La memoria es una herramienta rizomática de poder. Lo que recordamos y lo que olvidamos nos construye como seres vivos, como humanidad y como comunidad. Sin embargo, los recuerdos y los olvidos individuales y colectivos no son del todo voluntarios ni aleatorios. En gran parte son un efecto de las políticas de la memoria que favorecen y promocionan unas imágenes, palabras y sonidos a expensas de otros. Así crean los cánones: históricos, políticos, literarios, religiosos, estéticos y éticos.

Durante siglos las autoridades estatales y eclesiásticas mantuvieron la voz femenina fuera de estos cánones. Históricamente la presencia y la palabra de las mujeres se medía por los decibeles de su ausencia y silencio. Sin embargo, desde la misma matriz de la historia, y permítanme aquí la alegre ambigüedad del término, la palabra y la agencia femeninas han sido integrantes sustanciales de las sociedades en todas sus vertientes.
Entonces, recordar el pensamiento, las acciones, los afectos y las vidas de las mujeres del pasado nos permite dejar de pensar en nosotras como pioneras al igual que huérfanas, hijas de unas madres desconocidas que avanzan sobre una terra incognita de la emancipación. Escuchar las voces de las primeras sufragistas nos posibilita encontrar el hilo perdido entre el feminismo contemporáneo y las incipientes propuestas de reivindicación del espacio y la palabra de las mujeres de la Ilustración, la alta Modernidad e incluso el Medievo y los primeros siglos de nuestra era. Nos deja trazar una continuidad y un sentido de identidad y orgullo más allá de los cánones dominantes y fuera de los marcos admitidos del saber donde lo femenino se ha configurado como secundario, subordinado y mudo. Entonces, el postulado de recordar a nuestras abuelas de todos los contextos geopolíticos, históricos y culturales no busca hacer un hueco a las mujeres en la historia, sino restituir la historia a las mujeres.
De la ‘amnesia colectiva’ de los feminismos habla con sorna que le es propia una de las pioneras de la teología feminista Elizabeth Shüssler Fiorenza cuando dice: ‘Let’s make it clear. For centuries women have been saying many of the things that we are saying today and which we have often thought as new […]. There are industries built upon the discussion of men’s ideas, and for women it would be a productive change to build upon, elaborate and modify the ideas of our foremothers’.
De hecho, cuando escuchamos a las mujeres que en el siglo XIV nombraban su derecho a la firma propia y demostraban que ‘no hay texto que esté exento de misoginia’—como lo hizo Christine de Pizan—; cuando leemos a las místicas que contruyeron lenguajes nuevos para expresar su relación individual con la divinidad desde la sexualidad y corporeidad femeninas mediante afirmaciones tan poco ortodoxas como la de Ángela de Foligno quien dijo: ‘mi Dios se hizo carne para hacerme Dios!’; y cuando reflexionamos junto a las trabajadoras anónimas, madres, criadas, nodrizas, sirvientes que habrían podido exclamar a la sazón de Audre Lorde que ‘the master’s tools will never desmantle the master’s house’, somos capaces no solamente de hacer un cambio, sino de ser este cambio que queremos ver en el mundo. Porque entonces ya no hablamos desde una perspectiva urgente de nuestro aquí y ahora que, aunque válida, es por necesidad y por fuerza tan solamente una estrecha fisura en el tejido de las realidades. Al conocer y asumir esta herencia polifacética y dialógica ampliamos nuestros postulados, perspectivas y modos de conducta. De este modo somos capaces de percibir que ciertas puertas que hoy intentamos romper con tanta porfía, han sido abiertas ya hace tiempo y lo que nos toca hacer ahora es dar el siguiente paso. Ocupar este espacio de la ‘habitación propia’, volverlo más cercano, habitable, común o hasta ordinario.
En mi trabajo hablo con las fantasmas. Como historiadora de la cultura y filóloga en mi día a día accedo a las voces de los archivos nacionales, regionales, conventuales y privados que piden ser escuchados y nombrados. Leo los manuscritos sin firmas, las firmas sin manuscritos, cartas sin destinatarios, diarios, avisos, poesías sueltas, rúbricas y notas caseras. En muchos de ellos me topo con frases de plumas femeninas que fácilmente podríamos pegar en los medios sociales como nuestros lemas y aún pasar por atrevidas: ‘Si la mujer tiene el derecho a subir a la hoguera, también debe tener el derecho a subir a la tribuna’ reclama con rabia y angustia Olympe de Gouges en su Declaración de los derechos de la Mujer y la Ciudadana (1791) demostrando el total fracaso de la Revolución Francesa que en sus postulados de la libertad, igualdad y fraternidad ha prescindido de la mitad de la sociedad. ‘¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! Porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!’ ordena vehemente Catalina de Siena al estar furiosa por la corrupción clerical del siglo XIV, las desigualdades sociales y estrechez de los, por entonces, dos papas que arriesgaron la unidad del mundo occidental cristiano por sus ambiciones personales. ‘Estimuláronme a esta empresa los escritos de mujeres científicas, el deseo de seguir sus pisadas’ explica Ana Francisca Abarca de Bolea, una poeta e intelectual aragonesa del siglo XVII, al abrir su libro Catorze vidas de Santas […] y escribir una genealogía de las mujeres ilustres anticipando las propuestas de herstory de la ginocrítica americana del siglo XX.

A pesar de la riqueza y polifonía de estas voces un subtexto que encuentro en mayoría de ellos como reflejo o eco lejano es el postulado de Mary Astell, una filosofa inglesa del siglo XVII, quien preguntó retóricamente en su A Serious Proposal to the Ladies […] Wherein a Method is offer’d for the Improvement of their Minds: ‘Si todos los hombres nacen libres, ¿cómo es que todas las mujeres nacen esclavas?’
Hablar con las fantasmas es un privilegio a la vez que una obligación ética. Atender a los testimonios que durante siglos nadie quiso escuchar hace que con el tiempo la distancia entre hoy y ayer se hace cada vez más borrosa y superficial. Además, permite tomar conciencia de la fragilidad de estas vidas, de su temporalidad. Y es precisamente la vulnerabilidad de todas las vidas y la finitud de la condición humana las que me interpelan para ver en este tipo de intervenciones una alternativa política. Darse cuenta de lo importante que es dejar marca, trazar huella por aquellas que, como dijo Hannah Arendt, desaparecieron dejando una herencia sin testamento. Lo primordial de este gesto, entendido en su praxis concreta, reside precisamente en hacer el máximo ruido en torno a las que fueron sujetos, es decir, aparecieron mediante su palabra y su acción, aunque durante siglos fuesen reconocidas solo por ser sujetas.
De acuerdo con los presupuestos de Roldan Barthes la masa histórica debe ser entendida no como un rompecabezas para ser reconstruido, sino como un cuerpo para ser abrazado. Entonces, el objetivo no reside en la reconstrucción de la historia, sino en un (re)nacimiento del pasado. En hacer que este cobre vida en nosotrxs mediante nuestras acciones, comportamientos y valores. En tal marco, recordar las historias individuales de nuestras abuelas, sus madres, hermanas y tías a la par que acordarse de las mujeres que nombraron el mundo en femenino cuando no hubo lenguaje ni herramientas para ello, reclama la raíz latina de la palabra que dice ‘si recuerdas vuelves a pasar lo vivido por el corazón’. Tal recordatio hace posible realizar una acción emancipadora insólita donde la afectividad, en vez de ser un obstáculo para la distancia supuestamente necesaria para la comprensión histórica, se convierte en el motor de narración del pasado. La posibilidad de sentir el pasado como anhelo y como deseo establece las bases para otros modos de practica feminista y abre horizontes dignos de ser seguidos.
Cuando hablamos con y de nuestras abuelas —las reales y las simbólicas— lo que hacemos es precisamente devolverles su agencia y presencia y nos devolvemos esta herencia a nosotrxs. Solamente así somos capaces de estallar una idea segura de la autoridad que hace pasar unas personas por invisibles, ciertos sonidos por inaudibles y ciertas palabras por indecibles.

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