—Aún no comprendo por qué este lugar es tu infierno. Me refiero a que la mayoría de las almas tienen que experimentar un escenario verdaderamente atroz. He visto barcos inundándose, gritos atrapados en un clóset, lágrimas en la oscuridad, payasos asesinos, incluso bodas destinadas al fracaso.
Me acerco un poco más al fuego de la fogata. Luego extiendo un brazo e introduzco la mano entre las llamas que bailotean sin cesar. No siento nada, apenas un ligero cosquilleo. Tampoco se calcina mi piel ni mis células arden.
—Pero aquí es muy tranquilo, pacífico —continúo.
Miro a mi alrededor. El silencio abraza la noche, solo se escucha el crujido de la madera mientras el fuego la consume en un interminable ciclo. En el cielo se logran apreciar los últimos vestigios del día y las chispas de fuego se apagan a la orilla del mar.
—Eso dices tú —responde finalmente Aurora—. Eres inmune a todo lo que sucede aquí.
—No soy inmune a ti.
Quito la mano del fuego y me le quedo viendo por un instante al mismo tiempo que acaricio mi palma con los dedos. Inalterable, perpetua, creada para existir eternamente.
—¿Y por eso has estado visitándome cuando deberías estar torturándome?
Desvío la mirada hacia ella, sonriendo, y encojo los hombros.
—Sí.
De igual forma, Aurora sonríe mientras niega con la cabeza. Después cierra la distancia entre nosotras al sentarse junto a mí. Sujeta con delicadeza la mano que he metido al fuego y clava la mirada en ella.
—En este lugar un ser cercano abusó de mí.
La primera reacción de mi cuerpo es quedarse estático, mudo. Mis músculos se tensan, y sin detenerme a pensar, le aprieto la mano.
—Por esa razón, esto es mi infierno. Aunque para ti sea algo totalmente pacífico, para mí es todo lo contrario. Es mucho peor que una pesadilla porque en realidad sucedió. Y cada segundo que estoy aquí, el recuerdo de ese día me atormenta. Lo que hice, lo que sentí, lo que callé después. ¿Te imaginas tener que vivir algo así aun después de morir? Y que se repita, una y otra vez.
—Pero, no entiendo —replico—. Tú no hiciste nada malo, solo tratabas de…sobrevivir.
Aurora levanta el rostro y me mira. No puedo adivinar lo que está pensando.
—Pues ya no quise sobrevivir más. Y no me arrepiento de ello.
—Es injusto —arrugo el entrecejo—. No deberías estar aquí.
De pronto, Aurora me regala una pequeña y fugaz caricia en la mejilla. Nos quedamos en silencio durante un breve momento hasta que decido romperlo.
—Te ayudaré a escapar.
Ella me mira, sorprendida y obnubilada, tratando de digerir lo que acaba de salir de mi boca.
—¿Eso es posible?
—Sí.
—¿No te regañaría tu padre?
—Mh, más que eso. Pero no dejaré que te quedes aquí.
Aurora suspira, como un reflejo de su naturaleza humana.
—¿Por qué harías algo así por mí? —pregunta, su mano vuelve a tocar la mía.
—Yo… no lo sé.
De nuevo nos quedamos calladas. Hay un sinfín de ideas que revolotean en mi cabeza. ¿Qué clase de consecuencias traería esta decisión tan repentina? Me es imposible asegurar todas las posibilidades; sin embargo, cuando siento un absorbente e intenso calor en la palma de mi mano -algo que el fuego no ha logrado hacer-, sé que estoy equivocada sobre todo lo que creo de la humanidad.
—¿Sabes? Eres muy buena para ser un demonio, Mallory.
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