Maura – Capítulo 1. Tobby

Maura – Capítulo 1. Tobby

Just Mel

24/04/2025

Capítulo I. Tobby

No existía una mejor vista de la ciudad que la que se observaba desde el descanso de la escalera de la estación del metro de Félix U. Gómez de la línea tres, pues por la posición de la escalera parecía un cuadro viviente. Los autos que transitaban con velocidad, el plano de frente de la ciudad, las luces de los negocios, las casas y los semáforos en conjunto con el cielo componían una imagen perfecta.

Cada día, cuando Maura bajaba o subía en la estación, se detenía unos segundos a contemplar el panorama, sonreía con melancolía y continuaba su trayecto. Anhelaba que el destino le permitiera ser parte de ese intenso cielo, a veces despejado y tan azul que se asemejaba al mar, y a veces tan neblinoso a causa de la contaminación, que le hacía sentir que estaba justo en medio de las nubes.

Maura odiaba su vida, aborrecía cada aspecto de ella. Por las mañanas, cuando abría los ojos al despertar, observaba el techo con hastío preguntándose si valía la pena abandonar las sábanas para entrar en la ducha, cada día le costaba más tomar el valor de incorporarse, cada día deseaba con más intensidad permanecer ahí, ser una misma con la almohada y la habitación para el resto de la eternidad, y por la noche, sentada en silencio frente a los restos de su cena, pensaba en lo sencillo que sería dejar abierto el gas, y dormir para siempre, pero reflexionaba y llegaba a la conclusión de que algún vecino sin nada mejor qué hacer reportaría la fuga y terminaría con una cuenta enorme que pagar por el gas desperdiciado, y descartaba la idea.

Maura deseaba la muerte, y había jugado con ella en más de una ocasión, aunque desertaba antes de siquiera emprender una acción. A veces, mientras picaba fruta, imaginaba lo sencillo que pasaría el cuchillo por su piel, lo fácil que sería encontrar una vena central y desangrarse poco a poco hasta caer desvanecida en el suelo. En otras ocasiones, fantaseaba con caminar con tranquilidad frente a un tráiler en movimiento, y terminar esparcida por la avenida. Y, claro, su escena favorita era lanzarse desde lo alto de la escalera de la estación del metro Félix U. Gómez, sentir el viento en el rostro, la libertad de volar durante algunos segundos y, de pronto, aterrizar en el duro asfalto. La mejor parte era que si eso no la mataba, sin duda lo harían los cientos de autos que transitaban por aquella avenida.

Al menos un par de noches a la semana, Maura se detenía unos minutos extras en la estación y acariciaba el muro de concreto que solía imaginar, era el marco del cuadro que Dios había pintado. Inclinaba un poco la cabeza hacia adelante, calculando los metros que había hasta el suelo, observaba el cambio de los semáforos, considerando el momento exacto en el que pudiera solo brincar sin que nadie consiguiera hacer nada al respecto, pero siempre la detenía el mismo pensamiento: Tobby.

Una tarde de verano, mientras se encontraba en el jardín de la casa de sus abuelos, Tobby llegó a la vida de Maura. Metido en una pequeña jaula color rosa con el suelo cubierto de aserrín, resaltaba una bola de pelo blanca que se escondía atrás del bebedero, parecía una borla de algodón que alguien había colocado con cuidado. Era el día de su cumpleaños número 17, y su abuela creía que tener una mascota sería ideal para la joven que estaba a punto de mudarse a otra ciudad, para comenzar la Universidad. Había sido amor a primera vista, la joven sostuvo al pequeño e indefenso conejo en su mano y lo observó con detenimiento. Tenía la nariz clarita y unos ojos grandes y oscuros, olfateaba con curiosidad los dedos de Maura, mientras movía las orejas, atento a lo que pasaba a su alrededor.

Había pasado más de una década desde aquel día, y Tobby se había vuelto su amigo inseparable, su mayor confidente y la razón que tenía para volver cada noche a casa. Después de todo, si ella faltaba, ¿Quién le daría de comer a su conejo? ¿Quién reemplazaría el aserrín? ¿Quién se aseguraría de que su agua estuviera limpia y fresca? ¿Quién, si no era ella, dejaría a Tobby correr y brincar libre por la sala de estar hasta la hora de ir a la cama? Tobby la necesitaba. Si Maura seguía con vida, era porque Tobby importaba más que ella.

Al llegar a casa le pedía perdón con los ojos llenos de lágrimas, aunque las posibilidades de que su conejo comprendiera una palabra de lo que decía eran pocas, Maura necesitaba excusarse, explicarle por qué era una mala persona, por qué había sido egoísta al casi dejarlo solo. Se reconfortaba al verlo brincar por la habitación, libre y feliz, ajeno a la tormenta que vivía en el interior de su dueña.

Fue en una madrugada de insomnio cuando su perspectiva cambió de forma radical, scrolleando  en su celular, el algoritmo le mostró un artículo con curiosidades sobre los conejos, ella sonrió y abrió el enlace. La información era interesante «Son lagomorfos, no roedores», «tienen memoria asociativa», «Los domésticos viven hasta doce años». Maura detuvo le lectura y buscó con la mirada a su mascota, hizo la cuenta veloz, el siguiente verano Tobby cumpliría esa exacta edad, pues tenía con ella once años, tres meses y 10 días. De forma repentina, se sintió mareada. Aquella nueva información de pronto se había convertido en un contador hacia atrás. Le quedaba menos de un año de vida. Una vez que Tobby se marchara, ¿Qué la mantendría atada a la tierra? La respuesta era corta: Nada.

Ni su mediocre trabajo mal pagado, ni la pésima relación con su familia, ni la ansiedad social que le impedía involucrarse de forma cercana con sus compañeros para generar vínculos sanos, sonaban suficientemente atractivos como para considerar seguir en el mundo una vez que la única criatura que dependía de forma directa de ella, ya no estuviera en el mismo plano. Maura tenía fecha de caducidad, lo había decidido. Dentro de 8 meses y 20 días, cuando Tobby partiera, ella haría lo mismo, pero, ¿Qué haría hasta entonces? 

Aquella tenue luz al final del túnel parecía ser un agente motivador en sí mismo, saber que estaría libre de ataduras, que nadie podría alejarla de su propósito la hacía sentir en paz y, por primera vez en tal vez mucho tiempo, Maura sonrió aliviada. Sentía extraño el rostro, se imaginaba que su piel era un trozo de elástico que había estirado demasiado, como si aquellos meses sumergida en la sombra de sus pensamientos le hubieran entumido los músculos que rodean los labios y las mejillas se hubieran tornado de piedra, le pesaba mantener ese gesto. 

Los días venideros se dedicó a poner en orden aspectos legales que consideraba importantes. Actualizó su póliza de seguro, puso al día sus cuentas, incluso investigó costos de sepelios, parcelas y ataúdes. De forma irónica, su muerte estaba dando sentido a su vida. 

Con el pasar de los meses se dio cuenta que había dejado de pensar en arrojar un tostador en su bañera, y hacía por lo menos tres semanas que no acariciaba la tapa del frasco de aspirinas que guardaba en su bolso, considerando tomárselas todas a ver si con eso se le pasaba el dolor que le carcomía el alma. 

Maura se sentía tranquila con su decisión y había hecho las paces con la muerte, estaba lista para recibirla con los brazos abiertos, para por fin terminar con todo su sufrimiento. 

Al cabo de tres meses había puesto su vida en orden, y tras caer una vez más en la rutina abrumadora de la que tan desesperada quería salir corriendo, decidió que necesitaba más, un nuevo proyecto. 

«¿Qué sigue una vez que sabes que vas a morir pronto?» Se cuestionaba mientras cambiaba el aserrín de la jaula de Tobby, y éste curioseaba la alfombra de su habitación “En las películas” se decía a sí misma “Los enfermos terminales hacen una lista de todas aquellas cosas que les hacía ilusión realizar antes de partir, pero yo no tengo nada de eso, siempre fui una cobarde sin sueños ni esperanzas”. La depresión había sido una constante en su vida desde su adolescencia, pero al haber sido criada por sus abuelos, siempre había sido un tema tabú del que poco o nada se hablaba “A menos que haga una anti-lista, no encuentro nada mejor en que ocupar los meses que me quedan”. Acarició a su mascota antes de devolverla a su jaula “Si, eso es, una anti-lista” se repitió al meterse a la cama “Una lista de cosas…” Bostezó “De cosas que jamás hubiera hecho” listo, ahí estaba su nuevo proyecto. 

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