Tonka

La gente de la calle donde vivía Sósimo, el maestro, no esperaba un saludo de él, aunque alguien intentara, arriesgándose a saludar, ese saludo no era correspondido, incluso en su casa, donde vivía con Julieta su hija, era de pocas palabras. Al principio la gente se admiraba de esa actitud, pero se llegó a acostumbrar y ya mejor no externaba un saludo a quien sabían no iba a contestar.

Sósimo anteriormente no era así, cuando trabajaba en un bachillerato tecnológico, dando taller de carpintería, era alegre, le gustaba convivir con los adolescentes, sabía que la asignatura que impartía le gustaba a los jóvenes, ya que como pocas, era una de las que podían elegir y eso ya era ganancia por la motivación que debería requerirse para poder aprender.

Estaba convencido que para ser feliz se deberían de hacer las cosas con gusto, y así como él disfrutaba la carpintería, quería que los demás lo hicieran, aprovechaba para dar consejos, y las mejores estrategias para dejar la madera que al tocarla se sintiera algo semejante a un cristal liso que con suavidad se podían deslizar los dedos al tocarla.

—Toquen esta madera, a ver ¿qué sienten? ¿Creen que se pueden dar cuenta cuando esté lista?— Era uno de los cuestionamientos que solía hacer para darle más sentido al trabajo que hacían sus alumnos.

Era buen conversador, así lo dejaba ver de una manera motivante y amena, no desaprovechaba la convivencia para recomendar películas u obras literarias que pudieran interesar a sus alumnos, parecía empático, como solía hacerlo con sus hijos Julieta y Fausto, que este segundo es con quien tenía más apego. Su vida cambió tras la pérdida precisamente de su hijo Fausto.

Hubo una época que en cuanto sonaba el timbre junto con los alumnos empezaba a guardar la herramienta, ponía música de los Beatles para que al ritmo se apuraran e interrumpieran lo que estaban haciendo, otra disciplina era, dejar todo lo que hubieran ocupado en su lugar, barrer al terminar, cada quien su espacio, y por equipos llevar a los receptores de sobrantes mediante turnos, no había discusión, todos estaban conformes con los acuerdos. Una rutina era que en el estacionamiento del edificio del bachillerato esperaba a Fausto para ir juntos a la casa en su coche.

—Mira papá esta es mi obra de arte de hoy, te dejo de tarea que adivines qué es, ¿qué crees que signifique?— Le dijo Fausto mostrándole una figura metálica, tenía una combinación de espiral que encierra un cubo, y que él había hecho en el taller de herrería. Él había elegido este taller, ya que en su casa tenían una carpintería y ahí podía aprender con su papá.

Entre los dos hermanos hubo muy buena convivencia y entendimiento, a pesar de estar en la adolescencia, las contradicciones no pasaron a más. Pero por otra parte Julieta, la mayor, era inquieta y hasta cierto punto rebelde, no se acercaba ni tantito al apego que tenía su hermano menor con su papá. La actitud de Julieta había cambiado desde la separación de su mamá, quien se había vuelto a casar y vivía en Perú, sin embargo la relación con su hermano era buena, pero ella percibía perfectamente la preferencia de su papá a su hermano, sobre todo cuando le recriminaba cosas sólo a ella.

—¿Por qué sólo a mí me llamas la atención por llegar tarde? No veo que a Fausto le digas algo, mira la hora en que llegó— Su padre no contestaba.

— No es justo, a mí me pones a limpiar la cocina, cuando la ensuciamos todos. ¿Fausto no puede?— Era otra de las recriminaciones cotidianas, pero a veces su hermano, se ponía a hacerlo sin que su papá le dijera y era una forma de congeniar mejor con Julieta. Ella era sólo un año mayor que Fausto, inquieta, con la característica de saturarse de actividades, apasionada de las artes visuales, no tenía otro tema más que sus creaciones, se encerraba en su habitación llena de dibujos, en su mayoría representaba animales, perdidos entre naturaleza, de una forma que al verlos parecía que comunicaban algo, estaban entre nubes, agua, viento, eso era reiterativo, así pinturas y grabados que iba haciendo, ya no encontraba espacio dónde poner, porque sabía que su papá no le permitiría que ocupara las paredes de la sala.

Ya habían pasado tres años de la pérdida de su hijo, Sósimo había ignorado que su hija también extrañaría a su hermano. Estaba sola y se refugiaba en sus obras de arte. El día que ella recibió una premiación por una de sus obras, Él no estuvo presente. Cualquier espacio donde hubiera gente no figuraba, así se tratara de su hija. No podía haber comunicación entre ellos sólo lo indispensable por ejemplo, hablar de la necesidad de hacer el pago de un servicio, recoger ropa de la tintorería, entre otras necesidades.

Julieta, en ocasiones, cuando se ponía a escuchar música era cuando no se contenía y lloraba en silencio. De igual forma soñaba constantemente con Fausto, con paseos en bici o salidas al campo, y cuando lo abrazaba, era siempre que despertaba y se ponía nuevamente a llorar.

El dolor que Julieta sentía no lo podía externar a su padre, pues no había oportunidad, estaba sola y no tenía a quien recurrir sólo en cuanto tenía oportunidad iba con su tía Lorena, hermana de su papá, que por sus ocupaciones, la veía muy poco.

—Si viviera mi abuelo Toño, él si me hubiera escuchado— Refiriéndose al abuelo que ya había fallecido en el pueblo de Tetipac donde se estableció.

A Sósimo la tragedia se le revelaba de manera recurrente, lo que sucedió ese día, recordaba cuando al terminar su clase, él ya estaba en el carro esperando a Fausto, mientras seguía leyendo su novela en turno en esta ocasión ya estaba con otras de las historias de Salgari, que le encantaban, era una herencia del doctor Antonio, su padre, ya tenía toda una colección y ansiaba con ganas devorarlas, sabía que cada instante de espera ahí estaban esas aventuras.

A diferencia de los demás días Fausto se estaba tardando, le empezó a extrañar, si se tratara de la distraída de Julieta, no se le hubiera hecho extraño, seguía leyendo mientras en pausas echaba un vistazo al reloj.

—¡Maestro Sósimo venga! Gritó Adán el prefecto de la escuela ¡Corra! ¡Es urgente!

Fausto estaba ensangrentado, el director de la escuela ya había pedido la ambulancia, la multitud de gente rodeaba el taller de herrería y Sósimo no podía entrar, en cuanto vieron que era el maestro de carpintería abrieron paso. Lo que había sucedido era que jugando con una sierra inalámbrica de alta potencia para cortar fierro, regularmente no tenía batería, en esa ocasión los de mantenimiento la habían cargado, esa cortadora, sólo la podía usar el maestro del taller, sin embargo, Fausto la tomó pensando que no funcionaría y en cuanto se encendió se le resbaló en el abdomen y de manera rápida se empezó a desangrar, el traslado inmediato al hospital, no fue suficiente, Fausto murió a su llegada. Este recuerdo estaba presente todos los días en Sósimo dejó de ser la persona que era. No tenía fuerzas, ni un poco de sobriedad para recibir ayuda, los ofrecimientos de apoyo fueron inútiles.

Dejó de hablar por muchos días, él iba solo a visitar la tumba de su hijo, y Julieta iba por su cuenta porque su papá todo el tiempo quería estar solo, no hablaba más que lo indispensable. Y permanecía aislado la mayor parte del tiempo.

Julieta trataba de comprender a su papá pues ella también estaba sufriendo, no pudo contar con su padre para recibir consuelo, cada uno por su lado vivía el dolor y lo que hacía la mayor parte del tiempo era dedicarse al arte. Una tarde estaba concentrada con el grabado que estaba próximo registrarlo para el concurso “Alfredo Zalce”, se acercaba el día de la entrega y sabía que tenía que acelerar el paso y culminar a tiempo, esto era suficiente motivo para abandonar por grandes instantes el teléfono, cuando al tomarlo se da cuenta la cantidad de mensajes de su Tía Lorena, quien trabajaba en la Universidad y parecía muy insistente, al grado de que le empezó a preocupar y vio los mensajes. Requería de su presencia en la Universidad, fue más la intriga que empezó a preocuparse, y tuvo que dejar lo que estaba haciendo.

—Qué bueno que llegaste, necesitamos tu apoyo, Sofi explícale lo que está pasando —Le dice Lorena, volteando a ver a su compañera de trabajo y amiga de su Tía.

—Mira, hay una perrita arrinconada, ya lleva varios días ahí, no deja que nadie se le acerque y ha habido muchas lluvias, no ha comido, le acercamos alimento y su desconfianza es tan grande que no se acerca ni tantito, piensa que le vamos a hacer daño— Le expuso con paciencia

—¡Pobrecita! Sí, pero qué quieren de mí— Exclamó enternecida Julieta.

—Pues tú vives cerca, podrías llevártela para que sobreviva, mientras anunciaremos a través de las redes y en la Universidad que está perdida, debe ser de alguien que también viva por aquí.

—Pero si ni correa tiene, ¿No la habrán abandonado?— Cuando Julieta dice esto, de manera inmediata su tía y Sofía se ven mutuamente, confirmando de esa forma que eso era lo más seguro, pero no lo querían aceptar, lo que hacía más difícil encontrar a la persona que se tuviera que hacer responsable de la pobre perrita.

Julieta, la artista, parte de esa sensibilidad se derivaba del aprecio a todo ser vivo, con un encanto y poder que permitía entender a quien se le pusiera enfrente, no pudo ser la excepción con la perrita abandonada French Poodle, dicen que es una raza canina que hasta el siglo XV se había considerado de uso exclusivo de los aristócratas y nobles. Lo que se convirtió en una paradoja, quien la hubiera visto, cuál aristocracia, con manchas cafés del lodo sobre lo que se suponía era un pelaje blanco, tenía heridas de golpes en el lomo y una oreja partida y parte de un párpado rasgado, su semblante triste combinado con una mirada de estar alerta y en guardia para quien se le acercara. Se puede uno imaginar una historia no contada por la perrita, pudo haber sido que caminó muchas calles por el aspecto que ya tenía, enfrentándose al ataque de otros perros, o gente sin escrúpulos que la haya maltratado, no se supo, pero lo que sí se sabía es que iba a ser difícil dar con el dueño.

Al saber que Julieta era una persona amorosa con los animales, pensaron que ella podría convencer a la perrita para que se moviera de allí, se acercó y la perrita rápidamente se arrinconó ladrando hasta más no poder, se hicieron más intentos llevando comida para que se acercara, todo fue inútil. Como por arte de magia la reacción de la perrita cambió cuando se le ocurrió a Julieta enlazar su bufanda dejando un tramo de donde sostenerla algo semejante a una correa, y parecía que traía un chip, la perrita se levantó y dirigió la mirada a Julieta esperando ver a donde se iba a mover para acompañarla a dar un paseo. ¡Eso era suficiente! Al fin se la podía llevar.

Un taxista a duras penas aceptó subir a la perrita, con todo y que previamente Julieta consiguió que le prestaran una chamarra para ponerla de tapete y no ensuciar, en el transcurso breve para llegar a la casa. A ella le preocupaba cómo iba a reaccionar su papá, quien se encontraba en ese momento la ciudad de México y llegaría por la noche. Pensó en cómo sería el enfrentamiento, quiso llamarle por teléfono pero parecía estar fuera del área de servicio.

Cuando Sósimo llegó a casa, encontró a su hija bañando a la perrita, ella estaba temerosa al regaño que le iba a dar y se le quedó viendo a su papá sin decir nada, sólo esperaba su reacción. El papá al ver la “escena” sólo movió la cabeza dando una expresión de negación, no le dijo nada pero con el silencio manifestaba su desacuerdo.

—Nada más es por un día papá, están buscando al dueño para entregarla.

Sósimo, no le contestó nada y subió directamente a su habitación. Ya el hecho de que Julieta no había recibido un abrazo y unas palabras por verse nuevamente de su regreso a la casa después de su viaje a la ciudad de México, su desplante y silencio fue más golpeador aún. Ya no sabía cómo interpretarlo, de lo que estaba segura era de que le dolía mucho y le preocupaba qué iba a hacer si no encontraban pronto el hogar de la perrita.

Se miraron recíprocamente la perrita y Julieta, fue la primera “conversación” que tuvieron, se podría interpretar el alivio que sentía la perrita al ser acogida, después de tanto sufrimiento, al fin ya estaba bajo techo. La conexión entre las dos fue inminente, para evitar un regaño tuvo que dejarla en el pasillo con un cartón y una cobija, mientras Julieta se durmió en la sala para estar al pendiente de ella.

Pasaron cuatro días y no encontraron a los dueños de la perrita. Llegó el momento en que Julieta ya sabía que no iban a aparecer los dueños, y aunque aparecieran, ella ya estaba decidida a que viviría con ella y sería la responsable. No tenía forma de explicar lo que sentía por ella.

— Te voy a llamar Tonka. ¡Vamos Tonka!

Tonka ya tenía su cama para perro muy “de lujo” junto al cuarto de Julieta, parecía un trono de la Reina de Inglaterra, y Julieta, con todas las actividades que tenía la sacaba a pasear antes de ir a la Universidad, estaba en el segundo grado, y en la calle de por sí los vecinos la saludaban con gusto, pero de un tiempo en adelante saludaban también a la perrita, que también fue querida por ellos. Tonka se hizo popular en el barrio, era la gran compañera de Julieta, disfrutaba deslizar sus dedos en su pelo suave, y le daba risa como se sentaba sintiéndose una diva cuando le secaba el pelo con una secadora después de bañarla, con ella platicaba y a donde se moviera dentro de la casa era seguida por ella, se volvieron inseparables, incluso si salía a la calle la seguía y cuando se daba cuenta, se tenía que regresar para asegurarse que no se saliera de la casa. Su papá no se acercaba a Tonka, seguía casi sin hablar, sólo cuando era indispensable, para Julieta ya era mucho el “castigo”.

Sucedió que en una ocasión Julieta por la noche se fue con Blanca, su amiga de la Universidad, a terminar un proyecto que tenían que presentar en una evaluación. Al intentar regresar cayó una fuerte tormenta, fue con tanta fuerza que tuvo que avisar a su papá que no podría regresar. A Sósimo no le quedó otra que darse por avisado, seguía siendo de pocas palabras, pero cuando menos ya había aceptado que Tonka viviera ahí, aunque casi ni la volteaba a ver.

Encerrado en su habitación, de repente se oían rasguños en la puerta, luego además de rasguños se incorporaron sonidos de llanto suave. Sabiendo Sósimo que era Tonka, no hizo caso. Nuevamente oyó los pequeños golpes en la puerta y chillidos más fuertes, hasta que abrió, entendió que si no la sacaba a la calle no iba a parar, hasta que lo hizo, salió a la calle con Tonka, los vecinos se le quedaban viendo de manera extraña, no era Julieta quien la sacaba, no sabían si saludar a la perrita que era a la que siempre saludaban. La gente optaba por disimular que no lo veían.

Fue Doña Isaura la que no se aguantó de saludar a Tonka

—¡Hola! ¡Buenos días!

— Buenos días, contestó Sósimo— Doña Isaura puso su mirada sobre él y mueve la cabeza reafirmando el saludo dirigido a él y sigue caminando, no podía creer que el vecino callado había saludado.

Se empezó a correr la voz de que Sósimo saludaba y los días siguientes ya todos lo saludaban y respondía de igual manera cortante con un saludo y una expresión seria. En cuanto regresó Julieta, volvió a hacerse cargo.

—No has comprado la comida de Tonka, toma— Dijo Sósimo a su hija, dándole dinero suficiente para el alimento.

Siempre Julieta era la que le pedía apoyo para la comida de Tonka cuando no le alcanzaba lo que había ahorrado. Quedó sorprendida de que ahora él tenía la iniciativa, no lo podía querer.

En la casa empezaron a surgir situaciones nuevas curiosas por ejemplo cuando se le daba de comer algo diferente a las croquetas, corría a comerlo donde nadie la viera, como si fuera un tesoro.

—¿Has visto el par de este calcetín?— le muestra a su hija un calcetín con rombos. —¿Has visto mi otro guante?— Al tercer día igual.

—¿Has visto el otro par de este calcetín?— y le muestra un calcetín liso color café. De manera lenta ¡desaparecían los calcetines! y ocasionalmente los guantes, eso no era del agrado de Sósimo, a Julieta sólo le daba risa y no decía nada.

Ya eran cinco años los que tenía Tonka en la casa y no había duda de que ya era parte de la familia, la seriedad de Sósimo siguió pero cuando menos, ya saludaba a la gente, aunque no salía con la perrita, ni la acariciaba, sin embargo Julieta seguía paseando a Tonka y estaba al pendiente de ella.

Fue una sorpresa para Julieta cuando recibió la noticia del otorgamiento de una beca que le permitía una estancia de tres meses en Chicago. Pero algo más sorprendente fue que su papá aceptó cuidar de Tonka, y de esa forma pudiera ella ir.

—Si no puedes papá, yo busco donde dejarla— le decía con el deseo de no conflictuarse, pues pensó que no lo iba a hacer con agrado. A partir de que Julieta se fue a Estados Unidos, las salidas de Tonka eran con otro acompañante, al principio lo veía con desconfianza, pero al ver que después de hacer sus sonidos para solicitar que la sacaran a pasear y él era el único que lo podría hacer, dejó de verlo con reservas.

Nadie se imaginó que al mes de que Julieta se habría salido de México, Tonka se iba a enfermar, Sósimo oyó cómo lloraba y se arrinconaba, se aislaba, y se escondía, no sabía qué hacer y le llamó a su hermana, quien sabía más de animales de compañía, acudió rápidamente con él y juntos la llevaron con un veterinario.

—Necesitamos hacerle estudios, le dan una especie de ataque a su corazón— Afirmó el doctor Serafín.

Lorena y Sósimo se vieron mutuamente, nunca habían estado en esta situación. Desde la muerte de su hijo, no había estado en una clínica, pero aunque era para animales de compañía sentía algo parecido, fue una sensación que lo confundió de repente, se quedó por un momento pensativo, como que estaba en otro lado mirando fijamente al piso.

—Qué dices. Le dice con serenidad su hermana.

—Sí está bien, que le hagan lo que le tengan que hacer.

Ni remotamente esperaba Sósimo estar al frente con la responsabilidad de obtener los estudios clínicos de Tonka, el expediente que se armó, superaba al que ni él se hubiera hecho en la vida para sus estudios propios, pues los médicos generales a él ya le habían sugerido que por su edad se hiciera un seguimiento con un internista y requería de estudios integrales, esta vez estaba conociendo de qué se trataba, desde toma de sangre, encefalograma, hasta tomografía, ultrasonido entre otros, obteniendo con ello que Tonka padecía de una enfermedad del corazón, y esto iba a ser de por vida, le daban una esperanza de vida de dos o tres años todavía, pero tenía que estar muy al cuidado de los integrantes del hogar donde vivía. Lorena y él se volteaban a ver sorprendidos de lo que se requería, tratando de entenderlo, pero sobre todo hacerse la idea de lo que exigía.

—¿Crees que puedes? si quieres me puedo hacer cargo de Tonka en lo que regresa Julieta ¿Cómo ves?— Le dijo Lorena pensando que no iba a querer hacerse cargo.

—Está bien, no te preocupes, ya por el momento es mi responsabilidad— Lo dice muy serio, dando a entender que ese era el único motivo que tenía para hacerlo.

Sósimo, desesperado sigue todo al pie de la letra, y ve muy poca mejora de Tonka, Intentaba darle la pastilla para el alivio del corazón, con su alimento pero ahí quedaba en el plato. Se le ocurrió comprar hígados de pollo y engañarla al ponerle adentro la pastilla, y en el primer intento ¡Resultó! Así era todas las mañanas, le preparaba su alimento para el corazón y a la misma hora a las seis de la mañana ya estaba Tonka junto a él esperando tan delicioso platillo. La mejora de la salud de Tonka se dejó ver, poco a poco se veía reanimada.

Un mes después regresa Julieta, Sósimo se siente más tranquilo, pues no quería imaginarse que le pasara lo peor a Tonka en ausencia de su hija, que aunque ya sabía de su enfermedad, no dejaba de sentirse responsable de lo que pasara. Tonka se descontroló cuando vio a quien la había rescatado años atrás, la primera reacción fue lanzar una serie de ladridos, como un discurso que le tenía preparado, hasta que se cansó y se quedó dormida en la sala, y haciendo ruidos dormida, lo que parecía tener una pesadilla, cuando despertó se fue a acostar junto a la habitación de Sósimo. Fue la última noche que durmió cerca de él, al día siguiente, como si nada hubiera pasado, se fue a acurrucar junto a Julieta y en la noche igual la siguió en un plan de paz perdonándola por su ausentismo.

Tonka mejoró, eran menos los malestares que presentaba, pero no dejó de molestar a Sósimo temprano que le diera los higaditos, él no renunció a esa misión que ya se había adjudicado él mismo.

En una ocasión, Julieta quería estar sola para hacer la lectura de su novela de Murakami, “Sputnik mi amor”, que emocionada deseaba terminarla, sentía que ella tenía una identificación con Sumire su personaje favorito, por la forma de manejar su libertad, y para que no la interrumpieran decidió entrar al cuarto de Fausto, que estaba intacto, al acostarse, sintió que la almohada estaba muy alta, sorpresa se llevó cuando al levantarla ¡encontró todos los calcetines desaparecidos!

—¡Papá! ¡Mira aquí están los calcetines en el cuarto de Fausto!— Gritó Julieta corriendo hacia donde estaba su papá.

—¡Qué locura! ¿Y por qué los guardó aquí?_ Dijo Sósimo admirado.

—Sí, es extraño. Y mira bien acomodaditos.

—Bueno, cuando menos ya no tengo que comprar para reponerlos— Lo dijo moviendo la cabeza que expresaba la duda ante lo inexplicable al mismo tiempo que regresaba con sus manos llenas de calcetines a su habitación.

Una noche, eran las dos de la mañana, Julieta escuchó llantos de Tonka, pero no estaba a un lado de ella, estaba nuevamente arrinconada, escondida, se empezó a ver extraña, se retorcía toda, y temblaba todo su cuerpo. Corrió a cargarla, sentía su cuerpo tembloroso.

—¡Papá!— Gritó Julieta con desesperación.

Sósimo no tardó en llegar cuando de repente Tonka, se empezó a retorcer temblorosa con mayor intensidad y en los brazos de Julieta dejó de respirar.

Julieta rompió en llanto y abrazó a su papá. Para los dos, ese abrazo fue el abrazo que jamás habían tenido desde su existencia, un abrazo que transmitía todo lo que sentían, su papá empezó a llorar con todas su fuerzas, apretó a su hija y fuertemente gritó “¡Perdóname!” ella entendió, y correspondió el brazo de su padre, estaba sintiendo por primera vez su consuelo, sin hablar más se comunicaron cosas que sabían que estaban pendientes de hablar y que en adelante lo habrían de externar.

Desde aquel día Julieta y su papá fueron más unidos, dispuestos a escucharse, tenían al fin a quién contar las anécdotas de Tonka y Fausto, que efectivamente, ya no estaban, pero no significaba que no hubieran dejado recuerdos que los podían alimentar en su vida.

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