Las Cazadoras de Madam—Capítulo 05

Las Cazadoras de Madam—Capítulo 05

Fumando a la luna

07/11/2024

Caos

“Bienvenidas una vez más, mis cazadoras.”

Habló una voz ligeramente robótica y distorsionada, resonando en la habitación oscura. Nuevamente las alphas se encontraban vestidas elegantemente y sentadas en sus lugares designados.

“Pasará un tiempo antes de que descubran la causa real de la muerte de Ten Lee, así que pueden estar despreocupadas.”

—¿Fuiste tú? — habló la voz robotizada de Zeta. —¿Hiciste explotar el vehículo? — pregunto a Laen.

Era la noche siguiente después del fallecimiento del delegado.

—Identifique sus coordenadas, viajaba solo. — expresó con voz carente de emoción. —Únicamente compartí la información a quien sabía que haría el trabajo limpiamente.

Laen apenas giró un poco la cabeza hacia la mujer que permanecía en una postura tensa viendo al frente.

—Aunque la explosión, debo admitir, fue un desenlace sublime.

Ante el halago, Quin, apenas hizo una reverencia con la pesada máscara haciendo notorio su feromona afrutada. Antes de la primera reunión, se les pidió de manera obligatoria utilizar un perfume especial para enmascarar su aroma lo suficientemente alejado de su feromona natural. Dicho aroma afrutado hizo gruñir a Moon y Zeta que se giraron a verla haciendo reír a la culpable.

—¿Por qué escogiste un aroma tan desagradable como ese?

—Sí mi aroma normal es frío se necesita un aroma cálido para cubrirlo por completo.

—Es asqueroso. — expresó en un gruñido Moon.

—Huele a omega en celo. — acordó Zeta.

—Oh. — exclamó Quin con diversión en su voz. —¿Acaso no está interesada en omegas? — se burló y pequeñas risotadas se escucharon gravemente debido a las máscaras.

Las risas se detuvieron cuando una interferencia resonó en la habitación, la luz se atenuó quedando en penumbras, quedando únicamente iluminado de un dorado el asiento desocupado. Como la primera vez, la mesa se abrió para mostrar un nuevo juego de cinco maletines negros, cada alpha tomando el suyo.

“Su siguiente objetivo es, mis cazadoras, Mark Lee, hermano mayor de Ten Lee y quien, si mi información es correcta, es el principal asesino de la vida silvestre en las áreas protegidas de Tailandia.”

—Encontrarlo será mucho más complicado que a Ten Lee, a Mark nunca se le ha visto solo. — informó Laen.

—¿Y porque él es un objetivo? — cuestionó Moon.

Su voz, antes ya grave por el aparato distorsionador, se escuchó mucho más intensa y baja de lo esperado.

El silencio reinó varios minutos antes de ser roto por aquella voz sin rostro que resonaba en cada pared de la fría habitación. Una risa divertida, escandalosa pese al intercomunicador, se escuchó provocando confusión en los oyentes.

Al final de la risa, que cada vez se hacía más baja hasta terminar en un gemido bajo y sensual, causó curiosidad en los oyentes. No era la misma persona. No era Madam.

“Sé que saben cómo se crean los inhibidores…, y también los detonantes de calor.”

En silencio las presentes se vieron entre ellas antes de volver a sus posturas rectas. La corta oración ambigua fue suficiente para que las cazadoras volvieran al trabajo.

Una vez más se escuchó la voz de Madam, dura y determinante, que no dejaba espacio a más preguntas.

“Buena suerte mis cazadoras.”

Y con ello se despidieron sin más palabras, saliendo por las diferentes entradas.

{…}

El sol del mediodía era intenso y caluroso, el cielo apenas despejado hacía que todos los transeúntes andarán con sombrilla y bloqueador solar, evitando una insolación. Habían pasado días desde la encantadora salida al Club Cazador, días desde el accidente del delegado Ten Lee.

Después de la urgencia debido a la explosión, las chicas regresaron a sus casas en silencio, apenas siendo conscientes, en la seguridad de su hogar, que habían olvidado pedirles a las omegas sus números de teléfono.

Mientras tanto, la muerte del delegado Ten Lee, hizo que cierta alpha de veintiocho años se viera inmersa en el caso.

Sentada frente a su escritorio en una pequeña oficina con un sofá, una ventana por donde entraba la luz del sol en el tercer piso y el sonido del ventilador en la esquina de la habitación, la mujer se encontraba revisando una y otra vez el video de la cámara de seguridad.

El video era borroso, pero lo suficientemente claro para ver la parte trasera del auto que manejaba Ten Lee hace cuatro noches. En el video se ve el auto ir de manera recta hasta que comienza a zigzaguear antes de finalmente girar con fuerza a la derecha donde termina chocando contra el poste de luz.

Algo parecía no encajar, pero por más que regresaba la grabación, pausando cuadro por cuadro, la sargento Maliwan Yinyagdan no encontraba nada. Dispuesta a revisar con mayor detenimiento, la mejor grabación que lograron conseguir de la cámara del semáforo, la puerta se abrió sin modales.

—Sargento Ying.

La mujer de metro sesenta miraba con concentración la pantalla. Su largo cabello castaño ceniza sujeto en una coleta alta que dejaba suelto algunos mechones de enfrente que brindaban a su rostro siempre estoico un brillo femenino.

Los ojos avellana se elevaron detrás de la computadora para ver a la mujer que recién había entrado con una blusa blanca, pantalón negro de vestir ceñido a la cintura, botas negras, y una correa bajo la axila donde estaba la funda para su arma.

Un atuendo acorde y similar al suyo, únicamente que la camisa de ella estaba arremangada hasta los codos y en la parte superior derecha tenía tres estrellas doradas junto a su nombre.

—Aquí tengo los informes de las entrevistas a las personas del Club Cazador que fueron identificadas.

La oficial de nombre Kaeodi Khingpiyathida dijo dejando el folder en el escritorio, para ser ignorado por la sargento que regresaba su mirada a la pantalla de su computadora.

—¿Algo relevante?

—Las horas coinciden en los reportes y los videos del club. — su superior elevo la mirada para desviar sus ojos hacia la mano derecha de la oficial. —Los permisos fueron aprobados, Ten Lee tuvo un aparente altercado con un grupo de alphas.

La oficial explicó mientras veía a la alpha colocar la memoria USB en la entrada de la computadora. La oficial Ping es apenas un año menor que la sargento, ambas habían estudiado en La Escuela Nacional de Defensa de Tailandia, al salir la sargento Ying rápidamente encontró un trabajo y su dedicación la ayudó a subir rápidamente de puesto.

Actualmente, cinco años después de graduarse con honores, ambas habían vuelto a encontrarse y a trabajar juntas desde hace ya dos años.

La oficial Ping portaba sujeto en un chongo bajo y bien peinado su corto cabello rubio ceniza, en el puente de la nariz descansaba un par de anteojos cuadrados que cubrían su dulce mirada verde oliva. Su piel clara resaltaba, en la curvatura del cuello, una mancha blanca que bajaba por su clavícula, su piel adornada con algunas pecas negras.

—¿Ya investigaste a los alphas?

—Lo hice. — sentenció la omega cruzándose de brazos. —Pero, citando las palabras del general, “son intocables, no las hagan enojar o pueden tener por seguro que destruirán su carrera antes de comenzar. Tengan cuidado al abordar este asunto.”

Sin entender muy bien la sargento Ying se dispuso a ver los videos gruñendo al segundo en que su dedo presiono el espaciado en la computadora deteniendo la imagen sobre las alphas.

—Mierda.

—El general nos pidió discreción. — Ping volvió a escuchar el gruñido molesto de su superior y prosiguió. —No podemos acercarnos a ellas, sargento.

Sin decir palabra la sargento regresó a revisar el video esta vez analizando con atención a las omegas, viendo que ya casi al final estas parecían invitar a su mesa al grupo de alphas intocables.

Liderado por las herederas y hermanas de la gran familia Ayutthaya, la primogénita de la familia Thongsuk y la alpha número uno, activista y defensora de múltiples fundaciones para animales, Photthong Onuma.

—¿Quiénes son esas tres, y porque a dos de ellas les han tapado la cara?

—Confirmamos que eran dos estudiantes, una de ellas menor de edad. La tercera es la diseñadora y modista de la actriz y la cantante, no hay mucha información de ella ya que por lo general prefiere quedarse tras bastidores, pero se hace llamar Sun.

—Menores de edad…— murmuró la sargento saboreando la información. —¿Sabes dónde se están hospedando?

—Sí, tengo la información del hotel en que se encuentran ellas tres.

—Vamos.

Demandó la sargento tomando su arma para sujetarla a su funda. Puso su placa en la cintura de su pantalón, el gafete colgando de su cuello y su saco.

—¿Cree que son cómplices? — preguntó la omega tomando dos chalecos antibalas del armamento y siguió a la alpha al elevador. —Además, esto se ha reportado como accidente, ¿porque pidió el caso, sargento Ying?

—Porque no fue un accidente. — saliendo del ascensor subieron al automóvil negro con la imagen de la central de policía a los costados y el logo del FBI. —Y no creo que sean cómplices.

La mujer mayor encendió el auto viendo a su compañera lanzar los chalecos al asiento trasero para colocarse el cinturón de seguridad.

—¿Entonces por qué vamos por ellas, sargento?

—Si no podemos acercarnos a esas alphas, haremos que ellas vengan a nosotras.

El auto arrancó saliendo del estacionamiento de la comisaría.

El accidente del delegado aparentaba ser algo común, sin sospechosos o testigos que pudieran hacer ver esto como un homicidio. Casi tan perfecto debido al punto ciego de las cámaras que no lograban capturar imágenes claras. Pero algo que tenía claro la sargento Ying es que la muerte de una persona importante en la política nunca podrá ser un accidente.

Algo en este accidente le hizo recordar crímenes similares suscitados hace años, cuando la mujer seguía en la academia. En ese momento los entonces llamados “salvadores” fueron olvidados, los casos cerrados por falta de evidencias.

Pero, ¿quién era la víctima y quien el criminal? y lo más importante actualmente, ¿qué los hizo regresar una vez más?

En el consultorio veterinario de la doctora Photthong Onuma, la alpha se encontraba terminando de atender a un pequeño minino que venía por sus primeras inyecciones para la rabia y desparasitar. Al concluir y despedir a su paciente, un mensaje de Nong Yao llegó a su teléfono.

Era una foto de ella junto con las omegas del club avisando que se había encontrado de casualidad con las mayores, y que ahora estaban en el Carlton Hotel Bangkok Sukhumvit. Onuma se sorprendió gratamente cuando Nong Yao le comentó que había sido contratada por la actriz para que manejara sus redes sociales en diferentes idiomas.

—Sabía que a esa niña le iría bien.

Comentó al aire la mujer felicitándola, recordando las tardes en que escuchaba a la chica hablando sola en diferentes idiomas mientras limpiaba las jaulas.

—Tailandés, inglés, chino, japonés, portugués y español, solo falta que aprenda a hablar con los animales. — se rio ligeramente dejando su teléfono de lado al escuchar una discusión afuera de su oficina.

En la recepción se escuchaba la voz de un hombre, fuerte y molesta, soltando feromonas alphas con olor a cigarro que, por supuesto, a su recepcionista no le afectaba en absoluto por ser beta. Confundida y ligeramente molesta por esa actitud salió para ver de qué se trataba.

Allí se topó con una pareja coreana. Una mujer que cargaba un perro con mala apariencia envuelto en una manta gris. La mujer estaba tapada de pies a cabeza con prendas oscuras. El hombre mantenía un teléfono en su oreja y vestía extremadamente formal. Afuera se alcanzaba a ver un auto negro y hombres uniformados.

—¿Puedo ayudarles?

—Veníamos por una cita, pero esta mujer dice que ya van a cerrar.

—Veo.

Onuma vio el ceño fruncido del hombre, su imponente presencia en su metro ochenta, pero sobre todo esa mirada negra que no deseaba nada bueno. La alpha se giró hacia la mujer que portaba lentes oscuros y cubre bocas que parecía estar en los huesos.

—Pasen conmigo, Ciize, puedes retirarte, yo cierro.

Dicho eso la alpha los guío a su consultorio donde la mujer más baja, sin feromonas aparente, depositó con cuidado al perro que traía en brazos, que no dejaba de jadear, en la mesa alta en donde de inmediato se acostó.

Antes de que pudiera preguntar lo que sucedía con el perro la voz del hombre, fría y cortante, la interrumpió.

—¿Esto se va a demorar mucho?

—Lo que tenga que tardar señor.

—Escuche, tengo que ir a una junta muy importante ahora, pero a este estúpido perro…

—Kuma. — habló la mujer en un murmullo que apenas se escuchó, siendo ignorada el hombre continuó.

—No puedo faltar a esta junta, y usted es el mejor veterinario oí decir.

—Entiendo señor, pero no puedo precisar lo que tiene Kuma, así que deberé hacerle estudios y puede tardar bastante tiempo. — explicó lentamente Onuma viendo la clara molestia en el hombre; regresando su vista a la mujer que lucía exhausta. —Si gustan pueden ir a su reunión yo puedo cuidar de Kuma sin problema.

—No…— volvió a murmurar la mujer con voz ronca, como si le costara hablar. —No lo quiero dejar.

El hombre gruño molesto aun con su teléfono a la altura de la oreja.

—Entonces quédate, igual no importa que asistas. — el hombre miró a la doctora. —Mandare un automóvil a recogerla cuando termine, llámeme, ella es bastante tonta con los teléfonos. — le estiró su tarjeta y se retiró cerrando tras de sí la puerta, seguido del sonido de llantas alejándose.

Onuma dejó la tarjeta a un lado restándole importancia, ya sabiendo quien era el hombre, y comenzó a revisar al poodle negro.

Haciendo preguntas que la mujer respondía con un “si” o con un “no” moviendo la cabeza. Cuando la mujer intentó explicarse mejor sacó una libreta en la cual comenzó a escribir tosiendo con voz seca cada tanto. La alpha tomó nota mental del estado decadente de la pequeña mujer que parecía enferma.

Finalmente, pareciendo que iba a caerse, Onuma se acercó a la mujer y la condujo a su oficina para que se sentara en el sofá. La alpha buscó una botella de agua para la mujer y se aseguró de acomodar a Kuma en una manta.

—¿Se encuentra bien señorita? — no hubo respuesta. —Le traje agua, tenga.

La mujer tomó la botella más no la abrió, su mano a la altura de la boca mientras seguía tosiendo y su frente se perlaba de sudor frío.

—Soy la doctora Photthong Onuma. — explico la alpha mientras alcanzaba unos pañuelos. —Y ciertamente me especializo en animales, pero dígame sí se siente mal e intentaré ayudarla.

Calmo suavemente la alpha soltando las más ligeras feromonas a chocolate dulce, cuya intención era de tranquilizar a la mujer, mientras secaba con pequeños golpecitos la frente de la persona frente a ella.

Un jadeo preocupó a Onuma que estaba a un paso de disculparse cuando la mujer, hasta ahora cubierta, procedió a quitarse las gafas y el cubre bocas dejando ver unos ojos rojos y un semblante demacrado y cansado.

Onuma se sorprendió por la mujer frente a ella, no solo por confirmar sus suposiciones, sino porque la persona frente a ella no era nadie más que una cantante famosa y reconocida solista.

—¿Señorita Jennie? ¿Jennie Kim, es usted? — la mujer contuvo las lágrimas mientras bebía con lentitud de la botella y asentía con la cabeza. —Por dios, señorita, ¿pero ¿qué pasó con usted? Disculpe la intromisión, pero me preocupa su estado.

En ese preciso momento una ola de feromonas omega en celo con aroma a leche combinada agresivamente con feromonas alpha a café alertaron a Onuma que retrocedió. Jennie en su lugar tosía con fuerza sujetando con firmeza el sofá y con otra mano cerca de su pecho, lágrimas amargas pintando su rostro.

Onuma corrió a buscar la caja de pañuelos para darle a la enferma que había vuelto a toser con fuerza. La mancha de sangre marrón que pintaba la blancura del pañuelo alertaron a la alpha que tosía sin detenerse hasta que las feromonas retrocedieron hasta esfumarse.

—Señorita, perdone mi familiaridad, pero me gustaría preguntarle, ¿es usted alpha u omega?

Jennie la miró con un gesto temeroso que solo preocupó más a Onuma que no podía terminar de entender que estaba sucediendo con el estado de salud de la menor.

—Sé que usted era parte de una banda de música. — mencionó Onuma con el ceño fruncido.

Recordando que cuando la banda debutó se presentaron como betas, y no fue hasta que la banda llegó a su fin que las integrantes dieron a conocer su verdadero estatus.

—Pero, cuando la banda se separó, se dio a conocer que Lalisa Manoban era omega, y todos asumían que ustedes dos…

Onuma cortó sus palabras al escuchar el llanto de la mujer que se doblaba sobre su estómago. Una mano apretando con fuerza su pecho y la otra cubriendo sus ojos. Sollozos desconsolados quebraron el corazón de la alpha.

La doctora vio a la mujer que se rompió frente a ella en un llanto intenso e incontrolable. Su mano dudosa acarició la espalda de la joven cantante que ahora no tenía voz para hablar, y cuya mirada distante y pérdida, inyectada en sangre, advertía el dolor que cargaba en su corazón.

—Solo quiero ayudarla, por favor dígame.

—Soy…, era alpha…, — su voz se cortó tras otro sollozo y Onuma se preocupó por esa información. —Ellos me…, ellos me cambiaron para ser…— finalmente un ataque de tos no la dejó terminar de hablar.

Apresurada Onuma corrió a la bodega en busca de calmantes, por supuesto, eran diferentes a los de animales, pero estos los tenía especialmente para casos como estos. En que el dueño se encontraba sensible.

Con cuidado le dio a tomar los medicamentos y tras varios intentos la mujer comenzó a calmarse hasta finalmente caer dormida en el sofá. Pañuelos manchados de color carmesí tirados a sus pies llenaban la habitación de un denso aroma a sangre vieja.

Onuma se levantó recargándose en su escritorio sintiendo un nudo en la garganta viendo el suelo salpicado de sangre, las mejillas de la mujer húmedas por las lágrimas, la forma extremadamente lenta en que subía y bajaba su pecho.

¿Cómo terminó ella así? Él regresaría pronto así que debía actuar ya, luego habría tiempo de cuestionar lo sucedido.

Dirigiéndose a tomar los instrumentos necesarios para sacar una muestra de sangre a la mujer se detuvo cuando un mensaje de Nong Yao sonó en su teléfono.

Era una foto, casi borrosa, del perfil de Laksami en alguna habitación hablando con una mujer. La imagen de su gafete colgando de su cuello mostrando el símbolo del FBI la alertó.

—Maldita sea…— susurró la alpha mordiéndose el labio de manera inquieta. —Y solo puede empeorar más. — expresó con ironía al escuchar un carro acercarse hasta detenerse afuera de la veterinaria.

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