La semana pasada me encontré con Fercho. Llevábamos más de veinte años sin vernos. La última vez que lo vi fue durante el colegio, creo que en la graduación. Apenas cruzamos palabra; nos tomamos una foto con esas cámaras de rollo que todavía se usaban en ese entonces.
Estaba esperando el bus cuando alguien me tomó del hombro de improviso. El sobresalto fue precedido por una voz gruesa que me dijo:
—Hombre, tanto tiempo sin vernos. ¿Cómo has estado?
Se le veía bien, tranquilo, con ese aire taciturno y tímido que tenía en el colegio. Parecía que no había cambiado mucho, o quién sabe, la verdad es que no duramos mucho hablando. Le dije que estaba casado y con dos hijos, y él me dijo que también lo estaba, solo que sin hijos aún. Fue todo. Se le veía con cierto aire de pasividad y confianza.
Fercho es la única persona que siempre me dio esa impresión. Durante el colegio creíamos que era demasiado ingenuo, un poco tonto la verdad. Tenía una moral algo desorbitada. Obviamente en ese tiempo, como pubertos adolescentes, ni sabíamos qué era la moral o los valores morales personales. Pero Fercho era sin duda un tipo que vivía de forma muy cuadrada.
En el bus me hizo recordar cómo, cuando estábamos en el colegio, Fercho estaba enamoradísimo de «la Flaca», como le decíamos a Agustina. Agustina era una chica todo lo contrario a Fercho: vivaracha, atrevida y guapísima. Esa fue una que nunca más volví a ver después del colegio; desapareció de la faz de la tierra.
Fercho estaba completamente flechado, como decimos coloquialmente, enamorado de pies a cabeza. Solíamos verlo sentado en una de las bancas al otro lado del pasillo, suspirando y mirando hacia donde estaba la Flaca y sus amigas. En muchas ocasiones le decíamos que por qué no se aventuraba a decirle algo, a intentar conquistarla. Pero Fercho era tan cuadrado que su respuesta siempre era la misma:
—Ella tiene novio y eso yo lo respeto, por más enamorado que esté.
En la vida adolescente, lo que menos se tomaba en serio eran esas cosas. Recuerdo que en más de una ocasión se escuchaba algún chisme sobre la Flaca entre pasillos, que se había besado con alguien o algo así. Nunca me constó ni me interesaba; en ese tiempo lo que menos me importaba eran las chicas. Yo estaba con el rock y los videojuegos.
Pero Fercho no, parecía haber envejecido antes de tiempo, no se comportaba como los demás adolescentes. Él solo tenía ojos para la Flaca. Tan ingenuo era que la Flaca lo tomó como su mejor amigo. Historias de la Flaca llorando en el hombro de Fercho porque se peleó con el novio, de cómo hasta le visitaba en su casa y dormían en el mismo cuarto, y Fercho nunca le tocó ni un pelo a Agustina.
Una vez me confesó, consternado y asustado, que Agustina le había propuesto tener relaciones. Ella se había dado cuenta de que Fercho era virgen y que nunca había estado con nadie. Entonces, como mejores amigos, le propuso ayudarle con eso; ella siempre había querido estar con alguien virgen. Y en nuestros tiempos, pese a lo que se pueda pensar, los hombres éramos tan calenturientos como lo son las generaciones actuales.
Fercho no sabía qué hacer. Estaba francamente compungido, parecía que el mundo se le había venido encima. Yo no podía creer lo que estaba escuchando; quería golpearlo y azotarlo contra la pared.
—¡Estúpido! ¿No te das cuenta de la oportunidad de oro que tienes enfrente, mae? —fueron mis palabras esa vez—. Tienes que aprovechar esta oportunidad, si no, te arrepentirás toda la vida. ¡Llevas toda la puta vida flechado de Agustina! —le dije—. ¡No dejes pasar esto!
Parecía que Fercho solo quería escuchar un empujón moral de ese tipo, puesto que sus palabras fueron que iba a hacerlo. Si era cuanto podría obtener de Agustina, sería lo que aceptaría.
Para qué negarlo, yo estuve a la expectativa. Toda esa semana estuve en vilo por saber qué habría hecho Fercho. ¿Cómo fue? ¿Qué tal es ella? Todas las preguntas tontas de un adolescente con las hormonas a mil por hora eran todo lo que rondaba mi mente. Tenía envidia por Fercho.
La siguiente semana no había habido oportunidad para conversar con Fercho. Entre que nuestros horarios de clase no coincidían y en receso me la pasaba con la guitarra practicando. Fue hasta la semana siguiente que me topé con él.
La curiosidad me mataba. Instantáneamente le hice la pregunta:
—¿Qué pasó, mae, con Agustina?
Fercho me miró con notable tristeza en la cara.
—No pasó nada —me dijo.
—¿Cómo así, mae? Pero fue ella quien te propuso la vara. No me digas que se quitó a última hora luego de que ella fue quien te propuso hacerlo —le dije con un tono altivo.
—No, respeta hombre, ella no se quitó. Quien se quitó fui yo —me dijo.
—No, mae, ¿cómo vas a hacer semejante estupidez? No vales un cinco, wevón —le dije.
—La verdad es que estoy enamorado de Agustina, pero no quiero ser solo el querido o el desquite de ella. Prefiero estar así y en paz conmigo mismo. Quizá me arrepienta en el futuro, quizá no. Siento que me arrepiento desde ya, pero prefiero ser así y que si ella alguna vez me elige sea porque soy el primero y no un antojo de fin de semana —me explicó Fercho.
Yo no le prestaba atención. Solo pensaba que había sido un idiota y que todo lo que se decía a sí mismo solo lo hacía para no aceptar que tuvo miedo de estar con Agustina, todo por seguir dándole pelota a sus miedos y vergüenza.
—Allá vos, cabrón. Te perdiste de una experiencia única con la mae de la que estás flechado. Nunca vas a tener otra oportunidad con la Flaca. Ahora le rompiste el ego y esa mae no perdona, cuidado y te deja de hablar por wevón, no me extrañaría —fue lo último que le dije sobre el tema.
Con el paso del tiempo creo que me distancié de Fercho. No sé por qué ni a razón de qué. Por esa bobada creo que le perdí respeto, como si el respeto adolescente fuera algo de valor en ese tiempo, donde a uno solo le importaban wevonadas machistas y de hombrecitos juega de vivos.
El verle ahora me hizo más bien respetar a ese chavalo y me dio cierto orgullo ver en ese rostro la misma pasividad y tranquilidad que le veía en la adolescencia. Un tipo confiable, ingenuo pero confiable. Así era Fercho.
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