Onírika -Madrugada del lunes-

Onírika -Madrugada del lunes-

J. A. Gómez

13/03/2024

Madrugada del lunes

Si buscase hacerlo adrede a buen seguro no me saldría así de bien. Cada pensamiento y cada amago del mismo parecen revolcarse en pozas hechas de minutos y horas. Se abate la madrugada en la calle; el sol peinado con raya al medio aprieta duro en esta noche de lobos. Oculto entre cerrazones y crepúsculos no se deja ver pues no le toca mas yo puedo observarlo con este par de ojos velados tras dos cristales de bohemia.

 Paseo por la acera encerada con humanidad ausente como cada noche. La mitad de mi cuerpo por debajo de la susodicha y la otra mitad sobre ella. Por consiguiente oteo a media altura no obstante tal despropósito no me afecta pues soy el ayudante del mago venido a menos. Me ha cortado en dos, usando para ello el plastinudo del pan de molde.

 Relumbrón repentino nebuloso, neblina repentina y brevísima que desde que se ha ido ha dejado de marcharse. Desde ella emerge una cama desplazada por nubes de tormenta. Circula por la carretera desprendiendo corchetes y onomatopeyas sin sonido. Yo voy metido entre las sábanas, durmiendo placidamente alterado… ¿hacia dónde iré? ¿Hacia dónde el destino me trasladará?…

 Se despliegan paraguas de intuición cerrados y abiertos. Mortificados sean sus funciones pues atrapan cada gota de lluvia seca. Desvían el agua pero no las tormentas de cada quién. Gallo que subido al palo no canta sin coro; delfín decidido a no saltar el aro y al galope caricias prohibidas a base de monedas sin alma y colchones usados…

 ¡Pégame tus pesadillas! Locuaz huella libertaria coartada bajo la propia liberación. Ni almas condenadas ni almas sin condena ¡qué demonios!

 Abrazo el aire de la noche porque necesito sentirme vivo. Huelo a soledad del que sueña solo porque así como nacemos y morimos solos también ensoñamos solos…

 Un hada vuela bajo, lleva a cuestas su propia cruz. Cuerpo diminuto de mujer tallado en titanio y cobre; en azufre y acre. ¡No me mires que tendré que verte! Veraz montaraz de ceros redondos y ceros cuadrados pujando por ver quién de ellos llega antes a la curva del primer ángulo…

 Nada de regalos invisibles e intangibles ni falsa abundancia conminada ¡tremenda dentera! ¿Qué puede emerger de este continente salino? En realidad nada. Bajo mínimos tomarán adeptos, partiendo de cualquier cosa físicamente palpable. Mis visiones no estaban allí y no puede que no estén aquí; entonces un escalofrío me hace comprender que sigo durmiendo sin dormir o dormido sin estar durmiendo…

 Acá las farolas son de plástico inyectado. Éstas alumbran apuntando al cielo como si fuesen antiaéreas de la Gran Guerra. Allá en la distancia se alza un semáforo de ancha panza y enérgicos discos. Se retuerce retorcido, parlamentando consigo mismo. Lleva un silbato en la boca ¡miradlo! Orgulloso de su labor, clavado en el cruce deslavazado; diseñado a mano alzada sin tazas de café por medio. Realmente no importan los kilómetros porque ninguno tiene comienzo ni final al desplazarte sin moverte del sitio…

 Pinchados al cielo grajean pájaros a secas y pájaros de levita negra equipados con picos sin palas y plumas desplumadas. Se ocultan en la noche al ser de ella copias intransitivas y del sol que los solivianta juiciosos némesis.

 Espejos de pie y espejos de pared; en ningún caso reflejarán el otro lado. Descolgados de fríos y húmedos palmerales desesperan ante su propio reflejo. Voz trémula tú zarparás cara horizontes sombríos, dejando en mitad del océano cristales, notas y apuntes que afirmas haber escrito despierta. ¡Qué sabrás! Si probablemente a ambos lados del espejo no haya más que tres cuartos de media intención…

 A veces tanto silencio resulta excesivamente alborotador. Lo subscribo aquí y dónde sea empero también deba hacerlo alguien infinitamente más iluminado que yo, ya sea dentro de esta ensoñación o fuera…

 —¡Ey, tú! —Gritan a mi espalda—. ¿Has visto a mi mamá?

 Me giro y observo una rata con cabeza de bebé sentada sobre sus patas traseras. En una de las manos agarra el chupete mientras con la otra me señala, esperando una respuesta.

 —Lo siento, no he tenido el gusto de cruzarme con su augusta madre —le doy por respuesta, sin despegar en ningún momento mis labios. Se mete el chupete en la boca para seguidamente perderse en una arqueta pintada con tiza en el arcén.

 Alborada de esclavos prendidos con alfileres al corcho público. Foliadas amargas; exiguas convicciones de durmientes esquizofrénicos. Este solano achicharra la mitad superior de mi cuerpo mientras el gélido aliento de la noche hace lo propio con mi otra mitad; justo la que queda por debajo del piso. ¿Por qué será? Tal vez el astro rey no tenga a bien aderezar por aquellos lares velados bajo líneas de flotación. No debiera ser así pues a fin de cuentas anocheció en ambas caras ¿o no?…

 Continúo mi marcha pisando con garbo. Echo de menos mis pies pues no los puedo contemplar. Parajes y situaciones perdidas de lógica se asoman al balcón de esta magra realidad y entonces por la otra acera los veo…

 Son dos enanos chepudos y su fiel perro. Uno de ellos va a hombros del otro. Pintoresco pero no menos cierto que de tal guisa parecen alcanzar el tamaño del hombre medio. El mayor tiene barba blanca hecha de finos alambres puntiagudos mientras que por pierna diestra una hilada incompleta de ladrillos sin revestir. El otro gasta por cabezón una pantalla de cartón fluorescente. Emite el anuncio de un circo lleno de rarezas humanas. La mayor colección del mundo, lista y dispuesta para ser contemplada en familia…

 Luego está el can, éste por cabeza cuenta con la cola de un caballo y por rabo peludo la cabeza de un moscardón. Un enano se ríe a mentón partido, pinchándose los alambres en el pecho y semeja no dolerle; ni siquiera cuando sangra palabras áureas. El otro, perdido de rostro, solamente ese anuncio repitiéndose una y otra vez.

 El perro me mira de soslayo, agitando su diminuta cabeza de mosca con muchos ojos y muchas miradas. Dentro de su senectud de can éste parece irradiar algo de dicha a medio camino entre pulgas garrapiñadas y ladridos salubres…

 Los reconocería circunscritos al alba inaccesible pero también a la madrugada mordiente. Criaturas desmoldadas; desprendidas de la pétrea corteza de montañas desgastadas y cauces cóncavos. Sueños propiedad del soñador y a la par ensueños sin doma. Tanto o más como yo mismo soy de salvaje; tanto o más como mi propia piel adhiriéndose a volutas de hierro fundido…

 Dos coches detenidos frente a frente conversan sobre distópicos eventos del día. Amanecida que no arriba a puerto, noche de perros inconclusa y ansiedad desesperanzada. Se comunican abriendo y cerrando sus capós como si de dos bocas se tratase. Al no disponer de amplio vocabulario tiran de bocina y parece ser que se entienden pues uno le ha guiñado un faro al otro. Su noche también será larga…

 He llegado a la altura del quiosco del señor Eleuterio, octogenario autómata de piernas arqueadas y brazos planos como papel de liar. Lo recuerdo, es populoso por sus caramelos de segunda boca y revistas parlanchinas. A pesar de poseer cuatro ojos y ser más ciego que un topo diferencia perfectamente la voz de cada cliente; el tacto de cada billete y el peso de cada céntimo…

 Y hacia el final de la calle se ubica el puesto de frutas desinfladas de doña Visitación. Es una mujer espigada, articulada por hilos invisibles tejidos por la araña que vive más allá del polvo de las estanterías. Doña Visitación se desplaza de acá para allá en su silla de ruedas sin ruedas. Esta mujer de pechos en la espalda y perniles de hormiga popularizó en el barrio las manzanas huecas. Las sirve calientes y de tanto que queman llegan a congelar los dedos…

 La madrugada avanza en direcciones contrapuestas y de su mano espolea este sol rojizo. No cesa de arder sobre cantos de hojas lascivas. Sé que ningún común de los mortales puede degustar esta experiencia. Aún no, es tarde y pronto temprano será. La bóveda celeste impregnada de miel adulterada se divide en cuadrículas perfectamente descuadradas ¿a cuál pertenecerán los sueños?…

 ¡Aquí viene! Escucho el timbre afónico de una bicicleta. No podía ser otro más que él, el pequeño Jorge, un chaval de ocho años avispado empero sin aguijón. Pasa despeinado y sin despeinarse se peina. Va montado en su inconfundible velocípedo colorado; por cierto no lleva cadena y sí muchas paletas de caramelo grapadas a las llantas ¡otro dislate! ¡Menudo personaje! ¡Vean y créanselo! Pantalón bocabajo y pesados zapatos de cemento dados la vuelta. Sentado al revés pedalea hacia atrás avanzando hacia delante… braceando en pro de fronteras solapadas en múltiplos de plato y piñón.

 —¡Adiós amigo ensoñador! —Me grita bajándose del sol para volver a montarse en la bicicleta colorada.

 Las ruedas se le hunden lentamente en el asfalto. Ya lo he visto anteriormente y seguiré viéndolo pues de ilustrada cuna me viene ser observador. Vuelve a timbrar, su coronilla deja entrever una sonrisa de pecho a espalda. Lleva metidas las manos dentro de dos guantes de boxeo ¡qué embarazosa disposición!

 Como los grandes campeones al percatarse del inicio de la cuesta aprieta desde abajo, sabedor de su condición triunfante. Empuja los pedales de papel con sus zapatos de cemento dados la vuelta…

 Aquellos pájaros, a secas, pinchados al cielo se desclavan. Tras quitarse las levitas negras intentan picotear las cubiertas de la bici. Uno de los enanos, el que va arriba, se percata y comienza a tirarles bolitas de anís sabor insípido…

 El señor Eleuterio no sale de su asombro. Con manos finas como fideos prensados se quita los cuatro ojos ¡qué desatino! Sobre todo cuando se pone a hacer malabares con ellos ¡denle algunas monedas! Sin embargo no necesita ver aquello que no puede ser visto.

 Alguien se ríe, personaje conocido deba ser y lo es. Sí, indudablemente es, risas de bebé provenientes de la rata chupete que prosigue buscando a su mamá. Pinta con tiza una esclusa en la pared y presuroso se escabulle por ella…

 El niño sube la cuesta y la cuesta se sube a él, almorzándoselo. Escupe los huesos uno a uno. Rápidamente éstos se incrustan en doña Visitación, generando dos ruedas óseas para su silla que se ponen a rodar en direcciones opuestas.

 Un gigantesco boquete aparece en su estómago. Articulada por hilos invisibles de araña polvorea y despolvorea brillos de bailarina apagada. A lo mejor el mentado agujero es culpa del consumo irresponsable de sus propias manzanas huecas…

 A la noche venidera reaparecerán penumbra y sol quejumbroso. Regresarán caminatas de fuego y agua deleitadas por palabras sin plural y gargantas sin voz. Personajillos de cuento y ficción pegados en álbumes microscópicos. Ellos admirarán cada cromo repetido como partes fragmentadas de una ilusión.

 Siempre vuelven y siempre volverán porque siempre han estado aquí. Tal vez lo de menos sea dormir o estar durmiendo, despertar o estar despierto.

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