«No tengo espíritu de líder ni tampoco podría comportarme como tal». Así reza el cartel pegado en la puerta del armario. Abajo un número de teléfono que resulta ser el mío…
Voy por la carretera rural más urbanita. Es tarde, una bruma rojiza envuelve la contorna. Coches de combustión espontánea circulan pegados al asfalto. Gozan de singular penitencia al abrigo de las farolas, éstas cosquillean la madrugada con sus luces led de filos aserrados.
Esta noche fría y pesada se muestra igual que gotas de rocío resbalando por los pétalos de una rosa. Bruma extensiva y opresora que no permite salir del infierno sin haberlo apostado todo a una carta.
En mi bicicleta, sin cadena, apenas puedo ver las líneas de la carretera pero ¿qué falta hace cuando es mi instinto quien lleva el manillar? Pedalada que va y pedalada que viene. La distancia larga se ha hecho amiga del trecho corto empero cuanta fatiga entremedias. Tan fluidas y constantes son mis impresiones que ni bebiendo de bocas acuosas saciaría mi sed. Alguien toca el timbre y sin tiempo a corresponder aparezco en el interior de una cueva-bodega…
Barricas de roble con olor a vino picado, botellas apiladas sin sentido y de cualquier modo; algunas rotas. Su contenido esparcido por el suelo ha creado varias charcas de uvas tintas y uvas blancas. En una de las paredes cuelga un paracaídas. Tan a ras de tierra sé que no se desplegará…
Botelleros vacíos y olor a madera podrida. Un par de botas viejas, bagazo perdido en el interior de los capachos; embudos de plástico rígido y monos de trabajo raídos por las estaciones…
¡Agárrate al amanecer que arrancamos! Estar en esta bodega no es mejor que verse atrapado dentro de aquella bruma rojiza… ¡Se me ha pinchado la rueda trasera!
Me quedo despierto una vez más pues busco seguir dormido. La ¿quincuagésima vez? Para cuando me empujan me veo en el interior de un avión militar. Uniformado y preparado para lanzarme al vacío me miro de pies a cabeza. La luz verde se enciende dentro de mis pupilas y tras el inoportuno empujón me arrojan fuera del aeroplano…
¿Quién diría que estoy cayendo? ¡Quién afirmaría tal hecho! ¿Dónde he dejado mi bicicleta de dos ruedas y tres usos? Floto en las alturas como una pluma dejada caer desde un rascacielos. El terreno se ve coloreado. Parcelas, ríos, tráfico, gentío, todo minúsculo y mayúsculo según pierdo altitud.
Tiro de la anilla para abrir el paracaídas… El aire huele a bodega excavada en la piedra. Un subidón de adrenalina acompañado de una gota de sangre en mi nariz me hace ver que sigo de una pieza. Soy un pájaro y como tal planeo…
En este momento aplaudo con fuerza a los valientes paracaidistas porque formo parte del público allí congregado para ver la parada militar. ¡Qué emocionante! Aquellos hombres de arrojos mil, formando una coral perfecta en sus movimientos. ¡Qué sana envidia! Mataría por ser uno de ellos pero me faltan agallas…
Me consuelo yendo a mi nevera portátil. Al abrirla las botellas de vino se han roto, disparándose el olor a vino agriado. Lágrimas rebeldes se niegan a quedarse en mis ojos y corren mejillas abajo para mezclarse con la bruma rojiza…
¡He vuelto a pinchar la misma rueda! Casi no veo la carretera… ¡Qué cerrada la noche cuando carece de puertas!
Poco gratificante el soñador enjaulado en constantes despertares. Se ha resquebrajado el cartel pegado en la puerta del armario y entonces ¡suena el teléfono!…
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