La venganza de los caracoles

En cuclillas. Sentía imprimirse en mis plantas los cuadraditos rojos del piso. Quemaba un poco, como siempre a la hora de la siesta. Con su ir y venir lo dividían las hormigas, llevándose detrás suyo los hilitos de mis pensamientos.

A los 10 años desarrollé una versión evolucionada del juego. Los caracoles le agregaron la tercera dimensión al chato ir y venir de las hormigas.

Las paredes de una caja levantaron a unos cuantos centímetros del piso los ángulos de 90° de pastina roja.

Y transcurrían los bichos sobre el cartón, dibujando otra vez los hilitos de mis pensamientos.

Pero eran pensamientos sin corral y sin dedo. Inesperados.

Detrás de los caracoles, yo remontaba vuelo. Y en sus espirales se perdían mis dudas, dando vueltas cada vez más rápido hasta licuarse y encontrar un camino alternativo.

El descubrimiento más maravilloso fue que comían papel y después hacían caca de colores.

¡Cuánta paciencia nos tuvimos! Una vez escondí la caja en el placard. Hicieron fuerza entre todos para correr la tapa y salieron. Veinticinco caracoles dejando su baba sobre mis pulóveres…

Los conocía por su nombre. Recuperé amorosamente a cada uno. Eran una colonia feliz. Un verano los liberé. No me acuerdo dónde pero es lo que tiene que haber pasado.

Mis caracoles andan sueltos por alguna parte. Lo sé porque ronronean mis pensamientos, acomodándose en los huecos calentitos de la cabeza.

Pero la pesadilla nos atisba a todos y sólo espera un descuido para aparecer.

Años después comí una cazuela de caracoles, y esa traición fue mi ventana. Durante siete noches me visitaron la angustia y la muerte.

Como apertura, soñé con un luchador de sumo de 120 kilos que se tiraba sentado sobre mi cara. Como diciendo: “¡pesaditos te cayeron los caracoles!”

Detrás de los caracoles visité el infierno. Y en sus espirales se perdieron mis dudas, dando vueltas cada vez más rápido hasta licuarse y encontrar un camino alternativo.

Con sus pesadillas caminaron mi mente, pintando de aceite un laberinto seco y haciendo saltar resortes en las esquinas viejas.

Dibujaron nuevas redes de dolor y de agua.

Y mis hormigas rompieron filas, quedando brevemente acorraladas. Cuando el sol les abrió las puertas tenían los ojos lastimados de estrellas, y sentían imprimirse en sus plantas, los cuadraditos rojos del piso.

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