Se sentó. Buscó acomodo. Demoró un instante, hasta que encontró la posición deseada. Se colocó los lentes. Notó, como cada vez, que había perdido la independencia de vivir sin ellos. Parsimoniosamente extrajo papel, lo apoyó sobre su regazo y con una inmaculada pluma de tinta negra, comenzó a escribir.
«Me da pavor decirte lo que pienso . Tengo miedo de perderlo todo. Me aterroriza quedarme con las manos vacías.
Hacerlo por escrito es la forma que encontré para desahogarme y eludir mis miedos. No sé porque te explico esto. Estoy al tanto que te importa un carajo lo que pienso. De todas formas, por algún motivo que me resulta indescifrable, insisto en mi necesidad que lo sepas.
No aguanto más esta farsa. No soporto ni un minuto más este juego de apariencias en el que vivimos. Dónde gastamos toda nuestra energía en esforzamos para que todos piensen que el nuestro es un matrimonio modelo. Está tan lejos de ser verdad, que resulta insostenible.
No soy un mal tipo. No cometo un error detrás de otro para mortificarte. Tengo que reconocer que nunca estuve enamorado. Pero con el paso del tiempo…aprendí a detestarte. No sé que me cuesta más, si la idea de cogerte o tu cara de mal atendida. Tus silencios de reproche, me dan náuseas. Hoy te vas a enterar de un secreto. Finjo mis orgasmos. Gracias a tu mandamiento de usar condones, ni cuenta te das si me derramo en vos. Cuando comprobé que eso puede reducir mi tormento, lo perfeccioné con la constante repetición. Hoy soy un experto. A los dos minutos de comenzar, lanzo un gemido, ronco, profundo y me quedo observando tu mirada de reprobación. Debo confesar que, siento placer al ver tu insatisfacción…»
Se puso a pensar en lo que acababa de escribir. Eran verdades crueles, pero verdades al fin. Como también lo era que si no hubiera sido por Mariana, nunca hubiera alcanzado la posición de gerente general de la empresa familiar. Recordaba aquella tarde en que su suegro lo invitó a almorzar para comentarle que había llegado el momento de dejar su lugar en la empresa y que lo hacía convencido que él iba a saber llevarla a buen puerto. La casa en el barrio residencial que heredaron de la abuela Rita, el velero y el chalet del balneario que les regaló el abuelo materno, son sólo algunos de los descargos materiales con que la vida le pagó el haberse casado con Mariana.
Llegado este punto, se quitó los lentes, dobló la hoja de papel dónde había escrito su declaración y con extremo cuidado se limpió el culo.
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