Hoy, un domingo invernal como cualquier otro, estuve en contacto con la luz y el calor del sol. Nunca me gustó mucho estar en el sol, me daba calor, era molesto a la vista. No cambió mucho mi perspectiva, pero hoy fue distinto. Siendo las 16:49 ahora mismo, el sol ya no entra por mi ventana, se escondió su luz y su calor detrás de un alto edificio interpuesto entre donde estoy y el sol. Por alguna razón, fui consciente de que el sol que recién calentaba mi cara e iluminaba mi pelo castaño dándole tintes rojizos, ya no vendría hasta mañana (lo que me puso extrañamente triste por un instante), con suerte, si no se nubla. Seguido de eso, quizás por haber trazado alguna analogía inconscientemente o solo porque mi mente salta de un lado a otro sin previo aviso, recordé que en mi cumpleaños pasado pedí un solo deseo (aunque posteriormente aprendí que no son deseos los que se piden en los cumpleaños, sino cosas que querés que el fuego se lleve al soplar el fuego de las velitas… me fui por las ramas pero bueno, eso soy un poco.) A lo que iba, es que en mi cumpleaños 23, pedía con todas mis fuerzas ser feliz. Y durante todo ese año que le restaba al 2022, y todo este año que viví del 2023, sentí mucho dolor, tristeza, angustia; las mismas sensaciones que justamente me habían llevado a usar solo uno de los 3 deseos que regularmente pedía, y poder así multiplicarlo, porque en mi mente eso era posible. Pero fueron diferentes a las angustias y dolores del año de vida que en ese entonces culminaba, era un dolor de consciencia, de saber de dónde venía ese dolor, de saber quién(es) me causaron daño. Un dolor de consciencia dado por dejarme abrir los ojos y no resistirme a, justamente, sentir dolor. Desde hace unos meses que entendí que el dolor no se puede no sentir, también aprendí que ese dolor no es malo, que algo viene a enseñar. Es loco porque mi deseo, aquel deseo de cumpleaños (el más sentido de todos mis deseos de cumpleaños me atrevo a decir), pedí a no sé qué y a no sé quién, que ese dolor se fuera… Lo que sucedía es que yo no estaba permitiéndome sentir dolor, y por más contradictorio que esto suene, eso dolía aún más. Sentía que me ahogaba, pero no entendía por qué, no entendía que tenía que dejar salir algo que debía salir, que debía doler y dejarme ver(me) para poder aprender. Esa Julieta que deseó con todas sus fuerzas ser feliz, hoy sabe cómo. Hoy, yo, entiendo que la que debe cumplirle ese deseo y todos los deseos a las Julietas del futuro, soy yo misma. Hoy, si tendría que pedir un deseo creo que pediría ser más amiga del dolor porque mientras más entienda que su tarea es transformar y enseñar, y no “hacerme sufrir”, más sencilla será mi tarea de hacerme feliz. Y voy a empezar a cumplírmelo desde ahora y hasta el final de mis días, me cuesten las lágrimas que me cuesten. Porque el sol, con suerte si no se nubla, va a volver, siempre vuelve. Y si se nubla, también está bien.

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