El Irresponsable Emocional
¿Cómo se ve la evasión de si mismo?
La inspiración no simpre surge de la admiración, el asombro o el amor. A veces, uno aprende más del desconcierto o la decepción. El irresponsable Emocional, me hizo pensar en esa brecha entre lo que uno dice y lo que realmente hace, esa fachada de seguridad que esconde una falta de integridad.
Lo conocí en un lugar común. Al principio, su manera de ser tenía algo que enganchaba, no tanto por lo que decía, sino por el entusiasmo que decía sentir. Pero bastó un poco más para notar que algo no andaba bien.
El Irrespondable Emocional es un maestro en el arte de las promesas. Te endulza el oído, a veces hasta con drama, pero sus actos cantan otra cosa. Y ahí es donde ves el patrón: la inconsistencia. Para él, «compromiso» es solo una palabra, no algo que de verdad siente. Se excusa con una elegancia tal que, en ocasiones, parece ser víctima de sus propias circunstancias, no el autor de sus decisiones. Su único compromiso es perfeccionar el discurso que utiliza para justificarse, no solo ante los demás, sino también ante sí mismo.
Desde afuera, podría parecer que es un hombre ocupado, abrumado por sus múltiples roles (estudiante, profesor, músico, hijo). Pero si te fijas bien, su verdadero conflicto es consigo mismo. El Irresponsable Emocional, como no se siente seguro de sí mismo, se inventa un montón de personajes para tapar ese vacío. Es uno en casa, otro en el trabajo, otro con sus amigos, y otro para los que lo idealizan, como sus estudiantes. Pero en el silencio, no hay máscaras. Y ahí se revela su mayor temor: no tener una identidad sólida
Es por eso que el irresponsable emocional teme al silencio de la noche, teme a sus propios pensamientos, por eso pasa sus días anestesiando lo poco que le queda de sí mismo. Su anestesia son los juegos, los elogios de quienes lo idealizan, y las sustancias que consume.
Su moral va y viene. Justifica lo injustificable con razones que solo él entiende. Una vez escuché que robó con sus amigos, y dijo que estaba bien porque la víctima era una «empresa grande». Alguien dijo una vez que «la banalidad del mal no consiste en monstruosidad, sino en la capacidad de justificar acciones éticamente reprochables desde una lógica vacía de reflexión». El irresponsable Emocional no es cruel a propósito, sino que le da todo igual.
Tal vez lo más inquietante es su círculo de confort: vicios, rutinas estériles, relaciones frágiles. Y aun así, se queja. Se dice víctima del tiempo, de la sociedad, de sí mismo. Pero no actúa. Ha perfeccionado el discurso del estancamiento. Es un experto en poner excusas para no moverse de donde está. Da vueltas en círculo, siempre haciendo lo mismo y buscando cómo justificarlo.
Lo más llamativo fue darse cuenta de cómo anhelaba los halagos tanto como otros necesitan respirar. No dictaba clases por amor al arte, sino por la urgencia de ser reconocido. Díganme ustedes, ¿acaso un profesor que enseña por verdadera vocación alteraría las calificaciones de sus alumnos por no querer calificar? Y aunque piensen que tal acto es indefendible, es bastante posible que él tenga no una, sino muchas razones para justificar su proceder.
«El hombre moderno vive en una alienación tal, que ya no sabe quién es; sólo sabe qué imagen debe proyectar”. El Irresponsable Emocional no enseña, actúa. Se presenta como guía, pero huye del verdadero compromiso que implica sostener el crecimiento de otros desde el ejemplo.
Al entenderlo, no surgió ira, sino más bien un duelo. Un duelo por la ilusión que representaba antes de ser visto como es en realidad. Un duelo por todo lo que podría haber logrado si hubiese tenido la valentía de cambiar. Y aún así, no lo condeno con furia. Lo contemplo como fenómeno. Como una muestra del temor profundo a conectarse consigo mismo, a asumir responsabilidades, a edificar junto a otros desde la sinceridad emocional.
Me cuestiono si algún día se mirará al espejo sin máscaras, con total crudeza. Si podrá admitir su desintegración. De entender que los aplausos no llenan su vacío, ni el presentarse en un escenario, ni las promesas que no sostiene. Quizás algún día lo haga. O tal vez no.
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