En estas horas de la noche, doy a conocer un incidente que aconteció después de una velada entre amigos de farra, del cual cada fin de semana nos juntábamos para timbear al póker o algún juego de azar siempre a medianoche con el imperativo de coincidir los horarios de cada integrante para agendar la reunión de camaradas, compartiendo en una mesa redonda donde brotaba el humo por cada fumarada de tabaco y entre risas haciendo chocar vasos de licor celebrando la amistad de muchos años.

Se percibía un ambiente embriagador y maloliente de aquella antigua cantina, del cual los clientes consumían casi todo el sueldo en la entretención. Las damas al interior de aquel lugar estaban vestidas de forma estimulante, siempre acompañando a los fortuitos tahúres, se podía intuir la cantidad de gasto y mala vida dentro de ese bar. Estábamos entusiasmados con el ir y venir de las cartas, cubriendo con nuestras manos las barajas en abanico, mirando a cada uno el próximo naipe en mesa, hasta que uno de nosotros detiene el juego inesperadamente dando vuelta y dejando los naipes del abanico con un fuerte golpe en el mostrador, la botella voló hasta llegar al suelo rompiéndose junto con los vasos, dejando el piso mojado con muchos vidrios esparcidos. Nuestra sorpresa fue mayor al ver a nuestro compañero borracho pararse abruptamente. Tambaleándose, balbucea diciendo; “muchachos, ya no aceptaré ninguna interrupción de ustedes, yo me defenderé con lo que encuentre…” en eso se agacha y toma la botella rota para intimidarnos. Quedamos atónitos, sin embargo con el alivio del agresor que cae inconsciente encima de la mesa. Con semejante espectáculo uno de los clientes nos advierte para que desalojemos el local antes que los matones del dueño nos saquen a patadas. Llevamos afuera a nuestro ebrio camarada, agarrando sus brazos mientras arrastraba sus botines en el suelo en calidad de bulto. Lo tuvimos que ir a dejar a su domicilio, entrando en la madrugada. El más responsable del grupo terminó borracho e intoxicado. Ahora faltaba que cada uno de nosotros pudiera volver a descansar a sus respectivos hogares. Por mi parte no fue fácil retomar el camino al hospedaje, debido a la desorientación solo me guiaba por la intuición mientras mi sombra se refractaba en la acera por la tenue luz amarillenta del único farol del pórtico de la estancia.

Dirigiéndome camino al hostal el recorrido era accidental por la angosta vereda de adoquines aproximadamente a diez cuadras de distancia. Entre cortos y vacilantes pasos todo alrededor me daba vueltas. Las luces de lámparas en las calles formaban extrañas y fantasmagóricas imágenes en las paredes de los muros de una iglesia cercana que observaba. Producto de mi estado de inconsciente embriaguez fantaseaba viendo como las sombras se balanceaban en un columpio durante la travesía de llegar pronto a la residencia.

En aquella noche todo era quietud, podía sentir la refrescante brisa que susurraba mis oídos experimentando ningún avance al caminar. Llegando a la esquina de una cuadra, respiro hondo para tomar aliento con la necesidad de recuperar el estado lúcido para posibles dificultades en el trayecto. Me estrecho con fuerza al poste del farol, abrazándolo como si fuera una salvación de mi angustia. Husmeando se acerca un perro a consecuencia del fétido traje de abrigo que estaba usando, trata de morderme pero inconscientemente le tiro un puntapié al hocico que por fortuna se aleja del sitio ladrando.

Advierto en el momento una insólita sospecha del cual una tenue neblina cubre el entorno, sintiendo un frío inusual, de aquello siento unas manos que tocan mi espalda, tal pálpito ocasiona una corazonada de peligro. Volteo apresurado y por mi sorpresa percato que una figura extraña en la umbría soledad de mi desdicha me observa fijamente con unos refulgentes ojos. Quedando inmóvil de pánico solo intuyo al más mínimo movimiento para salir a salvo, ya que podría ser el fin de mis días. No me quedaba más consuelo que continuar con el flemático acto, como adivinando mi consternación aquella prominente silueta de un hombre con sombrero vestido con manta negra dejaba a la vista su mirada hipnótica. Esperando que me pida lumbre para encender el habano que asomaba en su boca, lo deja caer para mostrar una deslumbrante sonrisa con unos pasmosos dientes dorados junto con un hálito repulsivo saliendo de sus fauces para el instante tomar con su esquelética mano de uñas largas el elegante sombrero de copa oscuro, dejando al descubierto unas alargadas y puntiagudas orejas, que me hacen sobresaltar de espanto. Me recupero deprisa corriendo velozmente por las aceras, dejando atrás la resonante carcajada de aquel sujeto tenebroso.

Aún no logro entender, al parecer fue concebido por mi embriagada imaginación o realmente ocurrió esta tétrica pesadilla. Lo único cierto es que no he podido borrar el recuerdo de ese gesto del rostro lívido a la luz de la luna, donde jamás se había escuchado aullar tanto los perros cerca de esa antigua taberna.

Etiquetas: misterio

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