Hoy es uno de esos días donde tengo llena la cabeza de ideas o alucinaciones de mi niño interior, me veo como muchas veces caminando sin rumbo fijo por la vida y por este camino que al verlo es igual al camino de ladrillos amarillos en el mago de Oz. Volteo a ver a un lado y al otro, como esperando que se me acerque un compañero de viaje, alguien con quien compartir mis aventuras en la travesía que me depara esta mañana, sin conseguir clavar mi mirada en nadie específico.

Todos van o vienen con premura, ¿a dónde van? ¿De dónde vienen? Son las preguntas que me hago al verlos tan apurados, vagando por la vida sin destino claro. Todos somos un poco así, como el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas, angustiado, llegando siempre tarde, sin saber a dónde va en realidad.

Sigo mis huellas en lo que parece un carrusel en mi mente llena de fantasía, digo esto porque a pesar de caminar en línea recta veo que todo es un ciclo sin fin. Vamos y venimos en la vida, comemos y dormimos cada día sin encontrar satisfacción total, a lo mejor de vez en cuando logramos un atisbo de felicidad, abandonando el plan maestro que nos hemos trazado al inicio de este bucle infernal que tomamos como existencia, vida y realidad…

En esos instantes que mi mente habla conmigo mismo, es donde me libero de la verdad, al soñar despierto que comparto camino con el muñeco de madera que con vida propia se dirige a la escuela, trato de ser cuidadoso en mis pasos para no pisar a su conciencia diminuta, como la que tienen muchos humanos, en la realidad de la vida absoluta.

Volteo y veo a la bella muchacha que sosteniendo un libro camina, con una muy sonriente cara, soñando con mundos fuera de su realidad, apurada porque va tarde a preparar la merienda a la grotesca bestia que tiene por pareja.

Sigo mi camino, sin prisa, pero sin detenerme, tomo en él un pequeño descanso para disfrutar de un buen café en la esquina del parque, donde puedo divisar a unos niños como perdidos, jugando a los piratas; dando de brincos está uno que parece su líder, vestido de verde y le revolotea a su alrededor una libélula que al ver el cuadro no puedo dejar de pensar en Peter-Pan y Campanita la pequeña hada.

En el cafetín a mi lado se sienta un hombrecillo que no mide más de metro y medio, con una barba abundante y muy blanca, pide un café y un pastel de manzana, estoy tentado a preguntarle donde están sus hermanos, pero me quedo callado; al ver de inmediato que otros seis hombrecitos se le acercan para hablar con él y, piden el mismo postre…

Termino mi café y salgo del lugar, con una sonrisa más grande que con la que entré y reflexiono que así tendría que ser la vida, deberíamos salir de ella más felices de como la iniciamos.

Andando nuevamente por la calle, veo presurosa, como todos, correr a una niña cargando una canasta repleta de cosas, detrás de ella, como persiguiéndola un tipo un tanto desalineado, con cara de tramposo a primera vista. Al ver esto me interpongo entre ellos y detengo al presunto maleante, la niña voltea y levanta la voz: ¡Papá! ¿Qué pasó? Me quedo atónito al ver la escena, el individuo que la seguía como un lobo feroz a su presa le entrega un abrigo rojo diciéndole: – Nada hija, se te olvidó tu abrigo y más tarde hará frío. Quedé en ridículo por prejuzgar y me enteré de que la niña va a vender empanadas al parque de donde yo venía, a manera de disculpa le compro un par y rápidamente me despido.

Ensimismado nuevamente en mis absurdos pensamientos y recuerdos de mi niñez, me topo con los trillizos Lucho, Pancho y Poncho. Tres hombres regordetes que uno es agricultor, otro carpintero y el último albañil. Es raro verlos por la ciudad así que les pregunto que hacen y me cuentan sus aventuras, los dos hermanos, Lucho y Pancho que normalmente viven a las afueras, en el campo, están viviendo ahora donde Poncho, aquí en la ciudad, porque una tormenta sopló muy fuerte y derribó sus pobres viviendas, una un ranchito de paja y la otra, sí, adivinaron, una cabañita de madera.

Me despido de ellos deseándoles que lo más pronto posible puedan regresar a sus tierras, que me comentan que extrañan tanto, a pesar de que viven con cierta comodidad con su hermano Poncho. Eso inunda por un instante mi cabeza; es que uno es quien es, sin importar donde esté, ¿no es cierto? Por eso, aunque puedas tener mucho de todo estas donde te sientes cómodo, compartes con quienes quieres, sin importar a que se dedican o que clase social son. Uno es feliz realmente cuando te quitas las máscaras y descubres quién eres en realidad.

Cavilo en esto cuando sin querer me tropiezo con lo que parece ser una muy vieja lámpara, como la de Aladino, la tomo entre mis manos y al frotarla, no puedo creer la nube, pero de polvo que saca. Al parecer tiene mucho tiempo de estar tirada en el camino y nadie le ha prestado atención, posiblemente no tiene ningún valor, pero por alguna razón la limpio y conservo.

Estoy un poco cansado de tanto caminar y tanto imaginar, es en ocasiones muy solitario estar en el viaje de la vida con esta cabeza mía.

Trato de estar concentrado en mis labores, cuando llega de repente la jefa vociferando y diciendo maldiciones, tal cual bruja malvada de cualquier cuento de hadas. Solo espero que algún día viniera algún príncipe azul encantador a rescatar a todos sus prisioneros y diera fin al reino de terror que todos aguantamos sin hablar porque parece que esta señora hasta nos podría hechizar…

Al terminar el horario muchos salen corriendo despavoridos, como fugados de las mazmorras de algún palacio oscuro vigilado por dragones, al salir de la empresa me percato que en el suelo está una zapatilla deportiva muy bonita, de esas que son transparentes y con detalles brillantes. Trato de ver quién la habrá perdido, pero no encuentro a nadie.

Ya de noche, paso a una cafetería a cenar algo, el lugar es una repostería de los hermanos Hans y Greta que hacen unos pasteles fantásticos con recetas que quién sabe de dónde se las sacan, parecen extraídas de los mismísimos cuentos de hadas. Yo en esta ocasión viendo mi cartera y mi barriga, solo pido un panecillo integral con atún y un té de menta para ayudarme a conciliar el sueño más tarde. En la barra del lugar, se ha sentado un personaje muy peculiar, vestido como vaquerito, con unas relucientes botas que le llegan hasta las rodillas deja su sombrero a un lado, pidiendo un pastel de tres leches acompañándolo de un latte frío, lo que en realidad no tendría ninguna importancia si no fuera porque Hans lo saluda con familiaridad, diciéndole: -qué milagro “gato” de verte por acá. Yo, que le he seguido con la mirada y mi mente ha volado otra vez, intrigado por el apodo y la pinta, lo observo con detenimiento hasta que veo un par de ojos verdes en su rostro, que me da la explicación que buscaba.

Al salir después de comer, sin antes agradecer a Hans y Greta por tan delicioso sándwich y esbozar una sonrisa un tanto pícara a “Gato” diciéndole muy buenas noches, me encontré con Cindy, la chica más linda del lugar donde reina la malvada bruja madrastra que es mi jefa en la oficina; en realidad yo no le hablo mucho por mi timidez, pero estaba con lágrimas en sus ojos, me acerque torpemente y le pregunté:

-Cindy, buenas noches, te ocurre algo, ¿puedo ayudarte?…

Ella sin atinar muy bien quién le estaba hablando, sorbió sus lágrimas y dijo que se encontraba bien, lo que en realidad no era verdad, ambos bajamos las miradas como con vergüenza y, me di cuenta de que ella estaba descalza de un pie.

De inmediato, sin chistar media palabra, saqué de mi mochila, como el príncipe azul de un cuento, la zapatilla que me había encontrado al salir del trabajo. ¡era suya! De inmediato me agaché y se la coloqué, ella sorprendida me vio ponérsela. Por un instante todo fue perfecto, aunque ella solo me veía sin atinar a decir nada.

Caminamos uno al lado del otro así, sin decir nada, por un rato. Luego ella me dio la mano y solo me dijo: “Gracias” …

La acompañé a su departamento, ella me contó la historia de como perdió su zapatilla al montarse en la motocicleta de un amigo deprisa y sin poner él mucha atención a sus gritos dejo atrás el calzado. Le dije buenas noches y acabó nuestro fugaz encuentro, pero no así nuestra historia.

Al día siguiente salté de la cama, bajé saltando las escaleras, como lo habría hecho Juanito de sus aventuras en las nubes por el tallo del frijol mágico o quizá el príncipe del cabello de Rapunzel. Tenía otra cara mi semblante, como iluminado, avanzaba a la oficina convencido que sería un excelente día, me enfrentaría a los dragones ya la malvada bruja con mi espada llena de esperanza y alegría porque vería nuevamente a Cindy y esta vez le hablaría, le preguntaría como pasó la noche y seriamos amigos… o solo si los dioses de los cuentos de hadas lo permitiesen, algo más.

Así me encontré, invitándola a salir esa tarde y ella muy apenada aceptando, fuimos entre la mirada de todos los curiosos y ni siquiera los regaños de la malvada bruja nos importaron.

Dejé de ser solo un lector de un cuento cualquiera a ser el protagonista del mío, eso creo, siempre con la cabeza llena de fantasía a lo mejor, pero algo cambió desde esa noche, y encontré sin buscarlo, lo que me hacía tanta falta. A lo mejor no fuimos por siempre felices, ni comimos perdices; pero somos hasta hoy muy contentos compartiendo nuestros cuentos.

Hemos pasado juntos más de tres décadas después de ese encuentro fortuito, han sido felices, algunas ocasiones no tanto, atravesando aventuras sin fin, a veces triunfando y otras fracasando, pero nos hemos mantenido uno al lado del otro, sin dejar de lado cada día cuota de fantasía que nos puso así, tomados de las manos, uno al lado del otro.

Colorín colorado, este es un cuento que ojalá nunca tenga fin, ni acabe, que por siempre permanezca entre nubes y lleno de ilusión, que así lo prefiero día a día en mi fantasía.

FIN

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