Deseos Contrapuestos

Deseos Contrapuestos

Claudio E. Vives

09/07/2023

Se sintió agobiado. Si bien esa relación sin compromisos, sin ataduras, había formado parte de sus deseos y fantasías, notaba que, a pesar del acuerdo, ella buscaba algo más. Echado en la cama con los brazos cruzados, como atrapado por una camisa de fuerza, por la cabeza le cruzaban varios pensamientos. Disfrutaba cuando intimaban, como hacía unos momentos, pero una vez consumado el acto sintió una fría necesidad de irse, de escapar. Ese sentimiento lo hacía verse a sí mismo como alguien que no quería ser, que le disgustaba.

—No hace falta que te vayas ya, podés quedarte un rato más —le había susurrado ella. No pudo negarse. Clara se había entregado plenamente y sólo le pidió ese favor. Sin embargo, a medida que transcurrieron los minutos, se arrepintió de haber accedido. Ella se le acurrucó al lado esperando que la envolviera en un cálido abrazo, pero eso nunca sucedió; continuaba molesto consigo mismo.

Clara siempre le había dispensado un buen trato, y Raúl fue sincero al decirle lo que buscaba. Quizás él fuera lo que ella pretendía en una relación más seria; sentía culpa por no poder corresponderle de la misma manera. Era obvio que Clara le caía bien, aunque no al nivel para tener el tipo de relación que intuía ella deseaba. Simples gustos, así como él no encajaba en el de otras mujeres. «No hay nada malo en eso. Nadie puede atraerle ni congeniar, de la forma que uno quiere, con todos. Es parte de la vida», se decía.

El televisor de la pieza, que ella había encendido hacía unos minutos, trasmitía las últimas noticias a las cuales no les prestaban atención; sólo ruido blanco de fondo en medio de deseos contrapuestos.

El dormitorio se alzaba en la planta alta de la casa y no existían edificaciones cercanas que llegaran a esa altura. Las persianas se encontraban abiertas, las ventanas eran lo único que se interponían al paso de la luz exterior.

—Nadie nos va a ver, además, el sol cae del otro lado, está más oscuro acá que afuera —le había explicado ante el temor a que fueran vistos desnudos. A través de los vidrios, percibían como la iluminación se tornaba más tenue a medida que el atardecer avanzaba.

Su malestar crecía. Especulaba que le brindaba falsas esperanzas permaneciendo en la casa y se mortificaba pensando que eso no estaba bien, que no era correcto.

—¿Vamos a bañarnos? —preguntó él inconscientemente para escapar de tales preocupaciones, empeorando la situación.

—Dale —respondió ella regalándole una amplia sonrisa.

Salieron del dormitorio e ingresaron al baño. Clara abrió la canilla del agua caliente de la ducha y luego un poco la fría. Al ingresar a la bañera se rozaron en forma casual, algo provocativa. Tomaron un jabón cada uno con el cual comenzaron a enjabonarse y acariciarse bajo el fino chorro del agua, recorriendo cuerpo y partes íntimas, mientras los primeros tiernos besos iban dando lugar a unos más profundos y apasionados, pero sin avanzar más que hasta allí. Después de un rato, bajo esa suave llovizna relajante, cerraron las canillas y salieron de la bañera. Tomaron una toalla cada uno y se secaron entre sí, frotándose en cortos movimientos, finalizando el flirteo iniciado. Secos, con la piel palpitante, se abrazaron al tiempo que la tarde moría.

—Nos cambiamos y vamos abajo a tomar algo —dijo Raúl, convencido de que ahora sí sus palabras eran más acertadas y cercanas a sus propósitos.

—Un poco más —respondió Clara, y permaneció abrazada apoyándole una de las mejillas en el pecho con la esperanza de escuchar de alguna forma, en los latidos, la señal que deseaba, e imaginando iniciar el sueño con la cabeza apoyada allí, por lo menos esa noche.

Raúl, con los ojos entreabiertos, se preguntaba que intenciones y deseos le pasarían por la cabeza.

Al rato se vistieron y bajaron para beber mate y enfrascarse en una conversación, con Clara enviando señales sugerentes y Raúl atento a no crear más expectativas. Varios minutos después, cuando la yerba se lavó, vio la oportunidad y le dijo a Clara que debía marcharse.

—¿No querés quedarte a cenar? —inquirió en un tono que parecía más una súplica que una pregunta.

«No, no puedo seguir así. Debí irme hace rato», pensó. Buscaban cosas distintas. No sólo no era conveniente que se quedara, sino continuar con ese tipo de relación. Debía ordenar sus ideas, volver a tener una amistad común: sin sexo. La relación no salió como esperaba y se preguntó si sería posible volver a la anterior.

—No, no puedo, tengo cosas que hacer —contestó con lo que era una trillada y típica frase de excusa sin precisiones para salir de cualquier apuro.

—¡Ah, que lástima! —expresó ella en un tono que dejaba ver su desilusión y no creerle.

Sintió la necesidad de decirle algo amable y que la tranquilizara.

—Mañana te llamo —expresó.

—Bueno, dale —contestó Clara sonriendo apenas.

La besó con dulzura con la intención de no herirla. Subió al auto y la miró una última vez; ella lo saludaba desde la puerta de entrada. Inició la marcha y por el espejo retrovisor la vio ingresar a la casa.

Mientras conducía pensaba como deshacer el camino andado. Reanudaría los temas de conversación sin alusiones de índole sexual, haría las comunicaciones más espaciadas, evitaría las visitas frecuentes. Ella, por otro lado, poseía mayor experiencia y había entablado más relaciones en su vida que él y no se le dificultaba tanto comenzar otras, al contrario de Raúl. «No tardará mucho en conseguir a alguien», se dijo más aliviado con tal pensamiento. Estaba seguro que, con el pasar de los días, su motivación hacia él, con un menor contacto, se extinguiría lentamente y todo volvería a ser como antes: así lo deseaba. En el futuro recordaría la experiencia como una que no salió como esperaba y que formaría una parte de la vida. Intentaba convencerse de que eso era lo que sucedería. Decidió que sería mejor no llamarla al día siguiente, le enviaría sólo un mensaje de texto.

Mientras, Clara piensa en Raúl, si esa extraña relación derivará hacia donde ella desea y cuánto será, en realidad, lo que le importa a él. ¿Qué ocurriría si ella desapareciera de su vida, como si se la tragara la tierra?, ¿la extrañaría? Ya es una mujer madura y añora los viejos tiempos. Se pregunta hacia dónde va su vida. Duda que él la llame mañana. Medita unos instantes más y camina hacia la cocina. Toma una vieja caja de herramientas que guarda en un bajo mesada, la abre y extrae un destornillador. Desenchufa la heladera. Con el destornillador hace palanca sobre la tapa del tomacorriente para sacarla y, una vez que lo logra, desatornilla el bastidor. Este cae colgando inerte sostenido sólo por los cables de electricidad. Clara los observa, agarrados mediante diminutos tornillos al enchufe. Unos pocos hilos de cobre al desnudo que no poseen mayor grosor que un alfiler. El color que reflejan le atrae, se pregunta como unos hilos tan finos, con un color tan hermoso, pueden contestar una caricia con un choque de muerte—más al no haber disyuntor en la casa—. Queda absorta unos instantes mirando esas hebras cobrizas cuyos reflejos le encienden la imaginación, animándole los pensamientos. Sólo es un instante, pero antes de actuar debe dar un paso previo.

Raúl, ya en casa, recibe un mensaje en el celular: es Clara. Duda por un momento si mirar el mensaje o hacer como si no se hubiese percatado de que lo recibió. No cree que sea algo importante, pero ¿y si lo es?, o quizás, tan sólo olvidó algo en la casa. Suspira y desbloquea el teléfono, entonces lee: «Hola, disculpame, me acabo de dar cuenta que no anda el enchufe donde tengo conectada la heladera. El alargue no me llega hasta el otro tomacorriente, ¿podrías pasar mañana a la tarde? Tengo un montón de comida en la heladera que se va a echar a perder. Vos tenés idea de electricidad y no quiero llamar a un electricista porque por ahí es una pavada, y como yo no sé nada se aprovechan y me cobran cualquier cosa. Te agradecería muchísimo si venís, porfa.»

Raúl hace una pausa, pensando que contestar y luego escribe:

«¿Te viene bien que pase tipo 17:00 hs.?»

«Si, bárbaro. Gracias. Sos el mejor», contesta ella.

Clara sonríe mirando uno de los cables desconectados. Verifica que el cable suelto no toque nada metálico ni al otro cable y atornilla el bastidor a la pared. Coloca la tapa y, por último, se dirige al tablero eléctrico y vuelve a subir la térmica que bajó antes de enviar el mensaje y desconectar el cable.

FIN

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