LA PIEDRA DE SOPA

LA PIEDRA DE SOPA

MARIA ANGELES

25/09/2024

      Siempre fui un chaval tranquilo. De no meterme en líos, de los que sí se quedaban en casa, ya buscaría algo con lo que entretenerme. Me gustaba leer, siempre tuve esa afición, aún hoy me gusta pasar el rato con un buen libro de los que hay en la biblioteca de la residencia. Sí, era un chaval muy tranquilo. 

      Un día estaba andando por los alrededores de mi casa, cuando la vi, parecía sacada de tiempos muy remotos, su forma de hablar tan serena, sus ropas y sobre todo su forma de caminar, tranquila, sin prisas, como si sus pies no tocasen el suelo.

      Coincidimos muchas veces, ella me hablaba de su vida, me preguntaba por mis idas y venidas y me contaba historias, una de las que recuerdo con más cariño es la que os relato ahora, y decía así:

      «Hace muchos, muchísimos años, se acercó un anciano mendigo a una pobre y olvidada aldea que contaba con poco más de diez habitantes.

      Todos eran muy pobres, se las apañaban como podían para poder llevar algo a la mesa cada día. Eran excesivamente pobres. 

       El mendigo se dirigió a los que salieron a su paso, les pidió algo de comer, pero todos le dieron la negativa por respuesta, era imposible, no tenían ni para ellos mismos.

      Entonces el anciano sacó de una bolsa de trapo, que llevaba a modo de hatillo, una piedra, y les dijo que con esa piedra nunca les faltaría comida. Les pidió un caldero con agua y echó la piedra dentro. «Piedra de sopa», les dijo que se llamaba. Todos estaban sorprendidos y deseosos de ver como una simple piedra les iba a proporcionar una rica sopa con la que calentar el cuerpo, y el ánimo.

      El mendigo preguntó si alguien tendría una patata para añadir al caldero, y un vecino muy amablemente le ofreció la única patata que tenía ese día para poner en la mesa. Llegados a este punto, el mendigo siguió pidiendo, judías verdes, algún tomate, algo de arroz; en fin, cada uno de ellos fue aportando lo poco que tenían ese día en su, casi siempre, vacía despensa.

      Todo se iba añadiendo al caldero. En el fondo la piedra reposaba, era el condimento necesario para conseguir una buena sopa, como también lo fue la generosidad y la fe con la que todos colaboraron. Al final ese día se comería a placer. Ese día y los siguientes, y todo gracias a la «piedra de sopa» que gentilmente les regaló el mendigo.

      El anciano siguió su camino con el estómago satisfecho, haría otra parada en el pueblo más cercano, y así pasaba los días, y nunca le faltó un plato que llevarse a la boca.» 

      La historia que esa tarde me contó mi peculiar amiga es la que mantengo siempre más fresca en mi memoria, quizás sea porque me enseñó que con poco que pongamos cada uno de nosotros, juntos podemos hacer y conseguir cosas, que por nuestra parte, no podríamos ni tan siquiera llegar a imaginar.


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