Antes de marcharme lejos de aquí, de tomar mis maletas y atreverme, al fin, a vivir de verdad, quiero explicarte mis razones para no seguir en este mismo lugar —físico, emocional, mental— que me ha sofocado tanto tiempo. Hoy te entrego esta carta, firmada con la tinta de mi último intento, como un acto de amor propio, como un grito silencioso al final de esta calle.
Me permito, al fin, vivir a mi manera, porque necesito sanar la herida que llevo abierta desde el primer día. Desde ese inicio en el que nadie me preguntó si quería cargar con tanto.
Ahora sé que merezco lo que doy. Y doy mucho. Doy con todo el corazón, doy hasta desgastarme, y aun así no merezco ser tratada como si no valiera, como si no fuera un ser hambriento de vida, de paz, de amor. El dolor que he sentido me hizo creer, por momentos, que la vida era injusta, que debía conformarme, aguantar, resignarme… como si no tuviera derecho a desear algo distinto, algo mejor.
Antes de irme, te dejo mis disculpas. Pero también mis verdades. Sé que pueden sonar frías, tal vez distantes, pero son honestas. Las he pensado una y mil veces. No siento amor contigo, aunque lo intenté con todas mis fuerzas. Me rompí por dentro para encontrar una chispa, una razón, una señal. Pero no llegó. Y tampoco fue tu culpa no saber darme el lugar que merecía. No fue tu culpa hacerme sentir menos, pero me sentí menos.
Lo admito: me duele.
Me duele haberme disculpado por ser quien soy, por llorar demasiado, por hablar de más o de menos, por sentir todo tan hondo. Me disculpo si mis palabras alguna vez fueron duras, si mis lágrimas te incomodaron, si no fui lo que esperabas. Pero créeme: siempre luché por que me vieras. Por ser suficiente. Por valer. Por existir para ti.
Contigo, el amor nunca fue suficiente.
Y no puedo estar lista para vivir de verdad mientras siga creyendo que tengo que ganarme tu cariño, tu aceptación, tu atención. No quiero seguir creyendo que debo ser merecedora del amor para recibirlo. Porque la verdad es que amé incluso tus fallos, tus intentos tibios de escucharme. Amé incluso cuando no lo merecías. Amé cuando no me amabas. Y sin embargo, todo lo que decía parecía caer en el vacío. Verte era recordar que, para ti, yo nunca estuve bien como era.
Hoy, antes de dejarte esta carta, te entrego lo último que me quedaba por darte:
El perdón que nunca pediste.
El amor que nunca me diste.
Y la paz de irme sin despedirme.
No te miraré a los ojos, porque tus palabras podrían hacerme flaquear, y yo ya no quiero retroceder. Te suelto con esta mano que nunca fue suficiente para llenarte el alma. Me voy sin decirte a dónde, porque ya no espero nada más de ti. Solo quiero caminar, vivir, existir… sin miedo.
A ti, que nunca alzaste la voz por mí.
A ti, que me hiciste sentir culpable por no ser lo que esperabas.
A ti, que me viste llorar y callaste.
Me hiciste pequeña, invisible, moldeable a tus exigencias. Me impediste crecer con la necedad de creerme algo que jamás he sido. En mi corta vida he desempeñado tantos papeles ante ti, pero el más doloroso ha sido ser tu bote de emociones, tu sombra útil, tu espejo de frustraciones. Me convertí en lo que necesitabas, no en quien yo quería ser.
Suplí mi propio amor para llenar los huecos que tú dejaste. Me enseñé, me aprendí, me caí y me levanté sola. Y tú no estabas. Y cuando estuviste, fue para cuestionarme, para reducirme.
Amé tanto mi arte porque en él encontré la vida que tú nunca quisiste que tuviera. Pero aun así, tu voz resonaba en mi mente: «mediocre», «equivocada», «insuficiente». Me duele el alma al pensar que yo también te herí, aunque nunca peleé contigo. No te juzgo por no enseñarme lo que tú tampoco supiste. Pero me dolió. Claro que dolió.
A ti, que no fuiste abrigo cuando más lo necesitaba, también te pido perdón. Perdón por no haber sido lo que esperabas, por no llenar tus vacíos, por no sostener el peso de tus frustraciones. Perdón por ser yo. Porque eso, parece, nunca fue suficiente.
Mi hambre de vida ruge.
Mi deseo de aprender, de crecer, de amar y ser amada, grita dentro de mí. Y me pide que huya de este lugar que tanto tiempo me vio llorar. Aquí, donde mis emociones fueron invalidadas, donde mi voz fue apenas un murmullo entre reproches, donde ser sensible era un error.
Mi corazón solo pide una cosa: perdón. Perdón por el dolor que causé simplemente por existir.
Pero, aún con todo esto, sé que no fui la villana de esta historia.
No pedí venir al mundo sin saber lo que esperaba.
No pedí no ser lo que ustedes deseaban.
Yo vine a aprender a vivir. A amar. A crear. A descubrir quién soy.
No vine a ser moldeada hasta desaparecer.
Hoy, antes de huir, les digo con firmeza: no.
No terminaré muerta en vida por el dolor que ustedes sembraron en mis raíces.
Hoy los dejo libres de la preocupación por mí, porque en realidad, nunca les importó saber cómo estaba.
Nunca les interesó leer lo que escribo, ni entender lo que siento.
Así que me voy.
Y esta vez, me voy para siempre…
a buscar la libertad que ustedes nunca supieron darme.
OPINIONES Y COMENTARIOS