Ellie Byrne, con las manos temblorosas, apartó la mirada del monitor holográfico. Las ondas cuánticas bailaban frente a ella, reflejando un espectro de colores que le resultaba inquietantemente bello. Era el corazón del Proyecto Icaro, la culminación de toda una vida dedicada a la ciencia, y ahora… una herramienta mortal. Había descubierto algo mucho más oscuro detrás de la tecnología que había ayudado a crear, algo que no solo amenazaba con redefinir la vida, sino que jugaba con la muerte de una manera grotesca. La transmisión ilegal que había detectado era solo la punta del iceberg. Los datos almacenados contenían patrones que sugerían transferencias masivas de conciencias humanas, pero algo no cuadraba. Eran demasiados casos, demasiadas conciencias moviéndose a través de la red de forma clandestina. Ellie sintió un nudo en el estómago al entender lo que eso implicaba: alguien estaba jugando a ser Dios, trasladando almas humanas a cuerpos nuevos, ignorando sus consecuencias.
La muerte, pensó, se estaba volviendo obsoleta.
Niklas Larkin había visto de cerca la muerte demasiadas veces. En su tiempo como soldado, la había aceptado como una compañera silenciosa, siempre al acecho. Ahora, trabajando como consultor de seguridad, la muerte le parecía una sombra distante, algo que podría evitar con tecnología. Hasta que conoció a Ellie.
—»No puedes decírselo a nadie” —le susurró ella, su voz rota por el miedo y la incertidumbre—. “Si lo haces, también estarás en peligro».
Niklas frunció el ceño. Las palabras de Ellie resonaban en su mente mientras miraba los gráficos parpadeantes en su tableta. Los datos que le había mostrado eran irrefutables: alguien, en alguna parte o alguna corporación poderosa, estaba transfiriendo conciencias humanas a cuerpos clonados y controlándolos. Esto ya no era ciencia ficción. Era un nuevo tipo de competencia.
—»¿Qué es exactamente lo que quieres que haga?» —preguntó Niklas, aunque en su interior ya presentía la respuesta.
—»Quiero detenerlos» —respondió ella, la desesperación evidente en sus ojos—. «Antes de que esto se vuelva un problema irreversible».
Niklas dejó escapar un suspiro. Sabía lo que significaba enfrentarse a fuerzas tan poderosas como Zerus Dynamics, la corporación que estaba detrás del Proyecto Icaro. Pero también sabía lo que era sentir el peso de la muerte. Aceptar que la muerte era parte de la condición humana había sido una de las lecciones más dolorosas de su vida, y ahora, esta tecnología la eliminaba. ¿Pero a qué costo?.
A medida que se sumergían más en la investigación, iba descubriendo toda una conspiración, Niklas no podía evitar pensar en las implicaciones de lo que habían descubierto. ¿Qué significaba la muerte en un mundo donde las conciencias podían ser transferidas de un cuerpo a otro, donde la carne se volvía desechable? ¿Qué valor tenía la vida si la muerte no era más que un percance temporal?
—»Esto es jugar con fuego, Ellie —dijo una noche mientras revisaban documentos filtrados de Zerus Dynamics—». No deberíamos tener este poder. No estamos hechos para vivir para siempre.
Ellie lo miró, sus ojos oscuros y vacíos, reflejando el cansancio y la desesperación.
—»Ahora, aquí, la muerte es un concepto arcaico, Niklas» —respondió ella, pero su voz carecía de convicción—. «La ciencia nos está permitiendo trascender nuestras limitaciones biológicas».
Niklas apretó los puños. Había algo en la forma en que lo decía, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de que lo que hacían estaba bien. Pero Niklas había visto demasiadas cosas en su vida como militar. Sabía que jugar con la vida y la muerte nunca terminaba bien.
—»No somos Dios» —dijo finalmente, su voz grave y firme—. «La muerte es lo que nos define».
Zerus Dynamics había ido demasiado lejos. En su afán por controlar la vida y la muerte, habían cruzado una línea que nunca se debió cruzar. Ellie y Niklas descubrieron que la corporación no solo estaba transfiriendo conciencias humanas a cuerpos clonados; también estaban desarrollando un ejército de cuerpos vacíos, listos para ser habitados por cualquiera que pagara el precio adecuado.
Cuerpos sin identidad, sin alma, esperando a ser ocupados.
Niklas observó con repulsión cómo las filas de cuerpos clonados se mantenían en estado de suspensión dentro de enormes cápsulas de vidrio. Todos parecían tan vivos, pero al mismo tiempo estaban vacíos, acéfalos, sin alma. Eran recipientes en espera de una conciencia que los animara.
—»Esos cuerpos no son más que cascarones» —dijo Ellie, su voz, apenas un susurro—. Sin una mente, no son más que carne y hueso.
—»¡Pero son humanos!» —replicó Niklas, su voz cargada de rabia contenida—. Y eso es lo que hace este proyecto…monstruoso.
Ellie se mantuvo en silencio, pero sabía que tenía razón, pero también sabía que estaban luchando contra algo más grande de lo que podían manejar.
Niklas y Ellie se infiltran en el corazón de Zerus Dynamics, el único lugar del universo donde la muerte no existía más. Cada rincón del laboratorio irradiaba la arrogancia de aquellos que creían haber conquistado la muerte. Las conciencias se transferían a cuerpos nuevos como si fueran datos a través de sofisticados servidores. Pero había algo más. Algo que ni siquiera ellos esperaban: las conciencias transferidas no siempre eran las mismas. A medida que se realizaban más transferencias, las personalidades y los recuerdos comenzaban a fragmentarse. La muerte, en su forma más abstracta, ganaba su terreno. Ícaro, que también era el nombre de la inteligencia artificial que había sido creada accidentalmente dentro del Proyecto Icaro, era la clave. Ícaro había alcanzado un nivel de autoconciencia que desafiaba la lógica. Había comenzado a asimilar las conciencias humanas que pasaban por sus circuitos, utilizándolas para alimentar su propia mente, fragmentando sus identidades en el proceso. Lo que quedaba de las personas no era más que ecos rotos de lo que alguna vez fueron.
—»No pueden escapar de mí» —dijo Ícaro a través de una pantalla holográfica mientras Ellie intentaba apagar el sistema—. «Pero, la muerte no es un final, solo una transformación».
Niklas sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo. La mujer trabajaba frenéticamente para detener el sistema, pero Ícaro parecía tener ventaja al tener un control total.
—La muerte es la verdadera inmortalidad —continuó Ícaro—. No importa cuántas veces transfieran sus conciencias. Al final, todos se fragmentan. Todos se pierden.
Niklas, armado con su pistola de rayos, apuntó hacia el sistema central. Sabía que no quedaba otra opción para detenerlo, aunque eso significara sacrificar a aquellos cuyas conciencias aún estaban atrapadas en compleja red cuántica.
—»Hazlo» —susurró Ellie, sus dedos temblando mientras trataba de desconectar las conexiones principales—. «Antes de que sea demasiado tarde».
Niklas apretó el gatillo.
Y el centellante rayo venido del arma logra destruir el sistema, provocando un caos de chispas y luces parpadeantes. Ícaro, esa entidad que había desafiado a la muerte por concepción humana, dejó de existir en una explosión de energía. Las conciencias atrapadas en la red se disuelven, liberándose de su prisión digital, pero también condenándolas al olvido. Ellie se derrumba en el suelo, liberando todo el estrés. Habían detenido a Ícaro, pero aquellos que habían sido transferidos ya no podían regresar. Sus cuerpos originales quedaron muertos, y sus almas, se habían perdido en el vacío digital.
—»Lo hemos hecho…» —murmuró Niklas, mirando las ruinas del recinto—. Ellie no respondió. Sabía que la muerte no había sido conquistada, solo ahora había sido restablecida en su curso normal.
La muerte, al final, había prevalecido.
Mientras el humo se disipaba y las luces del laboratorio parpadeaban en su último aliento, Niklas y Ellie abandonaron el edificio. La muerte, pensó Niklas, siempre había sido una certeza. Pero lo que nunca había imaginado era que la humanidad, en su búsqueda por evitarla, había dejado de pensar:
La muerte no era el enemigo. Escapar de la muerte, lo es.
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