A Francisco le daban miedo las arañas, por eso cuando la hermosa señorita en frente suyo tenía una pegada al hombro de su blusa color azul, gritó y no pudo ayudarla. La señorita se rió y quitó con rapidez el arácnido de su cuerpo. Dejó ir a la araña mientras Francisco le reclamaba que tendría que haberla matado, pero la señorita no dijo nada respecto al caso.

Ya pasado el impasse Francisco se disculpó con la señorita y la llamó por su nombre con la dulzura propia de un enamorado: Carmen. Qué mujer, qué dama, qué señorita decía Francisco loco de amor a quien lo acompañaba a tomar té ese día. Carmen se sonrojaba con cada palabra de Francisco; hacían la pareja perfecta. Eran perfectos el uno para el otro. Para esta historia no importaba cómo se habían conocido, pues lo importante era el futuro.

En unos meses se casarían y el sueño de ambos se haría realidad. Tendrían una familia gigante y serían muy felices. Eso preocupaba mucho a Carmen, quien quería llenar la casa de crías.

La pareja conversó mucho en el salón de té hasta que Francisco se dio cuenta de la hora y llevó a su mansión en la calle Guardia Vieja a Carmen en su carruaje. Siempre cuidaba que fuera bien atendida por el conductor y que ninguno de sus tobillos se viera al bajar o subir; su largo y voluminoso vestido tenía que permanecer en óptimas condiciones.

Cuando la pareja llegó a la mansión que lucía algo vieja pero siempre viva por dentro, se dedicaron dulces palabras de amor y luego se separaron. Carmen bajó con ayuda del cuidador y entró acompañada de su sirviente.

Ya dentro pasó un vestíbulo a maltraer que su única razón de existencia en el lado de los vivos era que tenía luz de vela. Acostumbrada a eso, Carmen pasó rápido con el sirviente detrás de ella esperando algo. Subieron unas escaleras hacia el segundo piso y al llegar, viraron hacia la izquierda para arribar a una alcoba grande que también tenía luz. Sin embargo, cuando Carmen llegó las luces se apagaron y solo la luz de la luna entraba por las ventanas.

-Así está mejor- dijo Carmen y comenzó a quitarse su vestido.

Pero cuando terminó y ya luciendo un cuerpo despampanante, comenzó a quitarse la cáscara. Su pecho se abrió revelando hilachas y donde debió haber corazón, había más hilachas. Hilo y más hilo. Hilo creando manos y brazos, hilos creando piernas y, peor, hilos formando una cara preciosa. Había incluso pelo dorado como el sol, dientes y ojos azules.

Con el agujero en el medio de la cáscara se pudo ver qué cosa, qué temible monstruo estaba creando esta fachada y no era nada más que una ¡araña!. Una peluda, gorda y negra araña tejía como loca redes dentro de la cáscara y mandaba a otras cientos a hacer lo mismo.

Carmen era una araña que quería desposarse con un hombre humano para poder poner sus huevos en el mejor lugar de Santiago. Llenaría al hombre de huevos y después seguiría su familia. Había creado criados “humanos” con su técnica de tejido tan excelsa, nada la podría parar. Se casaría en unos meses y sería la araña más feliz de todas. Contaba con sus hijas para cuidar, criar y hacerse cargo de otras millones más.

Pobre hombre, a veces pensaba, tan enamorado de pelo falso y ojos que tejió y pintó a mano mientras ella revolcaba su cuerpo en la oscuridad. A veces pensaba que podría pedirle a Francisco que se dejara poner los huevos estando vivo. Quizás así podrían conversar de algo y podrían vivir felices como habían soñado. Quizás Carmen se había enamorado del humano, pero sus hijos eran la prioridad en su negro corazón y eso no cambiaría…

…..

-Es tan bella, madre- dijo Francisco con una sonrisa.

-Me alegra mucho que hayas encontrado a alguien tan bueno, mi pequeño- dijo la señora Gálvez mientras tomaba té de su distinguida taza.

Estaban tomando el té en familia -algo que Carmen jamás conocería- cuando de repente la hermana de Francisco gritó. Todos preguntaron qué le pasaba y esta dijo que Franciso tenía en el hombro una araña negra como el carbón.

Una empleada corrió a matarla y Francisco contempló el cuerpo del bicharraco con asco. No sabía que la pequeña araña quería advertirle por su vida, porque ella no quería que padre muriera así. Pobre araña, nunca tuvo nombre en la tiranía de Carmen. Ninguna de sus figuras paternas la quiso nunca, qué manera de morir. Cuando la pisaron se preguntó: ¿será esto igual a lo que vivirá padre? Y pasó al otro mundo como una buena araña.

FIN

Etiquetas: cuento terror

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS