LA  DECLARACION

“El miserable de espíritu

se llena de soberbia

con una migaja de poder”.

Por fin y después de algún tiempo me notificaron para asistir a mi declaración dentro de una denuncia penal que formulé contra un funcionario incapaz e ignorante, y por eso abusivo.

Llegado el día y la hora me asomé a la fiscalía y después de subir a los más altos pisos de su local, me contactaron con el fiscal que tramitaba mi caso, quien me entregó a las manos de un muchachito, que me imagino, debía ser abogado, pues allí hasta los huachimanes, a su modo, son letrados, y que muy orgulloso lucía su chaleco de trabajo con los llamativos logos bordados de ese organismo en ambos lados del pecho y uno gigantesco en la espalda, seguramente para que desde lejos se sepa en qué lugar trabajaba el que lo vestía y de quién se trataba.

Aunque esa moda burocrática que abunda en todas las instituciones públicas siempre me pareció algo huachafo por lo jactancioso que resulta, pues está dirigido a hacer conocer al resto de los ciudadanos que sus portadores tienen trabajo y dónde lo tienen y eso resulta brutal en un país de subempleados y desocupados; y, por eso aquel ostentoso chaleco dejó de llamarme la atención, porque mi preocupación era la que me había traído hasta ahí.

En algún momento el fiscal le recomendó al chamo que sólo se limitase a que dentro de mi declaración me ratificara en lo que yo había señalado en el escrito de mi denuncia y nada más. Y eso era lo que me había propuesto hacer.

Pero una vez que nos dejó solos, el mozalbete tomando el expediente con tono cachaciento y tuteándome, me dijo. “!A ver qué es lo que has querido decir en las doce páginas de tu denuncia!” Entonces no quería reparar en nada más, pues solo deseaba ratificarme en mi denuncia y a la pregunta final. “¿Quiere usted agregar algo más?” Acotar ese algo más y punto. Extenderle la mano en señal de despedida y se acabó. Total, yo era el agraviado en busca de justicia.

Cuando me ratifiqué en todos los extremos de mi denuncia, lejos de hacerme la última pregunta, con aire de suficiencia y con un tono pedante, siempre tuteándome, me ordenó. “¡Todavía no te apures, porque ahora vamos a empezar a hacer la investigación penal!” Entonces pensé extrañado. “¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¡Ahora resulta que yo soy el investigado!” Y como un policía comenzó a hacerme preguntas, como eso de si yo era enemigo del denunciado, o qué grado de subordinación tenía yo con ese señor y por eso le tenía envidia, y otras boludeces más como dicen los argentinos.

En ese momento quise poner fin a ese impertinente y empachoso interrogatorio, pero lo dejé continuar con su “investigación penal”, y de paso enterarme ¿de dónde sus jefes consiguen gente como esa?, para darle semejante responsabilidad y fuera de las directivas y los reglamentos dejarlo hacer lo que le dé la gana?

Luego comenzó a preguntarme sobre los hechos que estaban palmariamente explicados en el escrito de mi denuncia y probados con la documentación que acompañé, y del que evidentemente no había leído ni una sola línea, pero sin embargo se daba maña para buscar en qué parte de mi declaración iría yo a “caer”, para que él supuestamente pudiera establecer que mi denuncia era gratuita y por tanto calumniosa.

Y siguió en ese enredo, al tiempo que hacía unos gestos por demás ridículos y hasta papanatas, como eso de llevarse las manos al mentón en señal de que estaba pensando algo muy profundo o el dedo índice a la boca como tratando de adivinar. “¿Qué más le pregunto para fregarlo?” Todas esas ridículas muecas pretendían hacerme saber que yo estaba frente a una persona muy perspicaz e inteligente.

En algún momento escribió en el teclado algo que quería preguntarme y cuando acabó, a boca de jarro y siempre tuteándome, me ordenó. “¡Quiero que me respondas a esta pregunta con un sí o con un no! ¡Nada más!”. Entonces ya ofuscado de sus majaderías le respondí tuteándolo también. “¿Y quién eres tú para obligarme a responder como a ti te da la gana? ¿No te das cuenta de que estás atropellando mi libertad individual? ¿O acaso no sabes que los peruanos vivimos en un Estado democrático de derecho? Y acoté que yo iba a responder como yo debía y en los términos que yo quería. Cuando me leyó la pregunta, resultó ser una sonsera que no venía al caso, sin embargo, se la respondí. Aunque en mi vida cotidiana nunca respondo estupideces.

En otro momento de aquella comedia caí en la cuenta de que esa “investigación penal” a la que me estaba sometiendo aquel tarado, era para hacerme saber que el malo, el perverso, el delincuente y el atrevido es el que denuncia a un funcionario público, y por eso hay que investigarlo con mucho cuidado, porque el bueno, el angelito y el damnificado es el denunciado a quién hay que protegerlo de todo mal, amén.

Con razón todos estos corruptos, cuando les reclamas por algún abuso o por los delitos que flagrantemente están cometiendo en tu contra, te dicen. “!Quéjate a quién quieras. ¡Y si quieres denúnciame, para que sepas el poder que tengo yo!” o “!No me amenaces huevón, pues no sabes con quién te estás metiendo!” Incluso en otras gestiones muchos de estos corruptos acaban siendo “jefes” en otras oficinas y algunos se postulan para alcaldes, gobernadores y congresistas y para el colmo de nuestros males, hasta ganan. Y así está peste, aunque nos de rabia, perdurará por los siglos de los siglos.

Después y por fuera de su ‘investigación penal”, siempre con la grotesca afectación que lo envolvía, me hacía preguntas y comentarios bastante ridículos y hasta chismosos, sólo para hacerme saber que él era el amo y señor de la patética escena que descaradamente me estaba ofreciendo. Entonces con algo de pena me puse a pensar. En qué momento de sus vidas este y otros badulaques van a darse cuenta de que todo lo que están haciendo fuera de su función en sus oficinas; en esos mismos momentos y lugares, lo observan y sopesan otros, pues en la convivencia humana siempre hay un otro que está reparando en lo que en verdad somos. Y por toda la patética actuación que exhibía en cada una de sus actuaciones también a él, alguien lo estaba investigando, pero psicológicamente. O talvez lo esté sumando a la lista de los sujetos que siempre repudiaran, o simplemente le dé mucha pena su triste modo de ser.

Cuando al parecer ya estaba poniendo fin a su “investigación penal”, con tono muy sabio me dijo. “Para mí su denuncia se iría al archivo, si el denunciado invoca un artículo del Código Civil, pero eso no puedo decírselo por razones obvias”. Entonces yo me puse a pensar, qué tendría que ver con mi denuncia uno o todos los artículos del Código Civil. O qué cara estoy poniendo, para que esté achorado crea que soy un pobre huevas tristes que me voy a poner a temblar con su brillante conclusión.

Para los que nos hemos enterado del nivel de formación profesional que ofrecen las universidades peruanas y de Latinoamérica frente a las universidades de EEUU o Europa, sabemos que solamente alcanzan al nivel técnico y que algunos profesionales de esta latitud logran mejorar este nivel complementando su formación con los postgrados o cursos que ofrecen esas instituciones del primer mundo y que hoy, gracias a la informática, pueden hacerlo online, pero a este zopenco sabe Dios quiénes lo habrán formado y en qué nivel se encontrará.

Cuando por fin acabó aquella tediosa y abusadora “investigación penal”, me pregunté, ¿Habrá alguien que le paga por hacer esto? O solo lo están dejando vacilarse gratis con los huevones que como yo buscan justicia en este país que se jodió hace ya mucho tiempo.

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