Mis manos se pierden en una cortina de humo. Hay una invisibilidad que nos da el poder ser nosotros, de poder movernos como queramos, poder encontrarnos con otros cuerpos que también buscan soltarse. La música suena y me eleva a otro plano, es un sonido constante de liberación y felicidad.

El sudor cae por la espalda de cada uno de los presentes en esta especie de ritual, es un sudor que se lleva cada preocupación y cada prejuicio.

Soy yo. Mi cuerpo y mi mente volando en paz. Mis pies no se sienten cansados, no tengo necesidades para saciar más que seguir moviendo los pies en el suelo. Soy yo y la música que me atraviesa el pecho, soy yo y el humo que me impide ver mis propias manos. Soy yo y las luces que me acompañan y persiguen en cada uno de mis movimientos. Movimientos rítmicos que a la vez siguen el ritmo de mi alma y la de los demás.

Que me importa el ayer, que me importa el mañana, solo importa lo que soy hoy, acá. Ser parte de este ritual de gente que al igual que yo, solo siguen sus cuerpos vibrar. 

La felicidad tiene significado y la entiendo a la perfección en la punta de mis dedos mientras se elevan en el aire.

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