¿Recuerdas el día que me encontraste en la bañera? El día en que encontraste mi cuerpo inerte con las muñecas sangrantes de un líquido carmesí, el día que entendiste que no podías hacer pertenecer a alguien que no habito nunca esa piel.
No te culpes por no ver las señales que oculté entre risas y comentarios sarcásticos. A pesar de tus advertencias de aquellos días en que me decías que no viera los postes mientras manejaba, que no mirara por la orilla de la ventana, no fueron suficientes. Tampoco esos mensajes a las tres de la mañana. Pero aun así espero que recuerdes los buenos momentos y no solo ese “maldito día”, como tú eliges llamarlo.
Los días en que me escuchaste cuando te decía que mirar un edificio me hacía desear tirarme de él, la llamada en la que te dije: “Si me vienes a buscar, llámame, que me quiero matar”. Tú te reíste incómodamente y me dijiste: “Te amaré incluso en el suicidio”.
Aún te acompaño, aún te miro desde lejos. Mi cuerpo esperó por ti, mi sangre que brotaba de heridas que sueños rotos ocasionaron, esos sueños de los que tú me volviste recolector. Y nunca pensé que mi final sería así, un final donde tú ya no estarías, donde saldrías herida.
Fui testigo del amor y cómplice de la muerte, fuiste luz en pensamientos que no llegaban a un presente. Aún quiero saber lo que escribes de mí cuando nadie te ve, cuando nadie te siente, porque sé que te encanta que nadie te perciba, que amas perderte en todo lo que eres, en todo lo que sientes.
¿Qué más podría decirte? No sé lo que recuerdas, pero este es mi último acto de amor: soltarte para que tú también seas feliz y no tengas que preparar la cama para dos, un acto en el que espero mi recuerdo no te atormente, donde no me veas en las esquinas, para que no recuerdes ese día en el que perdí la vida y te perdí a ti con ella.
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