Andando en esta tierra como un forastero eterno, me encuentro casi siempre con personajes sacados de mi propia y fantasiosa cabeza un tanto terca a veces y, muy inocente, otras. En esta ocasión mis cavilaciones me han llevado a traspasar los umbrales de la realidad una vez más, a tocar la puerta del inframundo místico de las leyendas y tradiciones de mi rica y bella Guatemala, me he sorprendido pensando en las trivialidades de los encuentros que podrían acontecer si pudiera hablar con ese personaje mitad real y mitad mítico como lo es el gran y afamado “Viejo del Costal”.

Primero trato de recordar las palabras de todas las madres y abuelas de nuestra tierra, cuando amenazaban a sus retoños diciéndoles algo así como: – Si no me haces caso y te vas a bañar, le diré al viejo del saco que te lleve dentro de su costal para que te hagan jabón de coche… ¡Ah que amenaza esa!
Hacía que recapacitáramos en nuestros actuares y obedeciéramos. Además, aprendiéramos a ver de reojo a todo pobre indigente harapiento que nos cruzáramos por las calles, saliendo despavoridos al nomás distinguirlos, creyendo que venía por nosotros.

Gracias a esas frases, estos pobres habitantes, que ya de por sí llevaban una vida muy difícil, era también muy solitaria la mayoría de las veces. Casi todos los pobres vagabundos se parecían entre ellos, quizá por la mugre que cubría su rostro y cuerpos, como si usaran una especie de uniforme adecuado al trabajo vestidos con harapos sucios, de colores apagados y, casi todos por alguna razón en aquellos años que recuerdo de mi niñez, usaban un saco de brin para llevar consigo sus pocas pertenencias.

Recuerdo un tierno abuelo de una amiga mía que le encantaba decirnos que el viejo del costal vagaba por las noches buscando a niños traviesos que no se han entrado a sus casas y no le han rezado a su ángel de la guarda, haciendo que le tuviéramos aún más miedo a salir a la calle después de que se ocultara el sol.

Alguna vez, como desafiando lo que nos decía el tierno abuelito, le contestábamos que por qué saldría el viejo del costal de noche, si a esas horas salen los espíritus chocarreros, como la llorona, el cadejo y todos los demás, que en esos años los dábamos por verdaderos, simplemente porque los adultos nos habían contado sus historias, no necesitábamos más pruebas.

Entonces, Don Ramiro, como se llamaba el abuelito de mi amiga, nos contestaba sabiamente: – Ah, patojos, porque el viejo del costal es su amigo, y él les ayuda a encontrar víctimas también.

Eso en la mente de unos niños citadinos del siglo pasado, sin mayor información, sin internet, validó aún más todas las leyendas que los abuelos nos contaban, porque todos habíamos conocido o visto a por lo menos un viejo del costal en las calles y por alguna razón que ahora no entiendo, eso corroboraba automáticamente la existencia de todas las demás leyendas guatemaltecas que nos decían.

De esa manera, casi cincuenta años después, me encuentro aquí, sacando de entre mis memorias las aventuras del Viejito del Costal que creé de niño…

Cada mañana al despuntar el alba, este montón de ropa sucia y mugre que esconde por dentro a un ser humano, comienza a deambular por el plano material de la existencia, en búsqueda de algo para comer, donde se encuentra con muchas almas caritativas que le ofrecen una monedita o a lo mejor un trozo de pan de ayer o una taza de café. Aunque también se cruza con almas rancias y corazones de piedra que al ver su desarrapado aspecto que da náusea lo evitan o profieren alguna maldición para que el pobre despojo humano se haga a un lado de su vida y existencia. Él, no se amarga la vida al verlos, muchas veces el mismo viejo del costal comprende el desdén que le hacen, siendo prisionero de su propio demonio envasado en una botellita de alcohol o simplemente porque entiende que no todos podemos ser ricos y bonitos en esta vida.

Veo en mis recuerdos de niño como ese viejo que anda por todos lados sin descanso, pero también sin destino llenaba su costal con sus tesoros, una vez lo vi dándole de comer en una tarde de invierno a lo que parecían dos perros, uno blanco y el otro negro, ambos con unos ojos rojos como dos brasas encendidas; sacando de su sucio saco trozos de pan tieso, para dárselos.

Al verlo con más detenimiento, con gran asombro divisé que no eran perros, él estaba atiborrando de pan viejo al mismísimo Cadejo blanco y a la par también comiendo estaba el Cadejo negro porque tenían hambre y el viejo estaba temeroso de que hicieran alguna barbaridad a la población, que por el frio de esas noches en particular muchos hombres bebían un buen trago de ron para calentarse.

Era increíble como los grandes animales, que en las narraciones los pintan tan temibles y feroces, a la par del viejo del costal retozaban, se dejaban acariciar como dos cachorros tiernos de esos que ahora vemos en los refugios buscando ser adoptados. Eso probaba sin lugar a duda de la sobrenaturalidad del viejo del costal que andaba entre el mundo material como un don nadie y en el mundo de leyendas espirituales como domador de cadejos.

Más tarde, puedo jurar que lo he visto, aunque sea en mi cabeza, sentado en una banca del parque que está un poco alejada de todo y de todos, de esos lugares donde se van a sentar las parejitas para hablar sin que nadie los moleste. Sacando de su pobre costal remendado, lo que parecía un ramo de flores, quede sorprendido al notar que estaba acompañado de una bella dama, el mugriento viejo.

De inmediato escuché como tronaban las flores como si las estuvieran mordiendo, eso me dio más curiosidad y al acercarme imprudentemente la bella dama se volteó para dejar al descubierto su rostro de caballo que tenía. ¡Era la Ciguanaba!

Yo Sali corriendo de inmediato, no me iba a quedar a averiguar que estaban haciendo esos dos juntos para nada, con el corazón que se me salía por la boca logré salvar mi existencia, aunque en realidad no estaba haciendo nada malo y la Ciguanaba solo se gana a los hombres sucios que andan por ahí engañando mujeres y tomando de más, yo apenas un niño, en esos tiempos, que sabría de esas cosas de la vida.

Como niño que era en esos años y que de alguna manera nunca he dejado de ser, recuerdo esas creativas figuraciones que no sé a ciencia cierta si las viví, las soñé o simplemente las imaginé, pero ahora podría agregar otras más…

Imagino, por ejemplo, al viejecito del costal, andando por las noches frías buscando, acompañando la eterna dama de blanco, a la llorona, para ayudarle a buscar a sus hijos, jurándole que él no se los ha llevado y que deben estar bien donde ella los ha dejado, bridándole de esa manera un atisbo de consuelo al eterno espectro que carga con la culpa de haber perdido a sus retoños.

En las calles empedradas de la Guatemala colonial, de hace más de 100 años atrás, cuando en las casas de los nobles y poderosos criollos se encontraban también los establos con sus caballos y otras bestias, desde esos tiempos que hoy nos parecen tan lejanos, también estaba el viejo del costal, entreteniendo a un ser muy travieso. Jugando a las cartas pasaban noches enteras, tomándose unos traguitos de cusha para que el hombrecillo no fuera a enamorar señoritas con sus canciones y hacer que ellas ya ni comieran de estar pensando en él, trenzar las colas o los clines a los caballos de los señores y hacer otras travesuras. Así se la pasaba el viejo del costal con el Sombrerón de esos tiempos, o por lo menos así me los imagino en mi cabeza.

Igual podemos hablar de lo que comparte con todos los Nahuales del campo, y muy especial como sale a pasear al monte con el Sisimite. Saca de su costal unos bananos medio podridos que se los da, para el Sisimite esto es un manjar, se están toda la noche en el monte, hablando de como las personas cada vez entran más al monte a matar a los animalitos y eso enoja mucho al Sisimite.

Así puedo seguir mencionando como el viejo del costal viaja entre la dimensión de la realidad y el misticismo de las leyendas de nuestra Guatemala, que en parte él ya es leyenda porque para algunos es solamente folclore, aunque la verdad, fuera de habladurías él es el reflejo de la injusticia social que prevalece en nuestros pueblos desde tiempos inmemorables.

Ay Viejito del costal que eres el reflejo del corazón duro de la sociedad, que has andado de arriba abajo por tanto tiempo, hoy en día es más difícil verte, aunque la economía nunca ha mejorado en realidad, la modernidad, la tecnología han acabado poco a poco con todas las creencias y leyendas de antaño, tú a lo mejor sobrevives a pesar de tus precarias condiciones porque parte eres leyenda y parte cruda verdad. Quizá has dejado el costal de lado para llevar ahora una carretilla de las de supermercado, siempre atiborrada de lo que para cualquiera es basura, pero para ti son tesoros necesarios.

A través de estas pobres líneas quiero dejar a quién me lea una súplica, que cuando vean a un viejecito indigente en la calle, menesteroso y necesitado, no huyamos de la cita que la vida nos tiene con este personaje que ha dado de su escasez a comer al Cadejo, ha brindado consuelo a la Llorona y juega con el Sombrerón de vez en cuando, mejor otorguémosle un saludo respetuoso, un poco de comida o algún dinero que deseemos donar, para que logre subsistir una noche más. Entre la cruda realidad y la niebla de las leyendas de nuestra tierra inmortal.

FIN

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS