Capítulo 4. La Mazmorra de Entrenamiento.
—Estupendo —se quejó Panit Yae—. Confiar en ladrones. Gran idea.
Kurome, detrás de ella, trató sin éxito de abrir la puerta que habían dejado atrás.
La sala estaba vacía, salvo por la puerta que habían dejado atrás y otra que había al otro lado de la habitación. Olía a humedad y moho. Las paredes de roca negra, íntimamente iluminadas por tan solo una antorcha a cada lado.
—Bienvenidos a La Mazmorra de Entrenamiento —dijo una voz.
—¡Owyylian! —le reconoció Panit Yae—. Tecnología de los peregrinos…
La voz provenía de sendos cuernos ubicados en ambas esquinas de la pared del fondo de la sala.
—El reto final de todo aspirante al gremio de ladrones —continuó Owyylian—. Bueno, de cualquier aspirante o cualquiera que se adentre en nuestros dominios sin ser invitado. Vosotros habéis entrado por vuestra propia voluntad y todos deberéis enfrentaros a La Mazmorra. Debéis saber que se trata de una mazmorra muy especial, pues una puerta puede llevar a diferentes lugares al mismo tiempo. Nueve habitaciones diferentes os aguardan y solo una conduce a vuestra meta. ¿Conseguiréis hacerlo antes de que La Mazmorra os mate? Ups, quizás debí mencionar eso en primer lugar. Tenéis treinta minutos para encontrar lo que estáis buscando.
—Solo hay una opción —declaró Grimthor, a tiempo que se dirigía a la puerta situada al lado opuesto de la sala.
Empujó la pesada puerta y se propuso cruzarla.
—¡Espera! —gritó Gunarkh.
Tarde.
Al cruzar la puerta de la siguiente habitación, un grupo de flechas salió disparado de sendas paredes laterales. Grimthor rodó hacia adelante, tratando de esquivarlas, pero una de ellas le alcanzó la corva de la rodilla.
—¡Aaargh! Suerte que mi armadura ha desviado otras tantas.
—¡Grim! —dijo Panit Yae—. ¿Estás bien? ¿Puedes seguir?
Grimthor partió la punta de la flecha que tenía clavada en la pierna y tiró del emplumado hacia el lado opuesto, dejando brotar la sangre como cuando descorchas el lateral de una barrica de vino para llenar una botella. Entonces, colocó sus manos sobre ambos lados de la herida y, pronunciando unas palabras que los demás no alcanzaron a entender, de ellas comenzó a emanar un calor que parecía afectar a sus tejidos. Lentamente, la sangre dejó de brotar. Después, la carne de la herida empezó a regenerarse y, finalmente, ésta se cerró, dejando una pequeña cicatriz circular donde había estado la flecha.
—Puedo seguir.
—Está bien saber que puedes hacer eso —declaró Kurome, entre asombrada y divertida. Ayudó a Grimthor a levantarse.
Esta habitación era muy similar a la anterior, aparte de las saetas que brotaron de las paredes. Solo había una cosa más.
—Mira, Grimthor, el Inquebrantable —dijo Gunarkh, señalando.
En medio de la sala, sobre una peana de madera, se alzaba, inhiesta, una lustrosa armadura de acero que reposaba sus manos sobre un largo mandoble que alcanzaba el suelo. A Grimthor le pareció orgullosa. Incluso peligrosa, teniendo en cuenta que era un ser inerte. Daba la impresión de que, tras el vacío yelmo, algo te estaba mirando.
—Ponéos detrás de mí —dijo Grimthor.
La armadura se apeó de su pedestal, alzando el mandoble por encima de la cabeza, dirigiéndose al paladín. Grimthor esquivó el mandoblazo que cayó en vertical y dió contra el suelo, y golpeó la pancera de la armadura, haciéndola retroceder. Al mismo tiempo, Gunarkh flanqueó la armadura y sacó su espadón, dando tiempo a Panit Yae a colocarse a una distancia prudencial, por detrás de Grimthor.
La armadura recuperó el equilibrio y se volvió hacia el enano. De repente, su yelmo se separó del gorjal, como si a su invisible usuario le hubieran cortado la cabeza, dejando ver el oscuro rostro enmarcado por una corona de pelo rizado de Kurome donde hubiera estado la cara del caballero.
—Te queda grande, Elfa —dijo Grimthor. Kurome sonrió.
La armadura se revolvió. Consiguió darse la vuelta y dar un golpetazo a Kurome, que salió despedida, dió contra la pared y cayó al suelo, dolorida.
—¡Kurome! —gritó Grimthor.
La armadura empezó a correr hacia él. Gunarkh había empezado a correr antes y dió un espadazo a la codera, que salió despedida, y dió tiempo a Grimthor de hundir el hacha en la pancera, haciendo que la armadura perdiese gran parte de su movilidad. Aprovechando la inercia del hachazo, la armadura extendió el brazo que le quedaba útil y dió un cuarto de vuelta. La gran espada pasó por encima de la cabeza de Grimthor y alcanzó a Gunarkh en el pecho, haciéndole un corte horizontal que sangró profusamente. Tampoco pareció importarle demasiado. Se miró el corte y metió sus dedos en él para comprobar su profundidad. Podía aguantar.
De repente, se oyeron tres chasquidos, como si hubieran disparado tres virotes de ballesta de una sola. De inmediato, se oyeron otros tres golpes, como si tres piedras hubieran caído del cielo sobre un tejado de acero. Después, un sonoro estruendo de aceros golpeando contra la piedra, como si un cocinero patoso hubiera entrado a la carrera dentro de una cocina desordenada.
Grimthor miró al suelo y vió lo que quedaba de armadura desparramada por el suelo. Luego miró en la dirección opuesta. Panit Yae se encontraba al otro lado de la habitación, sus manos envueltas en una especie de vapor, claramente el resultado del conjuro con el que acababa de destartalar la hostil armadura.
—Podrías haber hecho eso antes —dijo Gunarkh, mirándose la línea sangrante del pecho.
—Toma, anda —respondió Panit Yae, lanzándole un pequeño frasco de vidrio al semiorco—. Es una poción de curación. La compré en el mercado.
Gunarkh se bebió su contenido de un trago.
—Sabe a barro.
—De nada.
—¿Tienes otra para esta, Yae? —le preguntó Grimthor, al tiempo que ayudaba a Kurome a levantarse.
—Tranquilo, Maese Enano —respondió Kurome, sacudiéndose el polvo de las hombreras—, en peores coliseos nos hemos batido. Vámonos, antes de que se rearme, o suceda algo peor.
Grimthor comenzó a musitar unas palabras con los ojos cerrados y las palmas de las manos alzadas, como en una especie de rezo. Gunarkh tenía la mano en la puerta, debatiéndose entre abrir o no.
—Empuja, amigo —le dijo el enano—, hay magia tras esa puerta, pero no en ella.
Gunarkh entró en la siguiente habitación. El resto le siguió. De nuevo, no era muy distinta a las dos anteriores. Esta vez no había armaduras, solo otra puerta al otro lado.
—¿Otra trampa? —se preguntó Panit Yae.
—Tal vez —contestó Kurome—, dejadme comprobarlo.
El resto asintió.
Kurome empezó a buscar. Primero escudriñó las paredes, en busca de huecos, rendijas o trampantojos. Nada. Después, el suelo. Desde donde estaba, comenzó a caminar, mirando el suelo bajo sus pies, buscando indicios de trampillas, cepos ocultos o cualquier otra amenaza, desde la parte más cercana a la pared y cada vez más cerca del centro.
—Parece que está limpio —concluyó—. ¿Abrimos la siguiente puerta?
—En la anterior, flechas y una armadura asesina —protestó Panit Yae—, y en esta, ¿nada?
—Tal vez El Peregrino quiera darnos un respiro —confió Grimthor, dirigiéndose a la puerta.
Gunarkh, que parecía haberse autoproclamado el responsable de abrir el paso a la habitación siguiente, empujó para abrir la puerta. No se movió.
—No va —dijo.
—¿Cómo no va? —protestó Yae.
—Le das —respondió Gunarkh—, y no va.
—Se habrá atascado. Tiene pinta de tener como diez mil millones de años.
—No sé. Yo soy muy fuerte y no la puedo empujar.
—Pues embístela, como cuando entraste en la taberna de Lus.
Gunarkh se hizo un poco de hueco y le dió un poderoso puntapié frontal a la puerta. La pared entera se estremeció, pero la puerta seguía cerrada.
—Queridos, la fuerza no es siempre la clave —añadió Kurome, con una sonrisa de suficiencia, sacando una ganzúa de la manga de su ceñida armadura de cuero—. A veces hay que ser un poco más… sutil —añadió. Introdujo la ganzúa en el bombín y comenzó a buscar con ella los bulones de la cerradura. Estaba tardando. Poco a poco, su burlona sonrisa se iba convirtiendo en una mueca de esfuerzo.
—Cuando hayas acabado con la sutileza —dijo Panit Yae, cruzándose de brazos—, deberíamos probar con algo que funcione.
—¿Y qué ha probado nuestra insigne maga? —le respondió Kurome, irritada.
Panit Yae puso los ojos en blanco.
—¡Apartaos!
Grimthor alzó su hacha y la descargó con todas sus fuerzas contra la manilla de la puerta. La puerta destelló como en una explosión de neón que hizo a Grimthor saltar por los aires en dirección opuesta hasta el centro de la sala.
Gunarkh rió.
Mientras Grimthor se incorporaba y renegaba por lo bajo, un resplandor de luz de color aguamarina le iluminaba desde el piso, como si estuviera sobre un expositor de algún objeto de venta especial de un coleccionista de rarezas. Grimthor miró al suelo y vió como ese resplandor se extendía bajo sus pies en un curioso patrón que terminó por ocupar un espacio de dos por cuatro metros en una intrincada grafía que no alcanzó a reconocer.
Kurome y Panit Yae se acercaron a mirar.
—Parece un texto —dijo Grimthor.
—Tal vez sea una especie de acertijo para abrir la puerta—añadió Kurome—. Panit Yae, tú eres una persona leída, ¿reconoces este alfabeto?
—Sí, pero no sé leerlo —respondió—. Gunarkh, ¿puedes venir?
Gunarkh seguía enfrascado en su lucha contra la puerta y levantó la cabeza como si acabase de reparar en que había más gente con él. Caminó hasta la inscripción luminosa. Se quedó mirándola, moviendo los labios mientras leía.
—¿Y bien? —le apuró Yae.
Gunarkh chascó la lengua con un quejido.
—Ya me has hecho perderme, ¡ahora tengo que volver a empezar! —rezongó.
Panit Yae puso los ojos, otra vez, en blanco, exasperada.
—Ah, ya lo entiendo —dijo Gunarkh, después de dos minutos que parecieron dos semanas.
—¡Por fin! —celebró Panit Yae.
—¿Qué es, querido? —preguntó Kurome.
—Es una especie de acertijo.
—Gunarkh… —musitó Grimthor con el puño cerrado.
Kurome se reía.
—Pero, ¿qué dice el acertijo, Gun? —dijo Kurome.
—Dice: “Di bien, y la puerta se abrirá.”
—¿Y cómo se dice “bien” en orco? —preguntó Panit Yae.
—Tuk’Nah-dar.
Todos se volvieron hacia la puerta, expectantes. Nada.
—Parece que no será tan sencillo —añadió, decepcionada, Kurome.
—Dilo más alto, Gunarkh —dijo Grimthor—. A lo mejor no te ha oído.
—¡Tuk’Nah-dar!
Nada.
—Igual no es “di,” sino “dilo.” —dijo Kurome—. ¿Podría ser, Gun?
—Podría.
—Y, ¿crees que podrías decirlo más… correctamente?
Gunarkh miró a Kurome con aires.
—Tuk’Naaagh-daar —dijo Gunarkh, pronunciando con exagerado acento cada sílaba e imitando hiperbólicamente los modales de la civilización, con un amplísimo ademán de cortesía.
¿Se ha… ofendido? Pensó Kurome, que creía que el semiorco no conocía ese sentimiento.
—Vale, te pido perdón —se disculpó con Gunarkh.
—Pedir… —dijo Panit Yae.
—¿Pedir? —se extrañó Kurome.
—Sí. Gunarkh, ¿cómo se dice pedir en orco?
—Orco no pide.
—Exacto —observó Yae, dándose un toquecito en la nariz—. A lo mejor no dice “dilo bien, y la puerta se abrirá,” sino “pídelo bien y la puerta se abrirá.”
—¿Te refieres a que hay que pedírselo por favor? —añadió Kurome, incrédula.
Panit Yae levantó los hombros.
—¿Cómo? —gritó Grimthor, indignado— ¿Y cómo se le pide a una puerta que se abra? ¿Ábrete, por favor?
El fulgor de la inscripción y de la puerta se apagó, las bisagras chirriaron y una pequeña corriente de aire les acarició.
—No me lo puedo creer —sentenció Grimthor, que comenzó a andar hacia la puerta.
Kurome y Yae soltaron una carcajada.
Distraídamente, entraron en la siguiente habitación y la puerta que acababan de atravesar se les cerró detrás. Todas las salas se parecían, pero ésta más.
—Aquí ya hemos estado —dijo Grimthor.
—No puede ser —contravino Yae—, solo hemos cruzado las habitaciones en una dirección.
—Pues esa armadura del suelo —dijo Kurome— tiene las tres marcas de tus tres proyectiles, Panit Yae.
Gunarkh intentó abrir la puerta que acababan de dejar atrás, pero estaba bloqueada.
—No va.
Se dirigió a la puerta del otro lado y la abrió. Miró al otro lado. No le pareció que hubiera ningún peligro.
—Entro, ¿eh? —dijo Gunarkh, sin esperar respuesta antes de cruzar el umbral.
—¡No, Gun!
Kurome dió un salto hacia adelante con una amplia zancada. Se oyó un clac bajo el pie de Gunarkh. Kurome alcanzó a agarrar a Gunarkh del cinto, impidiendo que avanzase, aunque no logró frenar del todo su inercia. Delante de él, el suelo se abrió, dejando que Gunarkh viera cómo caía hacia la insidiosa trampa. Kurome trataba de detenerle con todas sus fuerzas, pero Gunarkh pesaba mucho más que ella y seguía cayendo. Como pudo, él puso sus brazos por delante para tratar de agarrarse a alguna de las lanzas hacia las que se precipitaba. Grimthor y Yae consiguieron alcanzarles y detener a Gunarkh en el mismo momento que éste había agarrado la punta de una de las lanzas con su mano izquierda, amortiguando la caída sobre otras seis lanzas que se le clavaron por todo el cuerpo. Por suerte, no llegaron a atravesarle.
Entre los tres, tiraron del cinto y el brazo derecho de Gunarkh y consiguieron que se enderezara. Gunarkh sangraba. No estaba preocupado, pero la herida que se había hecho en el costado izquierdo le dolía y sangraba con más profusión que las demás. Se arrancó un trozo de tela del faldón y se lo ató alrededor del torso.
—Bien, chicos —dijo, sonriendo.
—¿Cómo cruzamos la habitación? —preguntó Grimthor.
—Esperad —dijo Kurome. Se agachó y, con la ayuda de una de sus dagas, levantó la placa de activación que había pisado Gunarkh. Debajo de ella había una serie de engranajes y palancas. Sacó dos de sus ganzúas y se puso a trastear el mecanismo. Después de un par de giros, aprietes y tirones, los engranajes empezaron a girar y el suelo de la habitación volvió a su posición—. Adelante.
Dejaron la habitación de la armadura atrás y se adentraron en la de la trampa de lanzas. Gunarkh se lanzó a abrir la puerta siguiente.
—¡Déjame a mí! —gritó Grimthor. Abrió.
Algo se acercaba dando zancadas y haciendo un ruido horroroso el correr. Grimthor tuvo que saltar a un lado para esquivarle. De repente, Kurome no podía moverse. Sentía un intenso dolor en el hombro izquierdo. Habría dado de cabeza en el suelo si Panit Yae no hubiera estado detrás para sujetarla.
—Aguanta, elfa, te volverás a mover.
La cosa que había atacado a Kurome estaba ahora entretenida tratando de dar cuenta de Grimthor. Su armadura le salvó dos o tres veces de quedar como la pícara. Gunarkh y Panit Yae corrieron a enfrentarse a la bestia. La criatura no dejaba de atacar y graznar, produciendo muchísimo ruido.
—¡Es una cocatriz, Grimthor! —gritó Gunarkh—. ¡Que no te alcance con el pico o te quedarás tieso!
—¡Gracias por el consejo —dió un hachazo que la cocatriz esquivó—, aunque tampoco pensaba en dejarme morder!
—¡Panit Yae! —continuó Gunarkh— ¿Sabes hacer fuego no? ¿Le alcanzarías los cuartos traseros?
—¡Si se gira, sí!
Gunarkh corrió al lado opuesto de Grimthor, que a duras penas lograba defenderse del pajarraco. Dió un grito de guerra que hizo retumbar las paredes de la oscura habitación y golpeó el trasero de la bestia. Ésta, enfurecida, se dio la vuelta para atacarle. Gunarkh, entonces, corrió hacia el lado opuesto a donde estaba Panit Yae. Ésta, susurró una palabra y lanzó un rayo de fuego al trasero del animal, cuyas plumas empezaron a consumirse como el borde de un papel. La cocatriz empezó a revolverse y a agitar sus alas. De un salto, Gunarkh consiguió agarrar a la enorme gallinácea por el cuello. Grimthor, atento, alzó su hacha y, como una guillotina, la dejó caer sobre el gaznate del ave, que dejó de agitarse tras un par de estertores.
—Mira dónde está mi hacha —dijo Grimthor, que arrancaba el hacha del tablón de madera donde se había clavado.
—La trampilla —observó Panit Yae.
—Gunarkh, ¿puedes coger a tu amiga? Nos vamos.
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