Me encantaban esas noches con Kelsey cuando reíamos, cuando bailábamos, me veía a los ojos, tomaba su rostro y podía besarla. Tomaba sus finas manos y ella sonreía como una niña, besaba sus labios y volvía a mirarla; en este país extraño, donde una sonrisa me hizo sentir en casa. No importa cuanto le escriba, no importa que mi corazón se desgarre de amor rogándole quedarse, ella nunca se quedará. Recuerdo mi viejo lugar y me aterra volver pero también me aterra quedarme aquí. Nunca me había sentido tan completo y había cumplido tantas fantasías como con ella. Recuerdo el último beso que nos dimos afuera de mi casa, fue el día del eclipse, la luna se anunciaba desde la tarde; abrí la puerta y entró al taxi y supe que era un adiós. un final sin regreso.
Siento todavía el ardor de su cuerpo, cuando me negaba tocarla mas cuando sentía culpa, cuando nos reíamos, cuando su leve sonrisa canadiense se dirigía hacia mi y me decía que parara y respetaba eso. Luego bebíamos más vino y bailábamos, intentaba besarla de nuevo, ver sus ojos y no quería dejarla ir, no quería que la noche se nos terminara, sabía que sería la última en la que podría retener la luz de la luna con mis manos.
Kelsey habita en un mundo raro, donde no tengo acceso, donde solo puedo echar apenas un vistazo rápido porque me empuja hacía afuera, su mundo en Toronto, Newyork, Londres, donde la moda, las pasarelas, los bares, los famosos, son algo cotidiano. Nunca entenderé por qué estaba conmigo, un donde nadie que vive en un sótano con sus libro y el vino barato.
La última vez que la vi dejó su aroma en mi cama, su cabello, sus ojos almendrados, su nariz afilada, su piel blanca y la pecas de su espalda.
No importa cuanto escriba, cuanto la desee, cuanto anhele que ella entienda lo mucho que la amo, porque no entiende mi idioma, no solo hablo del español, hablo, de mi hispanidad en vela, de la bravura ardiente de un pasado español y una tradición india. Los anglosajones no entienden lo que es ser español, ser mexicano, ser latino, no entienden el ardor de las venas, el sudor del alma enamorada, no entienden que nacimos para estar locos por una mujer, no entienden de serenatas, de desvelos, de tequila, de mariachi, no entienden una mierda de estar enamorados.
En un momento juntamos nuestros pies y los acariciamos, y fue ahí cuando por fin ella fue mía, como yo fui completamente suyo. Se marchó y cuando entré a mi casa puse un disco e Chavela Vargas, bebí el vino que aún me quedaba y me ahogué en ese recuerdo, le dediqué esa noche, como los viejos tiempos, cuando sufría de amor a lado de mis amigos. Ahora tuve que que emborracharme con la luna, mi vieja y conocida amiga, a salud de la soledad que me recibió con los brazos abiertos luego de una breve tregua.
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