Estoy redonda. Pero es mi último día de esfera. Hoy dejaré de girar para bajar de peso en picada.

Me miro. Los bordes se hamacan y pienso que parezco disfrazada de marea. Soy un planeta con bata azul. Me veo en el espejo vestida de plástico, de firmamento y de miedo.

Indumentaria descartable entibia mis pies. Me acuesto. Dicen que ya viene, me niego a creerlo.

Estoy despierta. Obreros eficaces despliegan los preparativos para una bienvenida conmovedora. Mantengo conexión con algunos aparatos que me exploran por dentro.

Lo enseñado se desbarranca detrás de mis ojos. No sé si lloro.

Algunos me tocan, otros me esperan, todos me estimulan, uno me quiere.

En la caverna de mi boca abierta hacen eco mil palabras. Que apure, que relaje, que respire, que me tranquilice y que me obligue.

Estoy dispuesta. Voy a hacer una jugada mágica en la partida de mi existencia.

Mover las entrañas hasta que la fuerza suplique basta. Todos los dolores se arrinconan en la panza. Me dejo ser un pasillo por el que patina el agua. Hay sangre/pinchazos/gotas. Algo se desarma. Una cuchilla en la cintura y elefantes en los pies.

Me desgarro, me parto, me duele, no puedo.

Su cabeza estrangula mi alma. La sala se convierte en un laberinto de gritos.

Que alguien lo saque. Que se jueguen. Que me ayuden. Que termine.

Ya vienen su pelo y su risa. Me ablando.

Resbala, introduce, ataja, tira, sale. Se oye en voz alta la hora y dos minutos.

Soplo. Desprende.

Me felicitan. Hablan entre ellos.

Recién llegado y tiene que irse.

Esta enojado, colorado, tenso.

Con sus ojitos grises, explora. Qué hermosura.

Ahora se lo llevan.

Respiro, descanso y lloro.

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