Autor: Salvador Alejandro

Érase una vez un tiempo sin tabletas ni celulares…Un juguete era el momento eterno del recuerdo, cuando en su variedad tan vasta, la tienda fue expresión de inocente capricho, y luego, la espera ansiada por jugarlo, eso, lo deseado, era el carrito o el monito en el patio o la arena como escenario, se volvió al mismo tiempo, la dicha de la riqueza colorida de la mente infantil, travesía de los padres. Como niño, las historias me salían, de pronto como libro abierto. Saber que aunque no fuera tuyo ese objeto, la imaginación volaba… y aún, todo aquello desechable en casa, útil y a veces de madera o cartón, eran abrazo de hoguera brindado a un corazón nuevo de 5 años. La niñez y la navidad, conmoción de una chimenea llena de mundo en los ojos ingenuos. Ahora entiendo a mis padres… cada Noche Buena cuánto sacrificio hicieron.

¿Qué es mirar a tu hijo o hija, a través de sus soñadores vistas en sus ojos? 

Doble sacrificio: mantener el aire vivo y misterioso de un Santa Claus que llegará pronto, entre «mentiras piadosas»- ¡Santa existe, sí existe! ¡sal de casa para que llegue! ¡Sal de casa, para que entre! Lo creía todo el año, ferviente, sabiendo que él llegaría y el sabor del ponche azucarado, mientras mis tías y mi madre nos daban la comida, la piñata y la música hacían juego en familia con primos y tíos, eran todos preámbulo de la prisa – a las 12 llega ¡ojalá los regalos los haya dejado en casa! ¡Los va a dejar en casa! Y… saber, ahora, el esfuerzo por ganar dinero cada quincena, el joven adulto que mira a sus padres se dedica a admirar su paciencia y cansancio, y todo por disfrutar la sonrisa de sus hijos, verlos destapar sus regalos.  Es que después de la sonrisa de un niño destapando regalos, sólo podría decir que es Dios sonriendo o Dios tocando nuestra alma. Son los padres mirándose entre sí, cómplices de haberse guardado el secreto, de que Papa Noel existe. 

¿Qué es un juguete? El caballito, la taza, el soldado, el carrito, el camión, la madera ¿Cómo vimos a los juguetes? La realización citadina de luces o faroles, cálidos segundos de edades que no vuelven.

– ¡Gracias! Y yo les daba un abrazo. La alegría no cabía en mí ni yo en ella. 

Pero ¿Qué es un juguete? ¿Qué es un juguete para la infancia? 

De pronto “los sangüiches” en una mesa, «el confeti» de jamón, queso amarillo, jitomate, chícharos y chile jalapeño sobre el triángulo de harina blanca, cama de paladares privilegiados.

– ¿Por qué otros niños no tienen qué comer? ¿Van a recibir juguetes? – me cuestionaba culpable, a veces, porque me dolía mirar a las familias de escasos recursos, comprar apenas poco para una Noche Buena llena de nudos en la garganta. Y, sí, duele ver esas escenas aún en mi joven adultez.

La corredera en los patios de la chiquillada, las escondidas y el súper Nintendo en aquella sala enorme. 

– Hijo, ven, déjame peinarte – mi madre lo expresó cuando veía mi frente llena de sudor a causa de “las trais”- vamos al templo de La Merced, acompáñanos, para agradecer lo que hubo en ese año. Las luces del centro de Colima, cuando no había inseguridad, y (no tanta como ahora) cuando los Datsun y Tsuru eran vehículos comunes de ver, olía a churritos rellenos de cajeta, buñuelos, y dogos en el jardín Núñez. La luz cálida vaticinaba la pronta llegada de Santa Claus. Me dije tantísimas navidades, antes de ser adolescente 

-ya mero llega, en unas horas ya mero llega Santa Claus. Y fuera del templo La Merced, había una señora que vendía pinole. “Coquitos” colorados y semillas de calabaza. Mis manos enterregadas. Mi juguete, después de persignarme fue, correr por las jardineras anexas a la cúpula. 

¿Era un juguete el alma de una navidad o el alma de un cumpleaños? ¿El alma diaria después de llegar de la primaria? ¿Cuánta infancia puede haber en un juguete? Volvíamos con mi abuelita. A comer, a bailar y jugar. Veíamos película. La Guerra de las Galaxias con Luke Skywalker, Princesa Leia, Han Solo, Chewbacca, R2D2 y C3PO. La explosión de la Estrella Letal y Darth Vader Fracasando. 

El bien triunfaba.

Éramos muchos primos. 

Comíamos papitas con chile.

Pero ¿Qué es un juguete?

¡El intercambio! ¡Huele rico! ¡Huele a pan horneado, a ponche y a mandarina! Aplausos por cada regalo intercambiado.

¡Bravo! ¡Bravo! ¡Otra otra! ¡Otro otro! ¡Que se lo ponga!

Ya pasaron años. Algunos tíos fallecieron, mi abuelo materno, y por trabajo, algunos estamos en la Navidad. 

Te extraño tío Juan. Te extraño abuelo Juan.

Cada que veo un regalo así, sea cual sea, lo veo con alegría y tristeza. Mi infancia por supuesto, llena de esos momentos agradables, donde se ocupaba poco para estar a gusto. Tristeza, porque un juguete, ahora que hago consciencia, representaba un gasto prominente a mis padres, y a veces no había para comprarlo. Tal vez, mi capricho ingenuo sin consciencia dictaron acciones poco sensatas, pero el corazón de la madre y el padre se acongoja. Y lo entendí, y ¡qué bueno NO haberlo tenido! porque el mayor regalo para la infancia es el amor brindado en una navidad, cumpleaños y diariamente. Era ver a mis primos juntos, y abrazar a mis padres.

Después de la sonrisa infante que todos tuvimos, sólo había presencia del verdadero sentido de la vida: ser feliz. Y ahora… mi lección es enorme, 4 años después de pandemia, el verdadero juguete fue la capacidad de imaginar, el sacrificio y la esperanza de mis padres por regalarme el mundo feliz, en particular, con referencia al 2024, el regalo que busco para la eternidad de mi familia es: salud, trabajo y hogar.

Ellos son mi más grande regalo. Es cuanto.

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