Era un restaurante de Humauaca, en una pintoresca ciudad del norte argentino. No se trataba de un bar común y corriente, y lo encontré en la periferia del pueblo. La mayoría de los turistas no llegaban hasta ahí, y los principales clientes eran también residentes del lugar. Parecía ser uno de esos lugares donde siempre hay gente. Me imagino que, con relativa frecuencia hay noches realmente insólitas, en las que participan extraños personajes del pueblo. Yo creo haber sido testigo de una de esas noches.
En mis viajes en solitario, suele pasarme que disfruto mucho de recorrer las calles y me cuesta más detenerme en ciertos lugares, como los bares, que tanto disfruto. Pero no es que deje de hacerlo, todo lo contrario, entraba en por lo menos dos bares por día. Por suerte, en estos pueblos turísticos tenés muchas opciones para elegir. En mis caminatas, donde de paso conocía el pueblo, cada vez que pasaba frente a los bares aprovechaba para mirar en su interior, pensando en si me sentiría cómodo al entrar. Estando acompañado es mucho más fácil, casi cualquier bar está bien. Y hay veces que me pasa que a cada bar que paso le encuentro algún problema, o está demasiado lleno o está completamente vacío, o hay muchas familias, o hay demasiada iluminación, en fin, cosas de esas. Siempre ayuda ver a otra persona que esté también sola.
Siempre termino entrando en alguno. Por ejemplo, el día anterior entré a uno de un estilo muy familiar y bastante pequeño, estaba yo solo y me pedí unas empanadas riquísimas, y unos tamales que era la primera vez que los probaba y estaban muy bien. Por la mañana, había desayunado en el hostel pero por la tarde fui al bar de la terminal de colectivos, ya que me había gustado bastante. Y a la noche, cené unas milanesas de queso de cabra con papas, excelente plato y bastante curioso, nunca lo había probado antes. Ese último restaurante estaba frente a la plaza principal, en una cuadra donde había varios más, el lugar estaba bastante lleno pero estuve cómodo.
Pero vuelvo a aquella noche insólita en aquel curioso bar. Entré después de dar vueltas por el pueblo varias veces, ya que siempre encontraba alguna excusa para no entrar por los bares por los que pasaba, menos uno, algo del ambiente que se alcanzaba a ver desde fuera me atrajo.
1
Había varias mesas ocupadas, la más cercana al mostrador y a la cocina estaba ocupada por un hombre y posiblemente su hijo. Estaban comiendo, pero también se encargaban de algunas cosas del bar, así que seguramente se trataba de una familia, quizás eran los dueños, o simplemente los encargados. También estaban ocupadas la mesa de al lado y la de adelante. En la pared de adelante había un televisor donde se estaba transmitiendo un partido de fútbol. Todos los comensales de éstas tres mesas prestaban atención, por sobre todas las cosas al partido.
Yo estaba frente al televisor también, pero unas cuantas mesas más atrás. En el medio había algunas mesas ocupadas por unas chicas que esperaban por un pedido de comida para llevar. Y a mi lado estaba el personaje más extraño de todo el bar. Esta persona estaba muy concentrada en sus asuntos y parecía no importarle más nada a su alrededor. Tenía en su mesa una botella de cerveza y tomaba bastante rápido.
Había notado algo extraño al entrar, pero recién al girarse él hacia un costado pude confirmar lo que había creído ver. El perfil de su rostro que yo tenía a la vista era el de un hombre de unos treinta y cinco años con una barba muy prominente, pero resulta que en su otro perfil carecía totalmente de barba, como si acabase de afeitar por completo solo la mitad de su cara. ¿Por qué alguien haría algo así y qué intentaba demostrar? No parece una decisión tomada desde la cordura, seguramente estaba loco. Tampoco hay otro tipo de explicación racional. Alguien que se toma el trabajo de afeitarse simplemente lo hace hasta que completa todo su rostro, no lo deja a medias, sobre todo si va a salir. Y si lo viésemos, por ejemplo, en un hospital o caminando rápidamente por la calle, podríamos al menos pensar que quizás tuvo una emergencia muy grave, justo había empezado a afeitarse y no le quedó otra que salir con solo la mitad del trabajo hecho. Por supuesto, no era el caso, ya que se encontraba cenando tranquilamente en un bar.
A veces, la respuesta más sencilla es la correcta. La moza y las demás personas lo trataban con total respeto, y conforme avanzaba la noche algunos interactuaban con él. Por su parte, parecía no importarle la presencia de los demás, estaba cómodo, disfrutando de su cerveza y su comida. Yo me pedí del menú, arroz con pollo y una botella de agua para tomar. Estaba bastante hambriento así que disfruté bastante de la comida, y no presté mucha atención a más nada, aunque seguía pensando en este muchacho de unos treinta años con su media barba.
Una vez que terminé de comer, y el partido había terminado, dando como ganador al equipo por el que hinchaban los muchachos, el ambiente cambió bastante dentro del bar. Las mujeres que esperaban la comida para llevar se habían ido y adelante mío se habían sentado un hombre y una mujer. Todos parecían conocerse, sin embargo, nadie me miró raro en ningún momento, al contrario, la amabilidad se destaca en aquellos pueblos y ciudades del norte argentino. Decidí que necesitaba una cerveza, pero una botella era demasiado así que pedí una lata. Algo me intrigaba profundamente, estaba claro que estaba viviendo uno de esos momentos que algún día me inspirarían a escribir algo.
El loco de la media barba por un momento pareció perder la calma por completo. Llamó a la moza y pidió otra cerveza, se levantó y me pidió fuego, le di mi encendedor, encendió su cigarrillo delante mío, me devolvió el encendedor y salió a fumar afuera. Su pérdida de la compostura se trataba de eso, de las ansias de fumar. Su mirada había sido muy amable, unos ojos marrones brillosos, algunas pequeñas arrugas empezaban a aparecer en su cara, un sombrero típico de la zona, y la barba completamente negra, la otra mitad de su cara recién afeitada.
Seguí dándoles vueltas al asunto, y entonces escuché al hombre que estaba delante mío quejarse por una mosca que lo rondaba, lo vi agitar la mano. El hombre de la media barba vio esta escena e hizo un gesto como de enojo, como si el otro hombre tratando de espantar a la mosca fuese un tonto. Al rato la escena volvió a repetirse, pero esta vez el hombre logró darle un golpe a la mosca contra la mesa, “la maté” dijo, y el hombre con la media barba se paró para ver a la mosca muerta, pero al ver que todavía estaba viva la agarró, dijo que solo le había roto las alas. “Solo podés hacer las cosas a medias”, dijo. El otro hombre respondió: “Mirá quien habla de hacer las cosas a medias”.
Así que el hombre con la media barba, ya en su mesa, soltó a la mosca con las alas rotas y la observó. Le acercó unas migajas de pan, pero entonces se dio cuenta de que, si la dejaba en la mesa, intentaría escapar sin recuperarse de sus alas rotas. Así que se paró y fue para la cocina, se escuchó una voz que le decía de mala manera: “¿Qué hacés acá?” El hombre de la mesa de adelante dijo: “Fue a buscar un tarro para poner a la mosca”. Volvió con un frasco vacío, depositó la mosca, mientras las demás personas prestábamos atención.
Yo estaba cerca de terminar mi lata de cerveza y me daban ganas de pedirme otra, así que lo hice. Un rato después, el hombre que había dejado lisiada a la mosca miró hacia el hombre con la media barba, y le dijo: “Dejá esa mosca en paz, ¿por qué no vas a hacer tus artesanías mejor?” No recibió respuesta, “media barba” simplemente decidió ignorarlo. Pero ahora tenía un nuevo dato, se trataba de un artesano. Me pareció raro no haberlo visto por el pueblo, ya que me había paseado por casi todos los puestos de artesanías. Quizás al día siguiente, siendo domingo podría encontrarlo.
No pasaron muchas más cosas, así que decidí que era hora de irme. El artesano con su media barba seguía tomando cerveza y no parecía tener intenciones de irse. Me pareció una persona agradable para charlar, pero no quise interrumpirlo. Cada tanto lo vi mirar a la mosca herida como si fuese una mascota. Decidí irme, di una vuelta por el pueblo antes de volver al hostel, hacía bastante frío, pero estaba preparado para el frio. El clima, según me dijeron es parecido todo el año, de día hace calor y de noche frío.
2
Al llegar al hostel, ya estaban todos durmiendo, menos una pareja que pronto también se fueron a su pieza. No podría dormirme todavía, así que aproveché para tomarme una lata más de cerveza que había guardado en la heladera. Mientras pensaba en el artesano de la media barba, me daba gracia pensar sobre todo en la escena de la mosca. Me preguntaba cuál sería su historia. Después de todo la gente lo trataba como a alguien normal, y estaba en un bar socializando con otras personas. Pero también con una mosca herida en un frasco y esa media barba… ¿Por qué?
En ese momento le mandé un audio a una amiga contándole la situación que acababa de vivir. Confirmó mi idea de que sería una idea muy loca para escribir algún día, pero al mismo tiempo me dijo que tuviese cuidado, que seguro era un loquito. De eso no había dudas, pero peligroso no parecía en absoluto.
Al día siguiente desayuné en el bar de la terminal y aproveché para averiguar los horarios para ir a Tilcara, el siguiente pueblo de mi recorrido. El colectivo salía a las seis de la tarde y llegaba en poco más de media hora, así que estaba cerca. Decidí ir sin reservar nada alojamiento de antemano, solo mandé mensajes a dos hostels, pero no me respondían. No me preocupaba demasiado porque no era época de demasiado turismo y había muchos lugares libres.
En mi último día, di un paseo por el pueblo recorriendo los distintos puestos de los artesanos. No encontré al muchacho de la media barba y decidí volver al hostel a comer y para dejar todo listo para cuando sea la hora. Arreglé con la dueña del lugar para dejar la mochila unas horas más, porque el horario para irme era hasta las doce. Comí, me bañé y dejé todo preparado.
Como todavía tenía un par de horas libres, aproveché para salir y hacer algunas compras. Entre otras cosas, me compré una taza que hace poquito rompí en mil pedazos al caérseme. Y cuando ya no lo tenía en mente, vi al muchacho de la media barba en la plaza del pueblo con una manta tendido sobre una mesa y una gran cantidad de mates encima de ella. Me acerqué hasta la mesa, miré los mates, levanté la mirada y lo miré a él. Empezó a hablarme, me contó que los pintaba a mano y me dijo algunos precios. Agarré el más chico que vi, no tenía un presupuesto muy elevado, miré el mate más de cerca, no estaba mal.
- Me gusta el diseño – le dije.
- Esos diseños son genéricos, los de los más grandes son de mi autoría. Ese te lo puedo dejar en mil.
- Ajá, bueno, me llevo éste.
- Dale, gracias hermano. ¿Querés que te haga algún grabado o te lo dejo así?
- Me gusta así como está.
- Bien.
- Me gusta tu estilo. ¿Te puedo preguntar por qué te afeitas de un solo lado? -Ni yo me podía creer que le hubiese preguntado, pero parecía una persona que únicamente desbordaba amabilidad, así que lo hice.
- Bueno… digamos que me gusta sentirme diferente al resto, como a todos, pero yo no finjo ser normal, ni quiero ser uno más.
- Me parece bien, respetable. ¿Sos de acá del pueblo?
- No, soy de un pueblo de Córdoba, acá me conocen todos porque siempre hago temporada, mañana me voy a Tilcara, y me voy moviendo según me convenga, ¿Vos de dónde sos?
- Yo de Rosario. ¡Y qué casualidad! Mañana también voy a estar en Tilcara.
- Qué bueno ¿Estás recorriendo todos los pueblos?
- Sí, los que puedo, después voy a Purmamarca y después a Iruya.
- Son muy lindos los dos, Iruya es increíble.
- ¿Conoces algún hostel para recomendar de Tilcara? Yo todavía no reserve nada, y ando buscando.
Me pasó un contacto de un hostel, también me dijo su nombre, Facundo, y nos despedimos, quedamos en que seguramente nos veríamos al día siguiente en Tilcara. Yo todavía no estaba seguro a que hostel iba a ir. Fui a buscar mi mochila porque no faltaba mucho para las seis y mientras esperaba el colectivo en la terminal busqué en internet el hostel que me había recomendado Facundo. Parecía interesante y no era lejos de la terminal de Tilcara. También aproveché para contarle a mi amiga que me había hecho amigo del muchacho de la media barba, le dio algo de miedo, a mí me parecía una situación divertida.
Decidí ir al hostel que me había recomendado Facundo, a fin de cuentas, siempre es mejor ir a algún lugar que te recomienden. En otro pueblo me había pasado que llegué a uno, me mostraron todo el lugar, era lindo pero la habitación era demasiado chica, tres camas cuchetas de tres pisos, con un minúsculo espacio entre una y otra, y sin siquiera espacio para dejar la mochila. Me pareció demasiado, así que antes de registrarme le pregunté si no tenían una habitación más grande, no la tenían, me fui y busqué otro. Viendo las fotos del lugar en internet me convencí, les escribí y me respondieron rápidamente, reservando una cama.
Como no tengo demasiado tiempo para viajar, unicamente mis dos semanas de vacaciones por año, solo pude quedarme dos noches en cada pueblo. Al llegar al lugar me aseguré de que tenga lo que a mí me gusta para estar cómodo, estaba algo inseguro al principio, porque en las fotos no se podía ver bien del todo. El lugar parecía tranquilo, no había mucho movimiento. La pieza era grande, con cuatro camas cuchetas de dos pisos. Muy espaciosa y solo estaban ocupadas dos camas, con la mía serían tres. El lugar también tenía sus lugares comunes para relajarse, estar tranquilo leyendo o tomando algo. Se trataba de una gran casa antigua, con un patio enorme, y muchas habitaciones por todos lados. La cocina estaba bastante bien y la heladera era grande, la limpieza era correcta. Así que me registré, puse mis datos que incluían a modo de broma mi color favorito, y pasé a la habitación a acomodarme.
Antes de que se me hiciese demasiado tarde salí a dar una vuelta para comprar algo de comida y cerveza. Recorrí la calle principal hasta llegar a la plaza, la onda parecía más una ciudad que un pueblo. Unos cuantos bares y locales para turistas, y en la plaza los puestos para los artesanos ya vacíos a esas horas. Al volver pasé por un kiosco y compré, lo que lamentablemente es mi forma habitual de alimentarme en mis viajes, sándwiches y cerveza.
Mientras comía solo en una mesa en el patio del hostel, me preguntaba qué habrá sido de la mosca. Supuestamente, al día siguiente llegaría para hospedarse en el mismo hostel. Así que pensé en que, si a lo mejor encontraba algún momento, quizás a la noche, podría preguntarle por la pobre mosca. Tampoco sabía si me había reconocido de la noche anterior en el bar.
Después de comer en el patio, entré y me senté en una silla del comedor con una segunda lata de cerveza mientras hacía planes para los siguientes días, sobre todo para el siguiente. En ese momento, se sentó un muchacho y estuvimos hablando. Después se nos unió una chica, ambos de la misma pieza en la que estaba yo. Hablamos de cosas básicas, de donde era cada uno y rutas de viaje. No pude evitar contarles de Facundo, al fin y al cabo no hubiese encontrado ese hostel si no fuese por él.
3
Al día siguiente, aproveché el desayuno incluido del hostel y salí a conocer el pueblo en todo su esplendor. Recorrí nuevamente la calle principal hasta la plaza, era una impresión similar al día anterior. Una calle con diversos bares, locales de recuerdos para turistas, me llamó la atención un bar que era a su vez biblioteca, quizás podría conseguir algún libro del autor que en ese momento me llamaba la atención, Antonio Di Benedetto, pero ni siquiera llegué a entrar.
Temprano por la tarde me encontré con Facundo que se estaba instalando en el hostel. Ya había acomodado sus cosas a un costado de la cama en la que se había ubicado. No había llegado más nadie, así que solo estaban ocupadas las camas de abajo de las 4 cuchetas. Al verme se alegró, pero estaba apurado y se fue rápidamente a la plaza para aprovechar las horas que le quedaban y vender sus mates.
Lo volví a ver a la noche y tuvimos una interesante charla. Resulta que está casado y tiene dos hijos, tuvo varios trabajos, pero hace varios años que encontró su pasión haciendo y vendiendo mates por distintas ciudades. Es un trabajo duro, que a veces lo mantiene alejado de su familia por algunas semanas o meses. Al final no parecía raro para nada.
4
Durante la noche me desperté, todavía sentía los efectos del alcohol y escuché que alguien hablaba dormido. Me volví a dormir y más tarde volví a despertarme. Habían pasado unas horas, así que podía pensar con más claridad, el efecto del alcohol estaba bajando. Pensando en quien sería el que había estado hablando dormido empecé a sospechar que había sido yo mismo, y que había soñado que era otra persona, eso despertó en mí bastante preocupación. Pero entonces al rato lo volví a escuchar, era Facundo el que hablaba en sueños, parecía tener una pesadilla. Antes me contaba que a veces realizaba los viajes con su esposa, o con alguno de sus hijos y los extrañaba, quizás tenía que ver con eso.
Al día siguiente desayunamos juntos y él se fue a la plaza con sus mates. Antes de irme a la terminal para seguir mi viaje, hice un recorrido más por la ciudad. Caminé nuevamente la calle principal, llegué a la plaza, le di toda la vuelta y uno de los últimos puestos con los que me encontré estaba Facundo, me saludó. Yo durante la noche anterior le había hablado también de mí, le había contado mi situación, mi trabajo que no me gusta, mis deseos de ser escritor. Me dijo que quizás algún día podíamos volver a vernos, y quizás mi situación sea más favorable para mí. Me abrazó, me dijo que iba a ver que Purmamarca y sobre todo Iruya son dos pueblos increíbles. Nos despedimos.
Mientras iba en el colectivo a la siguiente ciudad me di cuenta de que me había olvidado preguntarle por la mosca. Nunca supe si todo había sido solo una especie de broma, para joder al tipo que la había dejado lisiada, o si realmente había sido un intento compasivo de salvar la vida de la mosca. Tampoco llegué a entender el verdadero motivo de su media barba, no parecía un deseo de llamar la atención. Mientras más lo conocía más me parecía una persona normal.
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