Andaba por las calles inmaculadas de Thalys todavía un poco aturdida… La noche caía lentamente y las primeras estrellas se encendían en un cielo perfecto que arropaba la ciudad. Las luces cálidas de las columnas luminosas, intensificaban su resplandor a medida que ella avanzaba y volvían a atenuarse cuando pasaba de largo, como si le dedicasen un leve y silencioso saludo al pasar. Thalys contaba con un sistema de iluminación bioluminiscente que parecía latir con la ciudad misma, en una armonía viva, hermosa y funcional.
Enya continuaba dándole vueltas a todo lo que había sucedido en tan poco tiempo.
Niva la seguía a una distancia prudente, como si supiera que necesitaba espacio.
Vagos rastros de aquel nombre la acompañaban de camino a casa.
Zairen.
¿Quién era ese niño? ¿Por qué sentía que tenía que salvarlo? Se suponía que había pasado mucho tiempo desde que alguien dejó allí aquel recuerdo… ¿que habría sido de él entonces? Y la persona que lo cedió … ¿por qué lo haría?
Enya se cargaba la mente de preguntas que aún- no tenían respuestas para ella. Y además, no deberían ni siquiera importarle. Bastantes cosas tenía ya como para, encima, tener ese presentimiento ahora por culpa de un estúpido fragmento de a saber qué… y de un niño que, posiblemente, ya ni siquiera estuviera en este mundo. O, si lo estuviese, sería lo suficientemente mayor como para enfrentarse por sí mismo a sus propios problemas.
Decidió parar su marcha y tomarse un respiro, como si al detenerse también lo hicieran sus pensamientos. Se sentó en un banco que parecía reconocerla gracias al dispositivo que llevaba en la muñeca, ese pequeño lector sensorial, que además de portar a Nómada, la reconocía al instante y la conectaba con el entorno adaptándolo a sus preferencias personales. Temperatura, datos, iluminación, incluso música… todo se ajustaba con una suavidad casi invisible.
La superficie del banco pareció reconocerla. Se adaptó a su cuerpo sin oponer resistencia, sin arder como el suelo aún cálido tras el día. Era como si también él supiera que necesitaba un respiro. Al sentarse, una melodía ambiental asociada a sus propias emociones y al ciclo en el que se encontraba el día, comenzó a sonar levemente.
Se despojó bruscamente del brazalete casi arrancándolo de su brazo para no oír nada. No le apetecía escuchar una música absurda. ¿A quién le importaba eso ahora?
Niva la observaba desde la rama de un árbol cercano.
Apoyó los codos en sus rodillas y se llevó las manos a los ojos intentando encontrar un poco de lógica en la oscuridad bajo sus párpados. Pero no logró ver nada más que los ojos verdes con pinceladas ámbar de aquel niño que corría.
Buscó en el bolsillo de su chaqueta de lino, sacó una funda con el logo de la UEG y el nombre de laboratorio con su lema escrito debajo: Eclipta “ Revelar el pasado, preservar el futuro “ esbozó una leve risa irónica, sacó el trozo de metal de la funda y lo observó un momento. No sabía exactamente por qué pero estaba casi segura de que el recuerdo que había visto en la sala de las memorias y aquel fragmento, tenían alguna conexión. Miró hacia Niva que seguía tranquila en la rama de aquel árbol.
—¿Tú qué opinas?— le preguntó a la pequeña colibrí como si fuese a responderle. Niva ladeó la cabeza y voló hasta su hombro.
—Si, tienes razón, será mejor que volvamos a casa, el día hoy ha sido bastante intenso…
Guardó de nuevo el metal en la funda de Eclipta, se colocó el brazalete y mientras Nómada se activaba bajo sus pies, no podía evitar pensar que todo acababa de comenzar.
Al llegar a casa, dejó sus cosas encima de una superficie que habia en la entrada, entre ellas la funda con la muestra. Justo encima de esa especie de mesa en el recibidor, habia un panel de control perfectamente integrado en la pared, que regulaba absolutamente todas las funcionalidades de la vivenda. Siempre estaba conectado, recibiendo información constante y procesando datos para hacer la vida del huésped infinitamente mas fácil. Enya apenas cambiaba la selección que tenia configurada, solo hacía uso de lo imprescindible y, además vivía sola, bueno, con Niva, pero ella no contaba. Sus padres vivan en Caltrys, la capital, una ciudad inmensa, absolutamente funcional y rica. Orion, su padre, trabajaba en el departamento de registro y memoria colectiva de la UEG -Unidad de Equilibrio Global- organismo que velaba por el orden, la seguridad y la eficiencia de un territorio que una vez, hace siglos, antes del gran cataclismo, llamaban Europa

Hacía días que no hablaba con ellos, tenía pensado ir a visitarlos próximamente y quizá, comentarle a su padre lo del fragmento…
Una luz inusual comenzó a parpadear en el panel de la entrada, como si el sistema reaccionara a algún estímulo o conexión, pero Enya no reparó en ello.
Estaba cansada, así que no quiso pensar más. Ni en su visita a casa de sus padres, ni en el recuerdo de la sala de las memorias, ni en el fragmento.
Todo pesaba, todo parecía más denso de lo que podía sostener.
Se quitó la chaqueta despacio, como si soltara parte de aquella presión acumulada, y la dejó caer sobre el respaldo del asiento más cercano. Luego, caminó en silencio hasta el módulo de descanso.
Metió el resto de la ropa en la compuerta de devolución para enviarla a la central de esterilización y desechos textiles para su limpieza y en el caso de que la prenda lo requiriese, su restauración. Era un sistema limpio, eficaz y respetuoso con el consumo y el medio ambiente.
Programó un ciclo de ducha con niebla templada, y se quedó quieta un instante bajo el agua, sin moverse, dejando que el vapor envolviera su cuerpo y le robara por un momento la sensación de realidad.
Era extraño cómo algunas cosas parecían tener más vida que otras.
Y otras, como ese fragmento… más memoria que materia.
Cuando salió, la vivienda estaba en calma.
Casi parecía dormida.
Se deslizó bajo la capa suave de su lecho térmico, con Niva ya recogida en su pequeño nido junto a la luz ambiental.
Pero, justo antes de que el sistema domótico redujera por completo la actividad nocturna, una última cosa quedó encendida.
Sobre la superficie de entrada, el panel aún emitía un resplandor tenue, como si aguardara una orden que nadie había dado.
Un parpadeo azul, apenas perceptible, persistente.
Como si algo hubiese comenzado a respirar por primera vez en siglos.
A la mañana siguiente, el sol, como siempre, puntual y deslumbrante, despertó a Enya de un sueño dulce en el que no había ni muestras raras ni recuerdos ajenos. Abrió los ojos y sintió una subida de adrenalina en el pecho al recordar todo lo sucedido el día anterior.
Se levantó más rápido que nunca. Necesitaba ponerse en marcha y comenzar a resolver dudas.
— Sistema, ¿tengo alguna notificación de Isel?
Enya había caído en que se marchó de las instalaciones de Eclipta casi escapando y sin dar explicaciones ni decir adiós.
— ¿ Sistema?
Nadie respondió. Comprobó la conexión, todo parecía en orden…
— ¿Y ahora que pasa?— murmuró de mal humor mientras se dirigía al panel de control de la entrada.
“Error. Conexión incompatible.
Protocolo no reconocido “
— ¿Cómo que conexión incompatible? Si no te he conectado con nada…— murmuró, molesta.—¿Qué…?
Frunció el ceño y volvió a intentar acceder al panel, pero el mensaje permanecía estático, como grabado a fuego en la pantalla:
“Conexión incompatible. Protocolo no reconocido.”
Parpadeó, como si al hacerlo pudiera cambiar lo que estaba viendo.
Entonces bajó la mirada, y el corazón comenzó a latirle cada vez más deprisa…
La funda seguía allí, justo donde la había dejado la noche anterior. Pero la superficie parecía ahora más densa, más viva.
Una luz muy tenue —casi imperceptible en condiciones normales— palpitaba en el interior del fragmento. Un destello azul, sincronizado con el panel.
Enya se acercó despacio. Necesitaba respirar más profundo, pero contenía el aliento. Su corazón iba a un ritmo frenético.
—No puede ser…
Extendió la mano, dudó un segundo, y luego la apoyó sobre la funda.
El panel reaccionó al instante.
Un leve zumbido recorrió las paredes. No era una vibración real… era otra cosa.
Como una respiración.
Como si algo hubiese conectado por primera vez en siglos.
El panel cambió de nuevo. Ya no mostraba un error.
Un nuevo mensaje, en una tipografía que no pertenecía a ningún sistema que ella conociera:
“BIOS-VEIL: Señal de herencia detectada. Acceso autorizado.
Iniciando reconstrucción”
Enya miraba la pantalla con los ojos muy abiertos, parecía querer tatuarse ese mensaje a fuego. De repente todo se apagó.
El sistema parecía haber sufrido un colapso. Unos segundos después, la pantalla volvió a encenderse con la normalidad de siempre. El mensaje se había esfumado, el fragmento volvía a ser una pieza inerte, desconocida e inútil.
Enya intentó desesperadamente acceder a los últimos movimientos que el sistema había registrado.
Nada.
Su mirada se vació.
*¿Nada?*
Estaba muy segura de lo que acababa de ver y necesitaba buscar respuestas. Y no iba a parar hasta encontrarlas
Nómada se desplazaba veloz, como sólo había volado aquel día en que imprudentemente decidió intentar llegar al horizonte… las calles se hacían pequeñas a medida que ascendía. La zona norte nunca le había parecido estar tan lejana. Los demás vehículos y dispositivos de transporte parecían estáticos cuando Enya los adelantaba. Uno, otro y otro más. Varios módulos de adhesión formaban una fila como vagones de tren. Los pasajeros solo vieron una ráfaga fugaz desde su interior cuando ella pasó por su lado.
La ciudad quedaba atrás, con su vida, su perfecta armonía en la que ella ya no sentía que encajaba. En realidad, nunca lo había sentido del todo. Volaba con una sensación que jamás había sentido tan verdadera. Una sensación de libertad preciosa y rebosante de rebeldía.
Amainó la velocidad de Nómada a medida que se acercaban al perímetro de la excavación. No quería que Royh la viera, ni tampoco ninguno de los científicos que trabajaban allí.
Avanzó bordeando la zona y descendió hasta el límite de un bosque denso. No sabía exactamente qué iba a encontrar allí, pero, no se le ocurría un lugar mejor para empezar a encontrar respuestas.
Al fin y al cabo, esa cosa había aparecido cerca de ese bosque y en la excavación no había aparecido nada semejante. Estaban muy cerca del límite del velo.
¿Y si…?
Sacó el fragmento ya sin funda y lo observó unos segundos deseando que reaccionara de alguna manera. Como una brújula que le indicara el camino que debía seguir.
Niva la seguía revoloteando de acá para allá ajena a todo lo que sucedía. O al menos eso parecía.
Guardó de nuevo el fragmento cuidadosamente en el bolsillo de su chaqueta y continuó a pie por una zona de difícil acceso aunque podía distinguirse un pequeño y estrecho camino.
A medida que avanzaba el sendero del bosque comenzaba a no distinguirse, los arbustos y árboles ya no respetaban en este lugar el paso de nadie. Ellos vivían ahí y crecían donde querían, si alguien necesitaba avanzar, que les rodeara. La naturaleza era quien decidía allí.
Los sonidos de las aves decoraban el ambiente de aquel lugar. El suelo, repleto de hojas de colores verdosos, aún estaba cubierto del rocío de la mañana, porque aunque ya no era temprano, a los rayos de sol le costaban atravesar la maleza.
De repente, ahí estaba, el límite de todo. El velo.
Protegía a los suyos desde hacía siglos. Decían que nació tras el gran cataclismo, cuando todo bajo la atmósfera dejó de ser un lugar seguro. La capa de ozono se extinguió, y el cielo, antes un refugio, se convirtió en una amenaza.
Lo que quedaba del mundo tuvo que replegarse.
Entonces, los primeros fundadores de la UEG diseñaron un sistema de protección de magnitud global.
Un escudo invisible.
Una frontera entre lo que era habitable… y lo que no debía pisarse nunca más.
Un límite respetado que protegía.
Pero Enya ya no sabía si proteger era lo mismo que ocultar.
Contuvo la respiración. No podía verlo, pero sabía que lo tenía delante.
Introdujo la mano en su bolsillo y avanzó dudosa un par de pasos más y se detuvo a unos pocos metros de la frontera invisible, aferrándose al pequeño metal y esperando que sucediera algo.
Lo sacó de nuevo, no brillaba, ni parpadeaba, pero al sostenerlo, su brazalete proyectó un mensaje en el aire*: “Señal de acceso reconocida. Barrera suspendida temporalmente.”*
Miró hacia atrás, buscando sin saber por qué, la aprobación de Niva. La pequeña criatura alzó el vuelo y se adelantó a Enya, como una guía que deseaba enormemente mostrarle un nuevo mundo.

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