Soliloquio de amor

Incansablemente he sido una mujer que busca el romanticismo en cualquier aspecto de la vida. Busco romantizar la sonrisa de un niño o de una niña, el nacimiento de una flor, la cocción de la salsa para el espagueti, el parloteo de un ave, un beso y me hago fuerte cada que lo hago. Pero el romantizar el amor, lo he considerado una debilidad, hasta hoy. En estos días que he padecido la ausencia de «ese alguien a quien hoy amo» salió el monstruo de los pensamientos perturbadores que yacía en el inmenso mar de mi mente, sí, aquel que guardé hace cuatro años y que prometí no volver a invocar. 

Me torturó un día entero, aunque tal vez, lo necesitaba; fuimos verdugo y víctima muchos años, de alguna forma mi relación con el monstruo es conocida y aceptada. Pero apareció algo nuevo en esta ocasión; el monstruo hizo lo que tenía que hacer y se retiró pronto, me dijo que aunque habíamos sido amigos mucho tiempo, no podía torturarme más de un día y no entendí la razón. 

Al día siguiente, apareció la bondad y la misericordia, sorprendentemente logré ver en mí la capacidad de compadecerme de mi propio dolor y pedirme perdón por habérmelo provocado todo un día. Y ahí entendí el verdadero aspecto romántico del amor. Sólo pude invocar a la bondad y a la misericordia cuando entendí que puedo invocarlas. 
Cuando me vi en el espejo y entendí que soy capaz de sentir bondad y compasión por mí misma. Que el monstruo nunca va a desaparecer, vive dentro de mí como carne, como alianza perpetua, pero el integrar la bondad y la misericordia a mi carne me permite hacer un balance entre el dolor que debo dejar salir por un momento y la capacidad de inhibirlo por mí misma como redención del amor propio y del amor a «ese alguien que hoy amo» y ahí radica el verdadero romanticismo del amor. 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS