Son casi las cuatro y media de la madrugada, no hay ni un solo ruido que perturbe la paz de la casa y aun así, no consigo dormir. Supongo, que es la maldición a la que estamos condenadas aquellas que, por voluntad propia o masoquismo. Nos atamos a la “bendición de la maternidad”. ¡Bendición! Pendejadas que nos vendemos con el único fin de reproducirnos sin culpa. O eso es lo que pienso cuando los llantos demandantes me hacen abrir los ojos a la mitad de la noche, justo como ahora.

— Ya voy…

Me quejo desganada mientras a tientas busco mis pantuflas, pero la bestia en la cuna exige, brama como una loca atención. Como si mi atención diurna no contará, como si no me hubiera levantado hace tres horas para darle de comer.

Me pesan los ojos, en verdad quiero volver a dormir. Pero ahí voy, medio zombi y media pendeja atravesando el pequeño pasillo que une los cuartos con la única luz de una lámpara de noche, que supuestamente está diseñada para que los niños no se sientan solos y no tengan ¿Cómo habían dicho? Terrores nocturnos.

¿Habrá algo así para los padres? Debería. ¿Qué hay más terrorífico que no poder dormir un carajo? Más cuando en un par de horas tienes que levantarte para tu rutina de siempre. Ir al gimnasio, por qué la maternidad no debería ser excusa para eso. Aunque, quizás falte de nuevo para compensar la falta de sueño.

—¡Mierda! Que ya voy… carajo.

Y todo por despertar de golpe, no sé cómo, pero termine estampándome con uno de los muebles del pasillo. En la oscuridad los pies parecen imanes a los accidentes como estos. Arde, creo que me rasguñe. Pero aun así, el llanto sigue taladrando mis oídos.

¿Por qué no se calla? ¡Por qué mierda no se calla! ¡Acaso no es suficiente atención en el día! ¡Acaso no es suficiente comida! ¡Suficiente amor! Con esa máquina de llantos nunca es suficiente. Supongo que es algo que tiene en la sangre.

Porque para él tampoco era suficiente, siempre quería más. “Karla, un matrimonio feliz depende de los hijos”. “Karla ¡Otra vez la casa es un desastre! ¿Acaso no sabes cómo va mi ropa?” “Karla ¡Por qué no te has arreglado! Si sabes que el domingo viene mi mamá” “Karla… entiende, mi madre lo dice por qué nos quiere, por qué desea que seamos una familia feliz” “Karla, es el funeral de mi madre, ¿De verdad no piensas ir?” “Me marchó”…

Cómo dije, la exigencia le viene en la sangre y quizás hasta el odio. Seguramente lo saco de su puta abuela. Quizás, él también me reclama a su modo que “no hago feliz a su papi” que por mi culpa salió por esa puerta y no volvió.

—¡Ya cállate por favor!

Estoy desesperada. Solo quiero dormir, cerrar los ojos y dormir.

Dormir las horas que se me han ido desde que llegó a esta casa, desde que su padre nos abandonó. Dormir las horas que perdí llorando noche a noche, pensando en los comentarios horribles que esa “la buena madre”, hacía sobre mí. Sobre la forma en la que llevo la casa, mi matrimonio ¡Mi vida!

— Ya no puedo más… ya no.

Jadeo apretando los puños, pensando en que sí debería hacer algo. Algo para que esto no se siga repitiendo noche tras noche, para que no tenga que venir como un zombi estúpido arrastrando los pies cada tres horas, solo para alimentar a este homúnculo. A esta sanguijuela que, al cabo de los años, se volverá un inútil como su padre o como el mío. Dependiente siempre de su madre. Y que yo, harta de cuidarlo, busque a toda costa que la mujer entre su vida se convierta en mi reemplazo. Con la única diferencia que a ella se la va a coger para reproducir más zánganos o madres sustitutas.

¡Ya no puedo!

Pienso cerrando los ojos mientras lo levantó en brazos. No pesa nada, es tan frágil que siento que si lo jalo de más se va a romper. Y el maldito, apenas lo tengo en brazos, se calla por completo, como si su llanto realmente hubiera sido solo para jugar con mi cabeza. Para burlarse de la ingenua de su madre, que atraviesa el salón a oscuras, chocando con todo solo para qué, al tenerlo en brazos, guarde silencio por completo, suspire y lo apreté ligeramente.

Y entonces…

No sé si fueron mis demonios, o mis ganas reprimidas de libertad. No sé bien qué paso. Solo sé que lo estrelle con tanta fuerza en el piso que la cabeza se hizo añicos. Yo no lloré, mañana compraré otro muñeco.

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