La ciudad está abandonada y casi vacía, las últimas personas en salir de ella observan con desconcierto como los buitres han asumido el control de los parques, las madreselvas han roto el pavimento en las autopistas, largas enredaderas cubren el rastro de los postes de energía y una fila desafiante de hormigas continua el saqueo de supermercados y galerías.
Un niño sonríe al mirar atrás mientras deja la ciudad. A él le parece iluminada y viva, el verde de los helechos colgantes y su sombra húmeda al llegar el ocaso del día, le parecen una señal de esperanza y no el cumplimiento de una fatal y olvidada profecía.
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