MI MUERTE.

Mi muerte fue lenta y dolorosa.

Mi cuerpo yacía a las afueras de la ciudad,

vestido con un suelto y blanco vestido.

Mi cabello despeinado se dispersaba libremente.

Sin rastro de maquillaje en mi rostro,

Solo era yo y ese vestido.

Según el inspector encargado del caso,

Coincidí con ella después de una cena.

Me invitó a su cabaña

Y yo, siendo la ingenua que soy,

Acepté sin sospecha alguna.

A la mañana siguiente,

A las nueve y treinta y seis en punto,

Me encontraron.

Mi cabello yacía esparcido

entre las rocas del lago,

Mis pies mostraban ampollas y cortes,

Probablemente por mi intento

desesperado de escapar.

Mi hermoso vestido blanco,

Ahora desgarrado y manchado de barro,

Cubría mi débil cuerpo.

Había sido estrangulada y ahogada.

Ella fue quien me condujo hacia el abismo,

sembrando la indecisión en mi mente.

Me permití mostrarle mi debilidad,

y mis pensamientos más íntimos.

Fui quien permitió la comisión del pecado.

Entonces, ¿quién lleva la culpa?

Mi mente,

envuelta en un velo de inseguridad y autodesprecio,

no pudo resistirse a su figura imponente.

Su voz fue introduciéndose dolorosamente en mi consciencia.

Me susurró mis defectos y mis inseguridades.

Me persuadió y me hizo creer que mi valor era inexistente.

Cuando nos encontrábamos en aquella cabaña,

La vergüenza se aferró a mí con fuerza.

Se burló de mi inocencia,

Ridiculizando cada gesto, cada palabra.

La vergüenza, esa cruel asesina,

había dejado una marca indeleble en mí.

A la mañana siguiente,

Cuando el sol comenzó a iluminar el paisaje,

Me encontraron en ese triste estado.

Mi cuerpo yacía inerte,

Testigo de una lucha interna perdida.

La vergüenza había apretado su puño alrededor de mi cuello,

Sofocando mis sueños,

Robándome la vida.

En el silencio de la escena del crimen,

La vergüenza disfrutó su victoria perversa.

Había cumplido su propósito,

Asesinó mi autoestima y toda esperanza.

Era el testigo mudo de cómo la vergüenza me había matado,

Dejando solo el eco de su risa cruel

como prueba de su macabra influencia.

Pero, aunque la vergüenza haya sido mi asesina,

No permitiré que sea la autora de mi epitafio.

Mi espíritu se alza desde las profundidades,

Reclamando mi poder perdido.

La vergüenza puede haberme arrebatado la vida,

Pero estando incluso muerta,

Defenderé a todo ser que sea víctima de esa víbora.

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