Cada mañana al llegar las 11, llegaba el cuidador, lo levantaba, lo bañaba, afeitaba,… le ponía su colonia favorita, esa que cuidadosamente la esposa del anciano le había preparado y lo sacaba a pasear.
Durante una hora paseaban y charlaban, casi siempre sobre pequeñas cosas. Le encantaba el sol de las mañanas de primavera, el viento suave acariciando el rostro y aliviando aquellos primeros calores.
A veces paraban en el bar que había junto a la casa y se tomaban una cerveza sin alcohol fresquita y unas aceitunas sin hueso. Después volvían a casa poco antes de la hora de la comida. Abrían la vieja puerta y entraban tranquilamente, mientras el anciano sonriente apoyado en su bastón llamaba a su esposa desde el recibidor y casi a hurtadillas le susurraba: » Dale alguna propina a este chaval, no veas que bien se ha portado».
En la puerta, al despedirse hasta el día siguiente, a punto de repetir su rutina preferida, el cuidador con media sonrisa mirando al anciano y a su esposa, respondía con la voz quebrada: …Hasta mañana papá!
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