dónde la has puesto?— El tono de Enya era pausado pero amenazante.

— Ahí, en la mesa… ¿ Tan importante es?

Enya cruzó el pequeño taller. Pasó junto a tejidos que se movían, algunos parecían que respiraban, otros cambiaban de color. En la mesa, un acerico portaba diferentes y extrañas agujas enhebradas con hilos de fibras especiales, algunos hilos bioluminiscentes que aportaban a las prendas una puntada luminosa. Apartado, junto a unas tijeras enormes, Enya encontró el fragmento intacto. Aliviada, lo recogió rápidamente y lo guardó de nuevo en su bolsillo.

— Es importante porque aun no lo he analizado. No quiero que me echen la bronca en Eclipta si lo pierdo— dijo, intentando sonar despreocupada —. Te prometo esa cena. Gracias Elio.

Sin darle opción a ninguna respuesta, salió del taller y dejó atrás el Núcleo Alternativo 3.

Una vez en la calle, activó a Nómada, se aseguró de nuevo de que el fragmento seguía en su bolsillo y se alejó de alli.

Volvía a casa.

Tenía muchas cosas que resolver y necesitaba que su hogar fuera su lugar seguro. No podía investigar el fragmento en Eclipta. No después de lo que ya sabía sobre él. Era una llave y se activaba con ella. Sólo necesitba tiempo para averiguar por qué.

Voló en silencio sobre la ciudad. Los niveles superiores de Thalys brillaban bajo sus pies como un organismo que respiraba. Todo era armónico, todo tenía un sentido, un orden, una perfección y un control…

Era abrumador y nadie, se hacía preguntas porque no eran necesarias. La vida transcurría dentro de una sociedad que lo tenía todo. O casi.

Al llegar a casa, no encendió la luz. Se quitó el brazalete y lo dejó junto al panel de control de la entrada.

Se acercó a la pantalla y pulsó una secuencia de comandos que pocos conocían: la combinación necesaria para iniciar el protocolo de letargo prolongado

— Sistema, modo letargo. Ausencia estimada: indeterminada— indicó en voz baja.

Una luz suave recorrió las paredes y las superficies de la vivienda, como si la casa en si misma se preparara para dormir. Desde fuera, cualquier monitor de control mostraría un vivienda en reposo absoluto.

Pero Enya no se detuvo ahí.

Abrió con decisión una compuerta oculta junto al panel. Allí, entre capas de cables trenzados y conexiones principales, localizó la línea de transmisión de datos — el flujo que enviaba registros de actividad interna a la red central de vigilancia. Tiró de una pinza aislante, extrajo un filamento brillante y lo desconectó con pulso firme.

Luego, activó un microcircuito alternativo que conocía de sus años de formación: uno que mantenía la vivienda en funcionamiento básico, sin emitir señales externas.

Ahora sí.

Por primera vez, sentía que su casa le pertenecía de verdad.

Sacó el fragmento, lo miró y pensó en voz alta:

— Tu y yo tenemos mucho que hacer.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS