Un difunto muy vivo

Un difunto muy vivo

J. A. Gómez

31/07/2023

-¡Menuda familia! ¡Bajo estas condiciones me niego a morir! –Espetó furioso y alterado el duque de Costrosa. No sin esfuerzo abandonó el féretro, escudriñando a los allí presentes con ojos inyectados en sangre. Éstos, estupefactos, parecían haberse quedado petrificados del susto.

 La duquesita se había desmayado al ver entre los vivos a su padre. El resto de presentes que mantenían el tipo se miraron entre ellos, intentando asimilar el milagro obrado en aquel velatorio.

 -¡Oídme bien! –repuso con voz grave. ¡Me niego! -Sentenció fuera de sí. -¡Me niego!

 Pero volvamos atrás en el tiempo para poder comprender los pormenores de tan inaudita resurrección lazariana.

 El duque a pesar de sus muchos defectos tenía fama de cabal, dando fe de una agudeza mental destacable, sobre todo para los negocios. La misma se vería puesta a prueba cuando quienes estaban más cerca de él le fallaron de vil modo y peores maneras.

 Todo arrancó una noche de julio cuando el aristócrata descansaba placidamente en su sillón favorito, haciéndose acompañar de su fiel caniche Pepín y de un exquisito jerez de cosecha propia. Llevaba alrededor de dos horas arrellanado en el sillón cuando empezó a encontrarse indispuesto. Nada que otra copa de jerez no pudiese solucionar sin embargo nada más lejos de la realidad. La fatalidad se precipitó a saltos de canguro y allí mismo don Javier de Costrosa estiró la pata como el más común de los mortales. Pepín comenzó a ladrar, despertando a la servidumbre…

 Y efectivamente los hechos acaecidos hasta ese momento daban a pensar que el afamado duque respiraba lo mismo que una piedra de granito. De hecho a las pocas horas su médico personal y amigo certificó el óbito. Rápidamente la noticia recorrió la comarca, no tardando en alcanzar la capital.

 El velorio se celebraría en la mansión familiar, acondicionando para tal efecto el salón principal de la misma. ¡Qué desgracia tan grande! Así encabezaron en primera plana las revistas de sociedad más importantes y los periódicos de tirada nacional más influyentes.

 Fueron llegando todo tipo de comediantes de la alta sociedad, poderosos hombres de negocios e incluso dirigentes políticos con cartera ministerial. A lo largo del día siguiente tanto el interior como los exteriores de la propiedad eran hervidero de gentío ansioso por presentar sus respetos al fallecido.

 A la viuda se la podía ver sentada en primera fila, velando el cuerpo presente del que fuera su esposo durante treinta años. Escuchaba llorar a las plañideras, costumbre que siempre habíale parecido arcaica empero así dispuesto en últimas voluntades del muerto. Cuando nadie pululaba cerca del féretro, se fue para allá, hablando a su conyugue en los siguientes términos:

 -¡Cariño! ¡Qué favor me has hecho muriéndote! Eso facilita mucho las cosas ¿no te parece? ¿Recuerdas cuando sospechabas de tu socio y de mí? Bueno, en honor a la verdad debo decir que no andabas desencaminado. Llevamos viéndonos tres años, haciéndome sentir la mujer más viva y deseada del mundo, no como tú que eras un completo inútil en la cama. No te agites esposo mío pues aún hay más. Te hago saber que también me cepillo a tu amigo el médico. Explora cada recoveco de mi cuerpo con encendida pasión, clavándome su jeringa de penicilina. Ya sabes cielo, más vale prevenir que curar. Cuando no tengo a mano al uno, al otro o a los dos acudo al bruto de Bonifacio, el jardinero. Sin modales ni educación pero me poda el jardín como pocos y no veas como le da a la tijera. Siempre afilada para atacar el matojo por delante o por la retaguardia… -Satisfecha por haberse sincerado regresó al asiento que ocupaba en primera fila.

 Tremendo ¿verdad? Pues la cosa no terminó ahí. A los pocos minutos se le acercó el mentado socio, de nombre Camilo Cienfuegos.

 -Efectivamente compañero ¡no somos nada! ¡Siempre se van los mejores! ¡El mundo ha perdido a un gran hombre! –Dijo obviamente con recochineo, parafraseando tópicos para la ocasión. –Escucha, no me llegó con manipular los libros contables, desviando cuantiosos dividendos a mis cuentas de las Caimán, que además me encalomo a la fresca de tu señora. ¡Menuda leona en la cama! ¡Cuánto vicio tiene esa mujer en el cuerpo! Soy sabedor de que en estos años a tu lado ha pasado más hambre que una hiena rodeada de forraje. Punto y seguido lo de tu “pajarito”, tan muerto ahora como lo estaba en vida. –Y riéndose solapadamente salió a fumar un puro, guiñándole un ojo a la viuda. Ésta, despistada como ella sola, descansaba su mano cerca de la entrepierna del ruborizado marqués de Cochinilla.

 El siguiente en procesar fue el primogénito. Se acercó con desdén, meneando las caderas a lo top model de barrio.

 -Padre tienes mal color de cara y agarrotamiento muscular. Debe ser cosa del rigor mortis y nada podemos hacer al respecto. A ver cómo te cuento esto sin que me muelas a palos. Ante todo relax, no te pongas hecho un basilisco que te conozco. Sin paños calientes papá ¡soy homosexual! ¡Pierdo más aceite que un motor viejo! Sí, lo que estás pensando: ¡maricón perdido! –Esto último lo farfulló poniendo las manos a ambos lados de la boca. –Palomo cojo, muerdealmohadas, mariposón y bujarrón del quince. Me fascina vestirme de mujer; ponerme sujetadores con relleno, braguitas rosas y tangas minúsculos. Si un fornido hombretón tira la pastilla de jabón al suelo yo me lanzo como una loca a por ella. Me chiflan los culos que llenan pantalón, no esos escurridos de puro hueso. Padre tu primogénito te ha salido maricón…

 La siguiente en levantarse fue la hija, la menor de los dos hermanos. Se aproximó pensativa, sin apartar la vista del grandioso ventanal del fondo, cubierto por una fina tela negra. Ya frente al cuerpo sin vida del progenitor se le arrimó a la oreja para tener más intimidad a la hora de contar lo que tuviese que ser contado…

 -Papá, mira que eres despreocupado. Te pones lo primero que agarras del armario ¡Qué eres del duque de Costrosa! Y vaya pelos para la ocasión. Aguarda que te coloco bien la corbata. –Y mientras ajustaba el nudo de la susodicha aprovechó para entrar en materia, lanzándose como un camión cargado de piedras que desde abajo debe hacer la cuesta del tirón para no quedarse atrancado. –Papá ya sabes de que niña me gustaba más jugar al fútbol con mi hermano que a las muñecas con mis primas. Ha pasado considerable tiempo de aquello pero supongo que ya se estaba cociendo algo dentro de mí. ¡No es eso padre! ¡No estoy embarazada! ¿Recuerdas aquella importante cantidad de dinero que te pedí para montar una boutique? ¿Te acuerdas del viaje de dos años recorriendo el mundo? ¿Y mi aumento de pecho? Corriste con todos los gastos sin rechistar para tener contenta a la niña de tus ojos. Mentí, lo siento pero temía tu reacción al decirte la verdad. El dinero lo he destinado para una cuestión más profunda y vital. Dentro de algunas semanas entraré en quirófano como María José y saldré como José María…

 Uno de los retratos del padre, ubicado sobre la repisa de la chimenea, se descolgó. Cayó estrepitosamente al suelo y claro la pobre María José lo interpretó como una señal de desagrado por parte del cabeza de familia. Consternada regresó al lado de su madre la cual parecía demasiado atareada coqueteando con el director de la revista “Sociedad azul hoy”.

 El penúltimo en tomar palabra fue el mayordomo. También él consideraba inexcusable el intercambio de consideraciones para con su jefe. Recorrió, partiendo del portón de entrada, apenas un puñado de metros hasta la caja mortuoria. Ello no le salvó de sentir en la coronilla la mirada punzante de los presentes.

 -Señor, se le ve ligeramente indispuesto. No se perturbe, luego le traeré una copa de jerez –Afirmó con guasa. –Y ahora al grano, sé que eso le gusta porque detesta que le hagan perder el tiempo. De antemano pido disculpas por mi sinceridad mas me veo en la obligación de informarle que es usted un auténtico y redomado imbécil. No frunza el ceño ni tuerza el gesto porque aún afea más su cara. Fíjese detenidamente, tiene cabeza de jabalí viejo y cuerpo de morsa cebada. Me dan ganas de escupirle. No lo hago no por falta de ganas sino por considerarlo vulgar e indigno de un mayordomo de mi talla. Veamos ¡Ah sí! Nunca lo he soportado, de hecho prefiero un enjambre de avispas en la entrepierna antes que volver bajo su yugo. Sólo Dios sabe que no hay dinero suficiente que justifique aguantar desaires y caprichos de su persona. Tampoco soporto a la petarda de su esposa ni a los dos zánganos que tiene por hijos. Y si es que son suyos pues con el historial de su señora vaya usted a saber… -Ahí quedó dicho, grabándose a fuego en la sesera del duque.

 Se retiró discretamente para proseguir controlando al servicio. Serviciales doncellas vestidas con amplias camisas blancas y pantalones negros ejecutivos entraban y salían de la cocina cargando bandejas repletas de tentempiés.

 Y ya el postrimero. Por inaudito que parezca fue Pepín, el caniche. Tomó turno de palabra o ladrido, según se vea. Con garbo, presencia y porte aristocrático pasó por entre los pies de los presentes cuan gato entre jarrones, sin tirar ni uno. De salto impropio a su tamaño se plantó en el pecho del interfecto para hablarle en idioma perruno, perfectamente entendible para un muerto…

 -¡Por fin! –Clamó el can. -¡Puaj! Huele a becerro cagado. ¿Sabe una cosa? Si no la sabe se la digo ahora mismo. Soy feliz porque se me terminó la condena de estar tumbado encima de sus piernas en aquel maldito sillón. Usted no hacía más que beber, eructar y tirarse cuescos que yo, con mi delicada y pequeña nariz debía oler inacabadamente, poniendo mi mejor cara de caniche, no fuera a ser que su vuecencia se disgustase. ¡Apestoso borrachón! ¡Muerdesartenes! ¡Pintamonas! ¡Peinacalvas! ¡Caraflema! Natural que la estirada de su señora se tire a cualquier cosa que lleve bragueta. Es usted más feo que un pie descalzo. Y ¿sus hijos? ¡Ja! Me parto la caja con ellos. Uno un muerdealmohadas sin oficio ni beneficio y la otra que no sabe dónde plantar el huevo. Dice que ha nacido en cuerpo equivocado. Pico y pala y que se ponga a trabajar.

 -Me antojaría apuntarle algunas cosillas más sin embargo por hoy llega. Pero no me iré sin antes dejarle este jerez de cosecha propia, disfrútelo. –Y afinando el sistema de puntería soltó su meada de caniche en pleno rostro del señor duque. Rápidamente la viuda ordenó llevarse al can fuera de allí.

 Estos personajes debieron quedaron aliviados tras semejantes arranques de sinceridad. Dicen que la ocasión la pintan calva y qué ocasión, como aquella ninguna. Sin embargo no todo el monte es orégano. Ninguno de ellos contó con que el muerto no lo estuviese realmente sino que había sufrido un episodio catatónico.

 Al escuchar aquellas revelaciones algo lo removió por dentro, haciéndolo regresar con carácter urgente al mundo de los vivos. ¿Su primera reacción? Bueno amigos y amigas ya la sabéis:

 -¡Menuda familia! ¡Bajo estas condiciones me niego a morir!…

 – ¡Oídme bien! –repuso con voz grave. ¡Me niego! -Sentenció fuera de sí. -¡Me niego!

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