MAX EL ÁNGEL – CAPÍTULO 2: ¡SU NOMBRE ES MAX!

MAX EL ÁNGEL – CAPÍTULO 2: ¡SU NOMBRE ES MAX!

Sebastián Araujo

10/05/2024

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Todos los derechos reservados.

Textos: Sebastián Araujo Escritor
Ilustraciones: Sebastián Araujo


Los hechos, organizaciones y personajes de esta historia son ficticios. Cualquier parecido con la realidad debe ser una fabulación delirante de quien esté leyendo esto.


Sebastián Araujo escribe “MAX EL ÁNGEL”

CAPÍTULO 2: SU NOMBRE ES MAX

En el capítulo anterior, Max recordó que es un ángel que se estrelló aquí, pero no sabe por qué. Aunque, en realidad, en la historia él aún no recordó que su nombre es Max.
Nosotros sí lo sabemos porque no soportamos la ansiedad y lo revelamos antes.
Pues, bien, continuemos.
¡Sigamos junto a Max, el ángel, en su búsqueda de respuestas!

Estaba Max sentado en la plaza conocida, que era su único punto de referencia geográfico, y pensaba en los acontecimientos más recientes.
¿Por qué todo empezó con él cayendo al suelo? ¿Qué pasó antes? ¿Por qué esa gente enajenada lo perseguía? ¿Qué debía hacer? ¿En qué sitio estaba? ¿A dónde tenía que ir?
¿Quién era él? ¿De verdad era un ángel o solo se encontraba confundido?
Eso, ¿y si sufría una confusión mental y todo esto era parte de un delirio o un gran error?
Decidió investigar e intentó hablar nuevamente con las personas que vagaban por allí, pero todo era inútil, pues todos lo ignoraban.
¿Era tan cruel esa gente? ¿Qué sucedía? ¿Había momentos en que la gente podía verlo y escucharlo y otros momentos en los que no? ¿¡O simplemente eran todos imbéciles!?
Los locos del día del amor lo persiguieron porque podían verlo, eso estaba claro. Las personas de la estación del tren también lo vieron. Y la joven que él salvó también pudo escucharlo, hablar con él y hasta ser llevada en andas para salir del camino del tren.
Sin embargo, las personas de la plaza no. Nadie le prestaba ninguna atención.
¿Era capaz de aparecer y desaparecer? ¿Tenía el poder de volverse invisible o visible cuando él quisiera? Un ángel, por supuesto, podría hacer esas cosas con facilidad.
Entonces, ¿por qué él no podía controlar ese efecto a su voluntad?
A esta altura ya pensaba demasiado, cargaba con demasiadas preguntas.
Caminó por las calles y siguió asombrándose de lo cuadrado y rectangular que era todo. ¡Nunca había visto algo así!

(¡Es horrible! ¿A quién se le ocurre diseñar un mundo todo rectangular? Hasta los árboles lucen así, ¡están podados como cubos! Ni siquiera sus vehículos se salvan: ¡son cajas rectangulares que se deslizan por el suelo y las personas viajan dentro de ellas! Parece un chiste)

(Si soy un ángel, entonces debo aprender a controlar mi presencia física para poder aparecerme ante las personas. Si nadie me escucha jamás ni me ve, no podré hablar con nadie y estaré atrapado en la soledad y en la nada)

Razonaba en silencio mientras pateaba pequeñas piedras del suelo.
Había descubierto que efectivamente podía tocar objetos pequeños, como esas piedritas que pateaba con suavidad, pero no lograba hacer otras cosas, como comunicarse con personas, usar habilidades especiales, abrir puertas, usar teléfonos o hacer algo útil.
De todas formas, ¿a quién recurrir en caso de poder hablar con la gente? “Hola, señora, verá usted, soy un ángel perdido, ¿podría contactar a las autoridades o algo así?”.
¿O qué puerta debería golpear? ¿O a quién llamaría si tuviera un teléfono? Todo representaba una frustración.
Estaba sentado en una vereda, con las manos en su mentón, y de pronto una bola de pelos blanca y marrón muy contentita se le acercó.

Comenzó a olfatearlo y, digamos, a escanearlo por completo con su trompa como si leyera de esta forma toda su información. Movía la cola en señal amigable.

(Creo que esto es un perro)

–No, perrito, no estoy en un buen momento, no te podré ayudar.

(Un momento, ¿por qué este perro sí puede percibirme?)

Max lo acarició y notó que llevaba collar. Y también una medalla con un número. La medalla también tenía un nombre pero en el momento no lo notó.

(Este número debe ser una especie de código correspondiente con este animal)

Pero Max no sabía cómo utilizar un teléfono, no poseía uno y ni siquiera podía tomar uno con sus manos, así que poco podía hacer para ayudar al perrito.
Sin embargo, el can se quedó allí con él, sentado en la vereda, esperando, como si una sabiduría animal le indicara que eso era lo mejor.
Max no se molestó pero dijo:

–Escucha, hermano, sería mejor que te vayas a tu casa. Yo solamente estoy aquí porque no tengo otro lugar donde ir, no conozco a nadie, nadie me puede escuchar y no sé por qué estoy en esta aldea. Pero tú en algún momento vas a tener que comer algo, ir al baño, hacer tus cosas de perro. Yo no hago nada de eso, ni siquiera necesito comer o dormir, pero tú sí y seguramente tu familia se preocupará, así que vete. No te preocupes por mí, te agradezco estas horas de compañía, pero vete de aquí, perro, ¡sal de aquí!

Pero el perro no respondió.
Sin hacer ningún caso, simplemente se quedó junto a él.

–Escucha, perro, hace horas que te estoy diciendo que te vayas de aquí, ¡vete ya! ¡Te lo ordeno yo, que soy un ángel!

Pero el perro siguió quedándose junto a él.

Cinco horas después…

–Ya te dije que te vayas, perrucho, vete ya, si no te largas ahora, me enojaré. ¡Me enojaré por demás! ¡Desatarás mi ira, perro tonto! ¿Acaso quieres sentir la ira del ángel… del ángel… eh… del ángel… feroz?

(¿“Ángel feroz”? Ay, no, eso sonó malísimo, patético, ¡qué vergüenza! Por suerte no hay testigos)

Pero aun con amenazas aterradoras y todo, sin cambiar nada, siguió quedándose allí.
Max intentó empujarlo, asustarlo, insultarlo, aburrirlo con historias interminables para que se fuera, pero nada sirvió. Inmutable y contento, el perrito siguió sentado allí. Justo junto a Max.
Ignoró por completo todas las instrucciones y siguió quedándose ahí.
Oscureció. La ciudad se apagó.
Después de horas, toda la noche pasó y empezó a amanecer otra vez.
Los sonidos de las calles empezaban a resonar cada vez más. El amarillo solar se reflejaba en las paredes planas y rectangulares y cada vez más personas comenzaban a circular por las veredas.
De pronto, un vehículo se detuvo justo frente a Max. Este vehículo no era “tan” cuadrado como otros, su diseño era moderno y un poco más atrevido, aunque no dejaba de ser una horrible lata que se deslizaba por los suelos para que las personas viajaran dentro.
De hecho, tres personas salieron de este vehículo: un hombre joven apático, una muchacha de sonrisa dulce y una señora de más edad con vestido floreado.

–¡¡¡MAAAX!!! –gritaron de sorpresa.

El perrito se alegró mucho y comenzó a saltar y a ladrar. Estaba feliz. Lo habían encontrado.

(Ya veo, este perro estaba perdido y por eso no se iba, porque no sabía cómo regresar a su casa. ¡Qué suerte que estas personas lo encontraron!)

La familia reunida otra vez estalló de alegría matutina al haber encontrado de nuevo a su integrante de cuatro patas. ¡¡¡Mucha felicidad!!!
Tanto la señora, como la muchacha y el perro celebraron saltando y gritando en una ronda giratoria que formaron al tomarse de las manos. Saltaron, gritaron y aullaron así largo rato y luego se tranquilizaron.
Max, el ángel, no entendía su comportamiento aunque sintió que al menos había presenciado un hecho emocionante e inspirador y se incorporó para caminar, pero la señora del vestido floreado se abalanzó sobre él y lo abrazó.
Lo hizo con tanta potencia que Max sintió que tal vez allí iba a morir.

(Agh… creo que este es… mi fin…)

–¡Mamá, déjalo, lo vas a asfixiar!
–¡Mis disculpas, joven, es que sentimos mucha emoción! ¡Se lo agradecemos muchísimo! ¡Estuvimos buscando a nuestro perro desde hace varios días! ¡No sabíamos dónde estaba! ¡Gracias, gracias, muchas gracias por encontrarlo y por esperarnos aquí! ¡Gracias por llamarnos! No queremos demorarlo, tal vez llegará tarde al trabajo, ¡suba y lo llevaremos a donde usted desee!– exclamó señalando la puerta del automóvil.
–Me alegro mucho pero, en realidad, señora, yo no los llamé. No fui yo. Ni siquiera tengo un teléfono.

(¡Un momento! ¿Qué? Esta mujer puede verme. Me está hablando directo a mí. ¿Cómo es posible? ¿Y cree que yo los llamé para que vinieran aquí? No es así. Yo no lo hice. Ni encontré yo a este perro, solo me senté aquí y él se quedó conmigo. En fin, no importa: por alguna razón en este mismo momento estoy dejándome ver y estas personas pueden interactuar conmigo como si yo fuera uno más. Saben que estoy aquí. En este momento no soy invisible, pero ¿por qué? Debo aprender a usar esto. No sé cómo estoy haciendo esto pero debo aprender, y debo aprovechar esta situación para algo. Pero no puedo decir “soy un ángel”. Nadie me creerá. ¿¡Qué hago, qué hago!?)

–Me alegro mucho de que hayan recuperado a su perro– dijo Max para abrir la conversación.
–¡Ay! ¡Se lo agradecemos muchísimo! ¡Es una bendición! –y como Max, el ángel, se quedó parado en su sitio sin moverse ni un centímetro hacia el vehículo, la señora agregó– Pero, bueno, si no quiere que lo llevemos a ningún lugar, nos gustaría recompensarlo de todos modos.
–Oh, no es necesario señora, no se preocupe (¡de hecho yo no hice nada!).
–No, no, no, no, nada de eso, escuche, no tenemos dinero aquí mismo, pero tengo este obsequio, acéptelo, por favor. ¿Mencionó, joven, que no tiene su propio teléfono? ¡Pues ahora sí lo tendrá!

Y la señora extendió sus manos con una caja que contenía un teléfono celular.

(¿Qué rayos es eso?)

–Oh, ¡es usted muy amable! Pero no puedo aceptarlo. De todas maneras, es un gran gesto de su parte, se lo agradezc…

Y la mujer del vestido con flores lo interrumpió con un nuevo abrazo, aun más potente que el anterior, y lo apretujó hasta casi desmayarlo otra vez.

–No, nada de eso, aquí lo tiene, ¡disfrútelo!– dijo y depositó el aparato en las manitos de Max.

Era un teléfono usado, un poco viejo pero funcional. Nada lujoso, pero un buen presente. Probablemente su antiguo dueño ya tenía uno nuevo o habían decidido otorgar ese teléfono como recompensa al héroe que devolvió a su perro.
Sin embargo, lo que sorprendió a Max fue que esta vez sí pudo sostener en sus manos un objeto más importante, como lo era ese aparato. Lo mantenía en su poder como una persona cualquiera. El teléfono no atravesaba sus manos ni se caía al suelo como si fuera un fantasma él, sino que era sostenido con facilidad. No pesaba mucho.
Solo restaría pensar luego para qué rayos quisiera un ángel un teléfono celular, pero, en fin, antes de que la familia se marchara él preguntó:

–Disculpe, señora, ¿cómo se llama su perro?

Y mientras el automóvil comenzaba a ganar la calle, la señora le respondió enérgica:

–¡Se llama Max! ¡Su nombre es Max, su nombre es Max!

“Su nombre es Max, su nombre es Max, su nombre es Max”…

Y otra redefinición existencial retumbó en todo su ser:
Supo que se llamaba igual que ese perro. Nuestro ángel recordó que también se llamaba Max.

Así, pues, fue una mañana movilizadora: conoció a un perro, a unas personas, obtuvo un teléfono y recordó su nombre. No estaba nada mal para un día común en la ciudad.
Pero lo más importante era que había mejorado sus habilidades y ahora parecía comunicarse mejor con las personas e incluso actuar mejor en el mundo físico. Lo había comprobado al poder manipular el celular.

Sin embargo, nuevas preguntas aparecían. ¿Por qué el perro se había quedado esperando con él? ¿Cómo supo la familia de Max, el perro, que ellos se encontraban allí? ¿Para qué rayos querría un ángel un celular?

(Por ahora lo más importante es lo que sé: Yo soy Max, el ángel)

¡Este fue el capítulo de «Max el ángel» de hoy!
¡Sigamos adelante con Max, el ángel, en el siguiente capítulo!

¡CADA SEMANA SUBIRÉ UN NUEVO CAPÍTULO DE «MAX EL ÁNGEL!

¡Sigamos adelante con Max en el siguiente capítulo!
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El próximo capítulo de Max, el ángel será: “El hombrecillo demoledor”

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