Lo había calado bien, justo por encima del tobillo. El dolor se tomó su tiempo en treparle por la rodilla, casi que podía imaginarlo como un repartidor viajando por sus nervios para darle la punzante entrega. El calor se acumuló en su pecho reuniéndose para liberar el alarido más patético qué jamás hubiera escuchado. Se aguantó. Arrastrándose con sus codos logró sentarse detrás de un árbol. La trampa para osos se veía como una piraña que indoblegable se mantenía presionándole la carne. Chris sabía suficiente de estas trampas, buscó a tientas seguro de que en algún lugar del suelo encontraría algo para presionar el armador. No hubo suerte, intentó empujar con los dedos índices de ambas manos, pero no tenía la suficiente fuerza. Probó con sus pulgares y el armador cedió permitiéndole con un rápido juego de manos retraer el cepo y liberarse del agudo castigo. Se frotó con la misma actitud indiferente con la que un niño se frota la rodilla después de caer enfrente de todos en el colegio. Convenció un poco a su cerebro de que el dolor amainaba conforme avanzaba con lentitud, apoyando con ligereza el pie derecho y meciéndose de un lado al otro como un péndulo. Hacía unos quince minutos no percibía sonido alguno, no el sigiloso pasar del viento entre el forraje de los árboles, no el odioso chirrido de los grillos que disturbaba la paz del bosque bajo el cielo nocturno, nada. ‘’Ellos lo querían así’’ pensó mientras trataba proporcionarle lógica al vendaval de sinsentidos que se produjo la noche anterior.

Al despertar y como un rayo de luz en la oscuridad ‘’mi nombre es Christopher Todd, tengo 29 años, vivo en Maine; y soy …’’ por alguna razón aquellas palabras zumbaban en su cabeza como un insistente enjambre de moscas. Supuso que el somnífero que utilizaron en él debía tener propiedades amnésicas y por un momento se aterró de la terrible naturalidad con la que aceptó todo aquello, porque después de todo no sabía quién era aún. Miró alrededor y se encontró atrapado en una celda. Era como una prisión convencional de la tele pero que sólo contaba con seis celdas divididas por un pasillo que chocaba al final con un gran portón doble, todo esto contenido dentro de lo que parecía ser un almacén abandonado, o así lo querían hacer ver. Una lámpara situada en el pasillo se agitaba formando elipses que dejaban ver quiénes ocupaban las demás celdas. En la primera una mujer de mediana edad sacudía incansable los barrotes sin ningún resultado; en la segunda un hombre mayor, que sentado, escudriñaba el lugar al igual que él; en la tercera una adolescente obesa parecía perder la cabeza en un rincón; a su derecha un niño de unos 10 años aproximadamente lloraba desconsolado, pero de alguna forma en silencio. La de su izquierda estaba vacía.

–Lo retiraron hace solo unos minutos- masculló una voz apagada – se las arregló para colgarse usando su cinturón-. Era el hombre mayor que sin mirarlo le indicaba con el dedo el rastro de orine y heces fecales dejados por el cuerpo en el pasillo. No sabía de qué iba todo aquello, pero si debía adivinar… Esos pensamientos se vieron interrumpidos por el estruendo de un timbre, una trampilla en la parte superior de su cada celda se abrió dejando caer suavemente una caja. Una parte de él gritaba que la dejara, que corriera y sería libre. Pero su curiosidad lo sobrepasó. Abrió la caja con prisa: estaba vacía. De repente algo cambió, no sentía el repiqueteo de los barrotes, el llanto del niño. Levantó la vista para observar a sus compañeros de encierro. La adolescente ya no lloraba, sino que sostenía con firmeza un bate con clavos atravesados en la punta; el niño recargaba absorto un revólver plateado… El gran portón doble se abrió lentamente graznando amenazante que algo comenzaba. Sus celdas como poseídas por espíritus vengativos rompieron sus goznes y con gracia artística cayeron al suelo.

Todo lo demás estaba nublado, su memoria estaba cubierta de sombras que se revolvían dejando ver por momentos un atisbo de luz, de entendimiento. Cojeando, sumergiéndose más y más en un territorio que creía conocer comenzaba a recordar. Recordaba haber visto sus manos ensangrentadas deslizarse alrededor del cuello del niño robándole lo que le quedaba de vida mientras este le apuñalaba en el hombro; recordaba colgar sin misericordia al hombre mayor mientras el alambre de púas le desgarraba la garganta. Absorto en sus pensamientos no notó el dardo que le inyectaba muy despacio un líquido que, estaba seguro, lo dejaría inconsciente otra vez. Recordó por última vez la temblorosa lámpara de aquella sala, pero esta vez como si quisiera reprenderlo su memoria le permitió visualizar algo, a su izquierda, algo escrito con los más sucios desechos del ser humano: ‘’Todo es un juego, recuerda’’.

Abrió los ojos, debía haber sido un mal sueño. Un dispositivo le abrazaba el cráneo y un par de conectores le mordían la piel de la sien. Una luz parpadeante le capturó la mirada y una voz conocida aseguró: ‘’ tu nombre es Christopher Todd, tienes 29 años, vives en Maine; y eres el mejor en lo que haces: sobrevivir’’.

Etiquetas: cuentocorto survival

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