Mi Primera vez…

En un callejón húmedo y muy viejo, de esos que están arrumbados de tanta basura y cosas viejas que no podemos ver el fondo de este, en uno de esos abrí mis ojos por primera vez a este gigantesco mundo. Sin tener idea de que estaba haciendo en ese lugar, sin sentir más que miedo, frío y hambre en lo que muchos llaman el regalo de la vida, que, para mí, en esos instantes, parecía un castigo.

Sin tener conciencia del peligro en el que me encontraba, empecé a llorar, como buscando protección. Que ingenuo de mi parte, solo alerte a fuerzas mayores a que se abalanzaran sobre mí y me dañaran…

Primero paso un perro que no sé de qué tamaño realmente sería, pero para alguien como yo, parecía la encarnación de Cerbero, el perro de 3 cabezas que guarda las puertas del infierno. Grité y traté de luchar con él con mi enclenque fuerza, pero solo resulte sangrando de una de mis patitas, pensé que moriría en ese encuentro hasta que por la gracia de los cielos acerté una estocada con una de mis garras en la enorme nariz de ese monstruo. Eso lo hizo retroceder por unos segundos, los que aproveché para escabullirme entre los botes de basura y desaparecer.

Todo ese barullo llamó la atención de otras criaturas, entre ellas una gigantesca que le gritó al perro y lanzándole una patada y luego unas piedras logro alejarlo del callejón. Esa criatura de piel morena, sin pelo, con ojos chispeantes, se acercó y me agarró. Estaba petrificado de miedo, tan débil por la batalla y solo tenía energía para bufar tratando de parecer amenazador, aunque me encontraba con más temor que nunca.

El niño me tomo entre sus manos y me llevo a no sé dónde, tomo un trozo de tela y lo enrollo en una de mis patas, me sentía extraño, al parecer esta gigantesca criatura me estaba ayudando en verdad. Me sentí seguro por unos instantes, me dio un poco de una cosa blanca que estaba deliciosa, escuché que le llamó “leche”.

Limpio mis heridas, y me metió en una pequeña caja con papel en el fondo, escuchaba que no paraba de parlotear ese niño, creo que pensaba que me hablaba a mí. Me sentí por primera vez bien, sin tener idea que eso no duraría mucho…

Me llevo con otros como él, pero mucho más grandes y viejos, lograba ver que en realidad no le prestaban atención al niño cuando él quería contarles la historia de cómo me había encontrado y que era un héroe al rescatarme, eso me enfurecía demasiado, si hubiera estado cerca de esa criatura le habría hecho exactamente lo mismo que le hice al cancerbero del callejón. En su lugar solo bufé y emití un fuerte maullido para mi tamaño y condición.

Eso sí hizo que el viejo volteara a ver al niño, viera la caja donde me encontraba y empezara a hablar y decir cosas que en realidad no entendía, pero observaba como al niño lo entristecían…

El niño empezó a llorar y a suplicar, yo no entendía nada, el viejo levantaba la voz aún más y dando golpes a una mesa hizo callar al niño. Esa noche, cuando ya todos dormían, yo no sé por qué no podía cerrar mis ojos, como que algo me estaba advirtiendo que permaneciera alerta ante el peligro. No sé qué hora podría ser, pero la luna estaba muy arriba en el cielo, sentí como tomaron mi cajita y me llevaban fuera. Pensé que simplemente dormiría afuera o que el viejo me sacaría a la calle a mi suerte, algo que a pesar de mi corta vida empezaba a entender, pero esto fue más que eso.

Al estar en la puerta de la casa el malvado y mal oliente viejo, volteo la caja en una bolsa de plástico, yo rodé sin remedio dentro de ella y luego la anudó para evitar que saliera de ella. Yo empecé a maullar y chillar lo más fuerte que podía, pero no había nadie que pudiera oírme, el niño estaba dormido adentro en su habitación y no me escucharía nunca.

No sé cuánto tardó en llevarme a un rio de aguas servidas, aún podía sentir su fétido olor a través de la bolsa. De inmediato simplemente me soltó en él, yo al caer al agua seguía chillando lo más fuerte que mis exhaustos pulmones me permitían, parecía mi fin, después de tan solo un día de haber visto este mundo, estaba convencido de que en realidad era un lugar malvado, lleno de criaturas mezquinas y malvadas y que yo solo había nacido para sufrir y perecer sin ningún sentido.

Después de unos segundos, por todo el forcejeo de mi parte dentro de la bolsa logré rasgarla con mis garras, pensé que estaba a salvo, pero fue aún peor, si dentro de la bolsa ya me estaba asfixiando, fuera de ella me ahogué de inmediato con el mal olor y el agua que inundaba la bolsa rápidamente.

La verdad no sé bien que pasó después de esto, solo puedo asegurar lo que esa experiencia haría sin importar nada, odiaría el agua lo poco que me quedaba de existencia. Luego solo cerré mis ojos de cansancio y creo que deje de luchar.

Segunda oportunidad…

No recuerdo mucho de nada, en realidad, solo sé que odio el agua y que si veo un perro lo ataco sin piedad. Que los humanos pueden ser buenos o malos, pero no debes confiarte de ellos para nada y nunca duermas donde puedan tomarte desprevenido.

Ando por los tejados la mayoría del tiempo, tomando lo que no tiene dueño. En una ocasión, entre a una cocina por la ventana, tome un pollo entero que estaba en el fregadero, Salí del lugar velozmente perseguido por un tipo ridículo vestido de blanco que me lanzaba de todo, hasta un cuchillo que se ensartó en el marco de la ventana cuando salté. Ese pollo estaba delicioso…

Así soy, un forajido, un ladrón que solo vela por su propio beneficio y nada más, algo me dice que es la forma de vivir en este mundo que no ofrece nada de amabilidad a criaturas como yo, callejeras.

Hablo poco con otros gatos como yo, pienso que todo el mundo quiere sacar ventaja de mí o desea apartarme de mi camino. Aunque en realidad no sepa cuál es.

Andaba por los callejones del centro, en la parte de atrás de los restaurantes, donde se puede pillar los mejores manjares, cuando vi entrar a esa bestia al callejón. Un perro que parecía un toro, enorme, musculoso y con unos ojos que parecían emanar odio y sangre. No note en ese instante la boca llena de espuma que tenía, solo pensaba en esconderme y así poder seguir disfrutando de un trozo de pescado que había conseguido del bote de basura.

Este monstruo arremetió contra todo, encolerizado, no sé por qué, quizá simplemente loco porque estaba vivo y en la calle, eso puede enloquecer a cualquiera. Hizo tanto ruido que salieron unos empleados de los restaurantes y al verle exclamaron gritos de susto, cerrando de inmediato las puertas para evitar ser atacados por la bestia. Ese barullo extra enloqueció aún más al perro, tiraba por todos lados los basureros y rompía con sus mandíbulas las cajas que podían estar a su paso, tomaba toda la basura comestible que encontraba y la engullía sin masticarla siquiera, no sé cuánto tiempo pasó, yo observaba todo aun limpiado el esqueleto del pescado que había conseguido desde una distancia segura, cuando entraron al callejón dos hombres con trajes muy gruesos, parecían muñecos de trapo, uno de ellos llevaba una especie de lazo para atrapar al animal y el otro un bastón con una aguja en la punta.

Se abalanzaron contra la bestia, eso hizo que el perro se enojara aún más, dando saltos sobre los basureros y dando unos aullidos y ladridos que parecía una bestia del infierno. En esas estaban cuando el animal logro divisarme, eso no fue nada bueno; de un manotazo logro tirarme de la cornisa donde estaba disfrutando del espectáculo, caí a los pies de uno de los hombres y luego sentí como el perro trato de partirme en dos con sus mandíbulas, pensé que era todo para mí, cuando el hombre con la vara y la aguja atacó al animal fuera de control y este cayó de inmediato, dormido.

Nos metieron a ambos a unas jaulas y nos llevaron del lugar, en medio de un millón de ojos asustados y casi salidos de sus cuencas pertenecientes a los diferentes empleados de los restaurantes y otros curiosos que observaban esa escena como si fuera una película de monstruos diabólicos; al final cuando ya nos estaban sacando del callejón escuche aplausos y vítores que esas personas les lanzaban a los dos hombres que nos habían atrapado.

Es verdad que ese perro era un demonio, pero ¿yo que? Solo estaba en el lugar equivocado, ocupándome de mi mismo. Me encontraba encerrado, muy nervioso y a merced de dos desconocidos, así que gritaba, bufaba y saltaba por todos lados de esa jaula.

Llegamos a un edificio que apestaba a muerte y desechos, los hombres se quitaron los trajes gruesos y metieron al perro en una jaula mucho más grande, a mí me inyectaron con algo que me hizo dormir…

Cuando desperté tenía unos vendajes en medio de mi cuerpo, al parecer estos humanos me habían curado las heridas que me provoco el perro endemoniado. No noté que ese instante que el monstruo ya no estaba en la jaula, cuando me di cuenta, temí que se hubiera escapado. Escuché hablar a los humanos acerca de esa bestia, que era una lástima, decía uno que tuviera “rabia”, yo no entendía muy bien de que hablaban, se notaba a leguas que ese animal estaba rabioso, fuera de sí, pero ¿por qué eso era una lástima?

Luego discutían los hombres sobre que pensaban hacer conmigo, al parecer uno quería curarme y el otro sostenía que era un riesgo. Yo no entendía nada, ¿riesgo? El único riesgo que corren es que me coma su comida y que escape en cuanto tenga la oportunidad…

Después de un par de días, no me sentía muy bien. No lograba descansar, aunque la verdad la jaula era cómoda, me daban comida muy buena y limpia, pero algo me pasaba en mi interior. Cada vez estaba más enojado, nunca me ha gustado el agua, pero ahora ni siquiera podía olerla; sentía la necesidad de atacar lo que fuera.

Uno de los humanos le dijo al otro que no había remedio, que estaba “rabioso”. Entendí de inmediato que eso era una enfermedad y que al perro lo habían sacrificado por tenerla, aunque escuchar eso me entristecía, no era dueño de mis emociones, peleaba con lo que tenía enfrente, me quebré un colmillo tratando de abrir la jaula y tiré toda la comida que tenía. Estaba como loco, igual a aquel perro en el callejón días antes.

Un par de horas después solo recuerdo que unos de los que me cuidaban se puso un guante muy, muy grueso, me tomo en medio de mis gritos y bufidos. Aunque parecía que estaba loco de ira, en realidad estaba aterrado, no quería que mi vida terminara así, de inmediato sentí un pinchazo, todo me dio vueltas y empecé a sentir un cansancio terrible, sabía que si cerraba los ojos no los volvería abrir nunca más, así que luché contra esa fatiga, sabiendo de antemano que era una batalla perdida.

Después de unos minutos, simplemente me dormí y descansé; pasando por mi mente todo lo que viví, todas mis aventuras, como en un tiempo fui el gato más valeroso, osado y más temido de mi barrio, que hasta a los perros les provocaba escalofríos cuando saltaba frente a ellos…

Luego, simplemente deje de sentir ira, locura, hambre y dolor, todo lo que la vida me ofreció…

La tercera no es la última…

Como si fuera una mala broma, parece que todo se repite, todo igual pero diferente a la vez. Ahora estoy en el campo, cazo ratones para vivir y aunque parece imposible tengo de amigo a un perro viejo.

En esta granja me escabullo en la casa libremente y me duermo casi donde se me da la gana, tanto en la cama del viejo como en la mesita de la cocina, sin que nadie me diga nada en realidad. Mi labor es el entretener a los viejos con mis juegos y mantenerme siempre a la constante caza de ratoncillos para que no se echen a perder las provisiones que guardamos en el cobertizo. Soy una especie de guardián vengador que mantengo todo en su lugar en este sitio…

Hay ocasiones en las que me encanta tomar un par de sorbos de la leche recién ordeñada por la anciana, es deliciosa.

Nunca pensé en todas mis vidas anteriores que sería una mascota, un animal que dependa de los humanos para sobrevivir, que me encariñaría con un ser que habla como medio bobo cuando se dirige a mí y que me lanza bolas de lana y estambre para jugar. Pero esos dos ancianos tienen algo casi celestial, es su bondad, su paciencia y parsimonia para hacer todo en su día, que hasta parece que necesitan de mi ayuda para continuar con vida.

Hay días más ajetreados que otros, a veces vienen los que creo que son sus hijos, hacen mucho ruido y traen consigo unas criaturas tan desagradables y chillonas que llaman niños. En esos días trato de ocultarme a toda costa, esos bichos creen que soy una especie de juguete a baterías que debe hacer todo lo que ellos dicen, traer cosas, saltar obstáculos y demás. Realmente lamento que mi amigo el perro viejo no pueda escabullirse como yo de ellos, él termina hasta con adornos en su pelo y vestido con alguna prenda ridícula como si fuera un bebé humano. Verdaderamente es un caos.

En una de esas visitas noté que los viejos estaban llorando, que algo parecía no estar bien. Los otros dos más jóvenes, los padres de los pequeños demonios estaban hablando y por lo que entendía parecía que hablaban algo de vender la granja, porque los viejos estaban ya demasiado ancianos y podía ser peligroso para ellos vivir en aquel lugar.

El anciano se levantó y empezó a vociferar muy molesto, él no deseaba dejar su vida y mucho menos su granja.

En ese instante salté de donde me ocultaba y bufando llegue a donde estaba el viejo, como respaldándole en su decisión, eso asusto a todos, pero en dulce viejo me tomo en sus brazos y continúo diciendo, que pasaría con sus animales, con sus mascotas, en un asilo o en la ciudad no habría espacio para ninguno de ellos, y ellos le han dado todo lo que tienen, él no podrá darles la espalda ahora que también es el final del camino para ellos.

El hombre más joven solo bajo los hombros y le dio la mano al viejo, se abrazaron, cosa que no entendí, y luego la anciana llevo un pastel que había horneado y continuaron como si nada hubiera ocurrido.

Han pasado ya los días y todo está normal, en las madrugadas la anciana va al establo y ordeña a Dianita, la vaca. Yo como siempre me meto entre sus viejos dedos y las ubres tratando de tomar un poco de leche caliente, al final del jugueteo, ella me deja tomar un poco de leche que me deja en un pequeño recipiente.

Luego el anciano recoge los huevos frescos de debajo de las gallinas, ahí no me asomo porque esas son unas montoneras y gritonas, si alguna me atisba cerca empieza a cacarear como si quisiera aniquilarlas a todas… Aunque a veces si me dan ganas de agarrar a alguna por el cuello, solo por diversión.

Los ancianos, Arturo y Sarita, se abrazan y besan en las noches con ternura y se despiden, como si se fueran a hacer un largo viaje, entendí que era por si alguno no despertaba al día siguiente, yo me quedo en medio de los dos para darles calor y que tengan el privilegio de quererme.

Paso un año más o menos hasta que el viejo Arturo murió, un día simplemente no se levantó por los huevos y nunca más volví a verlo. A pesar de que dicen que los gatos tenemos la facultad de ver a los espíritus, caminar entre el mundo de vivos y los muertos, cosas que son totalmente ciertas. Creo que el viejo Arturo, vivió plenamente toda su vida, no dejo nada por hacer y por ello no tenía por qué venir a molestar a nadie.

A las pocas semanas le acompañó Sarita, su esposa, la tierna anciana que me daba leche caliente en las mañanas, a ella la vi un par de veces en las siguientes noches, como perdida, solo le maullé como diciendo que todo estaría bien en la granja, que debía seguir adelante, buscar a Arturo, para seguir siendo felices juntos… Estaba triste, pero no podría imaginar que todos en la granja sufriríamos más días después.

Los hijos de los ancianos vendieron todo, desmantelaron la granja por completo, las gallinas las vendieron a un vecino y a Dianita se la llevaron muy, muy lejos. El viejo perro lo llevaron a un refugio y a mí, me obligaron a irme con ellos a la ciudad.

Después de poder correr por áreas verdes interminables, de cazar por mí mismo, mi comida y dormir en medio de dos personas que me amaban, ahora tengo un vil arenero para hacer mis necesidades, un metro cuadrado de pasto artificial para rasgar y rascar, un plato lleno de unas cosas secas y duras que piensan que es alimento. Y una caja, ¡sí! Una caja para dormir a la par de la lavadora…

A cambio de mis condiciones, yo he cambiado la decoración de su casa, sus muebles están rasgados la mayoría, al igual que las cortinas y se han quedado sin adornos encima de las mesas. En venganza me enviaron con el veterinario y me han castrado, creyendo que eso me calmaría, pero no es así…

Al final de los tiempos y de la paciencia de los que creían ser mis dueños, me abandonaron en un bosque muy parecido en donde estaba la granja de Arturo y Sarita.

Subsistí por un tiempo más, cazando ratoncillos y escondiéndome de todo lo que pudiera ser un peligro, desde animales grandes hasta otras personas. Una vez, atrapé una liebre, aún no puedo creer que logre hacerlo, su carne era deliciosa. Hasta que la edad empezó a hacerme más lento, entonces tenía que conformarme con algunos insectos para comer y esconderme en una pequeña cueva debajo de un tronco viejo.

En el invierno empezó a hacer mucho frío, era de noche y extrañaba la chimenea de la granja, dormir en medio de Arturo y Sarita… ¡Daría lo que fuera por un sorbo de leche caliente!

Una de esas noches, ya no sentí nada, ni hambre, ni frio. Solo dormí y nunca más desperté.

No todas valen la pena…

En las aventuras y vidas de nosotros, los gatos, no todas son glamorosas o tienen algo especial, recuerdo un par de vidas que en realidad no hay mucho que contar.

En una de ellas nací medio muerto, entonces no puedo contar mucho por qué en realidad nunca existí. Con un cuerpo tan dañado por la desnutrición de mi madre, una gata callejera, nací sin mucho que pudiera hacer en esta vida, a pesar de que mi madre me envolvió con su esquelético cuerpo, me lamió y trato de darme calor, pero por alguna estúpida razón, nunca me dio la tetilla para alimentarme, ella misma intuía que no sobreviviría y prefirió alimentar con su escasa leche a mis tres hermanos que nacieron más despabilados, aunque igual de roñosos y delgaduchos que yo.

En otra de mis incursiones a este lado de la existencia, recuerdo que era un gato bravucón, que se peleaba con cualquier criatura en los tejados y, cuando digo cualquier criatura es cierto. Recuero haber tenido pleito como con unos 24 gatos en un par de noches, igual me le tire encima a un búho que estaba cavilando por ahí, y aunque crean que ese es un pájaro tonto y lento, debo comentarles que tiene unas garras del doble de tamaño que mis patas, quizá no fue la mejor idea, pero de alguna forma salí vivo de eso…

Como era de esperarse a las personas que vivían en ese lugar les enojaba mucho mis negocios en el tejado, si no eran peleas, eran ejecuciones o sesiones largas de apareamiento con cualquier gatita que se me asomara enfrente. Yo era como una especie de rey, gánster, gigoló y sicario. Todo en un paquete de pelos, pulgas, dientes, colmillos, garras y sobre todo locura.

Lo que debo reconocer es que todo eso hacía menguar mi habilidad mental y astucia, por lo que cuando vi en el tejado trozos de pescado fresco no pensé nada malo y solo los engullí lo más pronto posible antes de que tuviera que pelear por ellos, muy mala idea. Estaban envenenados, lo que hizo que en pocas horas el luchador invicto de más de dos docenas de gatos, y hasta una lechuza, quedara tendido en medio del techo, sin vida.

La vida que recuerdo porque fue toda una locura fue en la que, en lugar de ser macho, nací hembra. Imaginen después de haber sido un macho peleador por no sé cuántas veces, ahora era una hembra reproductora. Me molestaba que los machos se acercaran a mi con esas intenciones que siempre tuve en otras vidas, les quitaba sus ímpetus de un par de arañazos en sus narices; hasta que llego el que me sometió, no era un gato normal, más parecía una pantera negra gigantesca, con unos ojos amarillos encendidos que parecian antorchas alumbrando la más inmensa obscuridad.

Después de eso no paso mucho tiempo para que fuera el juguete de toda la manada, al principio era la preferida de pantera, pero después de parir un par de veces a sus cachorros, el muy desgraciado le atrajo más una gatita más joven.

Solo recuerdo que con el tiempo no quedaba nada de esa gata briosa, altanera que peleaba con cualquier macho para que la dejara en paz, ahora era yo la que me sometía sin más para obtener la atención de alguno… Hasta que un día, dando a luz quizá mi décima octava camada, no aguante y quede muerta en medio de la labor de parto, matando así también a los críos que no habían logrado salir.

La última y me voy…

Después de más o menos dos semanas de regresar a este mundo, he abierto los ojos, estoy en una caja de cartón viejo, acurrucado en una serie de trapos para mantener mi calor y peleo con mis “hermanos” por un poco de la nutritiva leche de mi madre.

Ya me he revisado y soy nuevamente un macho, eso no sé si trae ventajas en mi vida, pero sí sé qué hará que no quiera estar buscando pareja, ni forzando a alguna gatita, como lo hicieron conmigo en vidas pasadas, siendo dependiente de cualquier otro minino. Soy más consciente de muchas cosas ahora que estoy en el último viaje, entiendo la importancia de mi raza en la historia de la humanidad, soy la descendencia de “Bastet” la antigua diosa egipcia. Debo ser merecedor de todo su poder y altivez, dominar por sobre todo lo que pueda, empezando por mis propias banalidades y encontrar la manera de sujetar mis deseos sin control…

Soy un bello espécimen, lo sé, en la lotería genética me he ganado el premio mayor esta reencarnación. Con un pelaje ni tan largo ni tan corto, en un diseño atigrado de maravillosos tonos que van desde el dorado del sol hasta marrones, como una buena taza de café de las montañas, con la panza en un color crema, casi blanco; Imitando a uno de mis extintos ancestros, el tigre de Bali o uno de mis parientes más peligrosos, como el tigre siberiano.

A pesar de que recién salgo de mi caja de cartón, sé que el mundo estará a mis pies, consciente de que esta es mi última oportunidad para lograr la gloria a la que he sido llamado, estoy seguro de que de alguna manera lograré esta vez cumplir mi cometido, para lo que he sido creado y por lo que tengo más vidas que ningún otro ser sobre la tierra.

Han pasado unas semanas más y ahora estamos con mis hermanos en una jaula, en la calle, en la acera, frente a una tienda de mascotas, las personas pasan y se detienen por segundos a vernos, algunos juguetean con nosotros y otros parecen tontos al hablarnos con sus voces chillonas, fingiendo ser nosotros o unos niños. Uno a uno, se van mis hermanos, siendo escogidos por estas personas, yo quedo impávido, sin expresión, inmóvil ante sus muecas, por ello no me escogen, pensando que soy muy “arisco”, lo que ellos no saben es que soy un viejo vaquero en este rodeo y no haré lo que hacen los novatos, tengo mayor temple y calma para rendirme a las payasadas insulsas de unos aspirantes a amo sin conciencia y al parecer menos inteligencia que yo.

Un día, después de ser exhibido todo el día en la calle, tenía mucho calor y cansancio, así que me acurruqué en los periódicos que estaban en mi jaula y simplemente me dormí, en esos instantes llego un hombre muy elegante, de traje oscuro y sombrero; parecía un espía de esos de las películas. Preguntó al encargado de la tienda por las mascotas y este le enseño todas las variedades que tenía en la tienda, empezó obviamente por los malditos perros, sacos de pulgas y carne que lo que tienen de tontos, lo tienen de adorables y dependientes, por eso las personas los aman. Seguido le mostró unos conejos con poco seso y luego los peces dorados. Para ese momento me había despertado, divisé al caballero y decidí que él sería mi amo.

El caballero parecía interesado en los tontos peces dorados, ¿quién desea peces como mascotas?… ¡Son de lo peor! Si no se mueren, viven en su propia inmundicia, sin mencionar que no los puedes tocar y tenerlos es como tener unas inútiles flores, solo que moviéndose eternamente en el agua. Debía hacer algo para llamar la atención, así que lo hice, aún no sé cómo, pero salté de mí jaula y trepé hasta el mostrador, maullé lo más fuerte posible y luego los vi directamente a los ojos, cuando me percaté que me estaba observando, hice lo que todo descendiente de dioses haría, los ignoré para luego acostarme en el mostrador como si fuera el dueño del lugar…

De inmediato el elegante hombre se acercó a mí, me acarició y preguntó si estaba en venta.

Ahora tengo una elegante casa, digna de mí, digna de mi última excursión entre existencias en este trecho terrenal; mi humano, me trata bastante bien, aunque a veces me dan ganas de fugarme y andar por los tejados como lo hacía en vidas pasadas; ahora soy más maduro y consiente de mi mortalidad, no me malentiendan, no tengo miedo, pero deseo vivir lo mejor que pueda esta última vez que estoy en el mundo.

Unos días me dan atún, otros, pollo y, para variar, en ocasiones me robo al trozo de carne de la cocina, solo por diversión.

No tendría idea que mi vida cambiaria totalmente un día, que por alguna razón que aún no comprendo, mi humano decidió abandonarme porque su compañera de vida, que por cierto nunca me agradó ni yo a ella, tendría un bebé.

Aunque no me dejo en la calle, fue casi igual de malo. Pare en un refugio, con un montón de animales rechazados, tratando de competir con unos cachorritos que, la verdad, eran adorables. Comiendo solo concentrado seco, si sabor… ahora, ¿qué sería de mí?

No sé cuánto tiempo pasé en el refugio, sin que me acicalaran mi pelo, sin mis trocitos de atún, ni pollito, sin todas las comodidades que sabía me merecía.

Un día, en el que ya había perdido todo interés en ser adoptado, llego una dama. Vio a muchas mascotas, revisó cada jaula y cuando llego a mí, la ignoré por completo. Las vi con el rabillo del ojo y era alguien casi vulgar, con ropas muy usadas, casi podría pasar por una indigente. ¿Qué haría ella con una mascota? A puras penas se observaba que podía cuidar de ella misma.

La mujer me vio por un rato, luego paso de largo y se quedó hablando con el encargado, este me miraba con una cara larga y murmuraba cosas como que yo era muy antisocial, que no le había caído bien a nadie y que tal vez no debería ser adoptado por nadie…

Para sorpresa de todos y sobre todo la mía, la mujer me llevo con ella a su casa, en ella tenía preparada una caja de madera con un colchón viejo pero muy cómodo, un plato de agua y otro con trozos de pescado, a manera de bienvenida para mí.

Quizá no volvía tener atún, ni pollito en platos del lujo y cama, o rascadores elegantes en mi vida, pero esa mujer no me dio nada que le sobrara, me dio todo lo que tenía. Pase años con ella, realmente me adoraba, tomábamos el sol juntos en algunas tardes, viendo cómo se ocultaba el sol desde su ventana, a veces me acercaba y me subía a la mesa cuando ella tomaba su desayuno, me dejaba tomar leche de su plato de cereal…

Yo que fui un ladrón, fui basura para otros, que viví vidas demasiado cortas y otras desperdiciadas en el enojo, no podía vivir mejor mi última vida, compartiendo amor con un ser que me quería y yo a ella…

Un día, después de muchos años, cansado ya mi cuerpo, pero agradecido mi espíritu por la experiencia, me fui, dejando a mi amiga con mucho dolor, no sin antes haber dejado la estafeta depositada en un joven minino que había conocido un día en patio de la casa, haciendo que Margarita, mi amiga y dueña se enamorara de él también, para que no se quedara sola cuando yo me fuera.

Los gatos vivimos tantas vidas, quizá no porque seamos especiales, quizá no porque seamos superiores, ahora entiendo que vivimos tantas vidas, tal vez porque somos un poco cabezas duras; pensando que ser superiores significa estar por encima de otros, queriendo hacer siempre las cosas a nuestra manera, mientras que, si aprovecháramos esas vidas en buscar y encontrar a quien querer, seriamos mucho más felices. Pero yo al menos encontré lo mejor de mis vidas al último, amor incondicional y eso valió la pena todo el camino que recorrí.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS