Cada palabra que salía de su boca eran alfileres que se clavaban en lo más profundo de la esperanza, aniquilando cualquier vestigio de empatía. Era el fin y no había marcha atrás. En mí reinaba un profundo cansancio que me dejó en silencio, observando cómo se terminaban de diluir los años compartidos en aquel pequeño café. Parecíamos oficialmente dos extraños, reunidos por el absurdo recuerdo de lo que un día llamamos amistad.
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