Quizás para que perezca el orgullo
debo callar con firmeza la idea,
apagar con la comprensión la brea,
no permitir que florezca el murmullo.
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Quizás para que fenezca el orgullo
debo ser Odiseo en la odisea,
debo ser la humildad de Casiopea,
debo ser inerte como el capullo.
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Quizás, para que florezca la muerte
se deben quebrantar unos mil huesos,
quedando en la tumba la lengua, inerte,
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besando el hielo con unos cien besos,
enterrando los ojos con los lentes,
¡arrancarle la música a los sesos!
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