A pesar de haber nacido fea, Leticia se pasea coqueta mientras atiende las mesas con su delantal de moza. Siempre se mueve como pez en el agua dentro del bar. Disfruta, y no se pregunta por qué caderas todos la miran tanto.
Cuando no hay clientes y puede descansar en una silla, Leticia maneja la radio y ante la impavidez de dueño y cajero, pone fiesta en la música.
Leticia moquea una gripe y una maldición del diablo. Los mismos dos viejos de siempre deciden conversar allí todas sus jubiladas tardes, mientras cuentan vaginas por la ventana y entrometen su aguijón en el apuro ajeno.
Nariz Enronquecida pregunta: “¿Qué desean los caballeros?”.
—¡Hoooola, buena moza! ¿Podría traer lo de costumbre? —pregunta como siempre, el de lentes. Por eso a Leticia le gusta ignorarlo y dirigirse al otro, al de orejas pálidas y mucho bigote, que calla una vez más. Ella le dirige entonces una pregunta acerca de
—¿El capuchino con azúcar o edulcorante?
Bigote Silencioso dice “azúcar”. Lentes Celos Tormentosos le lanza entonces una mirada furibunda y, a pesar de sus blancas pestañas, relampaguea y envía: “¿Por qué no se dirige a mí si yo le hice el pedido?”.
La moza gira y él murmura. Hasta que una maniobra de la suerte hace que un día ella gire un segundo después y descubra a los lentes, diciendo algo al otro con mueca de cara fea.
—¡¿Qué dijo?! —Lo increpa Cintura Breve, mientras Lentes Complejo de Inferioridad escupe en voz baja.
—Me hacía una pregunta acerca de usted —dice Lentes Tres Pelos Engominados.
—¿Y? —se suena Pañuelo Blanco y agrega enrojecida —¿Por qué no me pregunta a mí? ¡Si yo no tengo ninguna gripe en contestarle…!
—Quisiera saber por qué cada vez que yo le hablo, usted se dirige preguntando hacia mi compañero.
—¿A usted qué ganas le patinan, eh? ¿Qué hay si a mí me gusta contestarle a los silencios y callarles a las arrastradas de alas?
Calvo y de Lentes se enoja, pero por caballero reprime una puteada bestial. Baja la cara y sigue con el crucigrama mientras las letras se le atragantan a la altura del pecho.
Desde otra mesa, Cuando se Enteren Los Muchachos de Esta Historia ríe bajito.
Ella le sirve aunque él nunca toma, el jugo de naranja que invariablemente deja. Luego, Leticia voltea y endereza una cola de andar altivo, hacia la cocina.
Él sube la vista y cuela los ojos por esas curvas de ensueño.
Cabeza Sin Pelo se sabe esclavo de aquel café.
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