Resultó ser en uno de esos tantos viajes en los que intentaba encontrarme, que tuve un encuentro inesperado y el cual me dejó con mucho para pensar.
Esa noche, gracias a la tecnología de hoy en día, estaba mandando mensajes desde el teléfono celular con un amigo y le explicaba que con estos aparatos se complicaba aislarse totalmente de todo. El me dio la respuesta más lógica y sencilla de todas, apágalo, me dijo. Un poco en broma, un poco en serio le respondí que prefería tenerlo encendido por si ocurría alguna emergencia. Finalmente accedí, me quedé un rato pensando en el día que había tenido y me fui a acostar.
Desperté a mitad de la noche, debido en parte al calor típico de verano y en parte por un sueño que tuve. En el sueño aparecía una persona que no veía hace tiempo y quería llevarse cosas de mi hogar. En definitiva, el sueño trataba de la codicia humana y el egoísmo. ¿Qué significaba? No lo sé, hace tiempo que no intentaba interpretar sueño ya que siempre me llevaban a un callejón sin salida.
Medio confundido por lo que había soñado y otro tanto aturdido por el sofocante calor, procedí a levantarme. Me dirigí al jardín y una vez ahí disfruté la noche. Estaba particularmente tranquila, con una tibia brisa que me despabilaba lentamente. El cielo más oscuro que en la ciudad me brindaba una luna más brillante junto a las estrellas. Absorbía el momento, apreciaba los pequeños detalles, como el incesante cantar de los grillos y las ocasionales estrellas fugaces.
Tan metido estaba en esa situación que nunca me percaté de una presencia ni cuándo llegó.
Ahí estaba parado viéndome con una mirada pacifica, como esperando que salga de mi trance. Era un hombre de unos cincuenta y tantos de años, con canas en su cabello y bastante delgado. Lo que más me llamó la atención fue su extremada piel blanquecina, casi que parecía un fantasma. Tan solo iba vestido con un boxer blanco, el cual era más oscuro que su piel.
Nunca se me acercó, mantuvo una distancia prudente y no realizó movimientos sorpresivos. Sospecho que para no asustarme ni parecer una amenaza.
Buenas noches, comenzó el. Quería contarle algo, continuó.
Yo sorprendido le respondí el saludo y me quedé en silencio. Cualquiera que ha salido un sábado por la noche generalmente, ya pasadas largas horas, sabe que el alcohol genera personajes, algunos pintorescos y otros no tanto. En este caso me imaginé que era uno de esos con ganas de charlar y relatar orgulloso hazañas del pasado. Dejé mis pensamientos y le pregunté qué era lo que quería contarme.
Disculpe usted, sé que son altas horas de la noche, pero tengo un problema, no se dónde estoy ni porque estoy casi desnudo. Solo sé que le tengo que contar algo.
Asentí para que comenzara.
Está bien, mire, no recuerdo mi nombre, pero si el de mis seres queridos. Como le dije, no sé qué pasó en estas últimas horas, pero si recuerdo mi vida. Todo esto me resulta extraño. En fin, llámeme psicotrópico de kung fu, no sé si tendrá un significado para mí, pero es lo que me sale en este momento.
Contuve mi risa pensando para mis adentros que oiría una divertida aventura de borrachos.
Bueno Psicotrópico, cuénteme, cuénteme. Puedo llamarlo así, ¿verdad?
Con una mueca que emulaba una sonrisa, la única que vi en toda la noche, me dijo, Es verdad, es muy largo para decir, ¿no? Llámeme como usted guste. Lo que yo quería contarle es mi historia, lo que recuerdo de ella.
Yo comencé como la mayoría. Estudié la escuela primaria y la secundaria. Alumno regular, nada que sobresalga, aunque un par de veces le he dado a mi madre dolores de cabeza. Nadie depositó sus esperanzas en mi ni nada parecido.
Terminado el secundario me dispuse a trabajar, primero que nada, para dar una mano en mi hogar y luego para independizarme.
En mi primer trabajo conocí a mi esposa. Yo era aprendiz o cadete, como le dicen ahora. Ella era la secretaria del jefe y la realidad es que nunca me propuse conquistarla. Además, pensé que nunca se iba a fijar en alguien de mi nivel. Con esto me refiero a que yo era un simple empleado que se dedicaba a los mandados y que apenas había terminado el secundario. Y ella tan educada, mecanógrafa y además estudiando abogacía.
Comenzamos a charlar cada vez que iba a retirar la correspondencia a enviar. Eso indicaba que mínimamente la veía una vez por día de lunes a viernes. A veces me pongo a pensar que si esto hubiera sucedido en esta época, no la hubiera conocido tan profundamente. Con esto de los correos electrónicos y demás. ¿Me entendés, no? Entonces, charla va, charla viene, me encontré cortejándola sabiamente. La cuestión es que tampoco te quiero contar una historia de amor, pero resumiendo, empezamos a salir y luego vino el matrimonio. Aunque ese tipo de historias son lindas y nos llenan de regocijo y esperanzas para seguir adelante, ahora no es el momento.
Disculpame, tengo tendencia a divagar y alejarme de la idea principal.
Volviendo al tema, de un momento a otro me encontraba casado y conviviendo con mi flamante esposa. Atrás habían quedado esos días en los cuales solo mi persona importaba. Comenzaba el tiempo de mantener a mi familia, ser responsable. Era el camino que había elegido y estaba orgulloso de el. Lo único de lo que me arrepiento es de haber aceptado que mi mujer abandonara sus estudios, su carrera. Abandonó lo que amaba estudiar por algo que amaba mucho más. Su familia.
Así transcurría el tiempo. Primero en armonía con la llegada de los hijos. Nuevos comienzos, nuevas experiencias y nuevos aprendizajes. Estaba muy emocionado, era increíble lo que había logrado hasta ese momento. Sin proponérmelo había encontrado pareja y junto a ella formamos un sueño, el de una familia. Luego, desde cero, construimos un hogar. El sueño se había convertido en realidad.
Yo seguía casi hipnotizado escuchándolo. No sé si era por su manera calma de relatar estos sucesos o por la tranquila noche. Tal vez por la combinación de ambas, pero ahí estaba yo, ansioso por continuar oyendo. Quería opinar de muchas cosas de las que me contó, pero las ganas de escucharlo seguir el relato eran más fuertes, así que decidí no interrumpirlo.
No recuerdo si el sueño con el correr del tiempo se fue terminando o simplemente dejé de soñar. Los chicos fueron creciendo. Cada día que pasaba, menos nos necesitaban o al menos yo lo sentía de esa forma. Fueron siendo más independientes, formaron sus propios sueños y partieron detrás de ellos.
Supongo que es un ciclo. Yo hice lo mismo en mi momento y nunca me detuve a pensar que sentían mis padres en esa situación. Como dije, es un ciclo, uno necesario en la vida. Aún así, no deja de doler.
No recuerdo si hubo un momento exacto, si alguna situación en particular activó estos sentimientos. Tampoco recuerdo si fue antes de que la soledad invadiera poco a poco mi hogar. O tiempo después cuando el polvo del olvido ya había cubierto toda la superficie de mi casa. Esos pensamientos, sentimientos que fueron poseyéndome gradualmente. Carcomiendo el alma de la persona que solía ser. Nunca fui una persona extrovertida ni el alma de la fiesta, pero tampoco era un tipo solitario o depresivo. Disfrutaba de la compañía de la gente y solía organizar salidas y reuniones. Vivía y disfrutaba de la vida.
Ese nuevo yo, que era el que gobernaba mi cuerpo, había modificado muchas cosas de mi ser. Comencé cuestionándome mi rol en la sociedad, me sentía ajeno a ella. Veía a las personas con desprecio. No compartía la forma de pensar, su forma de actuar. Eran seres repulsivos.
No lograba comprender las opciones que elegían. No entendía como había gente que optaba por el camino de la violencia. Robos, asesinatos, violaciones. ¿Qué nos diferenciaba de los animales? A mi entender, solamente el habla. La mayoría se regían bajo sus mismos estándares. La ley del más fuerte, la supervivencia del más apto.
Lo más triste es que yo era parte de esa sociedad y no me sentía mejor que ellos, nunca me sentí superior ni mucho más. Yo también he mentido, maltratado, engañado. Quizás pecados más “tolerables” pero pecados en fin.
En mi mente habían florecido sentimientos oscuros. Comenzaba a sentir que mucha gente no merecía vivir, los demás seguirían su vida sin ellos y nadie extrañaría esa gente despreciable. Aquellos que andan ebrios por la vida generando disturbios, agrediendo por el simple placer de destruir. La falta de respeto por la vida ajena. Aquellos que roban, no por necesidad, sino para mantener sus vicios, aquellos que sacaban a relucir toda su perversidad. Aquellos pedazos de carne andante que engendraban vida para luego abandonar a una inocente criatura en algún basural y volver a empezar como si nada hubiera sucedido. Entendía que no tuvieran respeto por su propia vida, pero por más que le daba vueltas al asunto, no encontraba lógica alguna en negarle una oportunidad a un bebé que no tiene culpa alguna en pertenecer a este mundo. Mi alma comenzó a enfermar poco a poco.
Pensé, si yo tenía estos sentimientos, ¿Qué me hacía diferente a ellos? Eran solo pensamientos, pero podía ser el comienzo de algo malo. Entonces empecé a temer de mí mismo. Me aislé, me alejé de todos. Es difícil lograr esto, siendo que hace mucho soy parte de esta sociedad. Ya había echado raíces muy profundas en esta vida.
Comencé con caminatas nocturnas, que era cuando más pesaba esa mochila de pensamientos solitarios. Fue peor. A cada pregunta que generaba, aparecían más preguntas y ninguna respuesta.
Una de esas noches, una calurosa por cierto, cansado de caminar, me detuve en la puerta de un bar. Hasta esa altura de mi vida no había sido asiduo a la bebida, solo bebía en eventos sociales y en las fiestas y siempre moderadamente. Lo que me detuvo e incitó a entrar creo que fue el ambiente a soledad que se veía. Iba conmigo.
Creí que era un traje que me iba a sentar bien. ¡Oh!!! Si hubiera sabido¡¡ Cuán equivocado estaba. El traje puede calzar bien, sentirse cómodo en un principio, pero si lo usas todos los días se desgasta muy rápido y cuando te diste cuenta, estás en harapos para finalmente quedarte desnudo y vulnerable, mostrándole así tus falencias a todo el mundo.
Ese fue el camino que recorrí. Primeramente, empecé a ir en los horarios menos concurridos. Era cuando la mayoría se retiraba a sus hogares para finalizar el día con sus familias y antes de la medianoche, cuando el lugar se llenaba de caras pocas amistosas y ojos rencorosos, un ambiente turbio. Ese era el momento en el que sabía que debía retirarme. En esos momentos que permanecía ahí me pedía una botella de vino y la bebía lentamente, generalmente ni la terminaba. Mis pensamientos se diseminaban con cada sorbo y junto a ellos el peso de mis ideas me iban liberando. Era una sensación agradable y estaba dispuesto a que se repita. Había encontrado las respuestas en una forma líquida.
Día a día continuaba yendo a mi refugio, ya me conocían y me fiaban. Las pocas personas que se encontraban en esos momentos también fueron más cercanas. Compartíamos anécdotas del pasado, de tiempos mejores. En mi caso yo era más de escuchar, debido a que tuve una vida típica. En cambio, mis compañeros de noche eran hombres de mundo. Habían recorrido varios lugares del país y vivido mil vidas en una.
Parecía que las historias que contaban nunca se les acabarían, cada noche varias diferentes. Y yo revivía esos relatos con ellos y aprendía. Aprendía de sus actitudes, sus emociones al relatar los hechos. Veía sus ojos vidriosos al contar algo triste. También veía sus manos temblorosas cuando relataban algo que los ponía nerviosos y sus pequeños golpes secos y efusivos al contar algo con mucha pasión. Eran largas noches en que creía comprenderlos.
Pero en el transcurso de mi “aprendizaje” también hubo desidia. Había desatendido a la persona que amaba.
En un principio ella no me decía nada, ya que las salidas no eran esporádicas. Pero luego comenzaron las cenas frías, las camas vacías, para después pasar a que ni hayan cenas directamente. Ni siquiera una cama esperándome. La abandoné completamente, la dejé a su suerte.
En ese momento no me importó o no lo noté y ya muchas cosas habían cambiado. Ya no me alcanzaba con oír sus historias. Tenía que vivirlas, tenía que crear una propia.
Comencé a frecuentar otros lugares más oscuros, donde historias más sombrías llegaban a mis oídos. Ya no notaba esos ojos rencorosos, no los notaba porque yo mismo los tenía.
Fue todo muy vertiginoso. Otra vez sin darme cuenta, sin notar tan horrible cambio, me encontraba frecuentando a aquellos que alguna vez aborrecí. Yo codeándome con aquellos que robaban, que traían maldad a este mundo ya condenado. Con esos que destruían los que unos pocos se empeñaban en construir.
Notaba mi falla, sabía en lo que me equivocaba, pero aún así no me detenía.
Habían días en los que ni volvía a mi hogar. Varios días sin dar noticias en mi casa, varios días en que siquiera recordaba donde estuve o lo que había hecho, casi como en esta oportunidad.
Así fue como estuve hundido en situaciones de las cuales no estoy orgulloso, vinculándome con el bajo mundo, entregándome a los placeres mundanos. Robando, hurtando, amenazando.
Yo mismo alimentaba mis demonios, los sentía crecer imponentes y aplastantes.
Ya había aniquilado al hombre, ni una sombra quedaba del constructor de sueños, solo habitaba en mí el destructor, el aniquilador.
Tanto tiempo para distanciarme de ellos, diferenciarme, y terminé sucumbiendo.
No recuerdo cuánto tiempo deambulé en esos pasillos oscuros y claustrofóbicos. Quizás solo fueron meses o pocos años, pero te digo que se sintieron como décadas o vidas enteras.
Mi cuerpo ya me demostraba que había llegado a un límite. Mis músculos comenzaban a atrofiarse y mi panza se hinchaba más y más. Vomitaba con solo tomar un trago de cualquier bebida alcohólica. Adelgacé bastante ya que apenas comía algo, solo bebía hasta el hartazgo.
Era el circulo vicioso en el que me encontraba, el que mis propias decisiones habían generado.
Luego de un tiempo ya no tenía más fuerzas para seguir con esa vida. Mis energías ya estaban consumidas, mis pensamientos y lo poco bueno que tenía para brindar a este mundo, también.
Intenté volver a la vida que había abandonado. Mi mujer me aceptó nuevamente, no sé si por lástima, porque estaba sola o porque aún sentía algo por mí, ya había perdido la capacidad de entender a los demás. Nunca lo hablamos y hoy me arrepiento. Me quedaré con esa duda. Mi único consuelo es que puedo elegir la respuesta que más me agrade.
Hoy por hoy elijo creer que aún me amaba, porque es feo irse de este mundo sin el sentimiento de haber sido amado.
En ese momento me atreví a interrumpirlo. ¡Ey! ¡No diga así! Aún tiene a sus hijos y me imagino que todavía está a tiempo de hacer las paces con su mujer.
Me detuvo con una mirada brusca, en ese momento no entendí el motivo. Mientras tanto el cielo ya no estaba limpio y de a poco las nubes se veían amenazantes.
Retomó el relato.
Volvimos a convivir, yo pobre iluso, pensando que podría retomar donde habíamos dejado. Fue como convivir con un fantasma que constantemente me recordaba todo lo malo que había hecho. Esa mirada fría y vacía que me daba al avisarme que la comida estaba servida, apaleaba todo mi ser dejándome maltrecho. Esos silencios incómodos durante el desayuno que me gritaban todas las inmundicias que yo era.
¡Pobre santa! Todo estaba en mi mente, yo mismo me castigaba. Yo sabía todo lo malo que había hecho y era mi conciencia reclamándomelo.
Lo más triste fue que por más que yo sabía todo eso, jamás le pedí disculpas. Nunca le dije cuanto lamentaba el haberla herido de tal manera. Las mentiras que proferí contra nuestra relación. El boicotear todo lo que habíamos realizado hasta ese entonces y sobre todo los planes que estaban por venir. Las cenas afuera que le debía, los paseos por el parque en nostálgicas tardes otoñales o alegres tardes primaverales. Todo tiene un amanecer y un ocaso.
¡Y los viajes! La vieja siempre quiso conocer Europa y yo le prometí que íbamos a hacerlo. Le prometí que íbamos a envejecer juntos, y yo la abandoné. Persiguiendo fantasías de humanidad, profané mis promesas.
Noté que su voz comenzaba a temblar y ví que la luz de la luna remarcaban las lágrimas que surcaban su rostro.
Inhaló profundamente, tragó saliva y me dijo: ¿Sabés pibe? Todo lo que recuerdo son las cosas malas en mi vida. Te juro que intento retroceder un momento bello junto a ella y no puedo. No recuerdo nuestro primer beso, ni mi boda o el nacimiento de nuestros hijos. Algo sencillo como una caminata al almacén, acariciar su mano o su sonrisa. ¡Que hermosa sonrisa que tenía! Se que esas cosas pasaron, pero no recuerdo los sentimientos de ese momento. Tanto es así que comienzo a dudar si alguna vez sentí algo. Y se quedó pensativo observando la luna volviendo a dejar entrever las lágrimas que recorrían su rostro.
Fue en ese momento en el que noté que hablaba de su esposa en tiempo pasado. Me quedé congelado por mi descubrimiento y porque no sabía cómo reaccionar. Solo atiné a decirle, ¿se encuentra bien señor?
No hubo respuesta, solo sorbió su nariz y continuó relatando.
Las cosas fueron mejorando o al menos eso quería creer. Ahora mi esposa me miraba cuando me hablaba y eso para mí ya era mucho. Llegué a pensar que había esperanzas. No de recuperar el tiempo perdido o que todo volviera a ser como antes, porque sabía que eso era imposible.
Al menos me contentaba con que pasáramos los últimos años juntos, como así lo habíamos planeado al comienzo de nuestra relación. Todavía nos quedaba un par de décadas por delante y creí que iba a poder enmendar parte de mis errores ya que sabía que diez vidas juntos no serían suficientes para hacerlo.
El amor de mi vida enfermó al poco tiempo y todo fue muy rápido. Lo típico, doctores, especialistas e internaciones. Cuando me di cuenta estaba tomando su mano helada y gritándole que por favor me volviera a sonreír, prometiéndole que si lo hacía yo iba a ser el mejor marido del mundo, el que siempre tuve que haber sido. Que la llevaría a cenar a ese lugar hermoso al lado del río que tantas veces me dijo para ir. Le juré que si me miraba una vez más, aunque ya no le podía prometer Europa, iríamos a alguna playa cálida y caminar por la playa agarrados de la mano como cuando éramos chicos. ¡Te juro que lo intenté! Grité, lloré y tardíamente le pedí perdón por todos mis errores. Pero no hubo respuesta, solo el frío de su piel. Se fue de este mundo sin oír mis disculpas, pibe. Terminó de relatar y cayó de rodillas al suelo.
Yo otra vez totalmente inmovilizado no atiné a nada. ¿Cómo puede uno reaccionar ante tanto dolor junto, tanto dolor acumulado? Finalmente me acerqué, lo ayudé a levantarse y le pregunté si quería beber agua. Se negó con un movimiento de cabeza y sin emitir palabras.
Una vez en pie me agradeció. Disculpá las molestias, en serio. Te juro que ya termino, me dijo y continuó.
Luego de eso, mis hijos enojados conmigo, y con razón, se peleaban para ver quien era el primero en deshacerse de mí. Terminaron por enviarme a un hospicio ya que alegaban que mi salud mental no era la mejor y que no podía valerme por mí mismo. Algo de razón tenían. Perder a mi mujer fue lo último que me faltaba para terminar de hundirme. Con ella se fueron mis ganas de vivir, de seguir estando en este mundo que yo no apreciaba.
En el hospicio no la paso mal, me dan medicación que me calma y vemos mucha televisión de mi época, de cuando era joven, vemos el auto fantástico, la familia Ingalls y hay otras series que no me acuerdo el nombre, me suena algo así como “pequeño saltamontes”, pero no sé, como ya te dije, mi memoria actual ya no es la misma de antes. Otra vez se quedó mirando el cielo como buscando una estrella que se le perdió y ahí noté que no buscaba estrellas, sino que el cielo estaba totalmente nublado y a lo lejos se veían relámpagos.
Le dije, señor, ¿recuerda dónde está la residencia? Porque se viene la lluvia y así vestido como está la va a pasar mal. Lo acompaño así me quedo tranquilo y usted puede dormir en un lugar cálido.
Si, creo que sí, me respondió.
Empezamos la caminata mientras los relámpagos iluminaban más y los truenos se escuchaban cada vez más cerca. Caminamos un par de cuadras y me dijo, no sé porque te conté lo que te conté, pero quiero que sepas que me ayudó a desahogarme un poco, por eso te agradezco. Enseguida me preguntó, vos no sos de acá, ¿no? Y yo le respondí, no, estoy de visita. Discutí fuerte con mi mujer y pensé que alejarme un par de días era lo mejor para los dos.
Me miró medio sorprendido y me dijo, acordate que yo ya estuve en una situación similar, y no por eso te digo que vos vayas a repetir los mismos errores que yo. Pero ahora al menos ya sabés que camino no recorrer. Igualmente, tomalo como de quien viene, verás que no soy nadie en quien confiar.
Yo le mostré una sonrisa nerviosa como restándole importancia a sus palabras, pero por dentro me dejo pensando y mucho.
Estábamos por llegar a una esquina cuando el señor me indica que teníamos que doblar. Justo en ese instante un gran relámpago cae detrás nuestro tan cerca que hizo que las alarmas de los autos cercanos comenzaran a sonar. Una gran orquesta desafinada de sirenas y ruidos me hizo lanzar insultos al aire del susto que me pegué. Cuando vuelvo a mirar para adelante, el señor ya no estaba.
Pensé que tal vez del susto el comenzó a correr alejándose del bullicio así que fui en busca de el, al girar la esquina no había absolutamente nadie. Sorprendido retrocedí en mis pasos y comencé a gritar ¡señor! ¡Señooor! Pero no se escuchaba nada más que los truenos y la lluvia caer copiosamente sobre el metal de los automóviles. El viento comenzó a ser más fuerte y comenzaron a caer un par de ramas. Esa fue mi señal para retirarme, ya que esas lluvias de verano pueden ser cortas pero muy violentas.
Comencé a correr hacia mi hospedaje y llovía tan fuerte que no me molestaba en esquivar charcos o alcantarillas ya inundadas por la cantidad de hojas y ramas acumuladas a su alrededor. Era tanta la cantidad de agua que caía que se me dificultaba respirar.
El trueno fue una minucia comparada con el miedo que comencé a sentir cuando el agua comenzó a llegar a mis rodillas, mis piernas pesaban más y más a cada paso. Mi corazón golpeaba con fuerza mi pecho haciéndome sentir que el camino de regreso no terminaba más. ¡Y eso que solo fueron un par de cuadras!
Con dificultad logré llegar a mi destino y me encontré con gente en la recepción que se despertaron por la violencia de la tormenta. Cuando llegué tomé mi teléfono móvil y llamé a emergencias para informar de la situación con el señor, les comenté que me parecía que era un paciente de algún hospicio y que nos separamos cuando lo estaba acompañando al hogar. Me respondieron que apenas se pudiera, enviarían a alguien para buscarlo en la zona que les indiqué.
La tormenta duró un par de horas y obviamente no pude dormir. Cuando amainó la lluvia, el sol se ocupó de dispersar las nubes restantes para dejar atrás ese evento furioso, como si nunca hubiera sucedido. Los pájaros comenzaban a cantar y la gente comenzaba con su rutina diaria.
Intenté comunicarme un par de ocasiones más con el servicio de emergencias, pero no me supieron o quisieron dar ninguna información. Casi en respuesta a las últimas palabras que me dijo antes de desaparecer, decidí cancelar mi viaje y regresar a mi hogar.
Ya retornando, mientras me empezaba a dormitar en el ómnibus, algo me despertó abruptamente. Algo en mi interior hizo que revisara las noticias desde mi teléfono móvil. Fui directo a las novedades locales y ahí fue que me encontré con este titular. “Luego de feroz tormenta se encuentra a una víctima fatal”.
Con gran temor me dispuse a leer y la nota decía que luego de gran tormenta donde ha caído una inusual cantidad de agua, anegó las calles de la zona por crecida de río cercano. Y lamentaban informar que encontraron una víctima fatal que se encontraba bajo un coche estacionado. Al parecer sus ropas quedaron enganchadas al automóvil y no pudo soltarse antes de que el agua tomara toda la zona. Se cree que falleció por esa razón y que el difunto no pudo ser identificado porque no llevaba documentación encima. La investigación se encontraba abierta.
Al terminar de leer la nota no lograba salir de mi estupor. ¿Será acaso el señor de la noche anterior? ¿Será que de esa manera se escapó de mí y por eso no logré encontrarlo? Pero de ser así, ¿por qué lo hizo?
Creo que nunca hasta ese momento de mi vida me sentí tan confundido como entonces.
Solo quería regresar a mi casa, abrazar a mi esposa y sentir que todo iba a estar bien.
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