Recogiendo conchitas

Baje a la playa. Era un lugar árido, estaba rodeada por el desierto. La típica arena playera suave que atrapa tus pies en cada pisada, en este lugar eran piedritas y conchitas. Estaba sorprendida por esta nueva imagen, no estoy acostumbrada a ver cactus y plantas secas, junto a un mar placido y calmado.

Estuve mucho rato caminando, o a lo mejor no tanto, pero había tanto para mirar y retener, que yo sentía que para llegar a la orilla y encontrarme con el mar había un largo recorrido. ¡Cuántas conchitas había para recoger! Unas más grandes de colores rosados y blancos, otras más pequeñitas con tonos morados y también había algunas que estaban trizadas, que hoy solo pueden recordar su mejor vida.

Algunas me llamaban más la atención que otras. La primera que no podía parar de mirar, la luz del sol se reflejaba en su interior, mostrándome sus tonos tornasolados, y me atrapa como si fuera un tesoro que acabo de descubrir; la recojo. Otra nuevamente me brilla a los ojos y también la quiero. Ahora tengo dos en mis manos. Así camino por la playa, viendo las conchitas. Las miles que habían. Pero no puedo verlas todas, es imposible. Estoy muy concentrada observando solo algunas, que otras se me escapan, se extravían en la distracción. De alguna forma me pierdo la oportunidad de tenerlas, pero es una fantasía pensar que es posible mirarlas y quererlas a todas, hay un tiempo para cada una o a lo mejor nunca lo habrá.

Hay muchas muy similares a otras, ¿cómo harán para captar la atención de alguien más que yo?

Cuando empiezo a pensar en ello, me entristezco que nunca podré encontrarme de nuevo con esas conchitas, nunca pasaré por este mismo camino y verlas con esta luz. Sin embargo, decidí no mirarlas a ellas y a otras sí por alguna razón.

Camino un poco más y veo otra nueva, es algo distinta. Presiento que calza mejor conmigo, puedo imaginar que está hecha para mí. También la quiero, pero tengo muchas otras conchitas en mis manos. Lo único que puedo hacer es tomar una decisión, por lo que dejo las antiguas entre las miles y miles de conchitas, volviéndose inesperadamente invisibles para mis ojos. Ahora si, puedo tomar la nueva.

Es tan bonita, más pequeña que las anteriores, esto hace que encaje bien con la forma de mi mano cuando hago la forma de una pequeña tacita. Me gusta eso.

Cada vez estoy más cerca del agua, un paso, otro paso y otros más y la toco.

Una vez que llego, me empiezo a emocionar de sentir el frío líquido en mis pies, refrescándolos luego de una larga caminata en las calientes y duras piedras.

De repente siento los bordes de la conchita presionando en mi mano, me empieza a incomodar, ya no la quiero guardar más, no es el momento de hacerse más cargo de este objeto que sobra en mi cuerpo. Abro la mano y la dejo caer. Me quedo sin conchitas.

Entro al agua. Me siento libre de nadar con mis manos y poder flotar en la superficie.

Cuando salga a lo mejor encuentre otra conchita para mí.

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