Caminaba hacia mi, sonriendo, siempre me sonreía. Yo reposaba mi agotado y pesado cuerpo sobre el espeso y brillante césped. Había sido un día intenso, de idas y venidas, de compromisos. Llegó hasta donde me encontraba, se agachó y me acarició el rostro, me miraba cómo si fuera la más hermosa. Me preguntó si podía ser eterna. Rió ante aquel deseo imposible. Me abalancé sobre ella. Lamí su cara, olió mis patas. Habían pasado trece años desde que me rescató. Trece años desde que nos salvamos la vida mutuamente.
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